Nacimiento en Agde (Hérault), el 26 de junio de 1813.
Toma de hábito en Marsella, el 31 de octubre de 1839.
Oblación en Marsella, el 25 de diciembre de 1840 (nº 87).
Ordenación en Marsella, el 3 de julio de 1842.
Muerte en el Calvario, el 16 de enero de 1869.

Jean Jacques Denis Rey nace en Agde, diócesis de Montpellier, el 26 de junio de 1813. Estudia en el colegio de dicha ciudad y comienza a estudiar la Teología en el seminario de Montpellier. Tras haber recibido las órdenes menores, es nombrado profesor en el Seminario Menor de Saint-Pons. Aquí conoce a los oblatos y entra en el noviciado del Calvario, en Marsella, el 31 de octubre de 1839. Hace su oblación el 25 de diciembre de 1840. Cuando se abre el juniorado de Notre-Dame de Lumières, Jean Jacques Rey fue envíado como profesor, estudiando aún la Teología. El padre Jean Lagier, superior de la casa y director del juniorado desde julio de 1841 a septiembre de 1842, juzga severamete a su joven compañero y presiona a Mons. de Mazenod para que no sea ordenado sacerdote. Jean Jacques Rey recibe, sin embargo, la unción sacerdotal de manos del Fundador el 3 de julio de 1842. El 1 de noviembre de 1844, éste escribe al padre Moreau, superior del Seminario Mayor de Ajaccio, que no se dejara influenciar por el padre Lagier: “Si le hubiera creído –dice- no tendríamos ya en la Congregación al padre Rey, que es el mejor muchacho del mundo, quien se presta a todo con una docilidad perfecta, quien tiene un excelente carácter” (Letters to the Oblates of France, 1843-1849, Oblate Writings I, vol. 10, no. 820, p. 38).

Tras su ordenación, el padre Rey es enviado a Aix para prepararse para la predicación con el padre Hippolyte Courtès. No parece que estuviera muy dotado para la predicación, tomando parte en pocas misiones. De julio a septiembre de 1846, sigue el “Curso práctico de elocuencia”, impartido por el padre Ambroise Vincens en Parménie, cerca de Notre-Dame de l’Osier. Se encuentra en Notre-Dame de Bon Secours en 1847 y 1848. Mons. De Mazenod escribe al padre Louis-Toussaint Dassy el 14 de agosto de 1847: “Me dices del bien del padre Rey, estoy muy contento, pero no pierdas de vista que es un sujeto al que hay que ayudar con vigiliancia y cuidados especiales. Insiste en que se aplique en la composición de sus sermones…” (Letters to the Oblates of France, 1843-1849, Oblate Writings I, vol. 10, no. 937, p. 171).

Según el padre Joseph Fabre, el padre trabaja después en Notre-Dame de Lumières y en Aix. En 1854, es nombrado capellán de la prisión de Marsella y de la prisión del Palacio de Justicia. Permanece en este puesto hasta su fallecimiento, ya fuera residiendo en Notre-Dame de la Garde o en el Calvario, donde murió súbitamente el 16 de enero de 1869, a los cincuenta y seis años de edad.

“El ministerio al que el padre Rey ha consagrado la mayor parte de su vida –escribe el padre Fabre- y en el que ha sobresalido es el de las prisiones. Es en estas obras de tal ministerio donde ha sucumbido, a una edad en la que tenía toda la perfección de la experiencia, sin haber perdido nada del vigor de su constitución física (…). El deber más doloroso del capellán de una prisión es, ciertamente, acompañar al cadalso a los desdichados condenados a muerte. El padre Rey lo hizo cuatro veces, no siempre por necesidad de su cargo, sino por un generoso movimiento de caridad y de celo”.

En los funerales, el Sr. Ménard, director de las prisiones de Bocas del Ródano, hizo un elogio del difunto. Dijo entre otras cosas: “Pocos hombres, no soló en mi humilde opinión, sino de las eminencias más competentes de nuestra administración, han reunido en grado más alto que el venerable abate Rey las distintas cualidades que le hicieron un buen capellán de prisiones. Su lealtad, buena y franca figura reflejaban la lealtad, la bondad, la franqueza de su alma. Popular en sus formas cuando hablaba, lleno de sensibilidad con un aspecto siempre feliz, servicial hasta el exceso, conocía todos los recovecos de los corazones; el abate Rey sabía encontrar el camino y a menudo los cautivaba. Hábil en desconfiar de las hipocresías, fue raramente engañado en una misión donde todo parece confabularse para abusar de la confianza de quienquiera que no esté dotado de la mayor de las prudencias…”.

Yvon Beaudoin, o.m.i.