Eugenio de Mazenod nació en 1782 en Aix de Provenza, ubicada al sur de Francia, Era el hijo de padres aristocráticos adinerados. Su padre, Charles Antonio de Mazenod, un noble francés era Presidente del Parlamento de Aix y su madre Maria-Rosa Joannis descendiente de prósperos comerciantes, pertenecía a la nueva clase burguesa de Francia. Durante toda su vida ella siempre daba muestras del realismo práctico y sutil de este grupo.
Esta unión de valores sociales y culturales complementarios aseguró al joven Eugenio todos los requisitos para una vida exitosa y cómoda. Sin embargo, este mundo idílico sería barrido por la Revolución francesa en 1789. Debido a la oposición de su padre a la revolución, la familia entera fue obligada a huir al destierro en Italia. Así en 1790, un nuevo período doloroso empezó para Eugenio.
Éstos eran años de inestabilidad familiar, escasez material y de recurrentes peligros. La familia fue obligada a huir consecutivamente a Turin, Venecia, Nápoles y Palermo.
La adolescencia de Eugenio era empobrecida. Además de ser privado de amigos de su propia edad y de la posibilidad de seguir un programa académico normal, era separado de su madre quien se divorció del marido para poder regresar a Francia y recuperar los bienes familiares.

Enfrentando la vida

Eugenio tenía 20 años cuando volvió del destierro. Cuando llega a Francia, está dominado por el deseo de vivir intensamente, de recuperar todo el tiempo perdido. Además de ser joven, guapo y portador de un apellido bien conocido, contaba con la riqueza heredada que había recuperada la madre. Destacándose entre sus ambiciones y pretensiones: el matrimonio con una joven heredera rica, una posición segura y prestigiosa en la sociedad y el acceso a los placeres y entretenimientos de la vida buena.
Estos sueños se derrumban, comenzando con la muerte inesperada de la joven pretendida adinerada. Eugenio, quien ahora contaba con 25 años, tuvo que hacer una nueva evaluación de su vida y persona. No era el hombre extraordinario que él se había imaginado ser. Ciertamente tenía cualidades buenas, un carácter fuerte y un corazón generoso. Pero también era obvio que aún no había logrado nada importante todavía. Las amistades superficiales y los placeres comodines de vida en sociedad, le dejaban vacío y apático.
Poco a poco los estragos sociales y morales resultando de la Revolución francesa fueron haciendo huella en el carácter de Eugenio. La condición penosa del clero y la gran ignorancia religiosa de casi todas las personas le conmovieron. Dotado de un carácter fuerte y tempestivo, lleno de intenciones nobles, Eugenio tomó la resolución de poner de su parte para responder a estas necesidades urgentes de la Iglesia.

El itinerario espiritual y la personalidad de Eugenio de Mazenod eran profundamente marcados por los valores y los forcejeos de la familia obligada a enfrentar el ambiente inseguro y ambiguo del destierro. Durante el tiempo que estuvieron en Venecia (1794-1797), un sacerdote santo, Don Bartolo Zinelli, le introdujo a la espiritualidad de la Compañía de Jesús. De él, como adolescente, Eugenio aprendió la práctica de la oración y los sacramentos, la mortificación y la devoción a la Virgen María. “De allí arranca mi vocación al estado eclesiástico” escribirá más tarde.

Dos Gracias especiales

Dos gracias interiores transformaron a Eugenio cuando todavía no pasaba de los veinte años. La primera era una gracia de “conversión”. Durante la adoración de la cruz el Viernes santo, probablemente en 1807, Eugenio tuvo una experiencia especial del amor y bondad de Cristo que culminó en el derramamiento de su sangre para obtener el perdón de todos los pecados. Simultáneamente consciente de sus propios pecados y compenetrado de un profundo sentido de confianza en la Misericordia Divina, Eugenio decide responde a este amor divino con el regalo total de su vida a Jesús su Salvador.
Más tarde él describe un segundo momento de gracia más tarde como “una conmoción extraña” del Espíritu, el cual le lleva a orientarse definitivamente hacia el sacerdocio. En 1808, él entrará al Seminario de San Sulpicio en París y será ordenado sacerdote en Amiens, el 21 de diciembre de 1811. Ahora su sueño era ser “el sirviente y sacerdote de los pobres.”

