Juan María Mastai nació en Sinigaglia en el estado pontificio el 13 de mayo de 1792. Comenzó sus estudios en el colegio de los escolapios de Volterra, pero tuvo que interrumpirlos por enfermedad. De 1809 a 1814 vivió desocupado en su casa, luego fue a Roma, donde entró en contacto con apóstoles como Vicente Palotti, Gaspar Del Bufalo y algunos jesuitas. Decidió hacerse sacerdote. Mientras se ocupaba de la gestión de un hospicio, siguió cursos en el colegio romano y fue ordenado sacerdote el 10 de abril de 1819. Poco atraído por la burocracia curial, se orientó hacia un apostolado popular. En 1823-1825 a Chile al delegado pontificio Muzi. Nombrado en 1827 obispo de Espoleto, fue trasladado el 17 de diciembre de 1832 a la sede de Imola. Creado cardenal en 1840, participó en el cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XVI y, el 16 de junio de 1846, fue elegido papa ya el segundo día del cónclave.

Tenía fama de “liberal” y gozó al principio de inmensa popularidad. En 1848, a pesar de sus simpatías por la causa italiana, rehusó ejercer un papel activo en la guerra de independencia contra Austria. A causa de esto y de una crisis económica persistente, una parte de la población se levantó contra él. Tras el asesinato de su primer ministro, Pellegrino Rossi, el 24 de noviembre de 1848, el Papa huyó y se refugió en Gaeta, en territorio napolitano. En Roma se proclamó la república. Seis meses después fue restablecido en su trono gracias a la intervención del cuerpo expedicionario del general Oudinot.

Posteriormente, el Papa se opuso a la unidad de Italia rehusando ceder sus Estados. Fue también conservador en el campo doctrinal y no cesó de combatir el liberalismo. Sin embargo, trabajó con éxito en la restauración religiosa. Su papel personal fue mínimo en la expansión misionera, pero favoreció la renovación de las órdenes religiosas y, en el curso de su pontificado, se difundió una vasta corriente de devoción eucarística, de devoción al Sagrado Corazón y de devoción mariana, con la definición del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854. Después de 1866 alentó las iniciativas que tendían a reagrupar a los fieles en una perspectiva de defensa católica.

Pío IX gozó de simpatía especial en el mundo católico a raíz de sus desgracias repetidas: exilio en Gaeta en 1848-1849 y reclusión voluntaria en el Vaticano tras la ocupación de Roma en 1870. Esto contribuyó a la devoción al Papa y a la popularidad del ultramontanismo que llegó a concentrar cada vez más en torno al papado la dirección y el control de la Iglesia universal. Ese movimiento fue solemnemente sancionado en 1870 en el Concilio Vaticano I con la definición de la infalibilidad pontificia y del primado de jurisdicción del Papa.

Pío IX llevaba una vida sencilla y era piadoso. Se preocupó siempre por actuar como sacerdote y como pastor, como hombre de Iglesia responsable ante Dios de la defensa de los valores cristianos amenazados por los progresos de la impiedad, del laicismo y del racionalismo. Su causa de canonización, iniciada bajo Pío X en 1907, llegó a la beatificación el 3 de setiembre del 2000.

Mons. de Mazenod, ultramontano desde su juventud y sus estudios en San Sulpicio, compartió las ideas del Papa y estuvo siempre en comunicación epistolar con él. Al parecer, solo fue recibido en audiencia cinco veces: tres en 1851 cuando su viaje a Roma con el P. Tempier para la aprobación de las modificaciones de la Regla, y dos en 1854, con ocasión de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Nombra a Pío IX en cerca de 300 cartas o lugares de su Diario. Le escribió al menos 56 cartas y recibió de él 16 cuyo original se conserva. Algunas de esas cartas se refieren a dispensas, favores y condecoraciones, al envío de cartas pastorales, etc. Tratan sobre todo de la elección del papa en 1846, del jubileo y de la encíclica a favor de Irlanda en 1847, de la huida del Papa a Gaeta y de la invitación a retirarse a Marsella en 1848-1849, del óbolo de San Pedro en 1849-1850, del palio en 1851 (cf. artículo Palio), de los diarios exageradamente ultramontanos en 1852-1853 (cf. artículos La Correspondance de Rome y L’Univers), de la caída del Papa en las catacumbas en 1855, de la introducción de la causa de Mons. Gault, obispo de Marsella (1642-1643) y de la ordenación episcopal de Mons. Esteban Semeria en 1856, del paso por Marsella del cardenal Patrizi, legado papal para el bautismo del príncipe imperial en 1856-1857, de Mons. Grandin, nombrado en 1858 auxiliar de Mons. Taché en San Bonifacio, Canadá, de la guerra por la unidad de Italia y del cardenalato en 1859 y 1860 (cf. artículo: Cardenalato), y de la enfermedad de Mons. de Mazenod en 1861.

El P. Henri Verkin ha escrito un importante artículo sobre Mons. de Mazenod y Pío IX, en el que desarrolla sobre todo cuatro temas: la elección de Pío IX, el exilio en Gaeta y la invitación a Marsella, la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y el cardenalato. El P. Verkin termina el artículo diciendo: “Creemos que hay pocos obispos franceses en la época que estudiamos que hayan tenido tantas relaciones, sea directas sea indirectas, con Pío IX como Mons. de Mazenod. Ello se debe, en parte, a la posición geográfica de Marsella, lo cual, como hemos anotado, permitía al Papa llamar “su vecino” al beato [Eugenio] y a veces permitía a éste servir de intermediario, como sucedió cuando la persecución en España con el cardenal arzobispo de Toledo. Pero parece que hay que atribuirlo también a la actividad apostólica de Mons. de Mazenod y a su amor a la Iglesia romana […] Solo a causa de los acontecimientos políticos no pudo efectuarse la elevación al cardenalato […] El Sumo Pontífice, a pesar de las fluctuaciones contradictorias de la política, conservó su estima por Mons. de Mazenod. Nada lo prueba mejor que lo que escribió por su propia mano al responder a la carta en que Mons. Jeancard le anunciaba la muerte del obispo de Marsella: “Nós estamos profundamente afligido por la muerte de ese prelado que, distinguido por su excepcional amor a la religión, por su piedad y su celo sacerdotal, se honraba también en el más alto grado por su fidelidad, su adhesión y su respetuosa obediencia a Nos y a esta cátedra de Pedro…”

Yvon BEAUDOIN, O.M.I.