Además de la predicación, de la responsabilidad de cuatro parroquias y de la animación de la Acción católica, los oblatos de la ciudad de Montreal han desarrollado, ellos también, un papel importante en el ministerio con las religiosas.

Todo empieza con el padre Pierre Telmon. En 1842, conoce a Eulalie Durocher, un alma de élite totalmente consagrada a la instrucción de los niños pobres. Después de convertirse en su director espiritual, la orienta poco a poco hacia la fundación de la comunidad de las hermanas de los Santos Nombres de Jesús y María. El padre Jean-François Allard le presta ayuda, de 1843 a 1849, dirigiendo a estas religiosas establecidas en Longueuil. Ochenta años después, en 1931, los oblatos vuelven a desarrollar su papel de capellanes en la casa madre de Outremont. Entre unos cincuenta padres consagrados a este ministerio, dos nombres llaman nuestra atención: Louis Beaupré y Emile Faucher. Las religiosas han guardado un recuerdo imperecedero.

Otras tres comunidades de Montreal se han beneficiado del servicio de los oblatos: las hermanas de la Misericordia, las hermanas de Santa Ana y las hermanas de la Providencia. Destacamos algunos nombres entre muchos otros: Joseph Boyon, Honorius Chabot, Pierre Pépin y Antoni Maillette. Añadimos, para completar este cuadro, la influencia discreta, pero eficaz, del padre Adolphe Tortel en la fundación y la adaptación de las Carmelitas francesas en Montreal, en 1875.

Un capellán modelo
Si nous avions à choisir un modèle parmi tous ces aumôniers, le nom du père Louis Beaupré rencontrerait assurément l’assentiment de tous. Né à Saint-Raymond-de-Portneuf, le 18 mai 1868, il entre chez les Oblats en 1890 et est ordonné prêtre à Ottawa, le 17 mai 1896. En plus d’avoir été curé à Maniwaki et à Saint-Sauveur de Québec, le père Beaupré a passé vingt-cinq années de sa vie comme chapelain auprès de quatre communautés différentes : les sœurs de la Charité d’Ottawa, les sœurs de la Miséricorde, les sœurs des Saints Noms de Jésus et de Marie, et les sœurs du Sacré-Cœur.

El padre Beaupré tiene todas las cualidades de buen director espiritual, como deseaba san Francisco de Sales: bondad, dulzura, ciencia, prudencia y discernimiento. Se preocupa mucho de los enfermos. Su alegría y su humor contribuyen a darles confianza y paciencia.

Durante los últimos doce años de su vida, cumple las funciones de confesor ordinario en la Delegación apostólica de Ottawa. En 1946, el papa Pío XII le confiere la medalla Pro Ecclesia et Pontífice. El 3 de agosto de 1953, recibe su recompensa eterna.

Su humor proverbial
Se cuentan muchas anécdotas acerca de su humor y de los pequeños rasgos de su espíritu. Un día que las novicias estaban ocupadas en el lavadero, en el sótano de la casa madre de Outremont, la maestra de novicias las informa de que los capellanes las esperan en la capilla para las confesiones habituales. “Dejad vuestro trabajo y daros prisa en subir”. Una de las jóvenes novicias se apresura para llegar la primera. Corre muy rápido por los dos pisos de escaleras y llega sin aliento al confesionario del padre Beaupré. Dándose cuenta de que no podía más respirar, el padre le pregunta: “¿De dónde vienes, hija mía?”. “De Manitoba”, le contesta con un orgullo evidente. “¡Ah! Entiendo porqué está tan desalentada”.

André DORVAL, OMI