Nacimiento en Saint-Étienne de Tinée, cerca de Niza, Francia, Noviembre 18, 1820

Ordenación sacerdotal  Junio 6, 1846
Toma de hábito en N.-D. de l’Osier, Marzo 8, 1847
Oblación en N.-D. de l’Osier, Septiembre 8, 1847 (No. 176)
Muerte en Jaffna, Septiembre 10, 1853.

 

José Alejandro Ciamin nació en Saint-Étienne de Tinée, diócesis de Niza, el 18 de noviembre de 1820. Fue ordenado sacerdote el 6 de junio de 1846 e ingresó al noviciado Oblato en Notre-Dame de l’Osier el 8 de marzo de 1847, tomando sus votos en el lugar el siguiente 8 de septiembre al obtener una dispensa de seis meses del noviciado de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares.

El Obispo de Mazenod había aceptado recientemente enviar Oblatos a Ceylán. Necesitaba hombres que estuvieran listos sin demora. El novicio Ciamin, que ya había sido ordenado sacerdote, ingresó a la Congregación para ir a las misiones en el extranjero. Fue elegido como miembro del primer grupo de misioneros, junto con los Padres Étienne Semeria, Luis María Keating, y el Hermano José de Steffanis. Salieron de Marsella el 21 de octubre de 1847 y llegaron a Gall, Ceylán, el 28 de noviembre.

El Obispo Horacio Bettachini, vicario apostólico de Jaffna, envió de inmediato al Padre  Ciamin a Mantotte, donde el pastor Goano de la aldea se había vuelto cismático. No pudo permanecer mucho tiempo, pues el sacerdote Goano y sus seguidores se negaron a recibir al enviado del Obispo. El Padre Ciamin trabajó en Mannar y posteriormente en Point Pedro en 1849-1850 y después en Mantotte en 1851. Puesto que la comunicación entre Mantotte y Jaffna era difícil, escribía poco al Padre Semeria, quien lo consideraba ser muy independiente y no muy obediente. Al enterarse de la situación, el Obispo de Mazenod se mostró preocupado y dijo al Padre Semeria que el Padre Ciamin debía ser llamado a Jaffna, y de ser necesario, enviado de vuelta a Francia. El Padre Ciamin, quien tuvo que tratar con los cismáticos del Goano, se defendió fuertemente de las acusaciones del Padre Semeria. “Dudar de mi fidelidad” escribió, “es blasfemo y gravemente injurioso en mi contra. Le ruego, si no desea tratarme de manera que sería gravemente injusta, creer que soy su amigo más sincero y hermano más devoto”.

Más adelante el Obispo de Mazenod estuvo complacido por el buen entendimiento entre los dos misioneros y escribió al Padre Semeria el 21 de febrero de 1849: “Larga vida al Padre Ciamin. Su comportamiento es encantador. Su única falta es no escribirme”. El 10 de noviembre de ese año, sugirió que el Padre Ciamin fuera designado segundo consejero del Padre Semeria: “Es un buen hombre, tiene dignidad y buena actitud”. De hecho, el Consejo General nombró consejero al Padre Ciamin el 2 de Julio de 1851.

A fines de 1851 el Padre Ciamin cayó enfermo y fue llamado a Jaffna. El Padre Semeria informó que se trataba de tisis o tuberculosis. El Obispo de Mazenod dio un buen consejo acerca de la enfermedad, en una carta escrita el 2 de julio de 1852: “Las noticias que me comunica acerca de la enfermedad del buen Padre Ciamin me afligen profundamente. Puesto que muestra tos y sangre, debe descansar por completo sus órganos vocales… Es absolutamente necesario que se reduzca la irritación de su pecho para evitar se forman tubérculos en sus pulmones”.

La enfermedad empeoró y los doctores no daban esperanza de curación. El Padre Ciamin deseaba ir a morir a Francia. En una carta del 9 de abril de 1853, el Obispo de Mazenod dio ánimos al paciente. Le exhortó a ser sumiso ante la voluntad de Dios y desistir de la idea de un viaje que sería muy costoso, inútil e incluso peligroso, pues podría fallecer en la travesía, sin auxilio espiritual. Falleció en Jaffna el 10 de noviembre de 1853. En una extensa carta al Fundador fechada el 28 de enero, el Padre Semeria describió el sufrimiento del agonizante, su paciencia y muerte en santidad. Dos días antes había escrito al Padre  Ciamin: “Si Dios te llama a su presencia, qué importa si es por las flechas de los infieles o muerte infligida por el verdugo, o por el pequeño fuego de la enfermedad contraída en el ejercicio de un gran ministerio, predicando el Evangelio para la santificación de las almas. El mártir de la caridad no recibirá menos recompensa que el que muere por la fe. Por lo tanto, ten valor querido hijo, has dado una buena batalla, has asegurado tu corona, pues la palabra del Maestro es infalible…”

Yvon Beaudoin, o.m.i.