El seminario 

De 1808 a 1812 como un miembro del Seminario de San-Sulpicio en París, Eugenio de Mazenod se guía por los MM. Émery y Duclaux. Estos santos varones animaron Eugenio a continuar el desarrollo de un espíritu de fervor, regularidad y trabajo. Eugenio, no obstante el riesgo personal, se comprometía servir y ayudar fielmente al Papa quien en este momento había sido encarcelado por Napoleón en Fontainebleau.
El deseo de Eugenio de hacerse sacerdote de los pobres continua desarrollándose. El contacto directo con la juventud empobrecido y los prisioneros de guerra fortalecieron el deseo de Eugenio de consagrarse completamente a estas personas olvidadas. Simultáneamente él continua albergando el deseo de hacer la expiación, tanto por sus propios pecados como por los de los Cristianos que habían abandonado la Iglesia. Así él participa en las actividades de una Congregación Mariana y las de un grupo misionero establecidos por su amigo y cofrade Charles de Forbin-Janson. Repetidamente expresa el deseo de cooperar con Cristo en la salvación del mundo, para que el derramamiento de la sangre de Cristo pueda ser eficaz para otros como ha sido para él.

Fundación de una Comunidad Misionera

Desde el inicio de su ministerio, Eugenio rechaza una posición diocesana prestigiosa para estar con los pobres, los obreros, la juventud, los enfermos y los encarcelados de Aix. Agobiado por los requerimientos y posibilidades de este ministerio, él comprende pronto la necesidad de reunir alrededor de su persona otros sacerdotes celosos para trabajar en equipo. La meta compartida: Despertar “la fe a punto de extinguirse en el corazón de muchos.”
En septiembre de 1815, Eugenio experimenta otro “impulso espiritual de afuera” lo cual lo orienta de modo definitivo hacia esta acción apostólica. Él se consagra en cuerpo y alma a la realización de un plan ambicioso: la fundación de una sociedad misionera. El 25 de enero de 1816, nace la sociedad de los Misioneros de Provenza.
Eugenio de Mazenod invita a sus compañeros a “vivir juntos como hermanos” y “a imitar las virtudes y los ejemplos de nuestro Salvador Jesucristo, consagrándose a predicar la Palabra de Dios a los pobres” Él mismo les instó a que se comprometieran de lleno al trabajo de las misiones, ligándose internamente por los votos religiosos. Ya en 1818, él escribía aunque debido a su pequeño número ellos tenían que limitar su celo a los pobres de los núcleos rurales del contorno, su anhelo debía “abrazar, en santos deseos, la vasta extensión de toda la tierra”
El 17 de febrero de 1826, el Papa Leo XII aprobó formalmente la recién fundada Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Su lema: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres” expresa su carisma y el camino a seguir.

 

Dolor y crecimiento

Durante sus primeros años como un sacerdote, Eugenio tuvo que hacer un grand esfuerzo para encontrar el equilibrio adecuado entre la oración personal y el servicio a los demás.Después de una serie de éxitos iniciales, le viene ahora un tiempo de purificación profunda y dolorosa. De 1827 a 1836, le suceden las pruebas: divisiones, defecciones, muertes, pérdida temporal de su ciudadanía francesa e incluso recelos de la Santa Sede. Los efectos inmediatos, además de una enfermedad personal seria son momentos de desaliento y depresión. Eugenio experimenta en carne propia el precio de entregare al Señor y de servir a la Iglesia. Se sentirá por ello profundamente herido, pero saldrá de ahí más humilde, más comprensivo frente a los demás y más fortalecido en su amor y fe.

