1. Infancia y formación
  2. Obispo de Ajaccio (1833-1869)
  3. Formación y reforma del clero
  4. La reforma de las costumbres
  5. Muerte. Carácter. Relaciones con los Oblatos

Nace en Vico, Córcega el 24 de octubre de 1794
Ordenado sacerdote en 1817
Ordenado obispo el 8 de diciembre de 1833
Muere en Vico el 12 de octubre de 1869.

Xavier Toussaint Raphaël Casanelli nació en la aldea de Chigliani, municipio de Vico, el 24 de octubre de 1794, de Rosa Mattei y de Jourdan Casanelli, negociante y después presidente del tribunal del distrito de Vico.

Infancia y formación
Los genoveses habían cedido la isla a Francia en 1768. Allí, como en el continente, la revolución francesa hizo cerrar y vender los conventos, expulsar a los sacerdotes y religiosos. El convento franciscano de Vico, convertido en bien nacional, quedó, no obstante, abierto y vivieron en él algunos franciscanos, protegidos por los fieles.

Rafael recibió la primera educación bajo la dirección del padre Simoni. Hizo luego los estudios secundarios en Renno, en casa del arcipreste Susini. En 1814 pasó a Orto para estudiar la teología en casa del párroco Massimi, diplomado romano.

Ordenado sacerdote en 1817, enseñó primero la gramática y la literatura a los jóvenes en una escuela recientemente fundada en Vico. Nombrado vicario en la parroquia de san Roque de Ajaccio contra su gusto, obtuvo en 1819 el permiso de ir a completar o rehacer sus estudios en Roma en la universidad entonces papal de la Sapiencia. Consiguió el doctorado en filosofía en 1823 y en teología en 1826.

En Roma conoció a Mons. Javier d’Isoard (1766-1839), auditor de la Rota desde 1803. Este pasó a ser decano de la Rota y fue creado cardenal en 1827 y nombrado arzobispo de Auch en 1828. Se adscribió al abate Casanelli como secretario y luego como vicario general. Con este título Casanelli acompañó al cardenal d’Isoard a los cónclaves de 1829 y 1831 que eligieron a los papas Pío VIII y Gregorio XVI. Los conocía bien. Pío VIII lo introdujo en la prelatura romana y lo ennobleció añadiendo a su apellido el de d’Istria, después reconocido por una decisión del Consejo de Estado francés.

Obispo de Ajaccio (1833-1869)
A la muerte de Mons. Luis Sebastián, obispo de Ajaccio de 1802 a 1831, todavía se precisaban reformas de primera urgencia para devolver su dignidad al clero y a la vida religiosa de la diócesis. La sucesión fue difícil a causa de las presiones ejercidas sobre el Gobierno por el general Sebastián y el diplomático Pozzo di Borgo, dos corsos adversarios políticos influyentes bajo Luis Felipe que proponían cada uno a su protegido. El internuncio mons. Garibaldi, amigo personal de Rafael, encontró una solución diplomática proponiendo a este desconocido que con todo tenía los títulos y la experiencia necesarios para ser un buen obispo. A pesar de la oposición enconada del cardenal d’Isoard, muy apegado a su vicario general, y del mismo Rafael, éste fue nombrado por ordenanza regia del 28 de junio de 1933 y preconizado en consistorio el 30 de setiembre. El cardenal d’Isoard lo ordenó obispo en la catedral de Auch el siguiente 8 de diciembre.
El nuevo obispo conocía bien la triste situación de la iglesia en Córcega: parroquias pobres, clero numeroso pero en general sin formación, fieles ignorantes, luchas entre las familias y clanes, etc. Por este motivo había rechazado primero el episcopado y había propuesto más bien a un obispo proveniente del continente. Por lo demás, de ahí tomó a sus dos vicarios generales. A principios de 1834 acudió al abate Sarrebayrouse, profesor en el seminario menor de Toulouse, y en octubre obtuvo al padre Hupólito Guibert, o.m.i., superior de la comunidad de N.-D. de Laus.

