El 2 de octubre de 1853, Mons. Pierre Chatrousse, obispo de Valence, confía a siete oblatos la dirección de dos establecimientos diocesanos de primer orden: el seminario mayor, en Romans, a veinte kilómetros de Valence, y la casa de misioneros, situada cerca de un calvario cuya cerca era contigua a dicho seminario.

Antiguo vicario general de Grenoble, amigo de Mons. Eugenio de Mazenod y de Mons. Hippolyte Guibert, el obispo de Valence, cuyo seminario mayor estaba dirigido por el clero diocesano, juzga preferible llamar a religiosos, a imitación de lo que ya se hacía en muchas otras diócesis.

A pesar de la penuria de sujetos “distinguidos” tal como solicitaba Mons. Chatrousse, el Fundador acepta ambas obras que tan bien se correspondían con los fines de la Congregación. En verano de 1853, en efecto, apareció la segunda edición de la Regla en la que figuraba, por vez primera, un capítulo dedicado a la formación de clérigos, que se convertirá en el fin más excelso de la Congregación tras el de las misiones.

Falto de profesores brillantes, Mons. de Mazenod encuentra un personal joven, aunque suficiente en número y cualidad, para este seminario de provincia, compuesto de unos sesenta seminaristas que el padre Toussaint Rambert juzga como de talentos “bastante ordinarios”. El padre Charles Bellon, entonces visitador en Inglaterra, fue nombrado superior del seminario y el padre Melchior Burfin director de la casa de misioneros.

Los oblatos, sobre todo los de Notre-Dame de l’Osier y de Notre-Dame de Bon Secours, ya conocidos por haber predicado muchas misiones en la diócesis, fueron bien acogidos por el clero y, especialmente, por los seminaristas. Diez oblatos pasaron como profesores y directores, siendo para casi todos su primera experiencia como profesores, aunque todos estaban llenos de dinamismo y de talentos, como por ejemplo, los padres Casimir Chauvet, Toussaint Rambert, Aimé Martinet y Jean Baptiste Berne.

La valoración de la dirección de los oblatos así como de la aplicación intelectual y el buen espíritu de los alumnos eran muy halagadoras en los informes y en la correspondencia de aquellos momentos. El informe sobre la Congregación de 1854-1855 se hace eco de tales juicios elogiosos: “El celo de los padres, su buen espíritu y su capacidad han suplido el número y les han hecho hallar el modo de responder a todas las necesidades de sus alumnos y a todas las exigencias de su cargo. Por su parte, los seminaristas han mostrado la correspondencia más fiel a los cuidados y a la dedicación de sus directores y, gracias a esta mutua aplicación, el seminario de Romans ha sido este año, más aún que el año anterior, una casa modelo en lo concerniente a la disciplina eclesiástica, de la auténtica piedad y del amor al estudio”.

En cuanto a los predicadores, los padres F. Chavard y J.P. Emeyre, bajo la dirección del padre Antoine Cumin desde 1854, no dejarán de predicar. El secretario del Capítulo General de 1856 escribió entre otras cosas: “Los misioneros, en un número de tres, han dado numerosas misiones con el más grande de los éxitos, especialmente en algunas parroquias degradadas por las pasiones socialistas, y su celo ha prevalecido a la exaltación de numerosos partidos políticos”.

La dirección de los oblatos llegó a su fin tras cuatro años. El principal motivo de su marcha se explica por una difícil administración financiera. Las deudas aumentaban cada año bajo la administración del padre Bello, siendo sustituído por el padre Henry Lancenay en 1856. Se vió oblgidado a hacer muchos gastos extraordinarios para montar una biblioteca y prover para las reparaciones más urgentes de la casa, un antiguo convento de recoletos bastante deteriorado; además, el seminario debía mantener a los predicadores que, por tradición, daban las misiones gratuítamente. Por su parte, los administradores de la diócesis rechazaron devolver los gastos y pidieron a los directores renunciar a su paga. Mons. de Mazenod se opone. Mons. Chatrousse muere en el mes de mayo de 1857 y M. Craisson, Vicario Mayor, ex-superior del seminario y poco favorable a los oblatos, goza durante algunos meses de una influencia preponderante en la diócesis.

Anuncia en un principio la supresión de la casa de misioneros y, después, se pone a dar malas referencias sobre los oblatos al nuevo obispo, Mons. Félix Lyonnet, amigo de jesuítas.

Antes de ingresar en su diócesis, Mons. Lyonnet hace su retiro con los jesuítas de Fourvières. Encuentra al padre Jocas, antiguo provincial, y al padre Gautrelet, superior entonces de la provincia de Lyon, que acababan de perder tres seminarios, todos situados en el territorio de la nueva provincia de Toulouse. Mons. Lyonnet les propone la dirección del seminario de Romans si la situación lo exigiera. Desde el 10 de septembre, el provincial anuncia con alegría esta noticia al padre Beckx, elegido poco después General de la Compañía. Este aconseja, sin embargo, ser prudentes antes de remplazar a “la santa y celosa Congregación de los Oblatos” para no disgustar a Mons. de Mazenod, bastante conocido como protector de la casa de los jesuítas de Marsella y de la Compañía. El Fundador fue puesto al corriente de tales negociaciones por el padre Lancenay, reaccionando con gran vivacidad. Para evitar la deshonra de una despedida más o menos inminente, llama a sí a todos los directores, que abandonan Romans a mediados de octubre, pocos días antes del año académico.

Esta noticia causó pesar en la Congregación que perdía así, en pocos meses, la dirección de dos seminarios mayores: Romans y Quimper. Estas marchas supusieron un duro golpe que repercutirá en el interés que los oblatos franceses mostrarán en los sucesivo hacia la obra de seminarios. De los cinco seminarios que dirigían en 1856-1857, no se conservabará más que los de Ajaccio y de Fréjus, tras el abandono de Marsella en 1862.

Yvon Beaudoin, o.m.i.