Obispo de Marsella

La Diócesis de Marsella fue restablecida en 1823. Después de un período como Vicario General, en 1837, Eugenio fue nombrado Obispo de Marsella. Como pastor de una Iglesia en plena evolución, y simultáneamente como Superior del nuevo grupo de misioneros, Eugenio realmente se desvivía para ser “todo para todos”. No se limitaba a dar la bienvenida a institutos que se restablecían allí como los Jesuitas. Él personalmente respaldaba y promovía la creación de nuevas comunidades y movimientos religiosos.
Se emprendieron programas especiales para la juventud, los obreros, los inmigrantes y los marginados de la ciudad portuaria de Marsella en una etapa de desarrollo desmedido. Inicia la construcción de una nueva catedral y del santuario de Nuestra Señora de la Guardia. Simultáneamente él juega un papel prominente en los asuntos y inquietudes políticas y religiosas del día como eran el derecho a una educación religiosa y los derechos del papado. El 8 de diciembre, 1854, él viaja a Roma para participar con gozo desbordante en la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción.

Hombre Apostólico maduro

Como obispo en Marsella, Eugenio de Mazenod se encuentra en su plena madurez espiritual. Pastor incansable y lleno de celo, sólidamente arraigado en su amor a Cristo y a la Iglesia, ya no piensa más en sí mismo sino enfoca todas su energías hacia las tareas de evangelización que le habían sido confiadas, tanto en Marsella como en mundo entero. Durante este tiempo de intenso ministerio él sigue siendo un hombre de oración.
La Eucaristía era su fuente de inspiración y renovación. Tomaba a pecho celebrar la Misa diariamente, a veces con grandes dificultades, particularmente cuando iba de viaje. La Eucaristía, lugar privilegiado para identificarse con Cristo era también era el espacio preferido para unirse a los amigos y miembros de su familia religiosa. Como él decía, la Eucaristía de hecho era “el centro vivo que sirve de comunicación”. Aquí piensa mucho en sus hijos misioneros, sobre todo aquéllos que misionan lejos de él, y les recomienda que hagan ellos lo mismo. “Al identificarnos cada uno de nosotros con Jesucristo, no seremos más que uno en él, y por él y en él no seremos más que uno entre nosotros.”

Superior general y Misionero

Mientras tanto, Eugenio continuó sirviendo como el Superior General de los Oblatos. Después de aceptar una misión en la isla vecina de Córcega en 1834, a partir de 1841, la pequeña sociedad misionera comienza un período de gran expansión. Eugenio recibía muchas llamadas del extranjero. A pesar de contar con escaso personal, él respondía lleno de fe. En 1841 el primer Oblato llegó a Canadá. Pronto ellos habían llegado hasta las inmensas llanuras del Oeste y dentro de unos años hasta el Círculo polar ártico. Otros países siguieron: Inglaterra en 1842; los Estados Unidos y Ceilán (hoy Sri Lanka) en 1847, África Sur en 1851 e Irlanda en 1855.
Siempre un escritor prolífico, Eugenio correspondía incansablemente con sus misioneros. En su voluminosa correspondencia se revela como un pastor afectuoso y envuelto en todos los aspectos de la vida y misión. Siempre el hombre apostólico, él animaba, aconsejaba, corregía y apoyaba. Él alberga un sentido profundo de la paternidad espiritual y vive una intensa unión con sus hijos quienes se han echado sobre sus espaldas, cargas pesadas en las misiones lejanas. A pesar de que él nunca viajó más allá de las fronteras de Europa, con la excepción de un viaje corto a Argelia, San Eugenio nutría en su corazón una preocupación grande por todas las iglesias. Un obispo visitante después de una conversación con Eugenio dice: “Yo me he encontrado con el apóstol Pablo.”

Horizontes Spirituales

La actitud básica de Eugenio de Mazenod frente a la humanidad, se caracteriza sobre todo por su enfoque de confianza y fe. Dos convicciones muy sólidas explican esta actitud. Primero: todo lo que ocurre en la tierra, tanto en el ámbito personal como civil y social, depende de la Divina Providencia. Segundo: Dios quiere salvar a todos, y todos, tanto ricos como pobres, han sido redimidos con la sangre de Cristo.
Sus cartas pastorales enfatizan los siguientes puntos:

  • El progreso hacia la santidad exige una constante conversión.
  • Todos son invitados a la salvación y la santidad.En nuestro ministerio con ellos, “Hay que intentarlo todo para dilatar el reino de Cristo y para llevar a los hombres a sentimientos humanos, luego cristianos, y ayudarles finalmente a hacerse santos.”
  • Para continuar avanzando en el camino hacia la santidad, los Cristianos deben comprenderse a sí mismos, con la óptica de la fe.No importa cuan pobres o marginados sean, a los ojos de fe, todos son “hijos de Dios”, los “hermanos y hermanas de Jesucristo” y “coherederos de Su reino eterno”.
  • La santidad consiste en la conversión del corazón, la fidelidad a la ley de Dios y las inspiraciones de su gracia.Finalmente pensando en el conocimiento y amor de Jesucristo, él dice, “Amar a Cristo, es amar a la Iglesia.”