Mons. Casanelli parece que no conocía a los Oblatos. En 1833 y 1834 fue a descansar en Aix en la familia de los d’Isoard, muy conocida del padre Eugenio de Mazenod. Allí recibió la visita del abate Castelli, sacerdote corso que trabajaba en Aix, quien le invitó a pedir ayuda al superior general de los Oblatos. Éste, impulsado por el padre Guibert, buscaba desde hacía unos años nuevos campos de apostolado para sus hijos. Aceptó con gusto el ofrecimiento del obispo, tanto más cuanto que le proponía dos obras que respondían a los fines de la congregación: dirigir un seminario mayor y fundar una casa de misioneros. Mons. de Mazenod le escribió a Roma el 19 de noviembre de 1834: “No me retracto del compromiso que asumí con usted de secundarle con todas mis fuerzas en la gran misión que tiene que cumplir […], el campo me parece tan casto y tan fértil, aunque cubierto de zarzas, que si yo fuera todavía simple sacerdote, no cedería a nadie el honor de ofrecerme a usted para ayudarle a desbrozarlo; pero lo que no puedo hacer por mí mismo, lo harán otros por mí”. A continuación le anunciaba el envío de los tres primeros oblatos: “Le daré […] como superior al sacerdote más distinguido de nuestra comarca [Hipólito Guibert…]; al padre [Domingo] Albini […], un sabio teólogo y lo que es más, un santo misionero[…] Será acompañado por un profesor de dogma, hombre de talento que entiende de Sagrada Escritura y de ceremonias [Adrián Telmon]”.

Formación y reforma del clero
Mons. Casanelli d’Istria se propuso en primer lugar formar mejor al clero joven y reformar al clero mayor. Lo logró sobre todo gracias al padre Guibert y a los Oblatos.

La diócesis no tenía seminario mayor. A su llegada, mons. Casanelli, todavía joven y amigo de grandes proyectos, no encontró más que obstáculos en todas partes; el Gobierno rehusó devolverle el antiguo seminario mayor ocupado por la prefectura, el cardenal Fesch no aceptó alquilar su hotel desocupado, y el clero se opuso al proyecto mismo de un seminario tenido por superfluo. En 1835, el padre Guibert, más realista, logra en unos meses superar esos obstáculos. Alquila la casa Ottavi y abre el seminario de 6 de mayo con una quincena de seminaristas. Durante el verano éstos dan a conocer las ventajas de la casa que acoge a 60 alumnos al empezar el año escolar de 1835-1836. El p. Guibert va luego a París y obtiene subsidios del Gobierno, becas de estudio para los seminaristas pobres y la exención del servicio militar para todos. En 1837 la prefectura cede por fin el antiguo local. El superior hace levantar tres pisos en 1838-1839 y así pude recibir a 150 seminaristas y sacerdotes jóvenes. Mons. de Mazenod que sigue los acontecimientos, escribe en su Diario el 27 de abril de 1839: “Cincuenta y dos ordenaciones en Ajaccio, de ellas veintiocho para el diaconado. Hay razón para regocijarse”.

Para asegurar un reclutamiento bueno había un seminario menor. Mons. Casanelli tuvo muchas más dificultades al respecto. El Gobierno no daba nada, y las autoridades del liceo local hicieron lo posible para oponerse a esa institución. No obstante, se alquiló un local y el obispo encontró directores en Ajaccio, Lyon y Grenoble, entre ellos el abate Guçedy, nombrado superior. La apertura oficial se hizo el 5 de noviembre de 1836 con 130 alumnos. La experiencia solo duró un año. El gran número de seminaristas alojados en locales de fortuna, el costo elevado, una disensión entre los directores y la rebelión de los estudiantes contra un profesor obligaron a Mons. Casanelli a juntar los dos seminarios bajo la dirección del padre Guibert. Éste pudo entonces organizar la casa según los proyectos que había sometido al obispo ya en 1836, es decir empezar modestamente con solo los tres grados inferiores. Trasladó la sede del seminario menor a la casa Ottavi y nombró como delegado al frente de la casa al abate Silva, de Manosque, cuyos talentos de educador conocía. El año escolar 1837-1838 comenzó con cien alumnos.

