Caminemos juntos escuchando el llamamiento al cuidado de la casa común.

LJC et MI

Queridos hermanos oblatos y miembros de nuestra familia carismática

El 1 de septiembre es el día mundial de oración para el cuidado de la creación. Es una iniciativa del papa Francisco que también ha escrito la Encíclica Laudato Si’ (LS) sobre el cuidado de la casa común. El 37º Capítulo general nos dijo que el cuidado de la Tierra “nos incumbe, de manera especial, en nuestro trabajo misionero. Hemos tomado conciencia de nuestros insuficientes esfuerzos por cuidar el medio ambiente. Por tanto, somos desafiados a comprometernos al máximo para dar prioridad a la conversión ecológica como una parte fundamental de nuestras vidas y como parte integral de nuestra evangelización”. (Peregrinos de Esperanza en Comunión PEC n. 11,1).

Soy consciente que algunos, tal vez muchos, se preguntan si el cuidado de la casa común es realmente algo importante para nosotros. Incluso hay una cierta resistencia, cuando no oposición, para aceptar algunas de las propuestas del papa Francisco en su Encíclica Laudato Si. No quisiera entrar aquí en consideraciones científicas, políticas o sociológicas que sin duda es necesario debatir. Mi intención es invitarnos mutuamente a leer, rezar y buscar la manera de poner en práctica lo que el Espíritu Santo nos pueda inspirar al confrontarnos con los textos de Laudato Si y el Documento de nuestro 37º Capítulo general (PEC).

He pedido a nuestro Servicio General de Justicia, Paz e Integridad de la Creación que prepare algunas herramientas que nos ayuden a hacer esa lectura orante en comunidad para “estudiar Laudato si’ afirmando su valor y urgencia en todas nuestras comunidades. Sostener y promover nuestros programas y actividades en esta área, vinculándonos con otros grupos a través de la Plataforma de Acción de la Iglesia Laudato si’. Ser conscientes de las cosas sencillas que podemos hacer en nuestras comunidades, por ejemplo, el reciclaje”. (PEC 15.1)

En esta carta quisiera acentuar tres dimensiones en las que podamos crecer como familia carismática respondiendo al llamamiento de la conversión ecológica.

1. La Conversión ecológica: llamamiento a vivir una espiritualidad ecológica

Hace mucho años leía un artículo que reflexionaba sobre nuestro ritmo de vida que nos va deshumanizando. Según el autor, un monje, esta manera de vivir provoca una triple ruptura: ruptura con Dios, con lo creado, con los otros. La vida monástica propone un ritmo de vida humanizador pautado cotidianamente por el encuentro con Dios, con todo lo creado a través del trabajo, con la comunidad y con el pobre. La conclusión, que podemos hacer nuestra, es que para humanizar nuestra sociedad debemos promover la experiencia de reconectar y crecer en estas dimensiones que además de estar profundamente interconectadas actúan a modo de vasos comunicantes.

El hecho de estar acostumbrados a mirar el mundo a través de los ojos del crucificado (C.4), nos capacita para escuchar con el corazón los gritos de los pobres y los gemidos de dolores de parto de toda la creación que espera ser liberada de la corrupción (Rom 8,18-23). Tenemos que reconocer que muchos de esos gritos dolorosos son provocados por nosotros mismos, por nuestras acciones y por nuestras omisiones. Es lo que el Patriarca Bartolomé ha calificado de pecado contra la creación, algo de lo que debemos arrepentirnos y corregirnos. En el Capítulo general hemos reconocido nuestros insuficientes esfuerzos y quizás cada uno de nosotros podría hacer su propio examen de conciencia.

