Al hermano oblato le gustan las tareas necesarias:
Si hay que construir un templo, será constructor.
Sus manos y sus herramientas tienen hábiles maneras
Para alzar al cielo la Casa del Señor.
Hombre de numerosos talentos, sabe hacer casi todo.
Electricista, fontanero, pintor y carpintero…

Bro. Alfred Desrochers

Si jamás un hermano ha respondido a todas las exigencias de este poema, éste es Alfred Desrochers. Nacido en Saint-Jacques-de-Montcalm, el 14 de marzo de 1887, entra en los oblatos en 1906 y, durante más o menos cincuenta años, rinde preciosos servicios a la Congregación en calidad de constructor competente. Se le encuentra en todas las regiones de Québec, en Ontario, en la Bahía James y hasta en Alberta.

San José, primer capataz
Es en la granja paterna donde el hermano Desrochers ha aprendido la profesión de la construcción. Es más bien un talento natural que ha sabido desarrollar consultando a otros obreros y trabajando él mismo con afán. Alto de estatura, solidamente constituido, dotado de una voluntad de hierro, audaz y prudente al mismo tiempo, se impone por su voz fuerte y su aire decidido. Nombrado por sus superiores jefe de un grupo de hermanos con varios talentos, cumple con ellos trabajos importantes, unos cuarenta edificios son la obra de este hermano: iglesias en Rouyn, Kapuskasing y McLennan, casas de formación en Chambly, Richelieu, Beauval, Sainte-Agathe-des-Monts, casas de retiros cerrados en Mont-Joli, New Richmond, Cabo de la Magdalena, La Pocatière y muchas otras más. En todos estos lugares, antes de empezar su obra de construcción, el hermano Desrochers se cuida de colocar bien a la vista una pequeña estatua de san José, su “capataz”, como le llamaba. Todas las mañanas, en una oración muy sencilla, pide la protección del carpintero de Nazaret. Más de una vez se hace sentir de manera evidente.

Pipa curva y corazón recto
El hermano Desrochers había tomado la costumbre de fumar en pipa, sobre todo después de las comidas. Su preferencia iba por una cierta “pipa curva” que llenaba de buen y picante tabaco de Saint-Jacques, ¡su parroquia natal! Cuando llegaba la hora de volver a trabajar, con su voz autoritaria, reunía a toda su gente ¡ay de los atrasados! En la obra de construcción no se podía perder tiempo. Un día, dos empleados laicos paseaban bastante libremente. Viendo llegar al hermano, uno dijo al otro: “¡Cuidado! ¡Está llegando la pipa curva!”. Su compañero añadió en seguida: “Sí, lo conozco bien, tiene una pipa curva… pero tiene también el corazón recto. Habla fuerte, ¡pero es buena gente!”.

Su sueño se realiza
Cuando fue la cuestión de construir la basílica de Nuestra Señora, en Cabo de la Magdalena, nuestro hermano tenía setenta años bien contados. En su interior, soñaba con poder colaborar en su construcción. Las autoridades oblatas respondieron a este deseo encargándolo vigilar los trabajos. Esta última obra duró siete años. Fue la expresión concreta de su filial devoción al lugar de la que siempre amó particularmente.

En su jubileo de vida religiosa, en 1957, el hermano se expresaba así: “El día en que tendré la suerte de prosternarme sobre las losas de este hermoso templo mariano, podré decir al Buen Dios, como el viejo Simeón: “Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz. Qué yo vaya a contemplar otro templo todavía más hermoso, plasmado por la mano de Dios”. Este día, para el hermano Desrochers, llegó en la fiesta de la Natividad de la santa Virgen, el 8 de septiembre de 1972, día completamente apropiado para un Oblato de María Inmaculada, pero aún más para el que había erigido en ese hermoso granito blanco un santuario verdaderamente digno de su Madre del cielo. Se puede estar ciertos de que, ese día, esta tierna y ofrecida Madre cogió entre las suyas las manos callosas de este “apóstol desconocido” para hacerle recorrer los caminos del paraíso y presentarle de esta manera a Dios Padre: “Se digne recibir con benevolencia a este hermano oblato: ¡me hace pensar tanto en san José!”.

André DORVAL, OMI