1. Educación y primeros años de sacerdocio
  2. Destierro
  3. Obispo de Marsella
  4. Últimos años

Nacido en Aix, el 27 de abril de 1749
Seminario mayor en Aix, de 1766 a 1768; en San Sulpicio en París y en la Sorbona, de 1768 a 1776
Ordenado sacerdote en Beauvais el 6 de abril de 1776
Canónigo de Aix y vicario general, en 1776
Exilio a Turín, Venecia, Nápoles y Palermo, de agosto de 1792 a 1817
En la casa de la Misión de Aix, de 1817 a 1823
Ordenado obispo de Marsella, el 6 de julio de 1823
Dimisión el 29 de abril de 1837
Muerte en Marsella, el 22 de febrero de 1840.

Carlos Fortunato de Mazenod, tío de Mons. C.J. Eugenio de Mazenod, nació en Aix el 27 de abril de 1749, de Carlos Alejandro de Mazenod y de Úrsula Felicidad de Laugier.

Educación y primeros años de sacerdocio
De 1758 a 1762 estudió en el Colegio Borbón de Aix, dirigido por los jesuitas. Cuando el Parlamento prohibió la enseñanza a los miembros de la Compañía, Fortunato fue a proseguir sus estudios en la escuela Chauvet, establecimiento privado de Marsella, de 1763 a 1765. En esa ciudad, en la colegiata ‘des Accoules’ destruida durante la Revolución, hizo la primera comunión y fue confirmado por Mons. J. B. De Belloy.

Terminado su curso clásico, decidió hacerse sacerdote. Recibió la tonsura de manos de Mons. J. B. Antonio de Brancas, arzobispo de Aix y entró en el seminario de esa ciudad donde estuvo dos años, sin duda hasta 1768. Continuó durante 8 años sus cursos de teología en París en el seminario de San Sulpicio y en la Sorbona donde obtuvo el grado de licenciado.

El 6 de abril de 1776 fue ordenado sacerdote, en Beauvais, por Mons. F. J. de La Rochefoucauld, asesinado durante la Revolución en la iglesia de los carmelitas en París y beatificado el 17 de octubre de 1926. El mismo día de su ordenación era nombrado vicario general de Mons. Hachette des Portes, último obispo de Glandève, en los Bajos Alpes; con todo, fijó su domicilio en Aix, donde fue nombrado canónigo. Se distinguió por la regularidad de su presencia en el oficio capitular y por su celo para con las comunidades religiosas, especialmente con las carmelitas. El joven canónigo fue al poco tiempo vicario general de Aix y colaborador íntimo y apreciado del arzobispo, Mons. Raimundo de Boisgelin. El arzobispo y los otros vicarios generales abandonaron Aix ya al principio de la Revolución. El canónigo Fortunato administró solo la diócesis hasta agosto de 1792. Su vida entonces estaba seriamente en peligro. Dejó Francia en compañía de su tío Carlos Andrés de Mazenod, vicario general de Marsella. A través de Suiza llegó a Turín, donde ya estaban los otros miembros de la familia, a los que siguió en su destierro a Venecia, Nápoles y Palermo.

Destierro
El canónigo Fortunato conoció entonces 25 años de vida oculta y de pobreza, sobre todo durante los últimos años, cuando para sobrevivir se hizo profesor de francés. Durante el verano de 1795 la Sra. de Mazenod, madre de Eugenio, y Carlota Eugenia, su hermana, habían vuelto a Francia para intentar salvar del naufragio algunos bienes de la familia; Fortunato las acompañó hasta Lausana. A comienzos del otoño de 1797 una suavización de las leyes de deportación le había permitido regresar a Francia, pero apenas dos meses después un nuevo endurecimiento de las leyes contra los sacerdotes le había obligado a huir. Se dirigió de nuevo a Italia, pasando por Liorna y Florencia para reunirse con sus hermanos en Nápoles a comienzos de febrero de 1798.

Tras el concordato de 1801, con la cooperación del cardenal de Boisgelin, ex arzobispo de Aix y entonces arzobispo de Tours, y del ministro de cultos Portalis, antiguo amigo de la familia, Fortunato fue designado para ocupar la sede de Aviñón; rehusó por no verse obligado a prestar juramento de fidelidad a Napoleón.

