En otra parte, conté la historia extraordinaria de un joven ceilandés que la Virgen de Madou curó dos veces. Desde hace más de trescientos años, María atrae hacia sí en esta pequeña localidad de la diócesis de Jaffna, en Sri Lanka, millares de Tamouls y de Cingaleses, cerca de una charca (madou) que se volvió famosa. Los oblatos llegaron allí en 1847. Con los años, erigieron una iglesia muy hermosa consagrada a Nuestra Señora del Sagrado Rosario.

En Lourdes, la Inmaculada creó una fuente de agua para realizar curaciones corporales. En Madou, la Virgen del Rosario otorgó al polvo del sol la virtud de curar especialmente el mordisco de las serpientes. Ocurre regularmente que una serpiente o una víbora con un veneno mortal ataque a los pobres descamisados. A la víctima es suficiente entonces que sea católica, protestante, budista o musulmana, para comer o aplicar sobre su mal un poco de tierra de Madou: sobrevivirá.

El tema de este cuento es otra curación. El padre Alfred Jeandel, misionero en Ceilán (Sri Lanka) durante más de cincuenta años, y el padre Henri Joulain, luego obispo de Jaffna, fueron testigos maravillados.

 

Un grito en la noche
El acontecimiento sucede en julio de 1885, en una pequeña misión de Accarai-Patou. Un tal Parker, inspector protestante del gobierno, además escéptico, había venido a examinar la escuela de la aldea. “Como el establecimiento era de mi competencia, cuenta el padre Jeandel, fui allí con el padre Joulain. Llegada la noche, hablábamos de las maravillas atribuidas a la tierra de Madou. El padre afirmaba que hacía poco un muchacho, mordido por una víbora, había tomado esta tierra y se había curado, mientras que otro, también mordido, se había negado a tomarla y se había muerto. “Para creer en esto, se atrevió el inspector, me haría falta verle”.

De repente, un grito espantoso sale por delante de la iglesia. Todos se precipitan. Soosaiappu, mi cocinero, se rodeaba con convulsiones horribles: acababa de ser mordido por una cobra, una de las serpientes más venenosas. Le transportan sin conocimiento a mi casa. Le hacen acostar en la cama y utilizan todos los remedios disponibles. La preocupación es tan grande que tampoco pensamos en la tierra de Madou, de cuya virtud hablamos antes. Todo parecía acabado y el padre Joulain se estaba preparando para dar la Extremaunción al moribundo, cuando unos cristianos, acudidos de la aldea, exclamaron: “Swami, hay que darle la tierra de Madou”. Rápido, mezclan un poco de esta tierra con agua y echan unas gotas en la boca del enfermo. Se ponen de rodillas y rezan las letanías de la santísima Virgen. Poco a poco Soosaiappu abre los ojos, se levanta y vomita un trago de sangre negra. Pide beber. Una hora después, estaba perfectamente curado. Todo esto ocurrió bajo los ojos de nuestro inspector de escuela.

André DORVAL, OMI