1. El Fundador Y La Comunidad Apostólica
  2. El Siglo Siguiente A La Muerte Del Fundador:"Unámonos Por El Recuerdo De Un Padre Para Siempre Amado"
  3. A Partir De 1966: Precisar La Relación Entre Misión Y Comunidad

EL FUNDADOR Y LA COMUNIDAD APOSTÓLICA.

A partir de su ordenación, en l8ll, Eugenio de Mazenod ni pretendió honores eclesiásticos ni quiso una parroquia. Deseaba consagrarse al servicio de los pobres y de los jóvenes de Aix. Durante tres años cumplió él solo su apostolado. Se dirigió hacia aquellos a los que no alcanzaba el ministerio habitual de las parroquias, los que hablaban provenzal, los criados, los jóvenes y los prisioneros. Además eradirector espiritual en el seminario de Aix. En l8l4 tuvo que renunciar a ese horario tan cargado, cuando el tifus puso en peligro su vida. Recuperada 1a salud, se dio mejor cuenta de la magnitud de las necesidades de los pobres. El solo no podría ya responder en la misma forma. Y también sentía necesidad de encontrar su equilibrio personal.

Situado ante la alternativa de entrar en una comunidad muy observante o poner en marcha una sociedad de misioneros [1], opta por el segundo proyecto, aunque incorporando un elemento importante del primero [2]. El proyecto de predicar a los pobres de Provenza implica desde el principio, la formación de una comunidad de sacerdotes que quieran vivir juntos en la misma casa y se reúnan bajo la misma regla y con un estilo de vida regular [3].

1. EL PROYECTO DEL FUNDADOR (1814-1818)

Eugenio de Mazenod no se atribuía la fundación de una comunidad misionera: el fundador es el mismo Jesucristo [4]. Es Él quien le ha guiado en ese sentido. Es lo que rezuman sus escritos de 1814 a 1818, desde que comenzó a hablar de su proyecto hasta su codificación en la Regla de 1818.

a. ¿Qué forma asumirá esta comunidad?

Una comunidad misionera apostólica que tienda a la santificación de sus miembros. Esta comunidad será “una reunión de sacerdotes seculares que viven juntos y se esfuerzan por imitar las virtudes y los ejemplos de nuestro Salvador Jesucristo” [5]. La forma será la de la comunidad de Jesús con sus apóstoles, a los que formó en su escuela antes de enviarlos a la conquista del mundo [6].

La comunidad se centra en Jesús. Sus miembros son como los. apóstoles alrededor de Jesús: ”Ya se ha dicho que los misioneros, en cuanto lo permite la flaqueza humana, han de imitar en todo los ejemplos de Nuestro .Señor Jesucristo, fundador principal de la sociedad, y de sus Apóstoles, nuestros primeros padres. A imitación de estos grandes modelos, una parte de su vida la emplearán en la oración , en el recogimiento interior y en la contemplación en el interior de la casa de Dios, donde habitarán juntos” [7].

El Fundador señala con claridad que el primer aspecto de la vida de comunidad es su relación con Jesús, la santificación de los misioneros. Escribe al abate Hilario Aubert: “No lo dude, nos haremos santos en nuestra Congregación, libres pero unidos por los lazos de la mas tierna caridad […]” [8] No se trata de trabajar individualmente. Y al abate Tempier: “Mutuamente nos ayudaremos con los consejos y con cuanto el buen Dios quiera inspirarnos a cada uno para nuestra santificación común” [9].

La santificación no es fin ensí misma, pero es necesaria al misionero que quiere santificar a los otros: “Los misioneros se han de organizar de tal manera que mientras unos se ejerciten en la comunidad adquiriendo las virtudes y los conocimientos propios de un buen misionero, los otros recorrerán la campiña para predicar la palabra de Dios. Al regresar de sus correrías apostólicas, volverán a la comunidad […] para prepararse en la meditación y con el estudio a volver todavía más provechoso su ministerio cuando se les llame a nuevos trabajos” [10]. La santidad es, pues, esencial para la misión de la comunidad.

—Una comunidad nacida de la misión y para la misión. En la solicitud de autorización que dirige a los vicarios generales de Aix, el abate de Mazenod presenta desde el principio el ideal de la comunidad. Los misioneros vivirán juntos para crecer en la perfección y quieren tener así las mismas ventajas que si hubieran ingresado en una orden religiosa, de la que la vida común forma parte integrante. El fin de la comunidad es santificarse personalmente y a la vez, hacerse útil a la diócesis.

La Regla de 18l8 establece que “la otra parte [de su vida] la consagrarán enteramente a las obras exteriores del celo más activo, como son las misiones, la predicación y las confesiones, la catequesis, la dirección de la juventud, la visita a enfermos y prisioneros, los retiros espirituales y otros ejercicios semejantes” [11].

Esta división en dos partes de seis meses cada una de su trabajo en comunidadaparececomo una expresión concreta de la comunidad. En otras palabras, no tiene razón de ser por sí misma, sino para el apostolado. La santificación personal y el ministerio están estrechamente unidos; no hay dicotomía, sino dos expresiones de la misma realidad. Hablando de la Regla de 1818, el P. Y. Beaudoin, muestra claramente el lazo que hay entre comunidad y misión:”Si se examinan estos artículos a la luz de la correspondencia del Fundador, la importancia de la comunidad queda fuera de duda. Los oblatos se santifican juntos, rezan juntos, evangelizan juntos. Toda la segunda parte de la Regla precisa este esfuerzo comunitario hacia 1a perfección y eso para que el ministerio, hecho también en comunidad, sea fecundado por la bendición de Dios. En el párrafo 6º sobre diversos ministerios, se presenta también desde este punto de vista el Oficio divino, que todos los Oblatos deben recitar en común: “El Instituto mira este ejercicio como la fuente de todas las bendiciones que han de derramarse sobre el conjunto del santo ministerio de toda la Sociedad” [12].

b. Las características de la comunidad necesarias para su misión

Para que la comunidad pueda cumplir su doble función debe estar revestida de unas características que el P. Mazenod puntualiza en la Regla : “Pero, tanto en la. misión como enel interior de la casa pondrán su principal empeño en avanzar por elcamino de la perfección eclesiástica y religiosa; se ejercitarán sobre todo en la humildad, la obediencia, la pobreza, la abnegación de sí mismos, el espíritu de mortificación, el espíritu de fe, la pureza de intención y lo demás; en una palabra, procurarán hacerse otros Jesucristo, exhalando doquiera el buen olor de sus amables virtudes” [13].

Siguen a continuación las características de 1a comunidad, sobre las que el Fundador mismo va a insistir constantemente a lo largo de su vida: unidos por los lazos de la caridad con un solo corazón y una sola alma, viviendo una vida regular, en la obediencia a la Regla y a los superiores, para ser misioneros apostólicos que evangelizan a los pobres.

En 1850, treinta y dos años más tarde, escribiendo a toda la Congregación, Mons. de Mazenod se mostraba igualmente firme en su visión de la comunidad: “Que, guardando en su memoria estas palabras (resumen admirable de toda nuestra Regla) ‘todos unidos por los lazos de la más íntima caridad bajo la dirección de los superiores’, formen un solo corazón y una sola alma” [14].

