Angélica Ciccone

El 10 de marzo, la comunidad AMMI de Roma se sumergió en una jornada de retiro en la Casa General, bajo la guía del Bonga Thami.

El tema del retiro fue «Descubrir la cruz de Cristo». Al examinar la vida de San Eugenio de Mazenod, sus cruces, sus heridas y la forma en que las encargó, cada alma presente tuvo el privilegio de meditar sobre sus propias cargas, explorando caminos para transmutarlas en vitalidad y renacimiento.

Aquí algunas impresiones de los participantes:

«En un momento de asombro y reflexión, me detuve especialmente en el riesgo intrínseco de la cruz, donde la cruz nos adentra en su tejido. Nuestro dolor, nuestro sufrimiento, corren el peligro de fundirse con nuestra esencia. Nos fusionamos con la cruz y, en un acto de egotismo, olvidamos todo lo que nos rodea, ignorando las cruces que llevan aquellos que transitan a nuestro lado. Pero en este sendero, Jesús nos muestra el verdadero sendero. Él, en el cenit del dolor, no se encerró en sí mismo, sino que irradió amor hacia las mujeres que lloraban a sus pies, entregó a su madre a la humanidad, transformó los corazones de ladrones y paganos. Hay dos formas de abrazar la cruz: lamentarnos o convertirla en un instrumento de vida, tanto para nosotros como para los demás. Esta elección no anula el dolor, pero abrazarlo y vivirlo con fervor puede generar abundantes frutos.» (Giovanni)

«Durante la exposición de las vicisitudes personales, familiares, íntimas y espirituales del Fundador, me vinieron a la mente las palabras eternas de Hannah Arendt: los seres humanos no están destinados a morir, sino a nacer, a renacer innumerables veces. Esta experiencia resuena, no solo en la vida de Eugenio, sino en cada uno de nosotros. Es la experiencia de la Cruz, que, al simbolizar la muerte de Cristo, irradia vida y esperanza, abriendo nuestros corazones a la promesa de un renacimiento constante en el amor.» (Pietro)

«No es la primera vez que, a través de las palabras del padre Bonga, me encuentro cara a cara con los dolores de Eugenio, lo que a su vez me brinda la oportunidad de reflexionar sobre mis propias penas y cargas. A través de este viaje, he llegado a comprender más plenamente a Eugenio y su relación con algunas de las cruces que cargó nuestro Fundador, comenzando por las limitaciones que, en ocasiones, su temperamento apasionado generaba, y que siento que también son mías. Estas cruces concretas tienen sus raíces en el pecado que nos impide confiar plenamente en Dios. El testimonio de Angélica Ciccone también ha sido una luz en mi camino, permitiéndome reconocer a todos nosotros como hijos de un Santo que nos insta a ‘vivir’ nuestras propias cruces con una visión y un corazón renovados, a través de la mirada de misericordia que Jesús y el Padre posan sobre nosotros. A ambos les doy mi más sincero agradecimiento, porque ahora tengo una mayor claridad sobre las oraciones que debo elevar en este tiempo de Cuaresma que aún nos queda por recorrer.» (Mariana)

El día de reflexión fue profundamente íntimo y profundo, llegando directamente a mi corazón. La realidad de la cruz de Eugenio iluminó la perdurable importancia de este santo de otra época. Me encontré revisando y reconsiderando mis propias cruces, dándome cuenta de que podrían ofrecer caminos para respuestas frescas. Está quedando claro que mi verdadera cruz no es otra que yo misma, mi propio ser, un peso que sofoca y limita mi capacidad para abrazar y disfrutar plenamente de los dones de Dios. (Antonella)

Descubrí que la cruz de Eugenio refleja la travesía de cada alma, navegando a través de momentos de tristeza y alegría. Superar las cruces personales a menudo puede sentirse abrumador y desconcertante, pero abrazar la Cruz de Cristo revela el rostro divino y conduce a una transformación profunda a través de Su amor insondable. (Rita)

Abrazar los momentos de ‘Cruz’ sin retirarme, sino más bien nutriendo y permitiendo que el dolor o la impotencia den frutos… Eugenio me ha inspirado para abrazar la Cruz del Jesús Abandonado y revitalizarla tanto para mí como para los demás. Es un viaje que abarca toda una vida. (Nicoletta)