No creo que cultivar una espiritualidad ecológica esté en contradicción con nuestro carisma, al contrario, espero que nos puede ayudar a crecer. Como misioneros, seguimos las huellas de Jesucristo que eligió anunciar la Buena nueva desde los pobres y nos invitó a la confianza en la Providencia de Dios hablándonos de los lirios del campo y de los gorrioncillos. Para hacernos comprender la fuerza trasformadora del Reino que nosotros anunciamos, nos habló de las semillas que llegan a ser grandes arbustos y de cómo crecen en secreto y cómo da frutos según los terrenos en donde se siembra. Jesús nos invita a discernir los signos de los tiempos como lo hacemos con los vientos que nos anuncian el calor o la lluvia. La creación se estremece cuando Jesús muere en la cruz y su salida del sepulcro al tercer día provoca que al amanecer de cada nuevo día se renueve nuestra esperanza en la humanidad nueva y la creación nueva nacidas en su resurrección. Él dirige la historia enviando su Espíritu para culminar su obra de recapitulación para que Dios lo sea todo en todos (Ef 1,10; 1Cor 15,24-28). 

La contemplación esperanzada de lo creado desde la perspectiva de la redención y la recapitulación definitiva nos lleva a amar más a Dios, a identificarnos con Él, a dejarlo vivir en nosotros (Constitución 2) y servirlo, como colaboradores suyos que somos (C.1). Nuestra relación con Jesús, cultivada con esmero, nos hace descubrir al Verbo Encarnado, por medio del cual todo fue creado y en su creación descubrimos su presencia. Alabamos esa presencia cada día cuando rezamos con los salmos al igual que lo alabamos presente en los pobres. Una auténtica conversión ecológica nos llevará a crecer en intimidad con Cristo y nos llevará también a la acción y al compromiso, porque en comunión con Cristo incluso las acciones más sencillas alcanzan una dimensión trasformadora que va más allá de toda expectativa.

Seamos, pues, los primeros en levantarnos para protestar contra cualquier cosa que impida a las creaturas responder a la vocación y misión para las que han sido creadas. Seamos los primeros defensores de la vida, especialmente de la vida humana desde su gestación hasta su final natural, pasando por todas las etapas de su desarrollo, siendo creativamente activos intentando todo lo que está a nuestro alcance para favorecer el desarrollo humano, cristiano y santo de cada persona, especialmente cuidando de los más vulnerables y cuidando de nuestra vulnerada casa común. Cada miembro de nuestra familia carismática, cada institución y especialmente las parroquias que animamos (PEC n. 13) están invitados a vivir y a promover una espiritualidad ecológica impregnada de nuestro carisma.

 2. Conversión ecológica: misioneros de los pobres en diálogo y en salida

No debemos olvidar que el grito de la tierra es el grito de los pobres, a quienes damos nuestra preferencia”. (PEC 11.2). Somos misioneros y vamos al encuentro del pobre porque Jesús nos ha enviado. Como peregrinos de esperanza en comunión, nuestro “primer servicio en la Iglesia es el de anunciar a Cristo y su Reino a los más abandonados” (C. 5). Para un misionero todo lo que acontece es una oportunidad para cumplir su misión. El cuidado de nuestra casa común nos ofrece muchas posibilidades de encontrarnos con los pobres y con otros que, con diversas motivaciones, están luchando por este mismo objetivo. Debemos salir al encuentro de los hombres y mujeres que adoptan un estilo de vida más sostenible como respuesta a los gritos de nuestra Madre Tierra y los gritos de los pobres. Salir al encuentro para dialogar y trabajar juntos, salir al encuentro para proclamar a Cristo y su Reino a los más abandonados. ¡Qué inmenso campo se nos abre!

Leyendo en este contexto la C. 7, podemos encontrarnos caminando codo con codo con otros hermanos y hermanas de nuestra Iglesia y con aquellos que confiesan a Cristo con los que podemos colaborar en acciones ecuménicas para cuidar nuestra casa común. También con aquellos que, sin reconocer a Cristo como su Salvador, trabajan sin saberlo por promover los bienes del Reino que se acerca. El cuidado de la casa común es y será un campo de diálogo y colaboración entre los creyentes de diversas religiones que desde su propia tradición proclaman que el Creador nos quiere hermanos, responsables los unos de los otros y de todo lo creado. También será lugar de diálogo y encuentro con tantos contemporáneos nuestros que no se confiesan creyentes pero que están sensibilizados en fomentar la sostenibilidad de nuestro planeta: lugar de encuentro e incluso de primer anuncio desde el mutuo respeto y la colaboración. Caminamos junto con otras familias carismáticas y otros agentes sociales y eclesiales e incluso con instituciones interreligiosas en diversos campos, incluido el de la promoción de inversiones financieras justas y respetuosas con el cuidado del Planeta. Todos estamos llamados a incorporarnos en esta marcha común y me atrevo a invitarles a poner en práctica las acciones misioneras propuestas por el 37º Capítulo general.

