Félix García, omi (superior de la Delegación)

“Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba.  Por la fe, peregrinó por la Tierra Prometida, como en tierra extraña, habitando en tiendas de campaña, lo mismo que Isaac y Jacob…” (Hebreos 11, 8-9).

Queremos expresar nuestro agradecimiento al Señor de la vida y de la historia que nos ha permitido ser parte de este peregrinar por 35 años con su pueblo en estas bellas tierras, también a cada hijo de San Eugenio de Mazenod, que como Abraham se pusieron en camino, que con su presencia y compromiso misionero, han dejado huella en la historia, en la vida de muchas personas y comunidades.  

Este recorrido, no se puede contar, sin la presencia comprometida de los laicos, de hombres y mujeres de fe, de las familias, de los jóvenes y niños que han sido parte de este caminar como catequistas, celebradores de la Palabra, animadores de salud, ministros de la eucaristía, formadores de agentes de pastoral, laicos oblatos, animadores de Cebs, (Comunidades eclesiales de Base) de los movimientos eclesiales, además de la vida religiosa que peregrina en estas tierras, con quienes hemos compartido juntos este camino en la vida y en la fe de nuestro pueblo.

Todo peregrino tiene un ideal -una idea fuerza-: que lo pone en movimiento hacia la Meta

Así, un 2 de Julio de 1988, llegaron a Guatemala los 5 primeros oblatos, para compartir la vida y la fe con el Pueblo de la diócesis de Quiché, una de las regiones más afectadas y sufridas por el conflicto armado interno que duró de 1960 a diciembre de 1996. Este grupo de jóvenes intrépidos, providentes del Perú, México, USA y Argentina (Pedro, Héctor, Daniel, José Alberto) liderados por el p. Gerardo Kapustka,” el viejo” asumieron las 4 primeras parroquias oblatas, en los municipios de Sacapulas, Cunén, Uspantán y Chicamán (actualmente sólo tenemos presencia en Chicamán).

Al abrir nuevamente las sedes y las casas parroquiales que se encontraban bastante deterioradas, ya que se habían convertido en cuarteles militares o centros de detención clandestinos, los oblatos, relacionaron su labor apostólica con los pequeños comienzos de nuestra congregación en tiempos  del fundador, ya que el apostolado principal fue visitar pequeños pueblos rurales empobrecidos, alejados de centros médicos, con un altísimo índice de analfabetismo, donde la desnutrición había dejado secuelas;  donde era evidente el abandono de las iglesias, de las prácticas religiosas por el miedo a la percusión vivida de cerca, la desconfianza,… fueron elementos cotidianos con los que los recién llegados tendrían que trabajar, además del desconocimiento de los idiomas nativos, pero sostenidos por la experiencia de fe, los encuentros comunitaritos y el deseo de vivir y acompañar con la fuerza germinal del Evangelio la vida con este sufrido pueblo.

Sin embargo, la pronta respuesta, la presencia de las personas en las tareas pastorales, los valores del compartir solidario, el deseo de formar familias y comunidades reconciliadas, los deseos de vivir una vida digna, de celebrar la fe y la vida, fortaleció la vida, los sueños, la presencia oblata de esos primeros años. Otro elemento valioso para transitar esta etapa, fue el apoyo y la cercanía del obispo diocesano, además de varios sacerdotes y religiosas nativas, que habían mantenido su presencia, su cercanía en la vida de la diócesis de Quiche, fueron gradualmente ayudando a los oblatos a vivir en esta iglesia perseguida, martirial y profética, que se esforzaba en vivir la comunión, la participación y que anhelaba vivir la anhelada Paz.

Durante esos primeros años, se tuvo la oportunidad de acompañar a reconstruir la vida y la esperanza del pueblo que se había fracturado por el conflicto armado interno; fue una gran oportunidad para desarrollar la escucha y aprender en la medida de lo posible, otros idiomas, otras maneras de organización comunitaria, de compartir la espiritualidad oblata. Por varios años nuestro modo de ser peregrinos de esperanza en Guatemala, ha sido el compartir el Evangelio en comunidades misioneras, en visitar, pasar tiempo con las familias y las comunidades que habían sufrido la realidad de violencia, el acompañamiento en la búsqueda de justicia y en el conocimiento de sus derechos.

