Bonga Majola, OMI


La Virgen Oblata hoy, en la capilla de la Casa General OMI

Estamos en el mes de agosto en el que celebraremos el 200º aniversario de la experiencia especial que san Eugenio de Mazenod recibió cuando rezaba ante la estatua de la Madonna Oblata en la Capilla de la Misión de Aix-en-Provence. Por eso es importante recordar lo que ocurrió el 15 de agosto de 1822, un día que dejó una huella permanente en la historia de nuestra familia oblata. Achille Rey, que conoció muy bien a Eugenio, escribió en su biografía:

“El 15 de agosto de 1822 presenció una fiesta en la Iglesia de la Misión de Aix. El p. de Mazenod bendijo una estatua de la Santísima Virgen María bajo el título de la Inmaculada Concepción, en presencia de una amplia asamblea de sus jóvenes congregantes y otros piadosos feligreses. Es ante esta misma estatua que él acudía frecuentemente para hacer largas oraciones: se ha convertido en uno de los más preciados recuerdos de los orígenes de la familia”. Rey I, p. 280.

En un informe de la casa de Aix con fecha del 15 de julio de 1889, el p. Prosper Monnet describía la capilla interior de la iglesia de la Misión de Aix con el altar de los votos y “la anciana Virgen que había sonreído a nuestro venerado Fundador y todavía sigue en pie en su rico pedestal de mármol…” (Missions OMI 27 (1889), p. 285).

Las cartas de Eugenio de 1822 han mostrado las numerosas preocupaciones y dificultades que estaba experimentando. Una no menos importante, fue su preocupación por la supervivencia y el futuro de su pequeño grupo de Misioneros. En ese estado de ánimo bendijo la nueva estatua en la capilla, lo que vino a ser la ocasión para recibir una poderosa visión vivificante. Inmediatamente escribió a Henri Tempier que estaba en Notre Dame du Laus.

“Creo también deberle un sentimiento particular que he sentido hoy, no digo precisamente más que nunca, pero ciertamente más que de ordinario. No lo definiré bien porque encierra varias cosas que se refieren sin embargo todas a un solo objetivo, nuestra querida Sociedad. Me parecía ver, tocar con el dedo, que encerraba el germen de muy grandes virtudes, que podría hacer un bien infinito; la encontraba buena, todo me gustaba en ella, amaba sus reglas, sus estatutos; su ministerio me parecía sublime, como lo es en efecto. Encontraba en su seno unos medios de salvación asegurados, hasta infalibles, del modo como se me presentaban a mi”. Carta a Tempier, 15 de agosto de 1822, EO VI n.86.

Capilla de la Misión en Aix, antes de la finalización de las reparaciones (siglo XIX)

Eugenio solía ser muy reticente para describir sus experiencias espirituales más profundas. Su experiencia “más que de ordinario” estaba relacionada con la vida de los Misioneros de Provenza que tenían dificultades externas por las estaba en la cuerda floja su existencia en el futuro. Él describió la confirmación que recibió de que la fundación provenía de Dios y que Dios le aseguraba un sólido futuro para este grupo.

En su obra, aparecida en 1894, el p. Eugene Baffie hizo una lista de algunos de los favores especiales que recibió el fundador y escribió: “el primero que el obispo de Mazenod relató por sí mismo, en términos velados y misteriosos, es el del 15 de agosto de 1822, fue la aguda y vigorizante impresión intuitiva de las maravillas que Dios quería obrar en él y por él. ¿Se apareció directamente la Santísima Virgen a su servidor? ¿Le reveló el futuro de su congregación? Tal vez podríamos afirmarlo con razón. Lo que sí podemos afirmar es que desde ese día el padre de Mazenod conoció claramente que su obra provenía de Dios y era agradable a Dios”.

En un momento de gran desánimo y ansiedad sobre el futuro de su pequeño grupo misionero, Eugenio recibió la gracia que le aseguraba que su grupo haría un bien infinito para la Iglesia y que seria un manantial de gran virtud.  Fue una gracia visionaria que forma parte de la preciosa herencia de toda la familia oblata. Esta fue la gracia que la Virgen Oblata había obtenido para Eugenio: una seguridad proveniente de Dios de que estaba en el camino correcto y que debía perseverar a pesar de las tormentas externas que se desencadenaban y que amenazaban la existencia de los Misioneros.

Doscientos años después, seguimos recogiendo la cosecha de este impulso de confianza con el que nos “sonrió” nuestra Virgen Oblata. Atrevámonos hoy a reclamar esta gracia para nosotros. María sigue caminando con nosotros en las alegrías y tristezas de nuestra vida misionera. Pedimos su intercesión para conseguir un renovado celo misionero, una más profunda calidad de vida consagrada y su asistencia en nuestros esfuerzos vocacionales para que nuevos miembros sigan uniéndose a nuestra Congregación y a la Familia oblata.