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Monseñor arzobispo de Dakar y mi queridos hermanos y hermanas.

Damos gracias a Dios que nos ha convocado hoy en Dakar a todos los Superiores de las Unidades de la Región de África Madagascar junto con el gobierno central. Toda nuestra familia carismática está rezando por nosotros y se une a nuestra peregrinación común para sembrar la esperanza entre los más pobres y construir la comunión en la Iglesia y en el mundo. Comenzamos nuestra  asamblea celebrando la Eucaristía y pidiendo la gracia del Espíritu Santo para que Jesucristo esté en el centro de nuestros diálogos, en el centro de nuestra búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios. Porque de eso se trata, de buscar juntos la voluntad de Dios en un proceso de discernimiento comunitario que nos ayudará a descubrir cómo colaborar con Jesús para anunciar el Evangelio a los más pobres viviendo nuestro carisma oblato.

La Primera lectura nos invita a una escucha atenta. Cuando todo el pueblo de Dios, engañado por los dos jueces, está dispuesto a matar a una víctima inocente, Daniel, un niño, alza su voz. Tan sorprendente es la audacia del niño para alzar la voz en esta situación, como la escucha del pueblo a alguien que en principio poco podría aportar en el proceso. Audacia para hablar desde lo que siente el corazón y audacia para escuchar desde el corazón. Escuchar a Dios en su Palabra, pero también escuchando a los más pequeños porque muchas veces Dios se revela a través de esos de los que nadie espera la respuesta.

Me gustaría que esta asamblea siga ese proceso sinodal de escucha espiritual a la que toda la Iglesia es invitada. Estamos invitados a peregrinar juntos escuchando desde el corazón para descubrir la palabra de Dios que habita en el corazón del otro. Esta escucha nos ayudará a superar toda tentación de cerrarnos en nosotros mismos defendiendo posiciones ideológicas o de interés de un grupo particular. Nos ayudará a abrirnos a la voluntad y al juicio de Dios para descubrir lo que hoy nos pide para el bien de la Iglesia, la Congregación y los pobres.

Quizás antes de hablar y enseñar a los otros tengamos que retirarnos muchas veces al monte de los Olivos, como lo hizo Jesús antes de enseñar en el Templo. Solo una actitud orante ayuda a tener un corazón libre para poder hablar y para poder escuchar. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, dice el Señor. En efecto, Jesús nos invita a examinar nuestro corazón para ver si somos suficientemente libres cuando escuchamos y cuando hablamos. Libres de prejuicios, libre de nuestro propio ego para poder abrirnos a la libertad de los hijos de Dios. Libres de la presión del grupo que muchas veces quiere imponer su ley para “poner a prueba” a los otros desconfiando de sus intenciones. La libertad de corazón es una gracia que tenemos que pedir para nosotros y también para los otros: Señor, haznos libres de nuestros pecados para que podamos escucharnos y discernir juntos tu santa voluntad.

Nuestro Fundador, san Eugenio de Mazenod, deseaba ser como Jesús. Eugenio de Mazenod y nuestros santos oblatos se esforzaron durante su vida para hacer realidad lo que san Pablo pedía a los Filipenses: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Hoy el Evangelio nos muestra con toda su radicalidad cuáles eran esos sentimientos: Jesús tenía un corazón misericordioso. Es su misericordia la que domina su diálogo con aquella mujer atemorizada por su muerte inminente, sorprendida en flagrante delito de adulterio. Es esa misericordia la que ofrece a esa mujer un nuevo comienzo, una nueva oportunidad de conversión: “Mujer, ¿nadie te condena? Anda y en adelante, no peques más”.

Es la misericordia de Dios la que nos ha convocado en este encuentro para darnos a nosotros también una oportunidad nueva de ser como Jesús y de tener un corazón misericordioso cuando peregrinamos buscando la comunión. Solo un corazón misericordioso es capaz de escuchar con ternura a los más pequeños o a los que no piensan como yo, solo él es capaz de descubrir las necesidades de salvación de los más pobre. Pidamos un corazón capaz de entregar la vida en oblación para cumplir la voluntad del Padre y colaborar con la muerte redentora de Cristo haciendo crecer la esperanza para toda la humanidad.

Es desde el corazón misericordioso de Cristo donde encontraremos juntos lo que Dios nos pide para vivir en plenitud el carisma y la misión oblata en nuestra querida Región de África-Madagascar. Ya que toda nuestra familia carismática nos contempla en estos días, esforcémonos por ser testigos de esperanza. Lo seremos si reproducimos ese corazón misericordioso de Jesús en nuestras manera de rezar, en nuestra manera de relacionarnos, en nuestra manera de hablar y de escuchar, en nuestra manera de tomar decisiones, en nuestra manera de celebrar nuestra amistad, en nuestra manera de hacer posible en estos días el sueño del Fundador sobre nosotros de llegar a ser la familia más unida del mundo.

Aunque podamos atravesar momentos de oscuridad e incertidumbre, confiemos en el Señor, que es nuestro pastor y que nos guía. No tengamos miedo a peregrinar como hermanos porque Jesús, el Peregrino, nos guía y nos acompaña con su ternura y misericordia. Confiemos en Él que nos unge con el perfume de su Espíritu ofreciéndonos cada día su copa de salvación. Ayudémonos mutuamente a encontrar plenitud y alegría en nuestra vida y nuestra misión para que un día podamos habitar todos juntos en su casa, junto con María Inmaculada, nuestra Madre, y nuestros santos y beatos oblatos que caminan con nosotros e interceden por nosotros. Que la paz y la misericordia de la Trinidad se hagan presentes en nuestros corazones y que Dios nos conceda el don de vivir en plenitud nuestro carisma y nuestra misión en estos días en los que peregrinamos juntos con esperanza y en comunión. Amén.

Luis Ignacio ROIS ALONSO, OMI
Superior General
18 de marzo, 2024, Dakar, Senegal