Oh María Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, juntos venimos a renovarte nuestra consagración. Por tu intercesión queremos ofrecer a tu Hijo, nuestro Señor y nuestro Hermano, la vida y el trabajo de nuestra familia religiosa.
Recordamos el espíritu de nuestros primeros misioneros, y su celo por llevar a los más abandonados el conocimiento de Cristo y su Reino y por edificar la Iglesia.
Recordamos también la confianza que ponían en tu protección, y, unidos a ellos, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios Padre.
Somos tus Oblatos: el Señor nos ha distinguido con esta gracia, que ha unido a nuestras filas hombres de todo el mundo. Tenemos ante los ojos estas palabras de San Eugenio de Mazenod:
“Todos los misioneros profesarán una tierna devoción a la Santísima Virgen y la tendrán siempre por Madre”.
María Inmaculada, modelo de nuestra fe, haz que, dóciles a la acción del Espíritu, nos consagremos del todo, como humildes servidores a la persona y a la obra del Salvador.
María Inmaculada, Madre de Misericordia, protege y fortalece a nuestros misioneros y acude en ayuda de la gente a la que servimos. María Inmaculada, Madre del amor hermoso, haz que, por tu intercesión y por nuestros esfuerzos, toda la humanidad reconozca a Cristo como Señor y Salvador. Concédenos también que un día, junto a ti y junto a todos los oblatos que nos han precedido en la casa del Padre, cantemos eternamente la alabanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

(Capítulo general de 1974)