Constituciones Oblatas

La síntesis principal de la vida espiritual que ha escrito san Eugenio se encuentra claramente en las Reglas y Constituciones Oblatas. A partir de su experiencia personal, estas reflejan su toma de conciencia de las necesidades religiosas de su época. Cuando Eugenio escribió las Constituciones Oblatas, él pidió “prestado” copiosamente elementos de los Sulpicianos, de los Jesuitas y de otros mentores como Carlos Borromeo, Vicente de Paul y Alfonso de Liguori para quienes sentía una gran admiración.
Las Constituciones reflejan su personalidad única y su estrecha identificación con el Evangelio. “El espíritu de total abnegación por la gloria de Dios, el servicio a la Iglesia y la salvación de las almas es el espíritu proprio de nuestra Congregación” él escribió en 1817. Más adelante en 1830, él declaró que los Oblatos deben parecer “como los sirvientes del padre de familia encargados de socorrer, ayudar y atraer de nuevo a sus hijos mediante el trabajo más constante, en medio de tribulaciones, persecuciones de toda clase, sin esperar más recompensa que la que el Señor prometió a los servidores fieles que cumplen dignamente con su misión.”

Palabras finales a los Misioneros Oblatos

Hacia el fin de su larga vida, Eugenio había logrado una gran libertad interna. Frente a la perspectiva de ser nombrado Cardinal que le había sido prometida y que ahora se le quitó de entre las manos por consideraciones políticas, él respondía así: “Al acabarse todo, es igual si le entierran a uno con sotana de color rojo o purpúreo; lo principal es que el obispo alcance llegar al cielo”.
Poco antes su muerte el 21 de mayo de 1861, fiel a su temperamento, el anciano obispo enfermo dirá a los que lo rodean: “Si me adormezco o me agravo, despertadme, os lo ruego, quiero morir sabiendo que muero!”
A los Oblatos les dejará como última voluntad este testamento que es el resumen de su vida:”Practicad entre vosotros la caridad, la caridad, la caridad; y, fuera, el celo por la salvación de las almas.” San Eugenio se murió el martes después de Pentacostés mientras se entonaba la Salve Regina, último saludo en la tierra a la que él consideraba como “la Madre de la misión”.

La Canonización

Nosotros estamos viviendo durante el segundo Adviento de la historia del mundo. Eugenio de Mazenod fue un hombre del Adviento, un hombre de la venida. No solo Dirigió su mirada hacia esa venida, sino que también dedicó toda su vida a prepararla. Eugenio de Mazenod fue uno de los apóstoles que prepararon los tiempos modernos, nuestros tiempos.
Sabía que Cristo quería unir todo el género humano a su persona. Por eso, durante toda su vida prestó una atención particular a la evangelización de los pobres, dondequiera que se encontraran.”
A través de un paciente trabajo sobre sí mismo, supo disciplinar un carácter difícil y gobernar con una sabiduría iluminada y una firme bondad. Toda su acción estuvo animada por una convicción que expresaba en estos término: «Amar a la Iglesia significa amar a Jesucristo, y viceversa». Su influencia no se limita a la época en que vivió, sino que sigue ejerciéndose también en nuestro tiempo.
Su apostolado consistía en la transformación del mundo por el poder del Evangelio de Jesucristo. San Eugenio quería que cada uno pudiera llegar a ser en Cristo un hombre completo, un cristiano auténtico y un santo creíble.
Hoy la iglesia da gracias a Dios por San Eugenio de Mazenod, apóstol de su tiempo, fundador de los Oblatos de María Inmaculada como un ejemplo de fe heroica, esperanza y caridad.”