“Nuestra misión, en efecto, nos lleva en todas partes principalmente hacia aquellos cuya condición está pidiendo a gritos una esperanza y una salvación que sólo Cristo puede ofrecer con plenitud”. Son los pobres en sus múltiples aspectos: a ellos van nuestras preferencias” (C.5). El cuidado de la casa común es un lugar de encuentro con los pobres, a la vez víctimas y llamados a ser los protagonistas del cambio. Siempre cerca de ellos, tenemos que encontrar el modo de ponerlos en el centro de nuestras acciones y nuestras vidas. Mejor aún, tenemos que aprender de ellos cómo vivir mejor para cuidar nuestra casa común. En este sentido deberíamos escuchar a los pueblos originarios que acumulan una sabiduría ancestral sobre el cuidado y respeto de nuestra Madre Tierra. ¿Cuáles serían las plataformas más adecuadas para poder aprender lo que los pobres y los pueblos originarios pueden compartir y enseñarnos?

El cuidado de nuestra casa común puede ser un lugar privilegiado de colaboración misionera de toda nuestra familia carismática, particularmente el Capítulo habla de los laicos (PEC F. Laudato Si n.4). Tenemos que aprender juntos, unos de otros, tenemos que rezar juntos, tenemos que trabajar juntos. Juntos tenemos que luchar por los pobres y hacer de ellos el centro de nuestro discernimiento. ¿Podríamos escoger una o dos acciones concretas en la que todo nos empeñemos como un signo de nuestro compromiso familiar por el cuidado de la casa común? Se trataría de hacer algo al alcance de todos pero que pudiera tener un impacto significativo. Por ejemplo, me permito soñar que nos comprometiéramos en alguna de estas acciones: reducir la utilización del plástico, a reciclar nuestros desperdicios, a generar energías limpias, a consumir responsablemente atentos a la justicia, a facilitar el acceso de agua potable para todos, etc.

Ya que los jóvenes de nuestras sociedades han mostrado su liderazgo global para concienciarnos en el cuidado de la casa común y garantizar un futuro sostenible, pido a todos los jóvenes de nuestra familia carismática, hombres y mujeres, laicos y consagrados, que nos guíen en este campo. Por favor, jóvenes, ayúdennos a ponernos manos a la obra con compromisos concretos para cuidar nuestra casa común. Ayúdennos a caminar juntos con ustedes y por ustedes y las futuras generaciones. En ustedes, jóvenes, deposito una gran esperanza.

 3. Conversión ecológica: la alegría de la pobreza evangélica.

“Cada oblato y cada comunidad, cada ministerio y cada institución oblata emprenderá un proceso de reflexión y acción concreta que lleve a un “estilo de vida profético y contemplativo” (LS 222), a una “actitud del corazón” que mire a la creación a través de la mirada del Salvador crucificado (C 4), y con la mirada amorosa de Jesús (LS 226; cf. Mc 10, 21)”. (PEC F. Laudato SI’ n.3). Nuestra manera de vivir es una predicación del Evangelio. Si hablamos de una auténtica conversión para cuidar nuestra casa común debemos llegar hasta el fondo de nuestro corazón y también de nuestros bolsillos. Es más fácil poner placas solares en nuestros tejados que cambiar nuestro estilo de vida. No podemos ser como aquellos a los que criticaba Jesús porque, conociendo la Ley y predicándola, su corazón y sus acciones estaban lejos de cumplirla.