2. EL PROYECTO SE VUELVE REGLA DE VIDA (1818-1861)

En un principio, Eugenio de Mazenod no quería formar más que una sola comunidad, pero la invitación a aceptar el cuidado del santuario de N.D.de Laus, le llevó a cambiar de idea. A partir de ese momento se hizo necesario tener una Regla para mantener el espíritu deunidad entre todas las comunidades. La primera Regla de 1818, nuevamente redactada, fue presentada al Papa, que la aprobó en l826 [15]. Acerca de la comunidad en el texto de l826, el P. Juan Santolini señala: “De entre los 798 artículos, en más de 120 se habla de ella, ya directa, ya indirectamente. Ello indica el cuidado del Fundador y de los oblatos en hacer de la vida comunitaria el fundamento de la vida apostólica. Para resumir este pensamiento, podemos decir que quiso crear en la congregación un sentido agudo de la vida de familia, con la rigurosa voluntad de preservarla a toda costa contra toda invasión de fuera” [16].

a. Las características de la comunidad apostólica

—Unidos por el lazo de la caridad

“[…]Formamos una familia donde todos los que la componen quieren tener un solo corazón y una sola alma” [17], tal es para el fundador el aspecto fundamental de la comunidad, pensamiento sobre el que vuelve en repetidas ocasiones [18]. Habla de esta unión como de “esa cordialidad, esa fusión […]que debe darse entre todos los miembros de nuestra Sociedad que sólo deben formar un corazón y un alma” [19]. En una de sus primeras cartas al P. Tempier exclama: “Entre nosotros, misioneros, somos lo que tenemos que ser, es decir, no tenemos más que un solo corazón y un alma, un pensamiento. ¡Es admirable!. Nuestros consuelos son, como nuestros cansancios, sin igual” [20]. En una atmósfera de ayuda recíproca, todas las dificultades son superables, aun cuando los miembros estén dispersos [21].

La Congregación hace de sus miembros una familia por más que no se conozcan unos a otros, como decía Mons. de Mazenod a un nuevo profeso: “Personalmente no le conozco, pero […]los lazos de la más íntima caridad nos unen y yo le pertenezco para siempre como usted a mí” [22]. El Fundador urge al maestro de novicios que les garantice que van a encontrar en la Congregación “una verdadera familia, hermanos y un padre” [23].

Unidos en torno a Jesús. La unión pone a los miembros de la comunidad en sintonía con 1a voluntad de Dios [24]. La presencia de Jesús garantiza la unión. Para San Eugenio, El es “nuestro amor común” [25], “nuestro común dueño” [26].”Estrechaos fuertemente, escribe,en torno a ese buen Salvador que permanece en medio de vosotros […]” [27]. En un momento enque vive alejado de los oblatos se acuerda de ellos durante la Misa y describe la función de Jesús en la comunidad: “Encontrémonos así a menudo unidos en Jesucristo, nuestro centro común en quien todos nuestros corazones se fusionan y todos nuestros afectos se perfeccionan” [28].

Durante la oración, los oblatos se encuentran unidos entre sí a pesar de las distancias que los separan. Escribe al P. Marcos de L’Hermite: “Es el único medio de superar la distancias: encontrarse en el mismo momento en presencia de nuestro Señor; es encontrarse, por decirlo así, codo a codo. No nos vemos, pero nos sentimos, nos escuchamos, nos confundimos en un mismo centro” [29].

La oración conduce también a la unidad de la comunidad: “Convendría que cada uno supiera de memoria las oraciones que serezan en la congregación y especialmente las que serezan después del examen, porque doy mucha importancia a que nunca se dejen de hacer dondequiera que uno se encuentre, de viaje o en otra parte. Esta oración, incluidas las letanías ,es algo propio de la Congregación que nos distingue y es corno un punto de unión entre todos los miembros de la familia” [30].

Escribiendo a la comunidad de Vico, exclama: “Bien merecéis todo el amor que os profeso, ya que no formáis más que uno entre vosotros, más que uno conmigo. Es lo que Dios nos pide, ya que El es el principio y el lazo de nuestra unión.” [31]

La santificación de los miembros. La comunidad es un medio en manos de Dios para santificación de los miembros, si éstos saben aprovechar los medios que su misericordia les brinda en la casa, en medio de los hermanos [32]. Se trata de una tarea común: “Estamos puestos en la tierra y en particular en nuestra casa para santificarnos ayudándonos mutuamente con los ejemplos, las palabras y las oraciones” [33]

Fundada en la caridad. La comunidad debe vivir de un espíritu propio de los oblatos, fundado en la caridad que es su soporte. “Así como en una Sociedad hay un hábito común y Reglas comunes, es preciso que haya un espíritu común que vivifique ese cuerpo particular […] La caridad es el eje sobre el que gira toda nuestra vida […] La caridad para con el prójimo forma también parte esencial de nuestro espíritu. La practicamos primero entre nosotros amándonos como hermanos, considerando a nuestra Sociedad solo como la familia más unida que existe en la tierra, alegrándonos de las virtudes, de los talentos y de las demás cualidades que poseen nuestros hermanos como si las poseyéramos nosotros mismos, aguantando con mansedumbre los pequeños defectos que algunos no han superado todavía y cubriéndolos con el manto de la más sincera caridad […]” [34]

“La humildad, el espíritu de abnegación, la obediencia, etc., y la más entrañable caridad fraterna son tan necesarias para el recto orden como para el bienestar de una sociedad” [35]. La caridad se manifiesta en esta forma concreta: “Cuidaos unos a otros y velad cada uno por la salud de todos” [36]. Cuando aparecen dificultades entre los miembros de una comunidad, que la caridad consuma toda desavenencia en el crisol de la religión” [37].

Ante las dificultades que amenazan el conjunto de la Congregación, es la caridad la que le hará resistir: “Estemos unidos en el amor de Jesucristo, en nuestra común perfección, amémonos siempre como lo hemos hecho hasta ahora, en una palabra, seamos uno y ellos morirán de despecho y de rabia” [38].

La comunidad entera es siempre misionera. Las cartas que el fundador escribe a los misioneros o las que de ellos recibe, constituyen un medio concreto para crear un solo corazón y una sola alma en la comunidad, intercambiando impresiones acerca de los acontecimientos y también rezando unos por otros. Escribe al P. Guibert: “No necesito deciros cuánto bendigo al Señor por todo lo que hace mediante vuestro ministerio; quedamos trasportados de alegría como si fuera cosa nueva para nosotros. He leído la carta de nuestros padres en comunidad […]” [39]. Lo que en concreto significa: la comunidad es apostólica y todos son misioneros. En efecto, los que permanecen en casa rezan por los que están en la obra, mientras se preparan con el estudio para ir ellos mismos a predicar cuando les llegue el turno. “Si vosotros no rezáis por nosotros, quedamos mal parados” [40].

La comunidad es misionera por el ejemplo que da a los extraños. Hablando del ministerio de la comunidad de N.D. de l’Osier para con los sacerdotes, dice el Fundador: “Admiran a cual más, la regularidad, el orden, la piedad que imperan en la casa […] Todo les edifica: el silencio que reina, la puntualidad en todos los ejercicios, el rezo del Oficio, las pequeñas penitencias en el comedor. Sed, pues, siempre lo que debéis ser y que la presencia de los extraños no os lleve a modificar en nada ni la Regla ni las costumbres. Si no encontraran en vuestra casa más que a sacerdotes que viven juntos, como podrían hacerlo párrocos de la vecindad, seríais muy culpables a mis ojos y a los de la Congregación y ante Dios; y aquellos por quienes habéis sacrificado vuestra vida de oblatos, se retirarían poco edificados y sin duda decepcionados. Os recomiendo, pues, que seáis muy rigurosos enesto. No quiero política ni respeto humano. Todo el mundo sabe quiénes sois; sed pues dignos de vuestra vocación y sabed realzarla en sus menores observancias” [41].