Esto ha implicado un gran esfuerzo por incorporar en nuestros objetivos y en los planes pastorales, espacios de escucha, el de aprender a tomar tiempo para compartir la vida con las personas, con las comunidades a las que hemos sido enviados, porque, en el área rural, las celebraciones comunitarias, incluida la Eucaristía, concluyen con espacios donde se comparte el café, el atole, las tortillas y la comida que cada familia aporta con gran alegría.

Como respuesta a las necesidades formativas de los nuevos oblatos de nuestra región (América latina) en un ambiente que les ayudara a vivir y a confrontar su discernimiento en la vida misionera oblata, contando con la aprobación del arzobispo de la ciudad de Guatemala y de nuestro Superior General de esos años, el P. Marcelo Zago, en 1994 iniciaba el nuevo Noviciado Latinoamericano María Inmaculada, a orillas de la ciudad.

En ese mismo año, después de una evaluación y de un discernimiento comunitario, para atender los desafíos de la Diócesis de Quiche y desde nuestro carisma, 3 oblatos deciden comprometerse para atender pastoralmente a la parroquia Cristo Redentor, en la región selvática del Ixcán (frontera con Chiapas, México). Nuevamente se continua con la tarea de la escucha, del acompañamiento y la formación en el cuidado del medio ambiente, de la defensa de los derechos humanos, de la formación catequética, la reflexión teológica-pastoral, el cuidado de la salud integral, este fue nuestro modo de acompañar a las personas y comunidades de esta región por 25 años, (se entregó en diciembre de 2020).

Esta obra apostólica fue compartida con otros religiosos, religiosas y sacerdotes diocesanos. Algunos de estos pueblos, se formaron con personas que habían huido del conflicto armado interno a México y que como los relatos del Pueblo de Israel, que nos narra el AT, volvieron para recomenzar de cero, a reconstruir su vida y esperanza en su patria, cargados únicamente de sus sueños y de su experiencia de fe que los había sostenido durante su tiempo de exilio. En este tiempo también, algunos jóvenes aspirantes a la vida oblata tocaron nuestras puertas para responder a la invitación del Señor iniciar un camino formativo, motivo de alegría y esperanza para nuestros misioneros que con gusto abrieron una casa vocacional.

En 1997, ante las necesidades de atención pastoral a los vecinos de la colonia San Ignacio, los oblatos, solicitaron al arzobispo, hacerse cargo de una parte de la parroquia de nuestra Señora de Belén. Nació así la Cuasi parroquia Santa Cecilia, en la hoy poblada zona 7 de Mixco, que junto el noviciado y la casa central han sido testigos del gran crecimiento de esta parte de la ciudad y que seguimos acompañando hasta el día de hoy.

Un acontecimiento difícil y doloroso vivido en estos años, fue el que sucedió el 18 de Mayo del año 2008; en el trayecto entre Alta Verapaz y Playa Grande, Quiché, en un asalto a mano armada, fue asesinado el P. Lorenzo Rosebaugh, OMI, quien conducía un microbús con la mayoría de los oblatos de Guatemala; en este incidente hubo otros lesionados que afortunadamente pudieron recuperarse. Las muestras de solidaridad, el cariño de las comunidades, la cercanía de los hermanos, la búsqueda de justicia, la oración comunitaria, fueron vitales para que a pesar de la muerte violenta del p. Larry, se pudo celebrar la vida nueva y el perdón que brota de la experiencia pascual. Hoy día el P.  Lorenzo sigue inspirando a las nuevas generaciones de oblatos a ser generosos, valientes y arriesgados en contextos que hoy peregrinamos.

02 de enero de 2016, Inquietos por ampliar nuestros horizontes  en el país y en agradecimiento a Monseñor Julio Cabrera Ovalle, oblato honorario quien nos invitó a venir a Guatemala, decidimos abrir una nueva presencia  oblata en la diócesis que él atendía y se nos concedió tener presencia en la Parroquia Divina Misericordia, en Ciudad Pedro de Alvarado, en la Diócesis de San Francisco de Asís, Jutiapa, (frontera con El Salvado); nuestras tareas pastorales aquí, continúan siendo el escuchar la realidad de sufrimiento de las familias que emigran hacia el norte,  la presencia y consuelo en espacios de ausencias de varios padres o madres de familia, el acompañando la vida y la fe de las pequeñas  comunidades misioneras, la formación de agentes de pastoral, el trabajo pastoral con jóvenes, …

