Believing in the basic goodness of people

Interview with Roberto Layson, OMI
 
 
 
“Dichosos los no violentos, porque heredarán la tierra.” Cuando te encuentras con el P. Roberto Layson, oblato de María Inmaculada, de Filipinas, piensas en las bienaventuranzas. Pequeño de estatura, sonriente, parece siempre absorto en sus pensamientos. De paz naturalmente. Tiene 44 años y es párroco en Pikit, una ciudad perdida de Mindanao con mayoría musulmana, en el sur del archipiélago. En 2002 se le ha otorgado el prestigioso premio internacional Pax Christi, que le fue entregado en Manila el 12 de diciembre del mismo año. Roberto, nacido en una familia muy pobre que trabajaba en una plantación de caña de azúcar, se hizo oblato porque desde niño tenía el deseo de servir a los pobres y, en los oblatos con los que estuvo de “recadero”, ha visto un verdadero ejemplo de este servicio.

Los primeros nueve meses de ministerio sacerdotal los vivió en ambientes fuertemente musulmanes. Hasta el 4 de febrero de 1977, día en que fue asesinado en Joló el obispo oblato Benjamín de Jesús, vecino suyo de habitación.

  • Debe haber sido una experiencia terrible

Sí, el asesinato del obispo fue uno de los motivos que me llevaron a irme de Joló. Viví su muerte como una ofensa personal y terminé alimentando un odio cada vez mayor por los musulmanes en general. Sentía no ser más yo, debía salvar mi vocación de misionero oblato. Así que me fui para Pikit, que es una de las parroquias más antiguas de la archidiócesis de Cotabato. Aquí llegaron las primeras oleadas de cristianos en 1913 y hoy las comunidades son numerosas. No fue necesario mucho tiempo, sin embargo, para darme cuenta de que, en la comunidad a la que había sido destinado, había también muchísimos musulmanes. Descubrí también que a lo largo del pantano estaba el cuartel general del Frente Moro de Liberación Islámico (FMLI). En los seis años que estuve en esta ciudad, asistí a los mayores combates entre las tropas del gobierno y las fuerzas rebeldes, a sangrientas batallas que han causado la muerte de 30.000 civiles. Comenzó aquí mi estrecha relación con los musulmanes, musulmanes que esta vez sufrían. No fue fácil, sin embargo, ir más allá de mis sentimientos anteriores: durante el día estaba con estas personas en los centros de selección y por la tarde, volviendo a casa, recordaba al obispo Benjamín. Era una lucha conmigo mismo. Salían a flote el odio y la irritación contra los musulmanes, pero comprendí al mismo tiempo cómo era duro soportar el sufrimiento de aquella gente y recordaba cuánto deseaba el obispo Benjamín que cristianos y musulmanes pudieran vivir en armonía. Éste fue el comienzo de mi contacto con los musulmanes y del empeño por construir la paz.

  • ¿Cómo es la situación ahora?

Una gran parte del área, que primero era un campamento del FMLI, fue ocupada por los marines. Cesó el fuego entre el FMLI y el gobierno y los programas de reinserción son promovidos tanto por el gobierno como por las ONGs. Las dos partes deberían sentarse a la mesa de las negociaciones con la cooperación formal de Malasia y también con el asesoramiento del gobierno de Estados Unidos, especialmente del Instituto por la Paz (USIP). Los responsables de este último se han puesto en contacto conmigo porque querían saber mi parecer sobre cómo proceder para poner fin al conflicto.

  • De hecho los grupos son dos, ¿no? ¿Cuál es el otro?

El otro es el Frente Moro de liberación Nacional (FMLN). Firmó un acuerdo paralelo con el gobierno en 1996. Este grupo lucha por la autonomía, mientras que el Frente Moro de Liberación Islámico (FMLI) combate por la secesión, por la independencia. Mis contactos con el FMLI se remontan a la guerra de 1997. Pienso que desde entonces el gobierno ha comprendido que tiene un aliado en la Iglesia: la parroquia, en efecto, había movilizado a algunos voluntarios para ir en socorro de los evacuados, que eran musulmanes. Con el cese de la guerra en julio de 1977, el gobierno local me pidió también ayudar al grupo asesor de los proyectos gubernativos en el pantano de Linguasa. Antes de aceptar, consulté con los jefes de ambas partes. Es desde este momento cuando comienzan mis relaciones con el FMLI. Podía conocer su punto de vista, hablando al mismo tiempo con los militares.

