La vocación y la salida del joven padre Guillermo Daly para Inglaterra, en el mes de mayo de 1841, señalan la llegada, totalmente providencial, del primer Oblato a las Islas Británicas. El padre Daly había dejado Marsella con el único objetivo de predicar el Evangelio por todas partes donde pudiera hacerlo, tanto a católicos como a protestantes. El Fundador también le había confiado el encargo de reclutar, en la medida de lo posible, hombres de lengua inglesa, que pudieran, más tarde, apoyar sus esfuerzos de conversión, en esta parte de la Viña del Señor. Después de algunos meses de predicación y contactos importantes con las autoridades religiosas del país, tuvo la consolación de poder enviar al noviciado Nuestra Señora de l’Osier, un par de jóvenes de gran valor. Sin embargo, no se podía ya dejar mucho tiempo solo a este joven religioso, con tan grandes responsabilidades. Mons. de Mazenod lo sabía bien. Esta es la razón por la que decidió enviar a Inglaterra, a un hombre de su confianza, al padre Casimir Aubert. Doctor en teología, maestro de novicios durante varios años, profesor de Moral y superior del Calvario, en Marsella, inteligente, prudente y juicioso, el padre Aubert gozaba de la entera confianza del Fundador. Muy a menudo ejerció ante las funciones de secretario y, toda su vida, guardó hacia su padre espiritual un reconocimiento inalterable.

Casimir AUBERT, OMI

El padre Aubert partió pues en julio de 1842. “Espero que Dios velará por mí y que la Virgen tenga cuidado de su hijo”, escribía de Lyon a Mons. de Mazenod. Esperaba comenzar por Irlanda donde creía tener más oportunidades de conseguir buenos resultados, entre los compatriotas del padre Daly. Después de algunas pruebas estériles de establecerse en el país del gran O’ Connell, Dios lo encaminó, en 1843, hacia la misma Inglaterra, dónde un extenso campo de acción se abría ante de los Oblatos. Durante los meses que pasó tanteando el terreno, en algunas ocasiones, se encontró en circunstancias por lo menos sorprendentes, que lo llevan a creer que realmente el Señor lo guiaba de la mano. He aquí, por ejemplo, su compromiso fortuito como profesor del colegio de Youghal, en el sur de Irlanda.

En 1842, un sacerdote de una gran pobreza pero rico en virtud, el reverendo Foley, resolvió abrir un colegio en Youghal destinado a proporcionar sacerdotes para las misiones en el extranjero. Los cursos eran extremadamente débiles: el personal sólo estaba compuesto por dos sacerdotes para unos sesenta alumnos. Se comenzaba desde el inicio con una dificultad insuperable que ponía en peligro la existencia, incluso del colegio. Era la falta de un profesor de filosofía y teología. No se tenían los medios necesarios para contratar uno. No había ninguna esperanza de solución. Fue allí, a principios de septiembre, cuando por la noche de un día lluvioso, un hombre de apariencia extranjera, mal vestido y manifiestamente quebrantado por el cansancio, como consecuencia de un largo viaje, golpeó a la puerta del colegio y pidió hablar con el “Sr. Rector”. El padre Foley se presentó y le preguntó sobre el motivo de su visita.

El extraño respondió que buscaba empleo como profesor. “¿Quién es usted, preguntó el rector y qué materia puede enseñar?” “Soy un sacerdote del sur de Francia, respondió el desconocido, y puedo enseñar cualquier cosa, desde la sintaxis latina, hasta el derecho canónico, pasando por la filosofía y la teología”. El valiente Rector cree soñar escuchando estas palabras. Pero vuelve de nuevo rápidamente a la tierra: sabe muy bien que nunca podría remunerar convenientemente a un hombre tan competente. Señala entonces con una voz tímida: “Sabe, vivimos aquí muy pobres”. “Tanto mejor”, dijo el visitante. “Y no tengo salario que ofrecerle”. “Yo tampoco lo pido”, responde el sabio desconocido. “¡Oh! Entonces ya que es así… ¡perfecto!”. Sobre bases tan ventajosas se concluyó rápidamente el trato. Al día siguiente, el padre Casimir Aubert, pues ya estaba repuesto el visitante, emprendía su servicio como profesor de filosofía y teología en el colegio de Youghal, en Irlanda. Con su impulso, el establecimiento tomó otro ritmo muy diverso.

El padre Aubert había aceptado este ministerio de la enseñanza de los futuros sacerdotes para hacerse conocer sobre todo y ganar posibles candidatos a la vida oblata. Por ello los padres Juan Noble, Eduardo Bradshaw y Roberto Cooke en primer lugar conocieron la Congregación, y pasaron a ser más tarde, unas de las “columnas” de la Provincia de Inglaterra.

Por su parte, el padre Aubert establece una casa, un año más tarde, en Penzance, en el sur de Inglaterra. Por vías entrecruzadas, el Señor le había conducido hasta allí, para sentar las bases de una provincia oblata, que llegaría a ser próspera. A la muerte del Fundador, en 1861, sesenta Oblatos, agrupados en siete casas, trabajaban en las Islas Británicas.

André DORVAL, OMI