Nacimiento en Murist, diócesis de Friburgo (Suiza), 21 de noviembre, 1814
Toma de hábito en N.-D. de Laus, 25 de enero, 1833
Oblación en Marsella, 17 de febrero, 1834 (nº 56)
Ordenación en Marsella, 22 de septiembre, 1838
Dispensa de los votos, 8 de agosto, 1862.

José Nicolás Bise nace en Murist en Suiza, el 21 de noviembre de 1814. Comienza su noviciado en Notre-Dame de Laus el 25 de enero de 1833 y hace su oblación en Marsella, el 17 de febrero de 1834. Estudia luego teología en el seminario mayor de Marsella. En el mes de abril de 1837, el caballero Drach, judío convertido, pasa por Marsella y conoce a Nicolás Bise “quien tiene facilidades para la lengua hebrea” (Diario Mazenod, 3 de abril de 1837). El Fundador quiere ordenarlo sacerdote a fines del año 1837, pero el escolástico no acepta a causa de su mala salud que lo obliga a un régimen especial. Es ordenado sacerdote en la iglesia del Calvario el 22 de septiembre de 1838. Mons. de Mazenod escribe en su diario ese día: “El padre Bise es el sacerdote número 38 actualmente en la Congregación. Su amabilidad, su adhesión a la familia y su gran deferencia hacia mí, a quien ama como es amado por mí, me hace esperar que este nuevo sacerdote edificará a la Congregación y hará en ella el bien con la gracia de Dios.”

El padre Bise, en efecto, escribe a menudo al Superior general y le expresa de múltiples maneras su afecto y su estima, de ahí la bondad y la paciencia de éste para con un socio poco apto para la predicación y de carácter más bien independiente y exigente. Trabaja, en primer lugar, en Aix durante algunos años. Se queja del padre Hipólito Courtès, quien no le da tiempo para preparar sus sermones. Según parece, sólo participa en una misión, la de Rognes en diciembre de 1840. El 27 de agosto de 1840, el Fundador escribe en su diario: “Carta del padre Bise, preocupante tanto por el fondo como por la forma. Bajo el pretexto de una perfección imaginaria, murmura, se queja del ministerio que se le ha confiado, amenaza con dirigirse al Papa para que lo destinen a las misiones extranjeras, etc. ¡Qué fantasía! Un pobre chico que no puede salir bien en una simple instrucción, pretende volar con sus propias alas en las misiones lejanas; además ¿qué dosis de virtudes posee para enfrentar todos los peligros de esos países ardientes? ¡Señor, qué calamidad! La humildad, la obediencia, la santa indiferencia, ¿pensó alguna vez en adquirirlas? Si tuviera una brizna de ellas, no escribiría como acaba de hacerlo, aún más, ni siquiera se permitiría pensarlo.”

Lo encontramos después como ecónomo en Notre-Dame de l’Osier en 1843, luego en el seminario mayor de Marsella, durante el año escolar 1844-1845. Muy pronto pide su alejamiento del seminario por “razones de salud e incluso de conciencia” (Consejo general, 12 de junio de 1845). Mons. de Mazenod escribe en su diario el 15 de junio: “Inconcebible conversación con el padre Bise que vino a expresarme su descontento por estar destinado al seminario. No fue sólo una simple exposición de sus dificultades o de sus deseos, sino de la voluntad de retirarse de allí. Yo lo había colmado de atenciones, sin embargo ese muñeco sólo recuerda algunas observaciones que le hice hace un año y aún otras que le había hecho cuatro o cinco años atrás cuyo amargo recuerdo guarda celosamente en su corazón, para concluir que soy injusto con él. ¿No se pensaría que él es un modelo de observancia y de virtudes?. Me conmina a decirle si tengo algún reproche que hacerle. Bueno, Dios Santo, tendría algunos muy graves que hacerle si fuera preciso responder a su insolente provocación, y sería, por ejemplo, su mal desempeño en el cargo de ecónomo que sin duda humilla su amor propio, como le habían molestado mis reprimendas sobre el mal hábito que había contraído de hablar mal de sus compañeros, de despreciar sus méritos ante testigos, y es eso lo que no ha podido olvidar; que a menudo, sin el menor pretexto, falta a la oración de la mañana, frente a un seminario que tiene los ojos abiertos para esa clase de faltas; que tampoco es puntual en el oficio y en la oración de la noche; que se comporta inadecuadamente en el convento al que atiende, estando en alerta continua y lleno de pretensión, molestándose por todo, enojándose ante la menor cosa que atente contra su dignidad y la autoridad que pretende ejercer. ¡Cuántas cosas podría decirle, si él pudiera sacar provecho de ello! Pero este joven está tan lleno de sí mismo, que no reconocería nada y se reafirmaría en la falsa persuasión en que está de que soy injusto con él. Por otra parte, la mayoría de estas cosas sólo las conocí esa noche por el padre Tempier, después de recibir la extraña visita de ese pobre ciego. Si comprendí bien, lo que evité que llegara a expresar, fue que habría venido con la intención de renovar la amenaza que me había hecho, cuando quiso que lo retirase de Aix donde él estaba a disgusto, de emprender una medida violenta, como pedir su salida de la Congregación. Llegué a la conclusión en nuestra entrevista, que el padre Bise tenía tan mal corazón como mal espíritu.”