Desde la salida del padre de Guibert en 1841, Mons. Casanelli, por economía, mandó los estudiantes al seminario mayor. El padre Guibert y Mons. de Mazenod se habían opuesto siempre a esa medida. El pobre padre Francisco Moreau, sucesor del padre Guibert, tuvo así desde su llegada una responsabilidad superior a sus fuerzas. Murió tras unos días de enfermedad en 1846. En un momento de desaliento, Mons. Casanelli mandó a sus familias a la mayoría de los seminaristas menores, aguardando la construcción del seminario. Ésta, iniciada en 1836-1837, no terminó hasta 1850. Esa institución floreció posteriormente y contó cada año con más de 300 alumnos internos o externos.

Al fin de su vida Mons. Casanelli se sentía feliz al anunciar al emperador Napoleón III que al menos había logrado formar buenos sacerdotes. Escribía el 18 de junio de 1868: “El clero actual de Córcega, formado en su mayor parte en mis seminarios, está en el campo de la ciencia y de las virtudes, como también por su celo y su abnegación a toda prueba, a la altura del de las mejores diócesis del continente. El obispo de Ajaccio tiene derecho a mostrarse orgulloso de ese clero”.

La reforma del clero fue tal vez menos aparente, pero como de Mazenod en Marsella, Mons. Casanelli trabajó en ella con empeño tomando medidas precisas y severas. Impuso que se llevara la sotana, uso hasta entonces desconocido, y nombró para las parroquias y anejos solo a los sacerdotes que aceptaban pasar exámenes o permanecer un año en el seminario. Estableció la obligación de predicar y enseñar el catecismo y publicó a este fin ya en 1834 un catecismo en francés y en italiano. Se alzó contra el uso de las cartas de recomendación para los nombramientos a las parroquias principales o a las canonjías. Insistió para que los sacerdotes no se mezclaran en la política y trató de nombrar a los párrocos y rectores fuera de sus lugares de origen a fin de alejarlos así de las disputas de familias o de clanes por motivos políticos o de negocios. En 1845 tomó medidas severas contra la costumbre de dejar a los laicos hacer discursos de circunstancia en las iglesias que servían incluso para las asambleas electorales, para los sorteos de los reclutas del ejército y para el examen médico de los futuros soldados. Las iglesias que se emplearan para esos fines, quedarían en entredicho ipso facto. Pero no logró organizar retiros pastorales anuales más que a partir de 1844, dada la dificultad de agrupar a los sacerdotes a causa de las distancias y de los malos caminos.

Entre tanto Mons. Casanelli no cesó de intervenir ante el Gobierno y las autoridades locales para la creación de nuevas sucursales en los pueblos alejados; obtuvo mucho dinero para mandar reparar o construir iglesias y casas rectorales, y también para atender a los sacerdotes ancianos.

La reforma de las costumbres
La reforma de las costumbres iba a la par con la del clero. Mons. Casanelli tomó diez años para hacer la primera visita pastoral a las 400 parroquias y las numerosas aldeas de su diócesis con recorridos extenuantes, casi siempre a caballo y a veces a través de altas montañas. Se hacía acompañar siempre por un vicario general o por misioneros. Nada le detuvo, incluso cuando algunos párrocos se oponían a la visita, anunciando que su vida estaba en peligro.

En el decurso de esa primera visita vio el gran mal que provenía de la ignorancia religiosa, de la vendetta y del bandidaje, de la ausencia de escuelas, de las uniones ilegítimas, etc.

