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Al declarar el AÑO DE VIDA CONSAGRADA del 30 de noviembre de 2014 al 2 de febrero de 2016, el Papa Francisco compartió reflexiones perspicaces: “Cada persona consagrada es un regalo para el Pueblo de Dios en camino. Hay mucha necesidad de su presencia, que fortalece y renueva el compromiso de difundir el evangelio, de la educación cristiana, de la caridad para con los más necesitados, de la oración contemplativa; el compromiso con la formación humana y espiritual de los jóvenes, de las familias; el compromiso con la justicia y la paz en la familia humana.”

Continuó diciendo que las “personas consagradas son SIGNOS DE DIOS en diversos ambientes de la vida, y son LEVADURA para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, y son PROFETAS al compartir la vida con los que están perdidos.” Todos los cristianos están vinculados a Dios por medio del bautismo y están llamados a hacer un don generoso de sus vidas, en la familia, en el trabajo, en el servicio de la Iglesia y en las obras de misericordia. Sin embargo, cada persona consagrada vive este compromiso DE MANERA PARTICULAR. La consagración total a Dios y a los pobres significa llevar la luz de Jesús a aquellos lugares donde la oscuridad es más densa y difundir SU ESPERANZA en corazones muy desanimados. Para los consagrados, “EL PROFETISMO ES INNEGOCIABLE. Incluso aquellos que están siendo formados para la vida consagrada deben aprender A NO ESTAR TRISTES NI MELANCÓLICOS. Eso significaría que algo está mal con su MISMA VOCACIÓN.”

Es con este trasfondo que comparto el aspecto de nuestro compromiso y la vida consagrada.

La gente generalmente es rápida para hacer promesas, pero relativamente lenta para cumplirlas. Están increíblemente ansiosos por hacer compromisos, pero indiferentes hacia su ejecución. Son rápidos en asumir responsabilidades, pero a menudo no son lo suficientemente particulares sobre llevarlas a cabo. Los compromisos abren tremendas posibilidades. Cuando hay compromiso, no nos resignamos fácilmente. Mientras que el compromiso busca opciones, la resignación se da por vencida rápidamente. El compromiso lleva a la creatividad. Para alcanzar nuestro objetivo, a veces debemos ir con la corriente y otras, en contra de ella. A veces tenemos que flotar y, en otras ocasiones, nadar. A veces, debemos ser fuertes y, en otras, vulnerables.

El compromiso hace posible lo imposible. Grandes obras son realizadas no por la fuerza, sino con compromiso. La falta de compromiso ha resultado en más fracasos que la falta de eficiencia. El compromiso otorga enfoque. La vida es impulsada por el enfoque y disciplinada por el compromiso. Nada se logra si no hay enfoque, disciplina y dedicación. Supera los obstáculos. Los obstáculos están destinados a cruzarse en nuestro camino en la vida. Son problemas tanto como posibilidades. Aquellos que están comprometidos son firmes y resueltos.

Cambios radicales han ocurrido en la historia. Pero solo unos pocos han hecho historia. En otras palabras, solo un puñado de personas han sido agentes activos de cambio en el mundo. Si examinamos sus vidas, vemos que estaban completamente comprometidos con su causa. Estaban poco preocupados por su ego. Fueron capaces de resistir la prueba de una fuerte oposición. Pudieron desafiar a sus adversarios en palabra y obra. El martirio fue el precio que pagaron por la liberación de su pueblo. Las personas comprometidas no temen al cambio. Solo las personas comprometidas pueden provocar un cambio creativo en la sociedad. Cuando somos irresponsables y disipados, nos reconciliamos con lo mínimo. Jesús es un hombre de compromiso. La conciencia fundamental de ser enviado mantuvo a Jesús enfocado en la misión de manera unívoca.

La proclamación de Pascua tiene implicaciones graves para nosotros. Llama a una transformación radical de la exclusividad a la inclusividad, de una visión estrecha a una todo abarcadora. Nos impulsa a salir de nuestras zonas de confort para trabajar por el bienestar de todos con una esperanza renovada, afirmando que ni la muerte, ni el pecado, ni el mal, ni el error, ni el odio, ni la injusticia tienen la última palabra en el plan de Dios. Nuestra esperanza puede estar confundida, nerviosa, ansiosa y asustada, pero entonces somos bendecidos graciosamente por la promesa de Dios de que su amor es verdadero, incondicional y eterno, como se manifiesta en la Resurrección de Jesús.

EUGENE Benedict, OMI
Consejero General para la Región Asia Oceanía