  • ¿Es esto lo que te ha permitido crear territorios neutrales?

Sí, los llamamos “espacios para comunidades de paz”. Esto ha sido particularmente positivo por las consecuencias causadas por la guerra declarada por el gobierno al FMLI en el verano de 2000. Durante esta guerra el gobierno atacó a 46 campamentos del FMLI; al menos un millón de personas fueron desplazadas, tanto cristianos como musulmanes e indígenas. La parroquia trabajó muchísimo para prestar ayuda. El embajador ante la Santa Sede, Howard Dee, un hombre verdaderamente cristiano de origen chino, me preguntó si no sería el caso de comenzar programas de rehabilitación. En este momento, mi experiencia me sugería que no era posible hacerlo durante la guerra. Había que esperar el final. Sin embargo, me di cuenta de que debíamos tratar de dar esperanza a la gente: la vida continúa incluso con la guerra. Acepté, pues, la propuesta del embajador, pero con la conciencia de que la cosa no se podía hacer sin el consentimiento del FMLI. Así que me fui donde ellos y negocié para una aldea habitada por musulmanes, cristianos e indígenas, 250 familias en total, tristemente afectados por el conflicto armado. No habíamos querido, sin embargo, llamar a esta aldea una “zona de paz” porque en Filipinas se trata de un concepto muy idealista y abstracto en el que seguir llevando armas… Habíamos pedido simplemente que fuese un terreno donde no hubiese batallas: la gente necesitaba volver a casa, estaba sin esperanza en los campos de deportación, moría.

Después de un poco, consintieron y pude comenzar. Al principio fue difícil convencer a la población, pero después del acuerdo de ambas partes comenzó a moverse la cosa. También las ONGs recobraron ánimos. ¡Fue algo único: un proyecto de rehabilitación con la guerra pendiente! Esta realidad contradecía muchas teorías. Desde entonces, habíamos comenzado con otros “sitios” –como los llamamos– que son subdivisiones de los barangay (aldeas): 9 hasta la fecha y pensamos para este año añadir 34 más.

  • ¿Piensas entonces que sea posible una solución para el futuro inmediato?

Tenemos muchísima esperanza para el proceso de paz en Mindanao, especialmente ahora con la ayuda de Malasia y la presencia del International Monitoring Team. La asistencia técnica del Instituto por la Paz (USIP) ayuda también. No veo posible, sin embargo, un acuerdo inmediato, dado que las elecciones son en el verano de 2004. Las premisas en todo caso están todas: cada vez más personas de ambas partes se comprometen en este proceso. Por lo demás, el grupo de paz de mi parroquia ha propuesto seminarios de educación a la paz para los paramilitares.

  • Tienes buenas relaciones con los militares, por tanto. ¿Has sacado algún provecho?

En el período de la ley marcial, nuestro planteamiento era el de la dura confrontación. Denunciábamos las violaciones de los derechos humanos del gobierno, especialmente de los militares, por radio, para desenmascararlos. Pero comprendí que, aun haciendo esto, hay un planteamiento mejor, el del diálogo. Éste es el espíritu del diálogo interreligioso: respetar, seguir creyendo en la bondad del ser humano sea un rebelde o un soldado; inculcar el bien en su corazón para que persiga algo noble como en nuestro caso. Si nos limitamos a la confrontación, pienso que sea difícil llegar a un acuerdo. Naturalmente las dos partes saben que no me pliego a compromisos en el campo de los derechos humanos. Y amenazo con denunciar por radio tanto las violaciones del gobierno como las del FMLI. Pienso en aquel momento que me vean como a uno que es neutral, que los respeta, pero que no da marcha atrás en los derechos humanos.