Los dones de cada uno deben estar al servicio de la comunidad y de su misión : “Dios no te ha dado talento para ti solo, escribe al P. Courtès, sino que, al llamarte a Congregación, quiso que te sirvieras de él para provecho de toda la familia[…]” [42].

No hay que sacrificar la vida de comunidad a la misión. El Fundador se muestra práctico cuando indica que la mayor parte de la vida del oblato transcurre en el trabajo fuera de la comunidad. Escribe: “[…] Lamentemos sinceramente que los deberes impuestos por la caridad nos tengan tan a menudo y por tanto tiempo alejados de nuestras comunidades donde ella reina y nos priven a pesar nuestro, durante buena parte de la vida, de su influencia bienhechora” [43]. Sin embargo, ha de ser en el contexto de la comunidad donde aparezca el celo de los misioneros. Escribe el fundador al P. Guigues: “Cuidaos mucho de forzaros para mantener la apuesta. En nombre de Dios, que vuelvan al interior de la comunidad para renovarse en el espíritu de su vocación; de otro modo se acabaron los misioneros, pronto no serán ya más que címbalos que resuenan” [44].

Se observará que las necesidades de la comunidad deben ser tenidas en cuenta cuando se organizan oraciones públicas en N.D. de Laus: “La oración de la tarde será siempre a las siete y media, durante la media hora que precede la cena. Para no privar al que hace la oración de la tarde de toda la oración de la comunidad, cuando coincidan ambas oraciones, procurad que aquella oración no dure más que un cuarto de hora. En ningún caso debe sobrepasar los veinte minutos, pero que no llegue a un cuarto de hora cuando coincidan las horas de ambos ejercicios.

Corno 1a comunidad debe hacer 1a oración ante el Santísimo y vosotros no tenéis la Sagrada Eucaristía en la capilla interior, es preciso que quien preside la oración de la tarde para los fieles, lo haga en voz baja para no molestar a la comunidad” [45].

Para los trabajos aceptados en Francia, el fundador cuidó siempre de que hubiera al menos dos oblatos trabajando juntos. Cuando esa condición no se cumplía, insistía para que esa situaciónno continuara, como en el caso de Limoges: “He escrito al Señor Obispo de Limoges; es una carta razonada para hacerle entender que no es posible continuar un servicio que obliga a los misioneros a salir de su vocación. Es esencial a su modo de ser que vivan en comunidad. Le explico el asunto con el texto mismo de nuestras Reglas” [46].

Cuando los oblatos emprendieron la salida a las misiones extranjeras, no resultó siempre muy fácil hacerles vivir en comunidad. A pesar de las dificultades, insistió siempre en este punto: “Es indispensable que persistáis exigiendo que siempre os pongan a dos. Os repartiréis la tarea si no da más que para uno, pero yo no puedo consentir que alguien quede aislado sin tener al menos un compañero” [47]

En 1853, la Instrucción sobre las misiones extranjeras precisa el pensamiento del Fundador y de la Congregación sobre el tema: “Dondequiera que desplieguen los misioneros su celo, jamás deben perder de vista que su deseo de la perfección deberá ser tanto más ardiente cuanto más alejados se vean obligados a estar de la compañía de sus hermanos y, por otra parte, se han de mostrar tanto más fieles a sus obligaciones religiosas y a los ejercicios de la piedad cristiana cuanto más a menudo se ven privados de las ventajas de la vida común” [48].

Amar a la comunidad y encontrar en ella la dicha. Escribe el Fundador al P. Tempier: “Además, hay que tener gran apego a la casa. Aquel que no la mirara más que corno una hospedería donde se encuentra solo de paso, no haría el bien en ella. Hay que poder decir como Santo Tomás: haec requies mea [aquí está mi descanso] durante toda mi vida. Compruebo que los grupos donde reinaba este espíritu son los que mayor bien han hecho y en los que se vivía con más dicha. Dios nos dé la gracia de imbuirnos bien de esta verdad y no descuidemos nada para inspirarla a nuestros jóvenes” [49].

En la comunidad deben encontrar su felicidad, “en el interior de nuestras casas” [50]. La comunidad ofrece “cuanto se requiere para ser felices” [51]. “Vivid felices, queridos hijos, en vuestra agradable comunidad. No podéis daros idea de lo que disfruto al enterarme de la unión y cordialidad que reina entre vosotros” [52].

En los consejos que da al P. Mille sobre. la formación, insiste en que los jóvenes en formación adquieran el amor por la familia, fundamento de la comunidad: “Se trata de formarlos, de transmitirles nuestro espíritu, de inspirarles el amor de la familia sin el cual uno no será capaz de nada bueno” [53].

En la comunidad misma es donde se debe descansar: “[…] no conviene que se vaya a buscar distracción o descanso fuera de nuestras casas” [54].

Suplir por las debilidades de los miembros. A pesar de su ideal y de su entusiasmo inicial por las alegrías de la vida comunitaria, Eugenio de Mazenod sabe por experiencia que “las comunidades más santas y fervorosas no están exentas de algunas miserias” [55]. A la luz de esa experiencia indica la conducta que aguarda de sus miembros: “[…]la comunidad necesita que aquellos que la forman no le den el repugnante espectáculo de un malestar sensible, de un desdén ofensivo, de una irregularidad poco edificante, de una deserción escandalosa, cosas que perturban su tranquilidad, su paz y su bienestar, y comprometen su existencia” [56]. Es consciente de que la comunidad refleja ciertas debilidades de su modelo apostólico: “Nuestro Señor, nuestro divino modelo, tenía que sufrir bastante con sus amados apóstoles que demasiadas veces se mostraban insoportables y fastidiosos” [57].

El mutuo apoyo brinda suplencia por las flaquezas de los miembros de la comunidad, comenzando por el mismo Eugenio: “Me felicitaré por mis hermanos, por mis hijos, porque a falta de virtudes que me sean propias y personales, estoy orgulloso de sus buenas obras y desu santidad” [58]. A un oblato que intenta dejar la Congregación le hace una observación semejante: “[…]encontraría usted siempre en su seno las ayudas indispensables para remediar la debilidad de sus luces y la escasez de sus conocimientos” [59].

La comunidad permite recibir la corrección fraterna “que asegura vuestros pasos y os previene contra el error de la ilusión” [60]; el Fundador practicó ese ejercicio a menudo en su correspondencia. En la corrección fraterna, “que la caridad de Jesucristo nos inspire, sin ello corremos el riesgo de no ser más que fariseos, muy hábiles para apreciar la paja en el ojo del hermano y ciegos para advertir la viga que nos daña a nosotros mismos [61]”.

La comunidad permite a sus miembros sobrellevar las dificultades “para ayudarnos mutuamente a soportar una desgracia que nos es común, puesto que pesa sobre la Sociedad” [62].

Los miembros de la comunidad están invitados a rezar unos por otros, como el Fundador lo hace por cada uno de ellos en la oración cotidiana. Durante las numerosas epidemias de cólera que sacudieron Marsella, escribe a las comunidades pidiéndoles que recen por la protección de aquellos que estaban más expuestos por razón de su ministerio con los enfermos [63].

La salud y la enfermedad. A propósito de la salud de los miembros de la comunidad Eugenio de Mazenod insiste en varias de sus cartas en que se cuiden. “Le recomiendo su salud y la de toda nuestra querida familia”, escribe al P. Tempier [64]. Durante el trabajo pastoral el descanso es esencial. Al P..Juan B. Honorat: “Quiero absolutamente que descanses y que estudies; hay que saber cerrar la puerta a tiempo” [65]. La comunidad debe asegurar la atmósfera necesaria: “Los misioneros necesitan un descanso prolongado para el cuerpo y la tranquilidad del interior de su santa casa para el espíritu y para el alma. Hay que observar las Reglas en esto como en todo lo demás. Cooperad de común acuerdo a establecer una perfecta regularidad en vuestra casa” [66].

