Jules Joseph DIEDHIOU, OMI

La misión de Antula, en toda su complejidad y particularidad, es una misión noble, inmensa y bien adaptada al carisma oblato. Se caracteriza por una demografía bastante elevada, en la que los jóvenes constituyen el mayor porcentaje de su población.

La ciudad de Antula es un gran suburbio de la capital de Guinea-Bissau, que experimenta un rápido crecimiento socioeconómico. De hecho, su nueva configuración interpela nuestra conciencia misionera sobre los retos actuales, y nos obliga a ver, juzgar y actuar bien, para administrarla mejor pastoral y pertinentemente.

La situación sociocultural de nuestra misión

Nos encontramos con un pueblo modesto, accesible, acogedor y respetuoso. También constatamos los desafíos que caracterizan a este pueblo: pobreza, falta de asistencia social, protección de menores, dificultades para la educación, la formación profesional y la salud, desempleo muy elevado, familias desestructuradas, delincuencia juvenil y hambruna. La mentalidad del colonialismo lusófono (fiestas y gastos irracionales), las consecuencias de guerras anteriores y la inestabilidad política forman parte de los problemas que frenan la emergencia del país.

La situación pastoral

Hay muchos quehaceres y aún mucho por hacer. Guinea-Bissau es un pueblo religioso y coexisten varias confesiones. Cada año tenemos muchos nuevos adeptos a la fe cristiana católica. Vemos mucha disposición por parte de algunos cristianos a ser formados, supervisados y acompañados en su crecimiento espiritual con Cristo. Sin embargo, los desafíos son enormes: el sincretismo, el peso de la cultura y de las religiones tradicionales, las sectas (hay más de quince iglesias no católicas en nuestra jurisdicción apostólica) y la falta de sacerdotes. Sin embargo, debemos señalar que faltan iniciativas y recursos adecuados para responder y afrontar los retos de los tiempos y los problemas de la cultura moderna y urbana a los que se enfrenta nuestra misión.

En nuestra humilde opinión, un apostolado tradicional y repetitivo llevado a cabo por generaciones de trabajadores apostólicos no es demasiado relevante. Necesitamos atrevernos, tan grandes como el mundo, a hacer nuevas aperturas, a tomar las iniciativas correspondientes, a establecer nuevos contactos y acercamientos con la realidad de los hombres y mujeres en sus autoctonías existenciales. Esto significa atreverse a descender con ellos a sus “infiernos existenciales” y a sus condiciones de vida, ayudándoles a emerger en la contemplación del Esplendor de Cristo. ¿Nos atrevemos a ser agentes de pastoral con las “manos sucias”, a tocar y experimentar la miseria humana, una “Iglesia” y una “comunidad apostólica” en salida, como dice el Papa Francisco? Atrevernos, sin desanimarnos, a echar de nuevo nuestras redes en la palabra del Maestro. Este deseo de evangelizar debe estar fuertemente alimentado por la adoración eucarística y la fidelidad a la oración. Como nos recuerda el Libro de las Constituciones:

La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, es el centro de nuestra vida y de nuestra acción. Viviremos de modo que podamos celebrarla dignamente todos los días. Participando en ella con todo nuestro ser, nos ofrecemos nosotros mismos con Cristo Salvador; nos renovamos en el misterio de nuestra cooperación con Él, estrechamos los lazos de nuestra comunidad apostólica, y ensanchamos los horizontes de nuestro celo hasta los confines del mundo.

– CC 33.

Por eso, los misioneros de hoy deben, citando a San Eugenio de Mazenod : trabajar seriamente para hacerse santos, caminar con valentía por los mismos caminos que tantos obreros evangélicos, que nos han dejado tan bellos ejemplos de virtud en su ministerio (… ) vivir en estado habitual de abnegación y en constante deseo de llegar a la perfección, trabajando sin cesar por hacerse humildes, mansos, obedientes y desprendidos del mundo (…) sacrificar todos sus bienes, sus talentos, su descanso, su persona y su vida por amor de Jesús, el servicio de la Iglesia y la santificación de los pobres.

– Prefacio CC.RR. OMI

Conclusión

Para servir mejor en la viña del Señor, asumiendo con fe y responsabilidad los retos de nuestra misión ante las diferentes culturas, proponemos:

  • La formación especializada de los jóvenes sacerdotes al servicio de la justicia, la integridad y la promoción de los valores humanos en sus respectivas misiones.
  • El fomento y promoción de una cultura y gusto misionero entre los jóvenes sacerdotes y futuros sacerdotes. En espíritu de comunión y de sínodalidad, favorecer las ocasiones de expresión y de realización de las iniciativas pastorales en el conjunto del apostolado. Formación permanente en misionología y en misionología oblata.
  • Creación de centros y lugares en nuestras misiones dedicados específicamente a la animación misionera, a la acogida de las personas y a la escucha de sus necesidades espirituales. Creación de un lugar para la formación de los laicos en la evangelización o creación de un espacio para los jóvenes. Asociarnos y colaborar más con nuestros hermanos y hermanas bautizados en la tarea evangelizadora que nos es común a todos.
  • Que nuestras comunidades sean misiones abiertas: “Belén”, no misiones cerradas en sí mismas. Apoyar de un modo nuevo la misión y los proyectos misioneros, para una pastoral creíble y de profundidad, de modo que tenga un impacto real y caritativo en aquellos a quienes va destinada, es decir, los pobres.

P. Jules Joseph DIEDHIOU, OMI, Guinea-Bissau