Nacimiento en Vienne (Isère), 27 de enero ,1824
Toma de hábito en N.-D. de l’Osier, 6 de marzo, 1843
Oblación en N.-D. de l’Osier, 7 de marzo, 1844 (n° 120)
Ordenación sacerdotal en Marsella, 23 de septiembre, 1848
Dispensado de sus votos el 11 julio de 1852
Segundo noviciado, comenzado en N.-D. de l’Osier, 22 de marzo, 1854
Oblación en Ajaccio, 8 de abril, 1855
Muerte en N.-D. de l’Osier, 14 de abril, 1893.

Alejandro Chaine nació en Vienne, diócesis de Grenoble el 27 de enero de 1824, hijo de Juan Chaine y de María Montessieux. Estudió en el seminario menor de Grenoble y entró al noviciado de N.-D. de l’Osier, el 6 de marzo de 1843, donde hizo su oblación el 7 de marzo de 1844. Después de cuatro años de filosofía y de teología en el seminario mayor de Marsella, fue ordenado sacerdote por Mons. de Mazenod, el 23 de septiembre de 1848.

Trabaja un año en Notre-Dame de l’Osier y en el otoño de 1849 fue destinado a Nancy, donde el padre Luis Santos Dassy era superior. El padre Chaine sólo se queda algunas semanas. Escribe: “Estoy aquí en prisión, estoy en el infierno, sí, en un infierno anticipado… Soy un perro encadenado, pero un perro que se queja, que aúlla”. Sin permiso, abandona Nancy y vuelve a nutre-Dame de l’Osier. El Fundador piensa expulsarlo de la Congregación, pero cambia de parecer por los “ruegos apremiantes” del padre Ambrosio Vincens.

El padre Chaine permanece algún tiempo en l’Osier y entra luego en la trapa de Aiguebelle, donde no se queda. En 1852 pide la dispensa de sus votos y el 11 de julio el consejo general decide concedérsela, porque es “un hombre que ha causado siempre muchas molestias y dificultades, a causa de su poca virtud, de la rareza de su carácter y de su dificultad para plegarse a la observancia y a la obediencia”.

El abate Chaine es nombrado vicario en Saint-Geoirs, en Isère. Su salida de la Congregación le pesa sin embargo como un remordimiento. En 1854 pide con insistencia volver a hacer su noviciado, y lo comienza en Notre-Dame de l’Osier el 22 de marzo. Mons. de Mazenod se alegra de este regreso. Escribe el 24 de abril de 1854: “Querido hijo, no podrá nunca medir la profundidad de un corazón de padre como el mío. Tal vez por esto se asombra usted de haberme encontrado tan tiernamente afectado por su caso. Ciertamente, no deseo atenuar su falta, la que considero en mi corazón y en mi conciencia, como la mayor que uno pueda cometer, después de la apostasía de la fe; pero cuanto mayor es la falta, más debo alegrarme de verla tan bien reparada. Así le declaro que, al expresarme como lo he hecho, me he quedado muy por debajo de cuanto estaba sintiendo de alegría y felicidad […] ¡Ah, querido hijo!, que no se mencione más entre nosotros esa época de extravío. No quiero volver a oír hablar de esto. Eso no quita que esté vivamente conmovido por los buenos sentimientos que la gracia de nuestro buen Dios le inspira; agradezco cada día su misericordia y cuento los meses de penitencia que usted se ha impuesto y que tenía que sufrir, según las leyes canónicas, para situarse con honor en el puesto que ha reconquistado por su fidelidad a la gracia y la edificación de su conducta”.

Sin embargo, a pesar de los sentimientos expresados en esta carta, Mons. de Mazenod tiene dudas sobre la perseverancia del padre. El 17 de julio escribe al padre Carlos Baret, en retiro en l’Osier: “Cúidese bien de que la presencia del padre Chaine, que usted habrá encontrado ahí, sea […] una tentación para alguna irregularidad”. Agrega el 8 de agosto, en una carta al padre José Fabre, que descansa en el noviciado: “Lo que tú me has dicho, y más aún lo comentado por el padre Baret sobre el padre Chaine, es una espina que no puedo arrancarme. Redoblen la vigilancia para que yo sepa definitivamente a qué atenerme”.

En el otoño de 1854, el padre Chaine, aún novicio, fue enviado como profesor al seminario mayor de Ajaccio. El padre Juan José Magnan, superior, lo considera “de un trato muy agradable […] muy divertido, comunicativo”, lleno de buena voluntad y amante del estudio pero, agrega el 23 de enero de 1855, “su porte, sus modales, su manera de conversar, sus gustos, etc., etc., todo dice que él no está hecho para un seminario”. El padre hace su oblación el 8 de abril de 1855 en Ajaccio, donde sigue como profesor hasta 1858.

De 1858 a 1861 reside en Notre-Dame de la Garde, donde trabaja en el santuario y da clases a los padres jóvenes que siguen el curso de altos estudios, bajo la dirección del padre Vincens. De 1861 a 1865, forma parte de la comunidad de la casa general de París y es capellán de las Religiosas de Loreto y de los alumnos en Saint-Mandé, y predica a la vez retiros. De 1865 a 1867, es superior en Limoges, comunidad de misioneros que, entonces, predicaban cada año una quincena de misiones y más de veinte retiros. Antes de la expiración de su trienio en la región lemosina, el padre Fabre lo nombra superior de Angers, donde permanece hasta 1872.

Posteriormente predica retiros y misiones con residencia en Tours, de 1872 a 1877, en Saint-Andelain de 1877 a 1879, en el Calvario, Marsella, de 1880 a 1882, en Vico, Córcega, de 1883 a 1884, y luego en Aix, en Diano Marina y en Notre-Dame de l’Osier, donde fallece el 14 de abril de 1893.

El padre Augusto Lavillardière, superior de Lyon, escribe entonces que el padre Chaine iba a menudo a ayudar a los padres en Lyon. Agrega: “en cada visita se veía más desmejorado y el año pasado nos causó verdadera inquietud. ¡Qué rápido partió hacia Dios!, nos abandonó un lunes y murió el viernes en su sillón, en Notre-Dame de l’Osier. Naturaleza recta y bondadosa, espíritu cultivado, original, de fe robusta, de trato agradable, nos habíamos encariñado sinceramente con él…”

El padre Enrique Moyet termina la nota necrológica del difunto con estas palabras: “El padre Chaine fue un hombre de fe y de caridad, apartando de sí cualquier maledicencia, se detenía bruscamente cuando alrededor de él se iba demasiado lejos en el camino de las críticas; y si bien era ocurrente, algo picaresco, nunca fue con la intención de perjudicar a nadie. En su vida hubo cambios de humor, pero en general, se sometía a las órdenes de sus superiores. El conjunto de sus cualidades lo hacía ser querido y más de un religioso encontró en su trato fácil y agradable esos momentos reconfortantes que hacen olvidar muchas penas”.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.