Cuando se trata de la enfermedad de los miembros y de su preparación a la muerte, señala con precisión el papel y la actitud de la comunidad: “No necesito decirte, escribe al P. Tempier, a propósito del P. Marcou, gravemente enfermo, con qué cuidado y con qué caridad hay que tratarle. Aunque tuviéramos que vender hasta los zapatos, que nada se escatime para aliviarlo. Si sus parientes proponen llevarlo con ellos, no lo consintáis; entre sus hermanos es donde debe encontrar todos los servicios que su estado exige, de día y de noche, en lo espiritual como en lo temporal” [67]. Y al P. Courtés: “No me gusta que alejemos de nuestras comunidades a nuestros enfermos cuando están en peligro de muerte. Tienen derecho a cuidados de un orden más alto, y la consolación de morir entre los brazos de sus hermanos es algo grande para un religioso que valora los recursos sobrenaturales” [68].

La comunidad oblata del cielo. Los difuntos forman la comunidad oblata del cielo. “Tenemos cuatro en el cielo; ya es una hermosa comunidad. Son las primeras piedras, las piedras fundamentales del edificio que debe ser construido en la Jerusalén celeste; están ante Dios con el signo o carácter distintivo de nuestra Sociedad, los votos comunes a todos los miembros, y la práctica de las mismas virtudes. Estamos unidos a ellos por los lazos de una caridad especial; siguen siendo nuestros hermanos y nosotros los suyos; viven en nuestra casa madre, nuestra capital; sus oraciones y el amor que nos profesan nos arrastrarán un día hasta ellos para que habitemos con ellos en el lugar de nuestro descanso” [69].

El carácter sagrado de los lazos que unen a los miembros entre sí. La reacción de Eugenio de Mazenod ante los que abandonaban la comunidad da a conocer la fuerza de los lazos del compromiso en la comunidad oblata a la vez que señala la actitud que ésta debería tener hacia quienes la abandonan: “Estas profanaciones y estos perjurios causan horror; escandalizan a la Iglesia y ultrajan a Dios, por eso yo cito a todos esos profanadores ante el juicio de Dios que lescastigará por haberse burlado de Él. Yo os bendigo a vosotros y a cuantos permanecen fieles a sus votos y juramentos. Jamás podremos hacer bastante para reparar, con nuestra entrega sin límites y aun con el sacrificio de nuestra vida para reparar los sacrilegios salidos en cierto modo de entre nosotros, cometidos por aquellos a quienes nosotros hemos llamado hermanos” [70]. Abandonar la Congregación es “separarse de la familia que le había adoptado” [71].

3. UNIDOS EN LA OBEDIENCIA

En sus memorias, el Fundador evoca las circunstancias que motivaron la redacción de la primera Regla, en l8l8: “Era para hacerles comprender que, llamados a otra diócesis para establecer un nuevo centro, se hacía necesario ampliar el reglamento que nos regía y tratar de hacer constituciones más extensas, formar lazos más estrechos, establecer una jerarquía, coordinar, en una palabra, todas las cosas de forma tal que no hubiera más que una sola voluntad y un mismo espíritu de conducta [72]“.

El Fundador se muestra inquebrantable sobre el tema de la obediencia, no por la obediencia en sí misma sino en orden a mantener un solo corazón y una sola alma: “Mirad la Regla como nuestro código, a los superiores como a Dios, a los hermanos corno a otros nosotros mismos” [73].

a. La regularidad, fidelidad a modelar la vida según la Regla

Una de las características de la comunidad oblata es el sometimiento a la Regla y el espíritu de regularidad. “Vivimos en comunidad bajo una Regla suave que señala nuestros deberes y da gran valor a la más pequeña de nuestras acciones. El espíritu de la caridad y la fraternidad más perfecta reinan entre nosotros” [74]. Para asegurar que la comunidad responda a lo que debe ser, el fundador insiste continuamente en la regularidad., sobre todo en sus cartas a los superiores. La define como “la fidelidad a conformarse al espíritu y a la letra de las Reglas” [75].

Exhorta al P. Tempier, recién nombrado superior de N.D. de Laus, segunda comunidad de la Congregación, de esta forma: “Mantenga en todo la disciplina más regular; comienza usted a formar una comunidad regular, no deje que se deslicen abusos” [76]. Al P. Courtès y a la comunidad de Aix explica el espíritu y el objetivo de la regularidad: “Amaos unos a otros; que todos colaboren para mantener el orden y la disciplina con la fidelidad a la Regla, la obediencia, la abnegación y la humildad. La iglesia espera de vosotros una ayuda eficaz en su desamparo; pero convenceos bien de que solo podréis hacer algo en la medida en que avancéis en la práctica de las virtudes religiosas” [77].

La regularidad de la comunidad se refleja en su misión: “Que se vea que el religioso, comprometido en un ministerio externo, encuentra en el hábito de la regularidad, que ha debido adquirir en el interior de la comunidad, tal sobreabundancia de gracias y tal ayuda, que no se desmiente ni defrauda la expectativa de los fieles que exige de él más que de nadie en la acción del todo sobrenatural de su trabajo forzado” [78].

b. El superior

La función del superior es fundamental en la comunidad. Vela para que la Regla y sus prescripciones se pongan en práctica, para que la vida interior de la comunidad se despliegue (la caridad, la caridad, la caridad) y para que la comunidad desempeñe su misión (el celo por la salvación de las almas). La exhortación que el Fundador dirige al P. Guigues apenas nombrado superior, insiste en lo que ha dicho durante toda su vida a todos los superiores: “Tema dejar que se introduzca el menor abuso. Dios le pediría cuentas, pues es usted el que echa los cimientos de la nueva comunidad, y es necesario que ella difunda a lo lejos el buen olor de Jesucristo” [79].

EL SIGLO SIGUIENTE A LA MUERTE DEL FUNDADOR:”UNÁMONOS POR EL RECUERDO DE UN PADRE PARA SIEMPRE AMADO”

“Unámonos de espíritu y de corazón y seremos fuertes para el bien; unámonos por el recuerdo de un Padre para siempre amado”, tal es el primer mensaje que el sucesor del Fundador, P.José Fabre, dirigió a la Congregación [80]. Al terminar la carta, indica cómo se ha de realizar esta unión.: “Permitidme, al terminar, que os conjure ante el Señor que recordéis la recomendaci6n de nuestro amado Padre moribundo, para atraer sobre nosotros y nuestras obras las gracias más abundantes: Practicad bien entre vosotros la caridad…la caridadla caridad…y fuera, el celo por la salvación de las almas” [81].

El P. Fabre conocía bien al Fundador. En el primer aniversario de su muerte evocaba el recuerdo que dicha muerte había dejado e indicaba ya en qué iba a insistir a lo largo de su superiorato: “En la tierra, el recuerdo siempre vivo de ese Padre querido, el recuerdo de toda su vida nos repetirá sin cesar aquellas palabras que nos parece escuchar todavía con las que, a las puertas de la muerte, nos recomendaba con tanta insistencia y confianza el celo yla caridad[82].

La orientación asumida por el P, Fabre será mantenida por sus sucesores. “Este último mensaje de nuestro Fundador, anota el P. Lorenzo Roy, reaparecerá innumerables veces en la mayoría de los superiores generales. Es un leit-motiv que caracterizará en adelante a la comunidad oblata: la caridad en el interior hará de ella una verdadera comunidad; el celo hacia fuera hará de ella una comunidad apostólica” [83].

