1. Carlos Alejandro de Mazenod
  2. Carlos Antonio de Mazenod
  3. Carlos Luís Eugenio de Mazenod
  4. Carlos Fortunato de Mazenod
  5. Carlos Eugenio de Mazenod
  6. Carlota Eugenia Antonieta de Mazenod
  7. Señora de Carlos Antonio de Mazenod

Carlos Alejandro de Mazenod, señor de Saint-Laurent y abuelo de Eugenio, nació en Marsella el 23 de febrero de 1718. Licenciado en derecho el 4 de enero de 1741, fue recibido como presidente en el Tribunal de Cuentas el 6 de marzo de 1741. Se casó en Aix el 10 de junio de 1743 con Úrsula Elisabeth Felicité de Laugier (1725-1782). De esa unión nacieron Carlos Antonio (1745-1820), Carlos Ignacio (1746-1753), Carlos Hipólito (1747-1759), Carlos Fortunato (1749-1840), Carlos Luís Eugenio (1750-1835) y María Ana (1752-1753). Ciego en su vejez, murió en Aix el 9 de mayo de 1795, cuando toda la familia había emigrado a Italia.

Eugenio lo conoció poco. Lo nombra a veces en las cartas a su madre de 1802 a 1804, sobre todo en relación con las numerosas deudas que su abuelo dejó a su muerte. Comienza, sin embargo, su Diario de emigración con este elogio: “Carlos José Eugenio de Mazenod nació en Aix el 1 de agosto de 1782. Sabéis que su familia ocupaba uno de los primeros rangos en la magistratura. Su abuelo, hombre de espíritu amable y cultivado, había servido primero entre los mosqueteros, pero, al no permitirle su salud continuar en ese servicio, pasó a ser presidente del Tribunal de Ayudas y Cámara de Cuentas, etc., de Provenza; sus talentos lo colocaron muy pronto al frente de esa compañía, cuya confianza se ganó por entero. Fue diputado en París para representarla en los debates que sin cesar renacían entre ella y el Parlamento con el cual intentaba correr parejas y sobre el cual habría tenido derechos de preeminencia por haber sucedido al antiguo Tribunal de Cuentas de Provenza, muy anterior al establecimiento del Parlamento. En sus viajes a París, fue admitido en la intimidad del Sr. Delfín, padre de los reyes Luís XVI, Luís XVIII y Carlos X…” (Diario, I, t. 16, p. 11).

En carta a su padre el 3 de diciembre de 1806, Eugenio invita a su padre a escribir una biografía de Carlos Alejandro, por “el interés que todo hijo bien nacido debe tener en la gloria de su padre”, pero también para refutar un librito impreso en París en 1764 “donde se pretende oscurecer los talentos y hasta las intenciones de un hombre que quiso siempre el bien y que lo hizo en cuanto estuvo en su poder […], de un hombre cuyo carácter distintivo fueron la probidad y la honradez, de un hombre que sacrificó a la sombra de sus deberes su progreso y el de su familia, que fue no solo el más amable sino el más virtuoso y el más grande magistrado del siglo pasado en Provenza…”

Carlos Antonio de Mazenod, señor de Saint-Laurent y padre de Eugenio, nació en Aix el 24 de enero de 1745. Licenciado en derecho el 16 de junio de 1764 y abogado en el parlamento, fue recibido como presidente de mortero del Parlamento. El 3 de febrero de 1778 se casó con María Rosa Eugenia Joannis, de la que tuvo tres hijos: Carlota Elisabet Eugenia (1779-1784), Carlos José Eugenio (1782-1861) y Carlota Eugenia Antonieta (1785-1867).

“Humanista y jurista cabal, Carlos Antonio poseía una rica experiencia, con el sentido y el gusto de las bellas formas literarias. Le debemos toda una serie de obras muy preciosas pero que quedaron inéditas y sin utilizar, sobre la historia de los Estados y Tribunales de Provenza” (LEFLON, I, Eugène de Mazenod, París 1957, p. 43).

Carlos Antonio emigró a Italia en diciembre de 1790 y no volvió a Francia hasta fines de diciembre de 1817. Vivió entonces en Marsella hasta su muerte que acaeció el 10 de octubre de 1820. Su hermano Fortunato que residía en Aix iba a verlo en lo posible cada mes, pero los otros miembros de la familia le hicieron pocas visitas.

Eugenio estimó y amó mucho a su padre que fue prácticamente su profesor sobre todo de literatura. Le escribió 39 cartas en 1799 y 1800 cuando estaba con los Cannizzaro, en los Colli, y unas 70 de 1802 a 1807. La correspondencia cesó entonces a causa del bloqueo continental. Se reanudó de 1813 a 1820 con 36 cartas.

