1. El afecto de Mons. de Mazenod hacia los Oblatos, su familia, etc.
  2. Las reliquias del corazón de Mons. de Mazenod

El afecto de Mons. de Mazenod hacia los Oblatos, su familia, etc.

Mons. de Mazenod escribió al padre Ambrosio Vincens, el 9 de noviembre de 1853: “Sólo vivo por el corazón”. A su llegada a Paris, en octubre de 1808, en las notas entregadas a su director, el seminarista declaraba: “Es casi increíble cómo, a pesar de ese carácter tal cual acabo de describirle el mío, mi corazón es sensible, y lo es en un grado excesivo.” En casi todas sus cartas a los Oblatos, el Fundador habla de su corazón, del amor paternal hacia sus hijos. Al padre Courtès, el 2 de abril de 1823, le hace esta confidencia: “En cuanto al corazón […], yo rivalizaría con cualquier criatura, pasada, presente y futura.”

El reconoce que “es así como Dios lo ha hecho” (carta al padre Tempier, 17 de octubre de 1835). Al padre Dassy, el 10 de enero de 1852, le dice “no sé cómo mi corazón alcanza para sentir tanto afecto por todos ustedes. Es un prodigio que tiene algo de un atributo de Dios […]. No, no existe en la tierra una criatura a quien Dios haya concedido el favor de amar tan tiernamente, con tanta fuerza, tan constantemente, a tan gran número de personas…” La misma expresión en una carta al padre Mouchette, el 24 de abril de 1855: “Amo a mis hijos incomparablemente más que ninguna criatura humana podría amarlos. Es un don que Dios me ha otorgado, no me canso de darle gracias por él, porque fluye de uno de sus más bellos atributos y tengo motivos para pensar que tal vez no se lo ha concedido a nadie en las mismas proporciones que a mí…”

A veces Mons. de Mazenod se pregunta si no será un obstáculo para su progreso espiritual la excesiva facilidad que tiene para volcar su corazón en la criatura (Retiro de diciembre 1811). En 1839, percibe que no es invulnerable respecto al corazón (Diario, 31 de marzo de 1839) y en 1856 escribe todavía: “Dios sabe que si tuviera algo que reprocharme, sería el quereros demasiado” (carta al padre Carlos Baret, 20 de abril de 1856). Justifica su amor paternal por sus hijos oblatos, por el hecho de que su corazón está hecho así, pero también porque este afecto se basa en las virtudes de los que él ama (cartas al padre Mouchette, 19 de julio de 1854 y 22 de marzo de 1857). Estos lazos están también formados, sobre todo, por la gracia, es decir por la oblación hecha en la Congregación y por el sacerdocio que ha conferido a muchos Oblatos (carta al padre Carlos Baret, el 18 de agosto de 1843 y diario, 25 de marzo de 1837).

El afecto paternal de Mons. de Mazenod por los Oblatos le valió innumerables sufrimientos. Cada uno de los 60 Oblatos fallecidos durante su vida y cada una de las 109 salidas de Oblatos con votos perpetuos, le provocaba una herida en el corazón. “Pago amargamente cara la felicidad de amaros”, confesaba ya al padre Courtès, el 15 de diciembre de 1828. Los diversos aspectos de los afectos de Mons. de Mazenod por los Oblatos fueron expuestos por Emiliano Lamirande, en un artículo de Etudes Oblates, en 1954.

Su cariño por la familia no era menor. A veces en 1809 y 1810 pensaba que iba a tener que prolongar su permanencia en el purgatorio a causa del amor excesivo por la familia (Cartas a su madre, 14 de febrero de 1809 y 11 de noviembre de 1810). En 1830, el padre de Mazenod piensa que su sobrino Luis, que estudia con los Jesuitas en Friburgo es poco cariñoso y envía pocas noticias de su vida. Le escribe el 3 de septiembre: “en nuestra familia, no nos contentamos con excusas en materia de sentimientos, damos mucho pero exigimos algo de vuelta. Los corazones de los Mazenod y de los Joannis están fundidos en tu madre y en mí, y esa es la más preciosa herencia que podríamos dejar.”

