Roberto TOLENTINO, OMI

“Desde el cielo una hermosa mañana, la Guadalupana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac”. Este es el coro de un canto que se corea cada año en México con ocasión de la fiesta de Santa María de Guadalupe, fiesta que inunda con algarabía las verbenas populares dedicadas a la Virgen Morena.

La Virgen María se avecina con los mexicanos

El suceso guadalupano da origen a la fiesta; pues en 1531 la Virgen María se avecina con los mexicanos para compartir, desde entonces sus luchas, sus alegrías, esperanzas y sueños, pues aparece con rasgos mestizos y se le manifiesta a un indígena pidiéndole edificar un templo para mostrar desde él, toda su compasión al pueblo de México. Desde entonces, esta fiesta se ha convertido en una celebración popular, celebrando que la Virgen nos da identidad como pueblo, nos hace hermanos y nos da la capacidad, desde su contemplación, de reconciliarnos y de reconocernos como verdaderos hermanos. Posiblemente es la única fiesta que se celebra con una singular alegría.
En los barrios varias ciudades, en los campos, en los pueblos, desde iniciado el mes de diciembre comienza la novena a la Virgen en cada rincón del país, esto acompañado de juegos pirotécnicos, tamales, atole y café. La gente participa en procesiones, rosarios, convivios y se siente la fraternidad vecinal.

Peregrinos a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

Abarrotada de peregrinos

Posiblemente la noche del once de diciembre tiene un toque singular, pues en los barrios se celebran las vísperas de la Guadalupana con celebraciones de la palabra, Eucaristías, rosarios; la gente inunda los altares que se han edificado en las esquinas y en las calles de los barrios; se percibe al olor a fiesta y los grandes discursos que acompañan a la fiesta; la gente cuenta lo que la Guadalupana ha hecho por ellos, se ofrecen convivios, incluso se hacen bailes en honor a la Virgen. En torno al 12 de diciembre también son comunes las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe que durante estos días está abarrotada de peregrinos, vienen en bicicletas, motocicletas, caminando o corriendo con una antorcha; muchos de ellos salen de los diferentes lugares de la geografía nacional y anhelan llegar al altar de la morenita del Tepeyac, como la llamaba San Juan Pablo II. En las fábricas y en los centros de trabajo, posiblemente es el único día que los patrones conviven con sus empleados; se convoca una misa, una celebración de la palabra y un convivio de fin de año con sus trabajadores.

Los oblatos siempre cerca de la gente

Los oblatos nos involucramos en estas actividades acompañando la piedad popular, las peregrinaciones y las muestras de fe. Acompañamos la fe en los pueblos, donde la comunidad organiza sus fiestas, en las ciudades, donde visitamos altares, fábricas, oficinas; y escuchamos el clamor de la gente, estamos cerca de ellos compartiendo no sólo el rezo, la caminata, la carrera, la bendición, sino también el pan y la sal, poniendo a los pies de la Virgen los clamores del pueblo de Dios que peregrina en nuestro país. Siempre estamos cerca de la gente y valoramos el esfuerzo anual de rezar con ellos y compartir. Considero que esta fiesta es una oportunidad no sólo de rezar, sino de hacernos y reconocernos hermanos, de construir comunidad, de hacernos fraternos, con la oportunidad de aportar en la construcción de una mejor sociedad desde lo que hacemos todos los días.

Santa María de Guadalupe, Reina de la Paz, salva a nuestra patria y aumenta nuestra fe.