Henri JOULAIN

La devoción a la santa Virgen ha sido siempre una característica de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. En varios lugares de peregrinaje, tanto en Europa como en América o en África, los oblatos han contribuido mucho a difundir el culto de la Virgen y a conducir hacia esta buena Madre todas las miserias físicas y las indigencias morales que encontraban en su camino. Una buena parte de ellos nos ha traído por cierto algunos rasgos edificantes que ponen de relieve la eficacia de la oración a María.

Mons. Henri Joulain, o.m.i., apóstol de María
Entre todos los misioneros que han actuado en la isla de Ceilán, hoy Sri Lanka, destaca el padre Henri Joulain. Cuando el oblato, originario de Poitiers, en Francia, desembarcó en Colombo, en 1880, a los veinte y ocho años, era sacerdote desde hace cinco años. Trece años más tarde, fue nombrado obispo de Jaffna, sucediendo a Mons. Christophe Bonjean, o.m.i. Orador potente, predicó con fervor treinta y ocho años, durante los cuales vivió en este país un número incalculable de sermones, misiones y retiros. Su teatro favorito fue el santuario Nuestra Señora de Madou. Como en Lourdes, en Francia, una fuente de agua pura realiza muchas curaciones corporales. Así, en Madou, la Virgen del Rosario confirió a la tierra de su santuario la virtud de curar la mordedura de las serpientes. Muchas veces, el padre Joulain fue testigo de verdaderos milagros obtenidos por María.

Más fuerte que la serpiente
El señor Parker, un inspector del gobierno, protestante muy simpático además, un día había venido a examinar la escuela de un pequeño pueblo. El padre Joulain había ido ahí en compañía del padre Alfred Jeandel, administrador del instituto. Los tres se entretenían simplemente en las numerosas mordeduras de serpientes que acababan de tener lugar en esta localidad. Los oblatos ensalzaban la potencia de la tierra de Madou delante del funcionario. “Es suficiente, decían, aplicar un poco de esta tierra en la mordedura o tragarse una pequeña cantidad para obtener la curación muy rápidamente”. El padre Joulain contaba que, recientemente, un joven mordido por una serpiente había cogido esta tierra y se había curado, mientras que otro, igualmente mordido por una víbora, se había negado a cogerla y ¡se había muerto!

Curación de Soosaiappu
“Para creer esto, arriesgó el inspector, haría falta que lo viera”. En el mismo instante, un grito espantoso retumbó por el lado de la iglesia. Nuestros tres hombres acudieron pronto. Soosaiappu, maestro de la escuela, se revolcaba en el suelo con convulsiones horribles. Acababa de ser mordido por una de las serpientes más peligrosas. Lo transportaron, sin conocimiento, a la casa del misionero. Lo echaron en la cama y utilizaron todos los remedios disponibles. La preocupación era tan grande que los padres no pensaron en la tierra de Madou, cuya virtud se había reconocido un minuto antes.

“Se ha acabado, suspira un amigo del pobre hombre… se está muriendo, no hay nada más que hacer”. “¡Qué va!”, gritó un aldeano que había acudido, llevando un poco de tierra de Madou que había reservado. “Rápido, Swami, hay que darle la tierra de Madou”. A toda prisa, se mezcló un poco de esta tierra con el agua y se echaron unas gotas de esta tisana terrosa en la boca del moribundo. En el mismo tiempo, el padre Joulain rezaba las letanías de la santísima Virgen. Una segunda vez, se hizo beber al enfermo y se siguió rezando.

Poco a poco, Soosaiappu abrió los ojos, miró a su alrededor, se levantó lentamente, vomitó un trago de sangre negra y pidió beber un poco de agua fresca, esta vez. Una hora después, se había curado perfectamente. El inspector, testigo emocionado de toda esta escena, confesó sinceramente delante de todo el mundo: “Constato que vuestra santa Virgen, como la llamáis vosotros, ha contestado a mi petición. Ahora creo”.

André DORVAL, OMI