1. Relaciones con Eugenio de Mazenod

Nacido el 17 de octubre de 1709, en la diócesis de Senlis, Juan Bautista de Belloy pasa a ser vicario general de Beauvais en 1737. En 1751, es nombrado obispo de Glandevès y consagrado en la iglesia de San Sulpicio de París, el 30 de enero de 1752. El 4 de agosto sucede a Mons. de Belzunce como obispo de Marsella. El nombra a Carlos Augusto Andrés de Mazenod como uno de sus vicarios generales. Tras la supresión de la sede de Marsella durante la Revolución, no está obligado a prestar juramento de fidelidad a la constitución civil del clero. Puede tranquilamente retirarse a Chambly, Oise, en una propiedad familiar. Tras la firma del concordato en 1801 se apresura, como primer obispo, a presentar su renuncia. En recompensa es nombrado arzobispo de París, el 9 de abril de 1802. El 18 de abril siguiente, preside en Notre-Dame la ceremonia durante la cual fue publicado solemnemente el concordato. Emprende valientemente la restauración del culto, la reapertura de las iglesias y trabaja en la reconciliación entre el clero constitucional y los que han rechazado el juramento. Es nombrado cardenal el 17 de enero de 1803 y recibe el capelo el 1° de febrero de 1805. Piadoso, bienhechor, activo y venerado por todos, el cardenal de Belloy muere el 10 de junio de 1808, a la edad de 98 años.

Relaciones con Eugenio de Mazenod

Eugenio durante el exilio escuchó hablar de Monseñor de Belloy, ya que su tío abuelo Carlos Augusto Andrés, muerto en Venecia el 23 de noviembre de 1795, había sido vicario general de él cuando era obispo de Marsella (1755-1791). En 1805, a petición de su tía, la señora Dedons de Pierrefeu, Eugenio la acompaña a París. Durante su estadía del 14 de junio al 23 de septiembre, aprovecha para visitar la capital y reunirse con antiguos conocidos. Mientras recorre el Jardín Botánico, se encuentra con Mons. de Belloy, que se pasea por allí. Éste lo acoge con alegría y lo invita a cenar con él todos los viernes. Podemos suponer que el Fundador acudió por lo menos unas diez veces. He aquí lo que escribe a propósito de estas visitas en su diario, con fecha 28 de noviembre de 1805 (Ecrits Oblats I, 16, p. 112-113): “Entre las cosas raras de la capital, no puedo olvidar al cardenal arzobispo. Es un fenómeno, con 97 años no padece ninguna clase de achaques, ejerce con celo todas las funciones de su ministerio, hasta el punto que se excedería en ese campo si no le moderaran las personas que están a su servicio. Es sobrio, no bebe más que vino blanco y nunca olvida hacer ejercicio, lo que le resulta muy saludable. Prefiere para sus paseos el Jardín Botánico, que recorre dándole la vuelta. Fue allí donde lo vi por primera vez; en cuanto me di a conocer, me brindó una sincera acogida, me presentó a las personas que lo rodeaban como el sobrino nieto de su más querido amigo y nunca me volvió a encontrar después sin que me hablara de aquel hombre incomparable, al que echamos de menos cada día más. Me invitó a cenar y fui todos los viernes durante mi estadía en París”.

En las conversaciones con Monseñor de Belloy seguramente no se hablaba sólo del tío abuelo, sino también de la importancia del concordato para el renacimiento religioso de Francia. ¿Habrá sugerido el cardenal a Eugenio que siguiera a su tío abuelo en el sacerdocio? Nada sabemos al respecto. Pero sus observaciones sobre el concordato lo impresionaron de tal manera, que más tarde escribirá estas palabras que se hicieron famosas: “¡Quien no está con Pedro, se equivoca!”

JOSEF PIELORZ, O.M.I.