Este objeto de su cariño, al igual que su amor a Jesucristo, a la Iglesia y a las almas, aún no ha sido objeto de estudios particulares. Se sabe, sin embargo, que Mons. de Mazenod consagró su vida al servicio de la Iglesia y a la salvación de las almas. Siempre se dedicó en primer lugar a amar a Jesús y a seguir sus huellas. Escribió al respecto: “Que se estudie a san Juan, que se sondee el corazón de san Pedro y su amor por su divino Maestro, que se ahonde sobre todo lo que emana del corazón tan amante de Jesucristo no solo por todos los hombres sino en particular por sus Apóstoles y sus discípulos, ¡y que luego alguien se atreva a predicarnos un amor especulativo, desprovisto de sentimiento y sin afecto…!” (Diario, 4 de septiembre de 1837).

Las reliquias del corazón de Mons. de Mazenod

En una carta al padre Enrique Faraud, el 6 de marzo de 1857, el Fundador afirmó que este afecto continuaría después de su muerte: “Ojalá me fuera dado verlos a todos ustedes pasar desfilando ante mí, escribe. Con qué felicidad los apretaría contra mi corazón. Ustedes lo sentirían palpitar, con lo viejo que soy. ¡Oh, yo no he envejecido en eso! Me encontrarían aún desbordante de este afecto que les he dedicado y que me acompañará hasta la tumba, donde no entrará con mis restos mortales, ya que debe seguir a mi alma ante Dios, en cuya santa presencia no podría retractarme de un amor tan justo y tan conforme a su santa voluntad”.

Según una costumbre, hasta hace poco común, el Fundador quiso dejar en herencia su corazón de carne, símbolo de su afecto. Lo anunció en su testamento, redactado el 1° de agosto de 1854: “Me gustaría mucho que después de mi muerte, se depositara mi corazón en el santuario de Notre-Dame de la Garde, a los pies de nuestra Buena Madre, cuyo templo tuve la felicidad de levantar”. El 20 de enero de 1861, en un codicilo del testamento precisa: “Deseo que de mi corazón partido en dos sea depositada una parte en el santuario de nuestra Señora, a los pies de mi Buena Madre, y la otra en medio de mis hijos de Montolivet.”

El fundador murió el 21 de mayo de 1861. La extracción del corazón y su división en dos partes iguales, fueron realizadas al día siguiente de la muerte. A título de herederos y legatarios universales del difunto, los padres Tempier y Fabre conservaron primero en depósito esas dos reliquias. En los años 1861-1862, Mons. Cruice, obispo de Marsella, prácticamente rehusó reconocer el testamento de su antecesor y tomó varias medidas contra los Oblatos. La administración general debió abandonar Marsella para establecerse en París. Los padres Tempier y Fabre llevaron consigo las dos reliquias, con mayor razón puesto que Mons. Cruice había nombrado un administrador no oblato en Notre-Dame de la Garde y los Oblatos debían abandonar la dirección del santuario.

La reliquia destinada a Notre-Dame de la Garde permaneció en la casa general y siguió a ésta a París en 1861, a Lieja en 1901 y a Roma en 1907. Fue dividida nuevamente y hoy día se encuentran trozos del corazón en la casa general, en el escolasticado italiano de Vermicino, en San Antonio, Texas, y en el escolasticado de Obra, Polonia.

La reliquia dejada en el escolasticado de Montolivet siguió a los escolásticos franceses a Autun en 1862, a Inchicore y Belcamp Hall (Irlanda) en 1880 y 1885, a Bleyerheide (Holanda) y Lieja (Bélgica) en 1888 y 1891, a La Brosse-Montceaux en 1934, a Solignac en 1946, y finalmente a Aix en 1980. Esta parte del corazón también fue dividida, un fragmento se conserva en Aix y el otro se encontraba en la iglesia de los Oblatos, San Pedro Apóstol, Montreal. Esta reliquia junto con su relicario fue robada recientemente y aún no ha sido encontrada.

Antes de morir en 1984, el padre Ángel Mitre, postulador, había recogido muchas notas sobre las divisiones del corazón y sobre los diversos relicarios, notas con las que redacté el artículo aparecido en Vie Oblate Life, en 1985.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.