1. Oregón
  2. Ceilán
  3. Sudáfrica
  4. El cardenalato
  5. El cardenal y los Oblatos después de 1861

Alejandro Barnabò nació en Foligno, Italia, el 2 de marzo de 1801. Ordenado sacerdote en marzo de 1833, fue pro-secretario de la Congregación de la Propagación de la Fe en 1847-1848, luego secretario, desde el 13 de agosto de 1848 hasta el 19 de junio de 1856. Creado cardenal en el consistorio del 16 de junio de 1856, fue prefecto de dicha Congregación del 20 de junio de 1856 hasta su muerte el 24 de febrero de 1874.

Entre sus “amigos romanos”, fue Alejandro Barnabò con quien Mons. de Mazenod se reunió más frecuentemente y con quien mantuvo más estrechas relaciones epistolares. Se encontraron 81 cartas escritas a Alejandro Barnabò, dos fueron escritas por Mons. Jeancard en 1861. Esta correspondencia se refiere, casi exclusivamente, a las misiones oblatas de Oregón y Ceilán, es decir, aquéllas donde sus misioneros trabajaban bajo la dirección de obispos no oblatos. Conservamos el original de siete cartas del cardenal Barnabò, mientras que extractos de otras cartas se encuentran en Rey, Rambert, etc.

Mons. de Mazenod lo nombra por primera vez el 26 de octubre de 1848, en una carta al padre Loewenbruck que va para Roma. Le dice que ponga en guardia a Mons. Barnabò contra los obispos Blanchet en Oregón, “hombres duros ante los cuales todo tiene que doblegarse”. Añade que él mismo espera ir pronto a Roma y hablar de las otras misiones con Mons. Barnabò “al cual, dice, tengo tantos deseos de conocer.”

Dos rasgos caracterizan esta correspondencia: la amistad y el afecto que Mons. de Mazenod dice tener por Mons. Barnabò, y luego su franqueza, su audacia incluso, en sus juicios sobre los obispos de Ceilán y Oregón, así como su insistencia, por no decir su terquedad, en presentar algunos proyectos con la esperanza de que Propaganda aceptara sus miras.

Mons. de Mazenod se encontró con Mons. Barnabò algunas veces en sus viajes a Roma en 1851 y en 1854. Antes de conocer personalmente al secretario de Propaganda, ya lo consideraba como un amigo en quien tenía gran confianza. Escribía el 8 de octubre de 1849: “No me explico, querido monseñor, la facilidad con la cual le abro mi corazón”. Después de haberlo encontrado durante su viaje a Roma entre finales de enero y principios de abril de 1851, el 28 de abril le da las gracias y dice: “el recuerdo de su amistad está fijo en mi corazón y alimenta mi afecto fraternal”, y agrega el 15 de junio: “una de las cosas más agradables para mí en Roma, fue la oportunidad de conocerlo y de apreciar sus excelentes cualidades, y luego el haber entablado con usted relaciones de aprecio, de confianza, de afecto y, quiero decirlo todo, de verdadera amistad que su buen carácter grabó en mi corazón. Quien me conoce sabe que no miento.” El 7 de junio de 1856, felicita a Mons. Barnabò por su elevación al cardenalato y le recuerda que se encuentra en el número de sus “más queridos amigos.” Se encuentran frases de este tipo en casi todas las cartas hasta la del 12 de agosto de 1860, en la cual el Fundador escribe: “Cuando me tomo la libertad de escribir confidencialmente a Su Eminencia, es para abrirle mi corazón en el abandono de la más absoluta confianza. Dejo aparte todas las precauciones acostumbradas del idioma, para decir francamente y sin ninguna consideración todo lo que pienso sobre las personas y las cosas. En esta disposición de mi alma, que sin temor y con toda sencillez se pone al descubierto ante usted, no debe molestarse por ninguno de mis pensamientos, por ninguno de mis juicios. Puedo equivocarme, seguramente, pero no se me podría reprochar puesto que, cuanto más severo haya sido en mis juicios, le habré mostrado más afectuosa confianza y amistoso abandono.”

Esta reflexión explica el contenido de las cartas, los juicios severos sobre las personas y la insistencia que Mons. de Mazenod pone para exponer y, se puede decir, para imponer sus puntos de vista y sus proyectos. Afortunadamente, Mons. Barnabò había comprendido la actitud del Fundador mucho tiempo antes de recibir esta confidencia, ya que nunca “se ha molestado” por el contenido de las cartas y, al contrario, ha agradecido las informaciones dadas y reiterado su aprecio y su amistad. Recordemos brevemente aquí lo que Mons. de Mazenod proponía para las misiones de Oregón y Ceilán.

Oregón

En todas sus cartas Mons. de Mazenod se queja de los hermanos Blanchet: Magloire, primeramente obispo de Walla Walla y luego de Nesqually, y Norberto, arzobispo de Oregón. Reconoce su celo, pero los acusa de acapararlo todo, tanto la administración financiera como el control del clero secular y regular. Para hacer a los Oblatos más independientes, desde 1848, el Fundador propone al padre Pascual Ricard, superior del Oblatos, para la sede episcopal de Walla Walla y luego de Nesqually (Cartas del 23 de noviembre y 30 de diciembre de 1848, del 30 de julio de 1849, etc.).