Viviendo un estilo de vida sencillo y solidario como el de Jesús, escuchemos todos la invitación a vivir el consejo evangélico de la pobreza (Mt 5,3; 6,24-34;19,21;Hch 2,42-47), algo que los consagrados nos hemos comprometido a encarnar radicalmente profesándolo en nuestra oblación. Estamos llamados a adoptar un estilo de vida que “nos induce a vivir en más íntima comunión con Cristo y con los pobres, impugnando así los abusos del poder y de la riqueza y proclamando la llegada de un mundo nuevo liberado del egoísmo y dispuesto a compartir” (C.20). Me pregunto ¿cómo podemos hacerlo desde la perspectiva del cuidado de la casa común? Un estilo de vida que cuide del planeta y sea al mismo tiempo canal para vivir en más íntima comunión con Cristo y con los pobres. Fijémonos en Jesús, vivamos a su estilo y entremos en esa dinámica por la que Él, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9).

Las CC y RR 21 y 22 nos ofrecen algunas indicaciones que debemos traducir en nuestros contextos particulares: poner los bienes en común, estilo de vida sencillo, dar testimonio colectivo de desprendimiento evangélico, evitar todo lujo y toda apariencia de lujo, evitar toda ganancia inmoderada y acumulación de bienes, someterse a la común ley del trabajo, administración prudente, confiando en la Providencia emplear con audacia incluso lo necesario para ayudar a los pobres, etc. ¿Es un ideal inalcanzable? Al menos pongámonos en camino, como individuos, familias, comunidades e instituciones, para acercarnos cada día más a este ideal.

Necesitamos discernir cómo nuestro estilo de vida y nuestra manera de consumir impacta en nuestra casa común y en la vida de los pobres. Es algo esencial para nuestra identidad y nuestra misión. No es tarea fácil porque hay que luchar contra la inercia que nos invita a un consumo ciego, deshumanizante y cada vez más acelerado. Distraídos por tantas cosas, no nos damos cuenta que se nos va apagando la alegría porque vamos rebajando a mínimos nuestra relación con Dios, estamos conectados en todo momento con un mundo virtual que nos desconecta de Dios, de la creación, de los hermanos más cercanos de la comunidad y también y sobre todo, nos despreocupamos de los pobres y de cuidar nuestra casa común. Lamentablemente muchas de nuestras decisiones para el consumo diario las justificamos como algo necesario para nuestra misión pero sin pensar realmente cuál es su impacto misionero.

Para vencer esta especie de “moderna acedia” la palabra clave es discernimiento. Necesitamos hacer un discernimiento comunitario que nos ayude a abrir los ojos a la realidad y al Espíritu Santo que siempre nos invita a mejor amar y servir al Señor del que somos colaboradores y a compartir lo que somos y tenemos con los pobres. En ese sentido sería bueno discernir si vamos en la dirección que nos recomienda LS 23: “limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar”. Vivir así nos hará un bien inmenso para desarrollar una vida más evangélica en comunidad al servicio de los pobres. ¿Nos animamos a peregrinar juntos por estas sendas?

Estoy convencido que la conversión ecológica pedida por Laudato Si y PEC requiere una conversión personal y colectiva que nos lleve a un cambio de vida para dejar en nuestro mundo una huella de caridad y ternura hacia los pobres y hacia nuestra casa común. Como María, vivamos una vida sencilla que no deje otra huella que la de aquellos que siguen a Jesús sembrando esperanza y comunión. Ella es la Madre de la humanidad nueva y de la creación nueva y en el Misterio de su Asunción al cielo, la pobrecita de Nazaret alcanza la plenitud soñada por Dios para su criatura y esto nos llena de esperanza porque compartimos su mismo destino. Con ella de la mano,  caminemos al ritmo de la Iglesia que celebrará en el mes de octubre la asamblea sinodal. A la Madre Asunta al cielo y Reina de todo lo creado confiamos nuestra peregrinación para decir un Sí cada vez mayor a la voluntad de Dios sobre nosotros y ser más responsables de cuidar de los pobres y de nuestra casa común. Que san Eugenio y nuestros Beatos Oblatos nos sigan inspirando y protegiendo para renovarnos con mayor ardor en nuestro carisma común.

Vuestro hermano, peregrino de esperanza en comunión.

Luis Ignacio Rois Alonso, omi
Superior general.

La Habana (Cuba), 15 de agosto de 2023