En Palermo se enteró en 1817 de que el rey Luís XVIII le había designado para la sede episcopal de Marsella. Fueron necesarias varias cartas muy apremiantes de su sobrino para que se decidiera a volver a Francia y a aceptar el episcopado. Confesó entonces que, después de tantos años sin actividades pastorales, era mayor su temor de las responsabilidades que la aspiración a los honores que en su juventud había deseado ardientemente. Eugenio tuvo que prometerle que estaría siempre a su lado como colaborador activo.

El concordato de 1817, en virtud del cual se restablecía la sede de Marsella, encontró dificultades de aplicación y el nombramiento se aplazó hasta 1823. Fortunato se retiró a Aix a la casa de los Misioneros de Provenza. Así conoció íntimamente a todos los primeros misioneros y compartió su vida y su apostolado en la iglesia de la Misión. Levantándose siempre el primero, daba personalmente la señal para despertar a la comunidad, abría las puertas de la iglesia, tocaba las campanas, y luego pasaba una parte de la jornada en el confesionario, ayudando sobre todo al P. Enrique Tempier que a menudo quedaba solo en Aix para ocuparse de la iglesia, de la Congregación de la juventud, de los novicios y de los escolásticos. Durante su permanencia en la casa de los Misioneros de Provenza, prestó sobre todo un gran servicio al Fundador cuya salud dejaba entonces mucho que desear. Con mucha energía, Fortunato le obligó a moderar sus actividades y a tomar tiempo para alimentarse y descansar.

Finalmente fue nombrado obispo de Marsella el 13 de enero de 1823, preconizado por Pío VII en el consistorio del 16 de mayo, y consagrado en Issy por el cardenal Latil el 6 de julio de 1823, al mismo tiempo que Mons. Arbaud, obispo de Gap, diócesis donde se hallaba la segunda casa oblata de Nuestra-Señora de Laus.

Obispo de Marsella
Mons. Fortunato de Mazenod fue pastor de la diócesis de Marsella de 1823 a 1837; con él colaboraron íntimamente cuatro vicarios generales, entre ellos los Padres Eugenio de Mazenod y Enrique Tempier.

Dirigió su atención sobre todo a la formación y a la reforma del clero. Para las necesidades espirituales de una población que pasó de 150.000 habitantes a 200.000, la diócesis no contaba ya con seminario mayor y solo disponía de 170 sacerdotes, más bien entrados en años. Sin embargo, había un seminario menor desde 1816. En seguida se abrió el seminario mayor en dos casa de la calle Roja. Ante las dificultades que se presentaron para encontrar maestros en el clero diocesano o entre los religiosos, Mons. Fortunato confió la dirección del centro a los Oblatos de María Inmaculada desde 1827.

La reforma del clero se reveló más larga y más difícil. La diócesis se había quedado sin obispo residente por más de 20 años y el clero había adquirido hábitos de independencia. Además, Marsella era el refugio de muchos sacerdotes, con frecuencia poco edificantes, llegados de otras diócesis de Francia y hasta de España y de Italia. Mons. Fortunato, ayudado sobre todo por su sobrino, a quien se atribuyó la firmeza del obispo, intentó volver a someterlo todo a las leyes de la disciplina eclesiástica de antes de la Revolución y procedió a una penosa pero necesaria depuración del clero. En la correspondencia de los años 1827-1836 se cuentan más de cien casos de sacerdotes reprendidos o puestos en entredicho.

Una de las obras más meritorias del obispo fue la distribución equitativa de los emolumentos, es decir de los ingresos provenientes de las ofrendas y los estipendios de misas, hasta entonces muy desproporcionados entre las parroquias ricas y las pobres.

La dotación pastoral de Marsella databa de 1803, cuando la ciudad contaba alrededor de 100.000 habitantes. Además, habían sido destruidas o vendidas durante la Revolución más de veinte iglesias. Algunos barrios estaban bastante bien provistos, mientras que otros carecían de lugar de culto. Mons. Fortunato se propuso con tenacidad resolver esos problemas. Primero, abrió al público varias capillas pertenecientes a comunidades religiosas o a asociaciones. A fin de permitir a los fieles participar en la misa dominical, multiplicó las misas de binación. Y finalmente, con o sin la obligada autorización del Gobierno, hizo construir tres nuevas iglesias.