Fue luego destinado a Notre-Dame de Lumières donde el Fundador le escribe, el 13 de febrero de 1848, para renovarle su amistad y reprocharle ser demasiado reservado. Dirige luego esa comunidad como superior de 1850 a 1854. Una carta del padre Casimiro Aubert a Mons. Buissas nos informa, el 15 de octubre de 1855, que el padre Bise, en Limoges desde hace algún tiempo, es nombrado superior de esa comunidad misionera. No permanece allí más que un año y recibe su obediencia para Notre-Dame de l’Osier.

En 1858, estaba descansando en Suiza e invita desde allí al Fundador a establecer una fundación en Montet. Éste le responde el 24 de julio para rehusar esa fundación, felicitarle por la mejoría de su salud y agregar: “Aunque sostengo que todos los climas sanos son buenos, comprendo sin embargo que la satisfacción de volver a ver la tierra natal puede influir sobre la moral, que tiene tanto influjo sobre lo físico.” En octubre de 1858, el padre Tempier va a considerar la situación de Montet, pequeña parroquia donde el padre Bise sería párroco y dos padres podrían predicar misiones. En diciembre del mismo año, Mons. Marilley, obispo de Lausana y Ginebra, solicita oficialmente la presencia de los Oblatos. El padre Pedro Rouge, regresado del Canadá, es designado como compañero del padre Bise y en 1859 es nombrado superior de la pequeña comunidad, pero abandona la Congregación en 1861.

Quedando solo en Montet, en carta del 5 de agosto de 1862, el padre Bise pide al padre José Fabre, superior general, la dispensa de sus votos: “Yo había sabido con agrado, por antiguos conocidos y por noticias de los diarios, su nombramiento como superior general. Esperaba que después de solucionar los asuntos más importantes, tendría usted un recuerdo para mí y me tendería una mano amistosa para ayudarme a salir de la posición anómala en la que me había puesto la antigua administración. Yo lo esperaba y lo deseaba. Pero esta deferencia no se ha dado y la espero inútilmente… Creo que he esperado bastante y no puedo esperar más tiempo para tomar una decisión. El antiguo provincial me proponía pedir mi separación, Monseñor deliberaba si debía concedérmela. Espero que usted haga lo que considere más justo. Mi salud sigue deteriorada, pero con ciertos cuidados, me mantengo. Me repugna en este estado ir a engrosar el número de sus enfermos y tener que discutir enojosamente por unos vasos de agua o de tisana. Quiero creer que Dios está contento con veinte años de misión y que puedo aceptar, para retirarme, la posición que la Providencia me ha deparado. Perdono de todo corazón las injusticias y las descortesías con las que han pagado mis pequeños servicios y que me cierren la puerta…”

El padre Fabre no se hizo de rogar para concederle la dispensa de los votos, el 8 de agosto de 1862. Exigía entonces de algunos pocos padres a quienes el Fundador había permitido vivir aislados, o bien volver a la comunidad o salir de la Congregación.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.