En marzo de 2018, después de un proceso de varios años, logramos la apertura del Centro de Salud Integral San Eugenio de Mazenod “FUNVIMA” un espacio para la atención a las necesidades de salud integral de los vecinos y de otras personas que transitan por esta zona. Es una experiencia donde la Familia laical oblata colabora activamente, muchas de las iniciativas son animadas y dirigidas por ellos mismos en coordinación con los hermanos que trabajan en la Delegación. En este centro, muchas personas han encontrado un apoyo en el cuidado de su salud, física, espiritual o psicológica; donde los padres de los niños que ingresan a los programas de nutrición saben que tendrán otro futuro, donde es posible vivir un día de retiro espiritual y donde también, hay un espacio para la recreación y la fiesta.

¿Qué lecciones hemos aprendido de estos 35 años de peregrinar en estas tierras y qué retos nos faltan para atender la realidad de  hoy?

“… ¿Hay algún fin más sublime que el de su Instituto? Su Fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios; sus primeros padres, los Apóstoles. Han sido llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano. Y aunque, por razón de su escaso número actual y de las necesidades más apremiantes de los pueblos que les rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos, su ambición debe abarcar, en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera”. San Eugenio de Mazenod 1818

Hoy día, seguimos siendo pocos oblatos en la Delegación, nos reconocemos como humildes cooperadores del Salvador, hombres frágiles y limitados pero que hemos experimentado un gran abrazo misericordioso de Dios que nos ha capacitado para ser testigos de su bondad en medio de su pueblo. Nos hemos comprometido hacer nuestras las directrices pastorales de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en nuestro modo de vivir y anunciar la Buena Nueva, buscando que nuestra misión y nuestras comunidades sean ecológicas, integradoras y autosostenibles.

Deseamos también mantener la apertura en cada comunidad a nuestros hermanos oblatos y a los miembros de la familia Mazenodiana que desean vivir y acompañar estos sueños en estas tierras “chapinas”.

Aunque hoy día contamos con varios oblatos nativos, nuestra Delegación, ha tenido la gracia de construir comunidades interculturales que la han enriquecido, pues el contar con oblatos de varias partes del mundo: Canadá, Estados Unidos, México, Perú, Italia, Brasil, Bélgica, Argentina, El Congo, Polonia… nos ha retado a ampliar la mente y el corazón para que todos tengamos lugar en nuestras comunidades, esto no ha sido un camino fácil pero tratamos de responder con nuestro sí, cada día.

Algunos oblatos que trabajaron en la delegación de Guatemala en estos 35 años, regresaron a sus países de origen, otros dejaron el ministerio presbiteral, y algunos más descansan ya en la Casa del Padre y desde allá continúan ejerciendo su tarea para que nosotros continuemos esta obra del Señor en su bondad nos ha confiado.

La respuesta y el compromiso del laicado oblato, que vive a profundidad el seguimiento de Jesús, construyendo comunidades eclesiales, nos hace amar y estar presente en nuestras obras encomendadas. Además, por la presencia del Noviciado en la Delegación, nos ha tocado conocer y compartir con un gran número de novicios que hoy en día se encuentran ejerciendo su ministerio en sus respectivas unidades.

Los oblatos de Guatemala, estamos agradecidos por estos primeros 35 años de presencia y deseamos seguir atentos a las llamadas del Señor, para responder y estar presentes “dónde la vida clama” a gritos una esperanza de salvación que solo Cristo puede ofrecer con plenitud.  Deseamos seguir acompañando al Pueblo de Dios, apostando por una iglesia misionera, comunidad de comunidades, fraterna y sinodal. Donde desde su pequeñez, desde lo germinal, siga siendo servidora de las personas de nuestro tiempo.  A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3, 10).  C.4 b.

Hemos visto a nuestra Buena Madre, como peregrina, que camina y nos encamina a seguir los pasos de su Hijo.  Ella vive y nos transmite actitudes y ánimo para seguir peregrinando en nuestra tierra hoy, como muchas mujeres guatemaltecas, Mujeres del Alba; de lucha, de coraje y compromiso con su pueblo, que animan la vida de sus familias y sus comunidades, A ellas que nos enseñan a vivir el Evangelio de una manera siempre nueva, a estas formadoras y acompañantes, vaya todo nuestro agradecimiento.

Haga clic aquí para ver más fotos