Para luchar contra la ignorancia religiosa y la vendetta, quiso un equipo de misioneros. En 1836 compró el convento de Vico y lo ofreció a los Oblatos. Los padres Albini y Telmon, directores en el seminario, empezaron a predicar ya en las vacaciones de verano de 1836. El éxito fue fulminante. El padre Albini se mostró en seguida como un apóstol extraordinario que obtenía numerosas conversiones, lograba pacificaciones en todas partes y obraba milagros. Tras su muerte en 1839, el padre Esteban Semeria y luego, desde 1847, los padres Antonio Rolleri y Domingo Luigi continuaron la obra tan bien iniciada. Más tarde los Franciscanos y los Capuchinos, tan numerosos en Córcega antes de la Revolución, volvieron a establecerse en varias ciudades y los Jesuitas abrieron una residencia en Bastia en 1859.

En 1834 no había más que una escuela para muchachas en Ajaccio, dirigida por las Hermanas de San José de Lyon. Estas religiosas aceptaron abrir un pensionado en Ajaccio y escuelas en Bastia, Calvi, Sartène, Olmetò y Bonifacio. Las Hijas de María Inmaculada de Agen se instalaron también en Ajaccio, Île Rousse, Sartène, Olmetò, Cervione y Vico, mientras que las Benedictinas fundaron un pensionado en Erbalunga. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, establecidos en Ajaccio antes de 1834, abrieron también once escuelas para muchachos, una de ellas en Vico. Igualmente se abrió una escuela eclesiástica dirigida por los Oblatos en el convento de Vico, de 1855 a 1864.

En 1856 Mons. Casanelli decidió obrar con severidad contra las uniones ilegítimas. A fin de dar la menor resonancia posible a ese acontecimiento en Francia, escribió su pastoral en italiano. Describía con expresiones de rara crudeza la triste situación de muchas familias y tomó luego medidas de extraordinaria severidad, por ejemplo: excomunión mayor, tras tres admoniciones a todos los que siguieran viviendo maritalmente sin estar unidos por el lazo del matrimonio; y si después de la excomunión mayor, los delincuentes persistieran en vivir juntos en ese escándalo, los párrocos estarían obligados a denunciarlos expresamente a la autoridad diocesana a fin de que los obstinados fueran declarados por el obispo excomulgados vitandi, etc.

Esta pastoral tuvo como resultado la legitimación de unas dos mil uniones, pero fue muy criticada por las autoridades civiles, especialmente por Rouland, ministro de Cultos. El mismo Napoleón III se había creído indirectamente en la mira, pues justamente uno de sus primos, el príncipe Luciano Bonaparte quería volverse a casar con una rica dama inglesa, con la que al parecer convivía desde 1848. Pedía por tanto la anulación de su primer matrimonio contraído con una florentina y sancionado por una cohabitación de 16 años. En vano Luciano Bonaparte había pedido el apoyo de Mons. Casanelli para obtener una sentencia de anulación de ese matrimonio por Roma.

Esa carta pastoral costó cara a Mons. Casanelli. Desde la elección de Luis Napoleón como presidente de la República en 1848, la vuelta de un Bonaparte al frente de Francia hizo esperar que comenzara una edad de oro para la diócesis de Ajaccio. Durante su viaje a París en 1851, el obispo recibió en efecto promesas para la construcción de una nueva catedral, de un palacio episcopal y de una capilla para el seminario; obtuvo incluso inmediatamente el nombramiento de un auxiliar. Mons. Sarrebayrouse fue ordenado en Ajaccio el 19 de octubre de 1851 por Mons. Casanelli, con asistencia de Mons. de Mazenod y de Mons. Guibert. Pero después Mons. Casanelli no obtuvo nada más. Hasta su muerte en 1869 escribió muchas cartas, hizo diversas visitas a París, pidió y suplicó, pero siempre en vano.