Los Oblatos dejan Oregón en 1858, después del incendio de sus misiones. Se dirigen hacia el Norte, donde Mons. Demers, obispo de Vancouver, los pide desde hace tiempo para evangelizar a los Amerindios. Desde 1858 a 1861, Mons. de Mazenod no deja de proponer al cardenal Barnabò que se erija el vicariato de Columbia Británica y se confíe a los Oblatos. Sus gestiones no consiguen el objetivo durante su vida. Solamente en 1863 se nombrará al padre D’ Herbomez vicario Apostólico del Vicariato.

Ceilán

Las preocupaciones causadas al Fundador por las misiones de Ceilán fueron más numerosas y más complicadas. Los Oblatos partieron para Ceilán en 1847, solicitados por Mons. Bettachini, vicario apostólico de Jaffna. Mons. de Mazenod se mostró siempre agradecido por eso, pero se quejó a menudo del vicario apostólico, en primer lugar porque éste quería conservar para sí todo el subsidio de las obras de la Propagación de la fe, y luego porque invitó a los Jesuitas a establecerse en el vicariato y sobre todo porque se negó, de 1849 a 1856, a que se nombrara coadjutor suyo al padre Semeria. Mons. Bettachini mantuvo firme su posición y Mons. de Mazenod, por su parte, no dejó de insistir ante Mons. Barnabò para que el padre Semeria fuera nombrado obispo. Mons. Barnabò comprendió y aprobó el proyecto del Fundador, pero no impuso sus puntos de vista a Mons. Bettachini. El padre Semeria fue nombrado coadjutor en 1856 y luego vicario apostólico de Jaffna en 1857, después de la muerte de Mons. Bettachini.

En 1851 cuatro Oblatos, a petición expresa de Propaganda, fueron enviados al vicariato de Colombo. Mons. Bravi, silvestrino, coadjutor de Mons. Cayetano Musulce, se opuso a que llegaran y les creó después toda clase de dificultades. Mons. de Mazenod muy pronto insistió ante el cardenal Barnabò para enviar más Oblatos a Colombo, a fin de confiarles un día ese vicariato. A la muerte de Mons. Bravi, en 1859, escribe varias cartas proponiendo que Mons. Semeria fuera transferido a Colombo. Después de dos años de sede vacante, Colombo se confió al Silvestrino Sillani. Sólo en 1883, después de la muerte del cardenal Barnabò, el padre Bonjean, o.m.i., fue nombrado en Colombo.

Sudáfrica

Mons. Barnabò, en 1850, propuso al Fundador el vicariato de Natal. Éste aceptó inmediatamente, retirando a los padres de Argelia; escribe en su diario el 28 de marzo de 1850: “El ministerio que se había asignado a nuestros misioneros en Argelia, no es el que nos corresponde.” Se habla pocas veces de África en la correspondencia del Fundador con la Propaganda.

El cardenalato

En 1859, el cardenal Barnabò se convierte en el confidente romano de Mons. de Mazenod acerca de un asunto bastante doloroso para éste. En julio, fue presentado al cardenalato por Napoleón III. La noticia se conoce rápidamente en Francia y el prelado recibe felicitaciones de todas partes, pero se asombra ante el silencio de Roma. Sabe que para el nombramiento de los cardenales, Roma se interesa por que el secreto se guarde hasta la publicación oficial hecha por el Sumo Pontífice. Monseñor se preocupa y escribe entonces al cardenal, el 26 de agosto. Comienza su carta con estas palabras: “Hoy me dirijo al amigo a quien quiero cordialmente desde hace tantos años y de quien, por su parte, he recibido tantas pruebas de bondad…” Le pide que se informe para saber lo que piensa el Papa de esa presentación.

El cardenal responde que el Papa le mantiene su aprecio y ve bien la presentación, pero está descontento del Emperador, que no defiende los Estados Pontificios. Mons. de Mazenod le agradece el 15 de septiembre y dice que ya queda tranquilo respecto a las disposiciones del Papa hacia él; aguarda con paciencia la secuencia de los acontecimientos. No fue nombrado en el consistorio del 26 de septiembre. Ya el día siguiente no oculta su dolor al cardenal: “Acepto con resignación la inmensa humillación que se me inflige ante al mundo entero por una mano muy querida.” Sigue diciendo que esta “lección” importa poco al Emperador pero “es dura para el obispo más fiel a la Santa Sede que, desde hace más de cincuenta años, no ha dejado de dar pruebas de ello a costa suya. No digo esto, añade, para quejarme. ¡Dios me libre! Pero es un alivio para mí depositar mi dolor en su buen corazón.”

El cardenal y los Oblatos después de 1861

Después de la muerte de Mons. de Mazenod, el cardenal Barnabò siguió interesándose por las misiones de los Oblatos. Recibió varias veces al padre Fabre en su visita a Roma en diciembre de 1862 (Missions, 1863, p. 275, 279, 566-567, 583), así como al padre Agustín Gaudet en 1865 (Ibíd., 1865, p. 485) y a Mons. Grandin en 1874 (Ibíd., 1874, p. 136, 140), etc.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.