El 19 de octubre de 1820, el P. de Mazenod escribe al P. Tempier en Notre-Dame du Laus: “A estas horas, mi querido amigo, ya conoce la desgracia que me ha ocurrido y las circunstancias que la han acompañado. No le hablaré de ello, para no ser tentado a extenderme sobre ese asunto, que sería inagotable. Mi único consuelo es el de pensar que no es posible tener en la tierra una seguridad mayor de la salvación de un alma. Me alimento con este pensamiento, mientras rezo desde el fondo de mi corazón por ese excelente padre que nos ha dejado ejemplos heroicos de fe, de paciencia, de humildad, de resignación, de confianza en Dios, de devoción a la Santísima Virgen, de fortaleza, etc. ¡Qué hermoso final de vida! Pero ¡qué martirio para el pobre hijo que Dios había llamado junto a él para exhortarle en la muerte!…” (Ecr. Obl. T. 6, carta 54).
El 10 de octubre de 1838 escribe Mons. de Mazenod una página parecida sobre la muerte edificante de su padre: “Algún día podré entrar en más detalles. Diré todavía, para la edificación de quienes deseen contarlo que él me confió que no había pasado un día de su vida sin invocar a la Santísima Virgen y que nunca había querido leer un libro contra la religión, y con todo, su juventud había sido borrascosa .¡Oh, santa fe, qué tesoro para un alma que la ama!” (Ecr. Obl. T. 19, p. 216).

Carlos Luís Eugenio de Mazenod, tío de Eugenio, nació en Aix el 30 de mayo de 1750. Entró como voluntario en la marina en marzo de 1765, fue nombrado alférez de navío el 1 de octubre de 1773, teniente el 13 de marzo de 1779 y mayor de navío el 16 de diciembre de 1786. En 1765 se embarcó en Tolón en la fragata La Quimera. Viajó sin cesar hasta 1791. Llegó, entre otros lugares, hasta la Isla de Francia (isla Mauricio) en 1773. Participó en la guerra de la independencia americana, cuyas hostilidades comenzaron por mar el 17 de junio de 1778.
Fue con su tío Luís con quien Eugenio salió de Aix para Niza el 20 de abril de 1791. El marino siguió a sus hermanos en Turín, Venecia, Nápoles y Palermo, y volvió a Francia con ellos el 27 de diciembre de 1817. Se casó en Palermo con Antonia Vita (1762-1827) . A su regreso, obtuvo del gobierno de Luís XVIII una pensión de retiro y el grado de contralmirante. Murió en Marsella el 24 de febrero de 1835 a la edad de 85 años.
En su Diario el 1 de febrero de 1838, Mons. de Mazenod anota que ha comprado un terreno en el cementerio de Marsella para inhumar a su tío el caballero. “Nos queda la facultad, añade, de hacer que nos entierren a todos en ese cuadro de tierra” (Ecr. Obl. T. 19, p. 33). El 25 de mayo de 1855 escribe al P. Courtès que va a hacer transportar dentro de poco al panteón de los Oblatos en el cementerio de Aix “los cuerpos de nuestros santos padres Mie y Gibelli que están depositados aquí en el sepulcro de mi tío el caballero, cuyos restos trasladaré también”.

Carlos Fortunato de Mazenod, tío de Eugenio, obispo de Marsella de 1823 a 1837. Eugenio siempre lo estimó y amó mucho. Vivió con él durante la emigración, en Aix de 1818 a 1823,y luego en el obispado de Marsella de 1823 a 1840. Ver el artículo: Fortunato de Mazenod.

Carlos Eugenio de Mazenod, fundador de los Oblatos de María Inmaculada y obispo de Marsella de 1837 a 1861. Ver el artículo: Carlos Eugenio de Mazenod.

Carlota Eugenia Antonieta de Mazenod, hermana de Eugenio, nació en Aix el 31 de octubre de 1785. Emigró a Italia con su madre en junio de 1791 y volvió con ella a Francia en 1795. Eugenio tuvo la alegría de volverla a ver al regresar él mismo a Aix a fines de 1802. Escribe a su padre el 22 de enero de 1803 que disputa a veces con Eugenia, pero reconoce “que ella tiene bastante ingenio, pero que le falta mucha instrucción. Espero que por fin se persuadirá de que no le basta a una mujer bien nacida el saber coser. Yo le desearía también sentimientos nobles; si fuera más dócil sería una buena muchacha. Yo la quiero mucho y ella me quiere también”.

El 21 de noviembre de 1808 Eugenia se casó con Armando Natal de Boisgelin de quien tuvo cinco hijos, de los que solo dos le sobrevivieron. Ver: Armando Natal de Boisgelin y familia.

Eugenio estuvo siempre muy unido a su hermana. Le escribió al menos 25 cartas y fue a verla a menudo en Aix de 1823 a 1861. En abril-junio de 1842 hizo un largo viaje por el norte de Italia con ella y con su sobrina Cesárea para distraerlas después de la muerte de Luís de Boisgelin, jesuita (cartas a Tempier, Ecr. Obl. T. 9, p. 187-202). Sufrió tanto como ella por la muerte de tres de sus cinco hijos y se alegró igualmente con ella con ocasión del matrimonio de Cesárea con Carlos de Damas en 1845, y del de Eugenio con Angélica de Sallony en 1848.
Eugenia falleció en casa de su hija la señora de Damas en el castillo de Cirey (Alto Marne) el 20 de agosto de 1867 y fue enterrada en Aix el 27 del mismo mes.