Muerte. Carácter. Relaciones con los Oblatos
Con una salud más bien frágil, Mons. Casanelli tuvo el valor de hacer cada año visitas pastorales de varios meses. En 1869, tras sus visitas, presidió los dos retiros pastorales en Ajaccio y, como cada año, partió para una temporada de descanso en el convento de Vico, a fin de prepararse para el concilio Vaticano I que iba a comenzar pronto. Desde su llegada a Vico cayó enfermo y murió después de unos días, el 12 de octubre de 1869.

El padre Teófilo Ortolan afirma que Mons. Casanelli se distinguió siempre por una asombrosa fortaleza de carácter. En el curso de sus 36 años de episcopado realizó, a pesar de mucha oposición y obstáculos, los proyectos que había formado desde 1834. “Los obstáculos, escribe Ortolan, lejos de desalentarlo, le procuraban la ocasión de desarrollar todos sus recursos: agudeza, astucia, energía, a veces incluso violencia, pues era hombre de extrema vivacidad, lo cual en más de una circunstancia le enajenó ciertos espíritus”.Mons. Baunard en su obra sobre El episcopado francés de 1802 a 1905 escribe: “Mons. Casanelli d’Istria fue uno de los grandes obispos de Francia en el siglo XIX. Dotado de una rara energía, de una constancia a toda prueba, creó, en cierto modo, creó por completo su diócesis.”

Sus relaciones con Mons. de Mazenod y los Oblatos fueron siempre amistosas pero difíciles. Mons. de Mazenod, que admira la buena voluntad del obispo de Ajaccio, emite a veces juicios severos sobre él. En su Diario del 26 de febrero de 1838 escribe, por ejemplo, que Mons. Casanelli “se muestra incapaz de gobernar su diócesis”. Esta reflexión podría explicarse de alguna forma al principio de la administración del obispo, propenso a proyectar a lo grande y a exigir del Gobierno “todo o nada”, mientras que el padre Guibert, más realista, creía que poco vale más que nada. Pero el pensamiento del obispo de Marsella sigue siendo el mismo seis años más tarde, cuando Mons. Casanelli pedía un auxiliar en Córcega. Mons. de Mazenod se queja de Mons. Guibert que no hace nada en París para que se nombre obispo de Ajaccio al abate Sarrebayrouse y se traslade a Mons. Casanelli al continente. “Sería de desear –escribe al padre Moreau el 30 de abril de 1844- que pudiera realizarse ese proyecto, para el bien de Córcega y la paz de la Congregación” (en Cartas a los Oblatos de Francia, 1843-1849; Escritos Oblatos, I, t. 10, nº 838).

Mons. de Mazenod habla ahí de “paz de la Congregación” y a menudo nota que el obispo de Ajaccio “tiene poco reconocimiento por lo que los Oblatos han hecho; será bueno estar sobre aviso”, escribe en su Diario el 26 de febrero de 1838.

Que Mons. Casanelli no haya dejado en paz a la Congregación, parece cierto. Intervino con bastante frecuencia, según su derecho por lo demás, en el régimen interno del seminario y sobre todo se quejó sin cesar del cambio demasiado frecuente de los padres en las dos comunidades oblatas y de hecho de que los profesores y los misioneros, demasiado jóvenes, venían en cierto modo a hacer su noviciado en Córcega. Por cierto, Mons. de Mazenod no logró remplazar perfectamente a hombres de la estatura de Mons. Guibert y del padre Albini. La sucesión de un santo especialmente es siempre muy pesada. Al lado de los grandes, uno parece pequeño, si no es igual a ellos. Sin duda, Mons. de Mazenod no era siempre culpable y Mons. Casanelli lo comprendía. El exceso de trabajo, por ejemplo, se llevó en la flor de la edad a los padres José Richard en 1837, Albini en 1839, Moreau en 1846, Juan Pablo Pasqualini y Luigi en 1855. Pero también es verdad que el superior general retiró igualmente de Córcega a hombres de valía como los padres Semeria, Federico Mouchel, León Bouquet, Pablo Pompei, etc., e hizo, como en todas las otras casas de Francia, frecuentes cambios de personal exigidos por nuevas fundaciones cada año en cuatro continentes.