Para el P.Fabre y sus sucesores la caridad fraterna es 1a característica de la comunidad. Siguen, con todo, fieles al ideal de Eugenio de Mazenod de aunar los dos aspectos de la vida oblata: ser religiosos y misioneros. La comunidad hace del oblato un verdadero religioso para evangelizar a los pobres [84]. Repiten que nuestras obras no deben ser nunca individuales; al contrario, precisamente como religiosos, actuando en nombre de la comunidad y para la comunidad es como llevarnos a cabo nuestra misión [85].

Cuando habla de comunidad, el P.Fabre no se limita a la comunidad local. Se refiere a la comunidad más amplia de una Provincia y de toda la Congregación. Debe darse siempre “comunidad de espíritu” [86]. En el momento de hacer frente a la expulsión de los religiosos de Francia, los Padres Fabre y Augier recordarán el lazo fundamental que reúne a los oblatos en comunidad, a pesar de la dispersión y e1aislamiento. “[…]Esta dispersión, escribe el P.Fabre, sólo podrá afectar a nuestros cuerpos; nada podrá separar nuestros espíritus y nuestros corazones; estántan estrechamente unidos por los santos votos, por los lazos de la más fraterna caridad […]” [87]. El P. Augier insistirá en el mismo sentimiento de pertenencia a la comunidad oblata: “Permanezcamos unidos y seremos fuertes, y los más violentos ataques no podrán nada contra nosotros” [88].

En su estudio sobre el tema de la comunidad apostólica a través de las circulares de los superiores generales, el P. Roy presenta esta visión de conjunto: “Cada uno de nuestros superiores generales se ha expresado según su propio temperamento y su sensibiIidad. Uno habla de familia apostólica, otro de una comunidad de religiosos apostólicos, otro demisioneros contemplativos, otro de comunidad evangelizadora, y todavía otro de comunidad misionera, pero, como se habrá comprendido, no hay oposición alguna entre los diversos matices. Todos son aspectos complementarios de una misma y hermosa realidad: la comunidad oblata, tal como la quiso el Fundador en el hoy del mundo de su tiempo, en el hoy del P. Fabre, en l880, o en el hoy del P..Jetté cien años más tarde.

“Pero bajo esos distintos aspectos o insistencias, es fácil descubrir una continuidad o esta realidad que, al hilo de los años, por las intervenciones de los diversos superiores generales, se va enriqueciendo […] La herencia que [el Fundador] nos lega engendra en nosotros un espíritu de cuerpo, un espíritu de familia muy fuerte; si no es bastante fuerte, un superior general u otro lo va a recordar en la ocasión, a veces en forma vigorosa. Al mismo tiempo que se insiste en la caridad y el espíritu de familia, se da un fuerte toque de atención sobre el lugar y el valor de la consagración religiosa, de los votos y de la Regla, primero corno estructura y como base, después como medio de crecimiento personal y comunitario. Solamente más tarde se prestará atención a desarrollar la relación que debe existir entre comunidad y misión, para llegar finalmente a afirmar con claridad que la comunidad misma es sostén y expresión de la misión” [89].

A PARTIR DE 1966: PRECISAR LA RELACIÓN ENTRE MISIÓN YCOMUNIDAD

En el transcurso del siglo que sigue a la muerte del Fundador, nadie ha puesto en tela de juicio el celo de los oblatos, como lo atestigua el número de países donde hay oblatos misioneros. La cuestión que se ha planteado es la de aclarar la relación entre comunidad y misión. Ya hemos visto que para San Eugenio la comunidad tieneun doble fin: la santificación personal y la misión, es decir, los dos aspectos de la vida oblata. Ha habido siempre una lucha por llegar a un equilibrio entre el deseo primero de pasar la mitad del año predicando misiones y el deseo de pasar la otra mitad en la oración y el estudio, entre las exigencias de la misión y las de la vida de comunidad.

Hasta 1966, la Regla esencialmente ha sido la del Fundador. No tenía un capítulo especial sobre la comunidad. La idea de comunidad estaba, sin embargo, en el centro de la vida y de la actividad misionera del oblato. Las Constituciones y Reglas de l966 rompieron la tradición insertando un capítulo que llevaba por título: “Vida comunitaria apostólica”, con siete constituciones (42-48) y once reglas (87-97). Ponían el acento en el contexto de vida comunitaria y de relaciones interpersonales en el que se realiza la misión. El documento Dans une volonté de renouveau [en una voluntad de renovación], guía de reflexión que sirve de introducción a las CC y RR, ofrece este comentario: “Esto subraya que la comunidad es mucho más que una entidad jurídica, es una comunión de caridad, la familia del Señor.

“Por otra parte, los artículos 42, 44 y 45 acentúan el carácter propio de una comunidad apostólica: uno no es misionero religioso más que en ella y por ella, lugar de encuentro y de acción (42); el intercambio y el diálogo juegan ahí un papel primordial para el crecimiento espiritual, la búsqueda inte1ectual y el apostolado de todos y de cada uno (44); el envío para anunciar el Reino funda y estrecha la unidad de los miembros(45)” [90].

Intentando hacer la síntesis entre comunidad y misión, los comentaristas han colocado en primer plano el compartir fraterno y la misión, ignorando así ciertos e1ernentos que tenían importancia para el Fundador. El texto de 1982 los volverá a asumir más tarde, tras una reflexión de la Congregación sobre el tema.

1. LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS DE 1982: LA PRESENCIA UNIFICADORA DE CRISTO SALVADOR

a. “Cumplimos nuestra misión en y por la comunidad a la que pertenecemos” (C 37)

La Reg1a de 1982 hace la síntesis entre misi6n y comunidad, mostrando que no forman en la vida del Oblato dos partes separadas, sino una sola realidad. La primera parte de las CC y RR lleva por título: El carisma 0blato. Comprende dos capítulos:La misión de la Congregación y Vida religiosa apostólica; su fusión muestra que hay unidad de vida. Tradicionalmente habían estado separadas, pero los capitulares de 1980 han querido unirlas para expresar la unidad de vida y de ministerio de los oblatos [91].

La convergencia en Cristo es la que nos ha llevado a asociar comunidad y misión. Recorriendo 1as CC y RR se pueden ver la comunidad y la misión como dos enfoques de la misma rea1idad: Jesús Salvador. Iluminan desde ángulos distintos, pero una vez concentradas sobre el mismo punto, no se distinguen ya porque se han fusionado, aclarando el punto central del cual hacen resaltar toda la riqueza. La presencia de Cristo Salvador es la única realidad hacia la que la vida oblata converge [92]. El oblato alcanza así su salvación personal y trabaja por la salvación de los otros en y por la comunidad a la que Dios le llama. Ya no hay, pues, ni comunidad sin misión, ni misión sin comunidad.

b. El llamamiento y la presencia del Señor, factores constitutivos de la comunidad

La comunidad de los Apóstoles en torno a Jesús (C 3) y la de los primeros cristianos (C 21, 37) forman el modelo sobre el que se funda la comunidad apostólica oblata.

