Nacimiento en Toulon (Var), 3 de febrero de 1821.
Ordenación sacerdotal en Marsella, 28 de junio de 1846.
Toma de hábito en Marsella, el 23 de febrero de 1856.
Oblación en Notre Dame de l’Osier, 24 de febrero de 1857 (nº 435).
Muerte en Angers, 2 de mayo de 1895.

Marius Roux nace en Toulon, diócesis de Fréjus, el 3 de febrero de 1821. Estudia la teología en el Seminario Mayor de Marsella, es ordenado sacerdote por Mons. de Mazenod el 28 de junio de 1846 y nombrado vicario en Roquevaire. Comienza su noviciado en Marsella el 23 de febrero de 1856, haciendo su oblación en Notre Dame de l’Osier el 24 de febrero de 1857. Fue admitido a la profesión en el consejo general del 29 de enero anterior. En su carta de presentación, el padre Vandenberghe, maestro de novicios, escribió: “El padre Roux, de la diócesis de Marsella, del cual no necesito hacer elogios, es conocido por usted. Le he admirado durante todo su noviciado; ha sido el más sencillo y humilde de todos los novicios, ha soportado las privaciones y las humillaciones sin la más mínima resistencia. No he encontrado ningún defecto destacable, sino grandes virtudes. El respeto y la estima en todo el mundo a su alrededor me hacen presumir que todos tienen los mismos sentimientos”.

Tras su profesión –se lee en el “Registre du Personnel” de 1862-1863- partió de la casa de Notre Dame de l’Osier como misionero. De una constitución física fuerte y agradable, de una palabra persuasiva, encantadora, ha tenido perfecto éxito en las misiones”. De 1861 a 1867, es superior en Angers, donde pasará gran parte de su vida, salvo sus años de superiorato en Rennes (1867-1869), en el Calvario de Marsella (1869-1871) y en Notre Dame de l’Osier (1871-1874). De nuevo enviado a Angers, permanece como superior hasta 1893. Tras dos años de enfermedad, fallece el 2 de mayo de 1895, a la edad de 74 años.

En la necrológica del padre Roux, el padre Lucien Reynaud lo describió también como el hombre y el religioso misionero: “La gracia y la naturaleza le prodigaron sus mejores dones para hacer de él un auténtico misionero y asegurar en todas partes los triunfos de su apostolado. Su esbelta figura, su bella anchura de hombros, su rostro de rasgos regulares llenos de amabilidad y benevolencia, su órgano poderoso y agradable, sacudía amablemente y cautivaba a primera vista a sus oyentes. La amenidad, el ánimo sureño de su carácter, su elocuencia pícara, algo marsellesa, trajeron la alegría a los presbiterios, encantaban las poblaciones y le proprcionaron amigos por todas partes. La rectitud de sus miras, la pureza de sus intenciones, la abnegación generosa de sus intereses, el sacrificio gustoso de su descanso, manifestado en contínuas oraciones, sostenían y fecundaban su celo intrépido, ganaban para él los corazones de todos y le hacían obrar las maravillas de conversión que hacían tener en alta estima a tan gran misionero en el Anjou…”.

Yvon Beaudoin, o.m.i.