Mons. Casanelli causó también muchas preocupaciones a los superiores de Vico. Iba, sobre todo en verano, a pasar una temporada de vacaciones en el convento, llevando consigo a varios huéspedes. Los visitantes abundaban entonces y, además de que era imposible continuar la vida regular, había que alimentar a toda esa gente cuando monseñor no pagaba la mitad de los gastos. “Ese abuso es intolerable”, escribía Mons. de Mazenod al padre Semeria el 4 de agosto de 1842 (en Cartas a los Oblatos de Francia, 1837-1842, Escritos Oblatos. 1, t.9, nº 773).

¿Se mostró ingrato Mons. Casanelli con la Congregación? Al hablar de falta de reconocimiento, Mons. de Mazenod entiende más bien, al parecer, subrayar el hecho de que a veces el obispo de Ajaccio, al pedir un sucesor de algún superior fallecido o retirado de Córcega, especialmente tras la muerte del padre Moreau en 1846, exigía el mejor miembro de la Congregación y si no le quitaría la dirección del seminario (ver carta de Eugenio de Mazenod a Hipólito Courtès, el 1 de abrl de 1846 en Cartas a los Oblatos de Francia, 1843-1849, Escritos Oblatos I, t. 10, nº 895). Rehusó entonces al padre Semeria e incluso al padre Juan José Lagier como superior. El Fundador insistió diciendo: si rehúsa al padre Lagier, “echaremos la llave a la puerta” (Carta de Mons. de Mazenod al p. Ambrosio Vincens, el 5 de mayo de 1846, en Cartas a los Oblatos de Francia 1848-1849, Escritos Oblatos,I, t. 10, nº 898). Sin embargo, tuvo que ceder y envió al padre Juan José Magnan. Más tarde Mons. Casanelli propuso una fundación en Corte o Bastia. Mons. de Mazenod le hace la confidencia a Mons. Guibert diciendo: “Queda por saber si nos conviene hacer tantos gastos en personal […] en un país con cuyo obispo no se puede contar” (Carta de 5 de mayo de 1853, en Cartas a los Oblatos de Francia, 1850-1855, Escritos Oblatos I, t. 11, nº 1146).

Mons. de Mazenod forzaba sin duda un poco su pensamiento al decir que el obispo de Ajaccio era poco agradecido. Este consideraba al padre Guibert como su “brazo derecho y el principal instrumento de todas sus obras” (Eugenio de Mazenod, Diario, 17 de octubre de 1841). Admiraba los talentos del padre Telmon, que, según decía, es “el que hace y deshace en Ajaccio” (ibidem, 15 de mayo de 1837). El 1 de julio de 1839 escribió una emotiva carta circular, tras la muerte del padre Albini, en la que decía: “Ojalá las veneradas cenizas de aquel a quien lloramos se conviertan en una semilla fecunda de hombres evangélicos para reparar las pérdidas de esta fervorosa Congregación que se ha dedicado al servicio de nuestra diócesis y con la que ya tenemos tan grandes obligaciones”.

Mons. Casanelli consideró siempre a la Congregación de los Oblatos como la familia religiosa con la que más contaba. Le pidió muchos servicios y acaso no siempre pensó en dar las gracias, a la manera de un padre que cuenta siempre con la dedicación de sus hijos. Pero en todas las circunstancias penosas supo expresar con convicción su reconocimiento, especialmente en sus circulares al clero con ocasión de la salida del padre Guibert en 1841 y del padre Semeria en 1847, y de la muerte del padre Albini, del padre Luigi y de Monseñor de Mazenod.

A pesar de esas pocas sombras en el cuadro, la colaboración de los Oblatos en la obra de Mons. Casanelli fue eficaz y benéfica para la diócesis; estaba también fundada sobre bases tan sólidas que no cesó a la muerte del obispo. El compromiso de los Oblatos al servicio de Córcega dura todavía.

YVON BEAUDOIN,O.M.I.