OMIWORLD


Crecimiento Intelectual: Para algunos, la formación permanente significa obtener más títulos académicos.
Crecimiento Espiritual: Para otros, la formación permanente es un tiempo de renovación y refresco.
Crecimiento Emocional: Para otros más, la formación permanente es un período de descanso después de años de ministerio.

El P. Luis Ignacio ROIS ALONSO, OMI, Superior General de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, compartió su visión sobre la formación permanente durante una reunión en febrero de 2024 con el Comité General de Formación en Roma. Destacó que «la formación permanente es una conversión diaria al Evangelio. Es más una actitud que una actividad; se trata de ‘ser’ más que de ‘hacer’; es cambiar la vida más que lograr en la vida».

Las Constituciones y Reglas Oblatas, especialmente C.68, definen la formación permanente como un proceso dinámico en el que «Dios sigue actuando en el mundo, y su Palabra fuente de vida, transforma a la humanidad para hacer de ella su Pueblo. Los Oblatos, instrumentos de la Palabra, deben permanecer abiertos y flexibles; deben aprender a hacer frente a nuevas necesidades y a buscar soluciones a nuevos problemas. Lo harán en un constante discernimiento de la acción del Espíritu que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30)». Reconocer y aceptar el papel del Espíritu Santo permite una transformación de la mente, el corazón y el espíritu, mejorando nuestra capacidad para enfrentar los desafíos de nuestra misión.

La formación permanente no se describe como un ocio individual (“Tiempo para Mí”), sino como un tiempo sagrado con Dios (“Tiempo de Dios y Mío”). Es un período para la renovación que involucra oración personal y comunitaria, reflexión y retiros, incluyendo un retiro anual de una semana. Estos momentos sirven como oportunidades para profundizar nuestro compromiso y servicio a Dios y a su pueblo. (C.35)

Este viaje espiritual es un proceso continuo de conversión y renovación. Nos permite reconectar con Jesús de manera personal y comunal, rejuveneciendo nuestro compromiso y capacitándonos para compartir eficazmente la Buena Nueva, especialmente a los más necesitados. La formación permanente ayuda a nuestro crecimiento humano personal y cristiano y, sobre todo, nos guía hacia la santidad.

Como se establece en R.68a, «El deseo sincero y la voluntad de cada uno son condiciones  indispensables para la buena marcha de la formación permanente.»  Así, el éxito de la formación permanente depende en última instancia del deseo genuino y del compromiso de crecimiento de cada individuo. Somos los principales actores en nuestro viaje espiritual, y la invocación diaria del Espíritu Santo es crucial para abrir nuestros corazones y colaborar efectivamente en nuestra formación.

Los estudios, programas de renovación, sabáticos y nuestro “Tiempo para Mí” están diseñados para acercarnos más a Jesús y mejorar nuestra autoconciencia y compromiso con la generosidad en nuestro «Sí». Estas experiencias fomentan la alegría y un sentido de realización. Como dicen nuestras Constituciones y Reglas, “Nos ayudaremos mutuamente a encontrar alegría y realización en nuestra vida comunitaria y nuestro apostolado, apoyándonos unos a otros en nuestra resolución de ser fieles a la Congregación.” (C.29)

Henricus Asodo ISTOYO, OMI
Asistente General para la Formación.