El Señor nos llama a seguir1e; 1a santificación personal, pues, quiere decir hacer uno con Él, es decir “ revivir la unidad de los Apóstoles con Él y la común misión en su Espíritu”(C.3). Esta misión consiste en conducir a otros a esa misma unidad. Es la presencia de Cristo la que hace posible la misión, y la misión del Oblato consiste en hacer presente a Cristo en la comunidad y fuera de ella. Nuestras vidas no están ya divididas en dos. La “caridad y el celo” lo invaden todo: así 1a comunidad vive para la misión y ella misma es parte de la misión. “A medida que va creciendo nuestra comunión de espíritu y de corazón, damos testimonio ante los hombres de que Jesús vive en medio de nosotros y nos mantiene unidos para enviarnos a anunciar su reino”(C 37) [93].

c. Las cualidades de la comunidad apostólica

Dirigiéndose a los miembros del encuentro intercapitular de octubre de 1995, el P.Zago resumía de este modo las cualidades de la comunidad: “Una lectura atenta de las Constituciones y Reglas nos permite encontrar en la vida comunitaria una dimensión humana de comprensión y amistad recíprocas, una dimensión cristiana de participación en la fe, una dimensión re1igiosa por la ayuda brindada a los votos, una dimensión misionera en la programación y en la ejecución de nuestro ministerio, y una dimensión económica en la transparencia en cuanto concierne a los bienes y en el reparto de los mismos” [94].

Vamos a usar este esquema para ilustrar los diversos aspectos de 1a comunidad apostólica, según las Constituciones y Reglas.

La dimensión humana:”el afecto que une a los miembros de una misma familia.

La primera característica humana de la caridad es “el afecto que une a los miembros deuna misma familia” (C 42). Nuestras comunidades no son residencias donde se reúnen hombres empeñados en el mismo trabajo. La vida comunitaria abarca todos los aspectos de nuestras vidas y nos hace solidarios a los unos de los otros en nuestra vida y en nuestra acción misionera (C 38). Con espíritu de alegría y de sencillez, compartimos lo que somos y tenemos, nuestros dones de amistad y nuestros talentos (C 39). Unidos por la obediencia y la caridad, estaremos abiertos al compartir fraterno y sabremos expresar nuestra responsabilidad recíproca en la corrección fraterna y el perd6n (C 38-39). “Nos ayudaremos mutuamente a encontrar gozo y dicha en nuestra vida de comunidad y en nuestro apostolado. Nos animaremos en nuestra decisión de mantenernos fieles a la Congregación” (C 29). Por ejemplo, para responder a las exigencias y dificultades del celibato, cuentan con la amistad y la vida fraterna (C 18).

Las necesidades personales de los miembros deben ser tenidas en cuenta, lo cual da a entender que la comunidad ofrece posibilidades de recreo, descanso y esparcimiento (R 25), respeta las necesidades y el derecho de cada uno (R 26), muestra solicitud especial con los hermanos probados, enfermos o ancianos (C42). Una comunidad fraterna irradia cordialidad evangélica por su sentido de la hospitalidad (C 41).

Miembros de una misma familia, guardamos vivo el recuerdo de los difuntos y rezamos por ellos (C 43). Si un miembro quiere abandonar la Congregación, la comunidad ensayará todos los medios de enmienda y de conciliación, y si no resultan, la caridad debe caracterizar la actitud que se tome con él C 44).

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—La dimensión cristiana: Testigos de la presencia y de la misión de Jesús.

“La comunidad es un signo de que en Cristo, Dios lo es todo para nosotros” (C 11). Testimonia que Jesús vive en medio de nosotros (C 37). Debe “ayudarnos a hacernos cada vez más hombres de oración y de reflexión y a vivir el Evangelio en forma radica1, dejándonos así liberados para una mayor fidelidad a nuestra vocación” (C 87). Por eso “uno de los momentos más intensos de la vida de una comunidad apostólica es el de la oración en común” (C 40). En la Eucaristía los miembros “estrechamos los 1azos de nuestra comunidad apostólica y ensanchamos los horizontes de nuestro celo hasta los confines del mundo” (C33). La oración de la comunidad toma la forma de una celebración común de una parte del Oficio divino, de un período de oración que hacemos juntos en presencia del Santísimo Sacramento” (C 33), y de tiempos fuertes, cada mes y cada año, de oración personal y comunitaría, de reflexión y de renovación” (C 35). Es preciso también aceptar con apertura las nuevas formas de oración personal y comunitaria que pueden favorecer nuestros encuentros con el Señor (R 20).

Nuestra búsqueda y nuestra proclamación comunes del Reino de Dios y nuestra espera activa de la venida del Señor, no se limita a los tiempos de oración. “Nos comprometemos a ser en el corazón del mundo levadura de las Bienaventuranzas”(C 11). Estamos llamados a compartir comunitariamente nuestra experiencia de fe (C 87) para ser solidarios los unos con los otros en nuestra vida y actividad misioneras (C38). “La caridad fraterna debe sostener el celo de cada miembro” (C 37)

—La dimensión religiosa:”Los votos les unen en el amor al Señor y a su pueblo”. “Los votos imprimen un sello característico en el ambiente vital de la comunidad” (C 12). Esta afirmación se encuentra al principio de la sección sobre los consejos evangélicos. El P..Jetté explica la función de la comunidad en la profesión de los consejos evangélicos: “El compromiso de los votos nos recuerda ante todo que el 1azo que nos une entre nosotros pasa por Jesucristo. Por Él vivimos juntos, nos amamos y nos ayudamos mutuamente, y compartimos una actividad misionera común” [95].

Cada voto señala un aspecto de la comunidad. El celibato consagrado “nos permite dar juntos testimonio del amor que el Padre nos tiene y del amor que nosotros fielmente le profesamos” (C l6). “Viviendo su consagración, los oblatos se ayudarán mutuamente a conseguir una madurez cada vez mayor” (R 11) y cuentan “con la amistad y la vida fraterna”(C 18).

“Adoptan un género de vida sencil1o y consideran esencial para su instituto el dar testimonio colectivo de desprendimiento evangélico”(C 21). “Los oblatos lo ponen todo en común” (C 21). “Todo lo que cada miembro adquiere con su trabajo personal o con miras a la Congregación pertenece a ésta” (C22). “Cada uno contribuye, por su parte, al sostenimiento y al apostolado de su comunidad” (C 2l). Todo cuanto pertenece a la comunidad puede ser considerado como patrimonio de los pobres y ha de ser administrado con prudencia” (R 14). “La comunidad, sin embargo, poniendo su confianza en la divina Providencia, no vacilará en emplear incluso lo que le es necesario para ayudar a los pobres” (R 14).

El voto de obediencia hace de la comunidad un testigo del mundo nuevo en el que los hombres reconocen su estrecha dependencia recíproca, impugnando el espíritu de dominación (C 25). “En los superiores veremos un signo de nuestra unidad en Cristo” (C 26). “Como personas y como comunidad, tenemos la responsabilidad de buscar la voluntad de Dios. Nuestras decisiones reflejan mejor esta voluntad cuando se toman tras un discernimiento comunitario y en la oración” (C 26).

El voto de perseverancia no tiene solo un aspecto individual. Viviéndolo, “nos ayudaremos mutuamente a encontrar gozo y dicha en nuestra vida de comunidad y en nuestro apostolado. Y nos animaremos en nuestra decisión de mantenernos fieles a la Congregación” (C 30).

La constitución 48 sitúa la formación primera y la permanente en el contexto de la comunidad apostólica: “Todos los miembros están comprometidos en un proceso de evangelización recíproca. Se sostienen y se animan unos a otros, creando así un ambiente de confianza y de libertad, en el que se invitan mutuamente a un compromiso cada vez más profundo”.

—La dimensión misionera:”Cumplimos nuestra misi6n en y por la comunidad a la que pertenecemos” (C 37)
El P.Zago habla de tres exigencias:

1. La misión se confía a la comunidad. Esta tarea es antes comunitaria que personal. Todos los miembros deben apoyarla. Comprometen en ella su vida y su actividad (Cf. R 1 y C 38).

