1. El concordato
  2. Los cardenales negros y el Concilio nacional de 1811

Napoleón Bonaparte nació en Ajaccio el 15 de agosto de 1769, poco después de la cesión de Córcega a Francia en 1768. Estudió en el colegio de Autun, y luego en las escuelas militares de Brienne y de París. Saludó con simpatía la Revolución que en su opinión podría ayudar las aspiraciones de autonomía de la isla donde vivió de 1789 a 1793. De vuelta al continente en 1793, se mete en la política, es nombrado primer cónsul y promete la paz a los franceses tras diez años de revolución y de guerra. Se muestra tan bien dotado para administrador como para general. Reorganiza las finanzas (banco de Francia, control de los impuestos), la justicia (código civil) y también los cultos.

El concordato

Napoleón se da cuenta de que necesita el apoyo de la Iglesia. Prepara el Concordato con la Santa Sede, firmado el 15 de julio de 1801 y promulgado el 18 de abril de 1802. Por ese concordato el clero renuncia a los bienes que había poseído, pero el Estado se compromete a mantener a los obispos y a los párrocos como funcionarios. El Gobierno nombra a los obispos, pero la institución canónica la reciben del Papa. Los sacerdotes emigrados pueden regresar y las iglesias se vuelven a abrir.

Eugenio en los escritos de este período no nombra nunca a Napoleón, pero en 1802 se muestra francamente opuesto al Concordato y afirma que en esa ocasión el Papa se ha sporcificato, es decir, se ha deshonrado haciendo bajezas (LEFLON, I, p. 249 [ed. españ. p. 138]).

Después de su regreso a Francia en 1802 Eugenio verá mejor la situación y las ventajas del Concordato. Cuando en 1805 viajó a París para obtener pasaporte a Sicilia,escribe a su padre el 14 de agosto: “Mañana es el día de la Asunción, fiesta grande por varias razones […] Habrá carreras de caballos, y luego iluminación y fuegos artificiales, porque además de la fiesta que solemniza toda la Iglesia, se celebra el aniversario del nacimiento de Napoleón. Se darán gracias a Dios también por el éxito del Concordato, y con mucha razón; todo católico que mire un poco por el bien de la religión debe unir sus oraciones a las de la Iglesia de Francia. La religión estaba perdida para siempre en este reino y si la paz otorgada a la Iglesia no hubiera dado facilidades a los ministros para preservar a la juventud […] todos los que tienen 18 o 20 años ignorarían si existe Dios” (Escritos espirituales, t. 14, p. 40).

Los cardenales negros y el Concilio nacional de 1811

El 1 de mayo de 1804 Napoleón es proclamado emperador por el Senado. Esto es confirmado en un plebiscito. El 2 de diciembre de 1804 Napoleón es coronado emperador en Notre-Dame de París en presencia del Papa Pío VII. Las relaciones entre Roma y París son buenas durante unos años. Pero, vencedor de varias coaliciones, Napoleón desea imponer el Concordato a todos los países de los que se ha vuelto soberano, en particular a Italia, en particular a Italia, a Austria, a Bélgica y Holanda. El Papa se opone, rehúsa entonces dar la institución canónica a los nuevos obispos y suprime así prácticamente el Concordato. Las tropas francesas se apoderan entonces de Roma y los Estados Pontificios se adscriben al Imperio por decreto del 17 de mayo de 1809. Pío VII, sin nombrar a Napoleón, excomulga a todos los que han tenido parte en esa acción. Entonces el Papa es conducido a Savona, en la ribera de Génova, donde permanecerá cuatro años, y los cardenales italianos son dispersados hasta París.

Eugenio está entonces en el seminario de San Sulpicio. Gozando de la confianza del superior, Señor Emery, es su intérprete ante los cardenales italianos de París. Es también miembro del scriptorium de Emery y, entre otras cosas, hace una copia del decreto de excomunión que Juan María de Lamennais distribuye en seguida en Bretaña.

En junio de 1810 Napoleón destierra a provincias y despoja de la púrpura, confiscando sus bienes, a trece cardenales que rehusaron asistir a su segundo matrimonio con María Luisa, archiduquesa de Austria. Eugenio colabora con varios seminaristas para alimentar la caja de los confesores de la fe. El 19 de junio de 1810 escribe a su madre: “El Emperador, tras haber encarcelado al Papa y tras haber desterrado a los cardenales, dispersándoles de dos en dos por diferentes ciudades del Imperio, tras haberlos despojado de sus insignias de cardenales y confiscado todos sus bienes, ha puesto su mira en la congregación de San Sulpicio, a la que expulsa del seminario…” (Escritos espirituales, t. 14, p. 158).

El Papa siempre rehúsa la institución canónica de los obispos nombrados por Napoleón. Muchas sedes quedan vacantes. En 1811 el Emperador convoca a los obispos de Francia y de Italia a un concilio imperial con el fin de hacer decretar que la institución canónica puede ser dada por el metropolitano o por el decano de los obispos de una región. El concilio no celebra más que una sesión plenaria, el 17 de junio, a la que asiste Eugenio como uno de los maestros de ceremonias. Allí, en la iglesia de Notre-Dame, es donde vuelve a encontrar a Mons. Milesi, antes conocido en Venecia y ahora obispo de Vigevano. Los obispos se oponen a los planes del Emperador y éste disuelve el concilio el 10 de julio.

En 1813 Napoleón hace ir al Papa a Fontainebleau para tratar de entenderse con él. Pero los acontecimientos se precipitan. Francia, empobrecida por las guerras, sostiene cada vez menos al Emperador. Las tropas aliadas entran en Francia en 1814. Napoleón devuelve al punto a sus casas a los cardenales y al Papa. Pío VII pasa por Aix el 7 de febrero de 1814 y el abate de Mazenod sale a su encuentro y se agarra por un tiempo a su carroza (LEFLON, I, 442-444). Napoleón abdica el 6 de abril de 1814. Vuelve en la primavera de 1815, pero es forzado a abdicar de nuevo el 22 de junio. Muere en Santa Elena el 5 de mayo de 1821.

En el curso de su vida Mons. de Mazenod nombra todavía algunas veces a Napoleón. Por ejemplo, el 17 de junio de 1814 anuncia a su padre en Sicilia que vive con el hermano Mauro a quien, escribe “yo había recogido en la Trapa cuando ésta fue destruida por el execrable tirano enemigo de todo bien”. En Roma, en febrero-abril de 1826, lee las Memorias del cardenal Pacca sobre el exilio del mismo en Francia y sobre sus relaciones con Napoleón. Cuando el Papa Pío IX debe abandonar Roma para ir a Gaeta en 1848, en una carta pastoral el 29 de noviembre ordena oraciones por el Papa y hace alusión a “Pío VII cautivo durante seis años de un conquistador orgulloso”.

Durante el episcopado de Mons. de Mazenod, a petición de las autoridades civiles, se celebra al parecer cada año un servicio fúnebre en la catedral el 5 de mayo con ocasión del aniversario de la muerte de Napoleón y el 15 de agosto se canta un Te Deum en las iglesias parroquiales en honor de la Santísima Virgen y del restablecimiento del culto en Francia en 1802 (Mazenod al alcalde, 30-4-1853, y a los párrocos el 4-8-1857).

YVON BEAUDOIN, O.M.I.