1. Relaciones del abate de Mazenod con Pío VII

Barnaba Chiaramonti nace en Cesena el 14 de agosto de 1742. En 1782 es nombrado obispo de Tívoli y en 1785 es trasladado a la sede de Imola y luego nombrado cardenal. En el cónclave de Venecia, el 14 de marzo de 1800, es elegido papa y toma el nombre de Pío VII.

Por espíritu de conciliación, a pesar de una fuerte oposición, sobre todo del clero emigrado, concluyó un concordato con Napoleón el 15 de julio de 1801. Con el mismo espíritu de conciliación, va a París para participar en la consagración de Napoleón, emperador, el 2 de diciembre de 1804. Pero este último muestra pronto sus verdaderos designios: someter al Papa a sus voluntades. Pío VII no se cansa de oponer resistencia y llega hasta a excomulgar a Napoleón. Este, furioso, el 6 de julio de 1809 hace arrestar al Papa en Roma. Pío VII, bien escoltado, es conducido primero a Grenoble y luego internado definitivamente en el palacio episcopal de Savona, en Italia. En 1812 se le trasladará al castillo de Fontainebleau, cerca de París. Tras el fin de sus sueños militares, Napoleón se ve forzado a liberar al Papa. Este deja Fontainebleau el 23 de enero de 1814 y pasa por varias ciudades, aclamado en todas partes por la población; llega a Roma el 24 de mayo de 1814. Su pontificado fue uno de los más largos, veintitrés años. Murió en Roma el 23 de agosto de 1823.

Relaciones del abate de Mazenod con Pío VII
El concordato entre Pío VII y Napoleón provocó la ira de muchos, sobre todo del clero emigrado; se ponía el grito en el cielo. Fortunato de Mazenod declaró que ciertas cláusulas de ese concordato eran del todo contrarias a todos los principios (carta a Carlos Antonio, 10-5-1802). Con su arrebato habitual, Eugenio va más lejos. Afirma que con eso el Papa “si è sporcificato”, es decir, se ha deshonrado cometiendo bajezas (a su padre, 28-5-1802).

Más tarde, en su estadía en París en 1805, Eugenio puede ver con sus propios ojos las consecuencias felices del concordato y cambia radicalmente de actitud. El 16 de agosto de 1805 hace a su padre esta memorable afirmación: “Quien no está con Pedro se desvía. Tal es mi modo invariable de pensar; no lo cambiaría ni aun cuando emanaran de ese tribunal algunas decisiones que contrariaran mis puntos de vista. ¿Qué será cuando veo palpablemente que todo lo que se ha hecho ha sido para bien y ha operado el bien?”.

Se mantendrá fiel a ese aserto hasta el fin de su vida. Uno de los motivos de su ingreso en el seminario es precisamente la situación crítica en que se encuentra la Iglesia de Francia y el Papa. Eugenio se alista en la milicia sacerdotal, mientras que muchos otros nobles se mantienen prudentemente al margen. Con ese espíritu de combate ingresa, el 12 de octubre de 1808, en el seminario de San Sulpicio. El Sr. Emery se da cuenta en seguida y lo introduce en el despacho de su scriptorium compuesto de seminaristas valientes. Estos transcriben los documentos de la Santa Sede para difundirlos en Francia. Eugenio, en especial, es escogido para transcribir la bula por la que Pío VII ha excomulgado a Napoleón.

Terminados sus sueños militares, Napoleón tiene que liberar al Papa. Este deja Fontainebleau el 23 de enero de 1814 y regresa, por etapas, a Roma. Pasa por Aix el 7 de febrero a mediodía. Millares de ciudadanos salen de la ciudad para ir a su encuentro. Su carroza se abre paso con dificultad entre la multitud; los fieles arrodillados gritan: “¡Viva el Papa!” y piden su bendición apostólica. El abate de Mazenod va más allá. Se agarra a la portezuela y pierde el sombrero; su pie resbala y frota la rueda, lo que le provoca un rasguño en el talón. La diligencia se para a la puerta de Orbitelle sin entrar en la ciudad. Tras el cambio de caballos, sale para Tourves, cerca de Tolón; ahí es donde el Papa va a pasar la noche (Eugenio a Forbin-Janson, 10-2-14). El abate de Mazenod decide seguir al Papa. Salta a un coche y sigue al de Pío VII hasta Tourves. Tiene la dicha de ser admitido en el apartamento del Papa, de conversar con él y de recibir su bendición apostólica (JEANCARD, Mélanges historiques, p. 235).

Dirigiéndose entonces a Roma, el abate Forbin-Janson tiene también la dicha de encontrar a Pío VII en una ciudad italiana y de conversar con él. Le expone su proyecto de ir a China a llevar el Evangelio. Al Papa no le gusta esa propuesta y le responde: “Su proyecto es bueno, pero es más urgente ir en socorro de los pueblos que nos rodean: maxime autem ad domesticos fidei” (RAMBERT, I, p. 162s). Informado de esta respuesta, el abate de Mazenod se alegra; en efecto, él había tratado siempre de convencer a su amigo Carlos de la necesidad de dedicarse al apostolado en Francia por la predicación de misiones populares.

Apoyado en la bendición personal de Pío VII, el 6 de agosto de 1814 Eugenio de Mazenod le dirige una súplica en la debida forma con el fin de obtener la erección canónica de la Congregación de la Juventud cristiana. El 6 de setiembre siguiente recibe de Roma un rescripto, firmado por el cardenal Galeffi, que otorga ciertas indulgencias y autoriza a la autoridad diocesana a erigir canónicamente la Congregación. Aunque personalmente decepcionado con esa solución, el abate de Mazenod canta victoria. El 21 de noviembre de 1814 la Congregación de la Juventud queda erigida canónicamente. En setiembre de 1815, apoyándose también en la autoridad de Pío VII, el abate de Mazenod comienza a reunir a su lado a algunos sacerdotes y el 25 de enero de 1816 dirige a los vicarios capitulares de Aix una instancia pidiendo la aprobación de la Sociedad de los Misioneros de Provenza que, en 1826, pasará a ser la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

Jósef PIELORZ, O.M.I.