2. Las estructuras de la comunidad están al servicio de la misión. La comunidad debe, pues, adoptar el ritmo de vida que mejor responde a su misión, teniendo en cuenta que la vida y la misi6n de la comunidad no se oponen (C 38; R 23).

3. La comunidad es, por naturaleza, misionera. La calidad de vida de la comunidad se manifiesta en su misión en cuanto que esta lleva un mensaje de vida. Cumplimos nuestra misión no solo con palabras y con obras sino también y sobre todo por la calidad de nuestra vida (C 3, 11, 37) [96].

La R 24 señala que nuevas formas de vida comunitaria pueden aparecer, en respuesta a nuevos llamamientos misioneros.

—La dimensión económica: “Testimonio colectivo de desprendimiento evangélico” “Siendo la congregación misionera por naturaleza, los bienes temporales que le pertenecen, están ante todo al servicio de la misión”(C l22). “Cada uno [contribuye] por su parte, al sostén y al apostolado de su comunidad” (C 21). “Nuestras casas y Provincias tendrán la preocupación de compartir con los hermanos que trabajan en las regiones o misiones menos provistas de bienes materia1es”(R l5). Comentando este compartir de los bienes materiales, el P. Juan Joergensen escribe: “El compartir es un buen testimonio que ofrecer al mundo, el de un organismo internacional que practica de verdad 1a solidaridad financiera. La recomendación de1 Capítulo de 1992 de compartir los capitales de tal modo que cada Provincia pueda ser autónoma, es un signo de esta solidaridad. Este compartir significa que los oblatos “pobres” dejarían de depender de los oblatos “ricos”. Se trata de una importante cuestión participación de poderes, de un pasar de la caridad a la justicia” [97]

—La claridad:formular nuestros objetivos misioneros En estos últimos años se ha hablado y escrito mucho sobre la comunidad apostólica, con el peligro de que el tema se trate en forma emotiva y oscura. Hace falta que nos entendamos sobre las palabras y sobre los objetivos. “Como personas y como comunidad, tenemos 1a responsabilidad de buscar la voluntad de Dios” (C 26) y de formular nuestros objetivos comunes. Porque estamos unidos en la caridad y la obediencia (C 3), “nuestras decisiones reflejan mejor esta voluntad cuando se toman después de un discernimiento comunitario y en la oración”(C 26). “Todos somos solidariamente responsables de la vida y del apostolado de la comunidad. Juntos, pues, discernimos el llamamiento del Espíritu, tratamos de llegar a un consenso en los asuntos importantes, y apoyamos lealmente las decisiones tomadas. Un clima de confianza mutua nos ayudará a elaborar las decisiones con espíritu de colegialidad”(C 72).

“E1 compartir comunitariamente nuestra experiencia de fenos hace más dinámicos en nuestro apostolado y nos ayuda a precisar mejor nuestros objetivos misioneros en el marco de las prioridades de la provincia”(C 87). Una vez establecidos estos objetivos, es necesario adoptar un ritmo de vida y de oración apto para apoyar la comunidad y la misión, y organizar encuentros para evaluar la vida y el proyecto comunitario”(C 38).

Es el superior quien debe animar a la comunidad a conseguir estos objetivos; en él “veremos un signo de nuestra unidad en Cristo” (C 26). El es “un signo de la presencia del Señor que está en medio de nosotros para animarnos y guiamos”(C 80). “Está encargado de animar y dirigir la comunidad de modo que asegure el progreso de ésta en el apostolado y el mayor bien de sus miembros” (C 89). Está asistido “por un consejo que expresa la participación y el interés de todos por el bien común de la comunidad” (C 83). Los superiores, “en cada nivel de gobierno, han de dar cuenta a las autoridades superiores e informar de su gestión a la comunidad a la que sirven”(C 74). El Superior general y su consejo “tienen la misión de precisar las cuestiones esenciales y de ayudar a los oblatos a discernir mejor sus objetivos comunes”(C 111).

En un esfuerzo por clarificar su vida y sus objetivos “los oblatosajustarán su vida y su actividad misionera a las Constituciones y Reglas de la Congregación. Harán de éstas tema de reflexión en la oración y en el intercambio fraterno”(C28).

Las diversas expresiones de la comunidad

La Congregación forma una sola comunidad apostólica (C71). Todos los miembros son solidariamente responsables de la vida y del apostolado de la comunidad y su participación es necesaria al buen gobierno de la congregación (C 72).

La Congregación, una comunidad. El Capítulo general tiene un fin específico en la vida de la comunidad apostólica de los oblatos, el de “estrechar los lazos de la unidad y expresar la participación de todos en la vida y en la misión de la Congregación” (C 105). Es “un tiempo privilegiado de reflexión y de conversión comunitarias (C105).

Del Capítulo, la Congregación recibe a su Superior general “vínculo viviente de la unidad en la Congregación. Con el ejemplo de su vida, con su celo apostólico y su afecto a todos, estimu1ará la vida de fe y de caridad de las comunidades para que respondan más generosamente a las necesidades de la Iglesia”(C 1l2). Asistido por su consejo, el Superiorgeneral gobierna y vela “para que la Congregación permanezca fiel a las exigencias de la vida religiosa y a su misión”(C 76).

A propósito de la Congregación como comunidad, escribe el P.Zago: “La Congregación es una comunidad con sus propios rasgos y estructuras, su carisma particular y su superior, su tarea misionera y su peculiar espiritualidad. Perdiendo el sentido de la Congregación como comunidad, se desvincula uno de la realidad aprobada por la Iglesia. Es importante, pues, mantener lazos, no solo con las autoridades (los superiores), sino también con el conjunto del organismo por medio de intercambios y de la información” [98].

La Provincia, una comunidad. “Las Provincias y las Viceprovincias son, a su manera, verdaderas comunidades apostólicas[…] Comunidades locales y personas se sentirán solidarias y responsables las unas de las otras y de la misión común”(C 92). Como para el superior local, “la responsabilidad del Provincial se extiende a la vez a la misión específica de la Congregación dentro de los límites de la Provincia y a la vida religiosa apostólica de las comunidades y sus miembros” (C 94). Del Provincial dice el P.Jetté: “Su Provincia es, en primer lugar, una familia, una familia apostólica. Sus miembros desean entregarse con toda su alma a la misión, pero sintiéndose enraizados en una comunidad y sostenidos por ella” [99].

Las Provincias y viceprovincias están agrupadas en regiones para asegurar la cooperación y los intercambios (C 104) y acrecentar la unidad de la Congregación como comunidad apostólica.

La comunidad local. “La vitalidad y la eficiencia de la Congregación se apoyan en la comunidad local que vive el evangelio y se consagra a proclamarlo y revelarlo al mundo”(C 76).”Las comunidades locales son las células vivas de la Congregación. Deben ayudarnos […]a vivir el evangelio en forma radical, dejándonos así liberados para una mayor fidelidad a nuestra vocación” (C87).

Por comunidad local se entiende una casa, una residencia o un distrito (C 88). Cada comunidad local tiene un superior “que está encargado de animar y dirigir la comunidad de modo que asegure el progreso de ésta en el apostolado y el mayor bien de sus miembros”. Debe garantizar que no se repliegue sobre sí misma, sino que mantenga “contacto fraterno con las restantes comunidades de la Provincia” (C 89). El superior local tiene un consejo designado tras consulta (C 91).