Señora de Carlos Antonio de Mazenod, de soltera María Rosa Eugenia de Joannis, madre de Eugenio, nació en Aix el 29 de mayo de 1760. El 3 de febrero de 1778 se casó con Carlos Antonio de quien tuvo tres hijos. En diciembre de 1890 la Revolución obligó al presidente a exiliarse a Niza. Su hijo y su hermano Carlos Luís se le unieron a fines de abril de 1791,y luego en junio la Señora de Mazenod y Eugenia. Tras unos años en Turín y Venecia, éstas regresaron a Francia en 1795. En 1801, la señora hizo presión sobre el presidente para que volviera Eugenio, quien llegó a Aix a finales de octubre de 1802.

Acostumbrado a vivir en Palermo con tres hombres que le dejaban mucha libertad, Eugenio sufrió al principio en Aix, rodeado de su madre, de su tía Dedons y de su abuela, mujeres que lo querían mucho, pero con un afecto “que se hace acaparador, pródigo en observaciones y consejos, puntilloso en sus órdenes y mandatos, autócrata y un poco estrecho” (LEFLON, o. c., p. 269). En una carta al presidente de Mazenod, el 16 de febrero de 1803, Eugenio describe así a su madre: parece que tiene un humor acre en su sangre, “pues cuando toma baños se encuentra mejor. Lo que también le hace mucho mal es su extrema vivacidad; la menor cosa la inquieta y toda clase de inquietud la perjudica. Corre, va, viene, sube y baja como si tuviera solo quince años; querría hacerlo todo, y luego, cuando se ha agitado mucho, sufre. Al día siguiente está bien y he aquí que vuelve a empezar en la quinta, en el cercado, en el sótano, en el granero. De veras, a veces es imposible dejar de reír. Todo el mundo la sermonea…”

Posteriormente, Eugenio comprende mejor a su madre y le manifiesta de continuo su apego y su amor; evita contrariarla y le razona con mucha suavidad por ejemplo con ocasión de su vocación sacerdotal en 1808 y de la de Luís de Boisgelin en 1837.

Le escribió un centenar de cartas de 1799 a 1812 y alrededor de 200 de 1813 a 1851. Desde 1823 a 1851 iba a verla con frecuencia a Aix o la invitaba cada año a pasar una temporada en el obispado de Marsella. La mencionaba en todas las cartas a su padre y luego en las dirigidas al P. Courtès, superior de los oblatos en Aix.

La Sra. de Mazenod murió en Aix, a los 95 años, de resultas de un catarro la noche del 17 al 18 de diciembre de 1851. El 29 Mons. de Mazenod escribió a Mons. Guibert: “Habría debido ser yo, mi querido amigo, quien te informara de la terrible desgracia que acababa de experimentar, pero te explicas fácilmente cómo me fue imposible. Mi buena madre nos ha sido arrebatada con todas sus fuerzas, sin haber guardado cama un solo día, sin fiebre, sin agonía, se podría decir que sin enfermedad si un catarro de unos días no fuera una enfermedad en una persona de edad avanzada. Todavía si el médico la hubiera tratado de un catarro, pero no, a sus ojos se trataba de un simple resfriado que él trataba con un poco de tisana, mientras que se hubiera debido administrar un poco de emético para dividir y hacer expectorar el humor que tendía a coagularse. Y esto fue lo que ahogó a esa santa madre en el momento en que creíamos que dormía apaciblemente. Solo tuve tiempo para darle la absolución y recibir su último respiro. Todavía estoy aturdido […]

“Ciertamente me resigno a la voluntad de Dios, sería muy indigno de mi santa madre si así no fuera, pero mi dolor llega a su colmo, y no puedo consolarme de no tener ya ante mis ojos ese modelo cabal de todas las virtudes cristianas personificadas en mi propia madre, tan digna de mi amor y de mi veneración. Con todo, Dios bueno me procura un género de consolación al que soy muy sensible: es el interés que todos me atestiguan, el cual, por la calidad de quienes me lo expresan, con gran asombro mío, de todas las partes de Francia, puede considerarse como una especie de canonización […]

“Cuando, arrodillado junto a su lecho, yo la miraba hasta el momento en que hubo que separarse, contemplaba su cuerpo dormido y como ante una reliquia la invocaba y sentía que de mi oración me surgía el deseo y la voluntad de ser mejor para asemejarme mejor a ella que, la primera, me había enseñado a amar a Dios. Si supieras hasta qué punto de perfección llevaba ella la virtud. Tú conoces una parte. Pues bien, te diré que ella no ponía ya límites a su caridad, y que no se trataba solo de dar lo superfluo a los pobres y a las buenas obras, sino que todos sus haberes pasaban ahí…” ( Ecr. Obl. T. 11, p. 66-68).

YVON BEAUDOIN, O.M.I.