He aquí el tercero de una serie de materiales de animación para la preparación de nuestro 37º Capítulo General. Estos documentos estarán basados en el tema de nuestro Capítulo – Peregrinos de la esperanza en comunión y tendrán como objetivo la reflexión y el debate personal y comunitario. El primero, ha sido preparado por el P. Warren Brown, OMI. La segunda reflexión ha sido preparada por el P. Chicho Rois, OMI.

Hipólito Olea Tinoco, OMI

Contemplo a María, nuestra Madre buena, en estos tiempos raros, en este cambio de época. Ella va con nosotros, y nos acompaña activamente en las escrituras, en la tradición, en nuestras constituciones y en nuestros caminos de misión. También en la animación y preparación para el próximo Capítulo General.

María peregrina[1], aquella joven mujer nazarena que desde su tradición judía se lanza a caminar con Dios. La dócil al Espíritu (C. 10) cuando, ante al anuncio del Ángel, ante la sorpresa de Dios, responde desde lo profundo de su ser. La llena de gracia, la de oídos, ojos y brazos abiertos, generosamente, abre también el corazón: sí, sí quiero, hágase… ¡fiat!

María se pone en camino. La sierva del Señor, llena del Espíritu, atravesando el país de norte a sur desde Nazaret, para ir al encuentro de su prima Isabel (Lc 1, 39). La llena de vida y de esperanza va en busca de aquella a quien llamaban estéril. María se pone en marcha, peregrina por caminos rectos y quebrados, por veredas y senderos, por el valle y la montaña. Seguramente también enfrentando las dificultades del camino: como tantos misioneros, franqueando obstáculos, vadeando ríos y arroyos.

María, la llena de gracia, es mujer en salida. Esta joven, que pronto será madre, suscita gozo con su saludo: el salto del profeta que está por nacer expresa también alegría y comunión. ¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor? Sea nuestra también la alegría misionera de María para ponernos en camino, y la alegría de Isabel, sorprendida ante tan maravilloso encuentro (Lc 1, 43).

Como acción de gracias a la mirada de Dios ante la humildad de esta servidora, María canta, exulta, engrandece y glorifica, abriendo una nueva página para la humanidad (Lc 1, 46-55). ¡Qué obras grandes hace el Señor para los pequeños, para los que tienen ojos para ver, oídos para oír, corazones para sentir y amar y acoger!

María es también la joven madre que siembra comunión: acoge, guarda y atesora en su corazón (Lc 2, 19). María está vigilante, atenta, siempre contemplativa, al punto que se pone en acción y da las indicaciones precisas sobre a quién seguir en aquella boda en Caná de Galilea. María en salida, mujer misionera, va sembrando comunión como peregrina de esperanza.

María también peregrina en el dolor: la que camina por la vida con su hijo, hasta el punto de entregarlo un viernes a los pies de la cruz, donde recibe como hijos a todos los creyentes de la historia (Jn 19, 26-27). María, la que aguarda en sábado en silenciosa esperanza. María la que seguramente habría tenido la experiencia de encuentro y comunión con su Hijo resucitado el primera día de la semana.

Tantas veredas y caminos en las salidas misioneras: a pie, en lomos de una mula o caballo, en todoterreno o en moto – algunos también lo han hecho navegando por el río Napo en barco, subiendo a las comunidades en lancha a lo largo del río Chixoy… y tantos otros trayectos para llegar al encuentro de las comunidades que nos esperan con alegría.

Al pensar en María de Nazaret pienso también en tantas mujeres, estudiantes y trabajadoras, jóvenes y mayores, solteras, madres y viudas que componen nuestras comunidades misioneras. Son sobre todo ellas las que tienen un corazón atento y dispuesto para escuchar Dios, y un corazón generoso para responder en participación eclesial. Son también ellas peregrinas, mujeres de esperanza, mujeres en comunión con el Señor y en la comunión de la iglesia local. Pienso en las implicaciones de nuestra vocación para ellas, sobre todo al ser descritos por nuestro nombre: Misioneros… Oblatos… María Inmaculada. Vienen a mi mente aquellas famosas palabras del Prefacio de nuestras Constituciones y reglas: “¡Qué inmenso campo se les abre! ¡Qué santa y noble empresa!” Y como hice tantas veces antes, me siento llamado a releer el prefacio en ambiente de oración, y tal vez reescribirlo desde nuestras circunstancias actuales en clave mariana.

Cuando María de Guadalupe le salió al paso al catequista Juan Diego Cuauhtlatoatzin, le interrumpió en el camino de las preocupaciones para animarlo a retomar el camino de la misión que le había sido encomendada. Estas son las palabras de consuelo que Juan Diego recibió de María en el cerro del Tepeyac:

“Escucha, que así esté en tu corazón, hijo mío, el más pequeño, nada es lo que te hace temer, lo que te aflige. Que no se perturbe tu rostro, tu corazón, no temas esta enfermedad ni otra cualquier enfermedad, que aflige, que agobia. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estas bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estas en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”[2] Que también estas palabras nos animen hoy como discípulos misioneros.

En preparación del Capítulo General, podríamos meditar, orar y cantar:

¡ven con nosotros al caminar, Santa María del camino!

[1] El verbo peregrinar tiene también la siguiente acepción: “vivir entendiendo la vida como un camino que hay que recorrer para llegar a la unión con Dios (…)”. Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.5 en línea]. <https://dle.rae.es> [1/04/2022].

[2]  Antonio Valeriano: Nican Mopohua – disponible en varios idiomas en: https://virgendeguadalupe.org.mx/el-relato/

Imagen principal – del pintor claretiano Maximino Cerezo Barredo