Se fortalecieron las asociaciones, y se admitieron en la diócesis algunas congregaciones religiosas; pero será sobre todo después de 1837 cuando se fundarán nuevas asociaciones y las congregaciones acudirán en mayor número y se desarrollarán con fuerza.

En este esfuerzo por dar vida y movimiento a la diócesis, Mons. Fortunato contó sobre todo con sus vicarios generales. Él presidía los consejos, visitaba las parroquias para las ceremonias de confirmación, no rehusaba las invitaciones de los párrocos y de los religiosos y religiosas con ocasión de las fiestas especiales, pero sobre todo fue un hombre de despacho. Se conservan centenares de sermones y charlas suyos, siempre en dos ejemplares (borrador y copia en limpio), escritos con una caligrafía muy esmerada, tan legible como los textos mecanografiados de hoy.

Últimos años
El 2 de abril de 1837 el Gobierno aceptó la dimisión de Mons. Fortunato y designó a Eugenio de Mazenod como nuevo obispo de la diócesis. La Santa Sede hizo lo mismo el 29 de abril y publicó el breve del nombramiento del sucesor el 2 de octubre siguiente.

Monseñor Fortunato vivió todavía tres años. Su nombramiento como canónigo del cabildo de San Dionisio le otorgaba buenos ingresos que le permitían ocuparse de los pobres a quienes siempre había amado. Pudo igualmente entregarse con más rigor a la vida de oración y de regularidad que había conocido sobre todo en Sicilia. En su Diario del 5 de mayo de 1838 escribe Eugenio: “No pienso que pueda existir un hombre más feliz en la tierra. Llegado a la edad de 90 años sin ninguna enfermedad; dotado de una serenidad de espíritu de un hombre de treinta años, con un carácter alegre y jovial, sin inquietarse por nada de forma que quede turbado el reposo de su alma; rodeado de una familia que le quiere y le venera, y de amigos que comparten sus sentimientos […], gozando a los ojos de los hombres del raro beneficio de verse atribuir todo el bien que se ha hecho bajo su episcopado, ya que a mí se me achaca la parte difícil, la que molesta y contraría, en una palabra todo lo odioso que es inseparable de las medidas más sabias; y, finalmente, disfrutando de independencia económica que mi afecto le reservaba mediante el honroso retiro que le he obtenido, el cual le permitirá responder sin agobio a las generosas inclinaciones de su corazón: ésa es la recompensa que Dios reservaba en este mundo a nuestro santo patriarca, sin detrimento de la que le otorgará en el cielo tras cien años, espero, de una dulce y santa vida”.

Esta situación de cielo anticipado no duró. A comienzos de 1840 un resfriado trajo consigo rápidamente una grave enfermedad. Monseñor Fortunato murió el 22 de febrero después de recibir de manos de su sobrino el sacramento de los enfermos. El funeral, presidido por Mons. Eugenio de Mazenod, se celebró el 23 en medio de una gran muchedumbre. Escribe el canónigo Juan Leflon: “El tiempo, que es el único que consagra la fama, no hizo más que confirmar después la estima universal de que gozaba Mons. Fortunato de Mazenod. Sin poseer el dinamismo de su sobrino, ni menos su talla, este sobreviviente del Antiguo Régimen conservaba del antiguo clero de Francia la cultura, el porte siempre digno, un sentido sacerdotal que tras las pruebas del exilio se había reavivado claramente con su ministerio en Aix, y un espíritu de caridad tan grande que sus limosnas agotaron sus ingresos hasta el fin […] A su piedad y su celo, muy reales, les faltaba sin duda algo de brillo. De su estado canonical el antiguo sacristán del cabildo de Aix guardaba una sabia lentitud, una prudencia arropada, mezclada de destreza y de modos mañosos. No le faltaba malicia ni pequeñas astucias, pero su serenidad, su benevolencia y su amabilidad sonriente le hacían simpático, y ese hombre de deber que se empeñaba generalmente en mirar bien por todos para no disgustar a nadie, sabía en ocasiones mostrarse valiente, tomar netamente postura, afirmarse y ser tajante […]” (LEFLON, III, p. 39-40).

La tumba de Mons. Fortunato de Mazenod se halla en la cripta de la catedral de Marsella.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.