La comunidad de distrito. La C 88 pone casas, residencias y distritos en el mismo nivel de comunidades locales. Esta declaración es importante, pues reconoce que los oblatos “dispersados para el servicio del Evangelio [ que no pueden] disfrutar más que en breves intervalos de las ventajas de la vida común” (C 38),viven siempre en comunidad, aunque los contactos con sus hermanosno sean tan frecuentes. Estos contactos deben ser regulares si se quieren construir y mantener las relaciones humanas necesarias para la constitución de una comunidad. Al reconocer que el distrito no es solo una estructura de gobierno, sino una verdadera comunidad, la Constitución le da un sentido. No es una comunidad de segunda clase, sino una de las maneras de vivir, según nuestra vocación, en comunidad apostólica dentro de un contexto particular. Cuanto se aplica a las casas se aplica igualmente a las comunidades de distrito en lo que concierne a las constituciones (C 77). Las reglas indican algunas distinciones de orden práctico, sin que con ello cambie la naturaleza de la comunidad (R 86 y 142) [100]. Cualquiera que sea la forma de su comunidad local, los oblatos “unidos por la obediencia y la caridad […] son solidarios en su vida y actividad misionera” (C 38).

La comunidad de formación. La formación de los nuevos miembros de una comunidad apostólica debe realizarse evidentemente en un contexto de comunidad apostólica (C 48). El modelo a seguir es el de Jesús formando a sus discípulos (C 50). “Educadores y miembros en formación, como discípulos de un mismo Señor, constituyen una sola comunidad”(C 51).

“En el centro de esta comunidad […] los educadores constituyen un grupo particular” (C 51). Ahí deben vivir entre sí, corno hombres llegados a la madurez, todo lo que implica la comunidad apostólica. Su modo de vida debe testimoniar “que Jesús vive en medio” de ellos (C 37). Así, presente entre ellos, Jesús será el educador que formará a los candidatos “en su escuela” (Prefacio). La regla 35 nos recuerda que los formadores han de distinguirse por “el espíritu comunitario y apostólico”. Sobre esto escribe el P..Jetté: “El educador participa en una vida comunitaria intensa. Ahí se desarrollará y ayudará a los otros a hacerlo” [101].

La comunidad es necesaria en cada etapa de la formación. Para los novicios: “La vida comunitaria, con sus alegrías y sus tensiones, con el espíritu de caridad que la anima, y la ayuda mutua que trae consigo, ayudará a los novicios a integrarse en la familia oblata y a iniciarse en los renunciamientos que 11eva consigo toda vida religiosa apostólica”(R 41).

Para los escolásticos: “Dondequiera se cursen estos estudios, es importante que los escolásticos vivan en una comunidad oblata y adquieran progresivamente una mentalidad misionera”(C 66).

Para los que han terminado su primera formación: “Durante algunos años después de su formación primera, los oblatos serán guiados y apoyados por compañeros experimentados; necesitan entonces la ayuda de una comunidad que, a su vez, queda enriquecida con la aportación de ellos”(R 58).

Para la formación permanente: “Una de las principales responsabilidades de los superiores, a todos los niveles, es la de crear un espíritu comunitario que favorezca la formación permanente” (C 70).

El compromiso de los laicos. La regla 27 dice: “Algunos laicos se sienten llamados a tomar parte activa en la misión, en los ministerios y en la vida comunitaria de los oblatos”. El Directorio administrativo de 1985 comenta así: “Son miembros de 1a congregación de los oblatos aquellos que han hecho sus votos según nuestras Constituciones y Reglas y han recibido una obediencia para una misión que los compromete en el ministerio de la Iglesia, a menudo como sacerdotes o como diáconos. Sin embargo, la regla 27 abre la posibilidad de asociar laicos a la misión, a los ministerios y a la comunidad de los oblatos. Tal ‘asociación’ es posible en 1a medida en que se considere a los oblatos no solo como una Congregación religiosa, sino también como ‘un movimiento de personas’ que comparten los objetivos e ideales del P. de Mazenod” [102]. Siguen en estudio las nuevas formas de asociación [103].

2. CAPITULO GENERAL DE L986: “MISION EN COMUNIDAD APOSTOLICA”.

El Capítulo de 1986 reaccionó ante los l1arnamientos de la sociedad y de nuestra misión, determinando seis áreas que esperan respuesta urgente de nuestra parte [104]. El último de estos llamamientos de que trata el documento Misioneros en el hoy del mundo, en su sexta parte lleva por título “Misión en comunidad apostólica”. El Capítulo dice:”La vida comunitaria es una dimensión esencial de nuestra vocación[…] Para nosotros oblatos, no es únicamente necesaria para la misión, ella misma es misión y al mismo tiempo signo cualitativo de la misión de la Iglesia” [105]. Cuando “el vínculo entre comunidad y misión es menos claro […], la comunidad corre el peligro de perder su vigor y la misión su apoyo” [106]. El Capítulo confirma de ese modo la insistencia con que las Constituciones y Regla rec1aman la unión entre misión y comunidad apostólica. En un párrafo que es eco de lo que el Fundador y el P. Fabre habían expresado sobre el papel unificador de la Regla entre comunidad y misión, el documento dice: “Apenas hemos comenzado a descubrir nuestras Constituciones y Reglas. Es importante que prosigamos incansablemente su estudio y meditación para que sean cada vez más para nosotros fuente de vida y vínculo de unidad” [107].

3. EL CAPITULO GENERAL DE L992: “TESTIGOS EN COMUNIDAD APOSTOLICA”

Podemos ver en el mensaje del Capítulo de 1992 un llamamiento a realizar la idea de comunidad apostólica contenida en las Constituciones y Reglas y en el documento Misioneros en el hoy del mundo. “Es una invitación a releer nuestras principales fuentes oblatas desde la perspectiva de la calidad de nuestra vida a fin de mejorar nuestro testimonio en el corazón del mundo contemporáneo” [108].

” A ejemplo del Fundador, vemos los males que aquejan al mundo y a la Iglesia.[…]Nos afecta, por último, el cansancio, incluso la resignación de aquellos que van perdiendo la esperanza de ser oídos algún día” [109]. Tras haber examinado los retos del mundo actual, los capitulares se preguntan cómo podrán darles respuesta los oblatos. La respuesta es clara: “Como nuestro Fundador, nos reunimos en torno a la persona de Jesucristo, tratando de crear una solidaridad de compasión, un solo corazón que sea alimento para la vida del mundo” [110].

Por la comunidad apostólica podemos responder a los desafíos misioneros actuales. “Solo llegaremos a ser evangelizadores eficaces en la medida en que nuestra compasión sea compartida, en que nos ofrezcamos al mundo, no como una coalición de francotiradores, sino corno un solo cuerpo misionero” [111]. Luego, el documento pone de relieve el testimonio que brota de la caalidad de las relaciones humanas y cristianas en el interior de 1a comunidad apostólica. “Nuestra vida es [de ese modo] carne para la vida del mundo. La comunidad que formamos juntos en torno a Cristo es la mesa del banquete al que invitamos a la humanidad” [112].

El Capítulo invita a los oblatos a revisar la dimensión comunitaria de su vida y a abrirse más a las implicaciones de su vocación de misioneros en comunidad apostólica, en lo concerniente a la animación de la comunidad, a la rendición de cuentas, a la formación y a la asociación con los laicos.

El documento termina con una referencia a María: “María Inmaculada es 1a Madre de nuestra comunidad apostólica”. “Es nuestro modelo en su consagración a los valores del Reino y su testimonio único en medio de la primera comunidad de su Hijo” [113].

Francis SANTUCCI OMI.