1. La Formación Según El Fundador
  2. La Formación En La Historia De La Congregación

La formación ha sido siempre una preocupación principal para los responsables de la Congregación a lo largo de su historia. Vamos a estudiar los principios que nuestro fundador quiso inculcar a los educadores y a quienes estaban confiados a su cargo, para ver después cómo sus sucesores han sido fieles a sus directrices.

LA FORMACIÓN SEGÚN EL FUNDADOR

Donde San Eugenio expresa sus ideas acerca de la formación es sobre todo en sus cartas a los oblatos de Francia, ya que en su época la mayor parte de las casas de formación estaban en Francia.

Los textos del Fundador son claros y vigorosos y apenas necesitan comentario. Mejor que redactar una exposición sobre su pensamiento, me parece aducir sus citas explícitas, clasificando los extractos de cartas según los temas.

1. CONSCIENTE DE SU RESPONSABILIDAD

Como está convencido de que el porvenir de la misión solo puede asegurarse con oblatos bien formados, que progresivamente se impregnan del Espíritu que ha suscitado la fundación del Instituto, el P. de Mazenod se interesa en la formación muy de cerca. Lo veremos a lo largo de este artículo por las cartas que dirige a los educadores y a los candidatos, así como por los informes que exige. Es más, él quiere, en la medida de lo posible, tomar parte personalmente en la preparación de los candidatos. “Mientras yo esté en Marsella, me inclinaría a que el noviciado se colocara en esta ciudad, porque yo podría echar una mano al maestro y algunas ojeadas a los alumnos” [1]. Esta carta es del 10 de febrero de 1826. La misma preocupación muestra unos años más tarde a propósito de Montolivet: “Tendré días fijos de visita a esa interesante juventud y con la gracia de Dios todo marchará bien” [2]. Interviene incluso en la organización del noviciado, por ejemplo, para regular la función de los hermanos admonitores [3]. Aprovecha sus visitas para encontrar personalmente a los escolásticos: “Estoy muy contento de nuestros oblatos. He tenido ya a 16 en dirección particular y he quedado encantado” [4]. A pesar de un programa cargado, va a Montolivet para recibir los votos de dos escolásticos [5]. Al reclamar noticias de Montolivet, propone esto al P. Mouchette: “¿Por qué no toma un día a la semana para venir a verme, sobre todo cuando ve que no he podido ir a visitarle yo mismo?” [6].

Se propone reunir a los superiores de los seminarios regidos por los oblatos: “Me interesaría mucho reunir a nuestros superiores de los seminarios mayores para reglamentar algo uniforme, ya para la enseñanza, ya para los ejercicios en sus comunidades” [7]. A propósito de esto, aunque deja a los participantes toda amplitud para manifestar sus puntos de vista, quiere decir también lo que personalmente piensa: “Quiero quedar neutral en esa discusión que debe basarse sobre todo en la experiencia. Hablo de la elección de los autores. Para lo demás, es otra cosa” [8].

Justamente porque sigue de cerca la formación de los candidatos, se toma la pena de escribirles personalmente en la ocasión de la oblación o de la ordenación sacerdotal; los ejemplos son numerosos y fáciles de encontrar en las cartas publicadas [9].

Así pues, con conocimiento de causa presenta las casas de formación en la circular del 2 de febrero de 1857: “Desde mi última circular se ha desarrollado buen número de vocaciones y hemos tenido el consuelo de ver nuestro noviciado de Nuestra Señora de l’Osier constantemente provisto de sujetos edificantes. Habiendo aumentado el número en estos últimos años, hemos tenido que fundar otro noviciado en Nancy. El de Inglaterra comienza también a proveerse de algunos buenos novicios. Estos diversos noviciados nutren de buenos elementos al escolasticado que está en Montolivet, cerca de Marsella y que ahí conforma esa comunidad modelo en medio de la cual acudo frecuentemente para edificarme y desde donde les dirijo la presente circular” [10].

2. VALORES FUNDAMENTALES

Nuestro fundador no escribió ningún tratado sobre la formación, pero, como el Apóstol Pablo, reaccionó ante casos concretos. Lo que resulta significativo para nosotros es encontrar sus convicciones más profundas expresadas espontáneamente acá y allá en el conjunto de sus cartas. Podemos presentar así su pensamiento: El fundamento de toda formación es el amor a Jesucristo. Anclados en esta base sólida, los jóvenes oblatos son capaces:

—de desprenderse de todo lo que no es Cristo;

—de darse enteramente a Dios por los votos;

—de darse para toda la vida;

—y por tanto, de prepararse seriamente a ello;

—de vivir el don de sí mismos con generosidad;

—de amar a sus hermanos en comunidad, de amar a la Congregación y estimar la propia vocación, de amar a la Iglesia y a la Virgen María.

a. Adhesión a Jesucristo

“Apasionado por Jesucristo”, quiere compartir su pasión con todos los oblatos para que sean verdaderos apóstoles: “Encontrémonos así juntos a menudo en Jesucristo, nuestro centro común en quien todos nuestros corazones se fusionan y todos nuestros afectos se perfeccionan” [11].

Es sobre todo en la Eucaristía donde encontramos a Cristo: “Hay que inspirar un gran amor a nuestro divino Salvador Jesucristo, amor que se le debe mostrar sobre todo en el sacramento de la Eucaristía, del cual hay que procurar llegar a ser los perfectos adoradores” [12]. Por eso no acepta que no haya capilla con el Santísimo sacramento en el noviciado: “Veo un gran inconveniente en no tener el santo sacramento al alcance de los novicios. A los pies de Jesucristo es adonde deberían ir a inflamarse […] Sería preciso que cada uno pudiera ir, según el impulso de su corazón, a presentarse a menudo ante el Salvador y conversar por unos instantes repetidas veces en el silencio de la meditación” [13].

Amando a Cristo e impregnándose de su espíritu es como los jóvenes se preparan a ser misioneros: “Se trata de formar hombres que deben estar totalmente imbuidos del espíritu de Jesucristo para combatir el formidable poder del demonio, […] edificar el mundo para llevarlo a la verdad, servir a la Iglesia” [14].

Es notable que, al recomendar el amor de Cristo y su imitación, insista en la vocación misionera en seguimiento de los Apóstoles. Por ejemplo, el 17 de febrero de 1859, se traslada en espíritu a Montolivet en medio de los escolásticos: “Me parece ver en cada uno de ellos un apóstol llamado por un favor insigne de la misericordia de Dios, como aquellos que se escogió Nuestro Señor en su paso por la tierra, para anunciar en todas partes la buena noticia de la salvación” [15].

Escribiendo al escolasticado tras su retiro de 1831 reitera en substancia sus reflexiones sobre la vocación publicadas por el P. José Fabre en la circular nº 14 del 20 de mayo de 1864: “Nuestro fin principal, casi diría el único, es el mismo fin que se propuso Jesucristo al venir a este mundo, el mismo fin que él dio a los Apóstoles, a quienes, sin duda, enseñó el camino más perfecto. Así nuestra humilde Sociedad no reconoce otro fundador que Jesucristo […] ni otros Padres que los Apóstoles” [16].

b. Desprendimiento

En el seguimiento de Jesucristo, uno se desprende de todo el resto: “Uno no es apto para gran cosa cuando no sabe imitar el desprendimiento recomendado por Jesucristo y practicado por los santos. ¡Ay, qué cobardes somos! No se llega más que a través de la reflexión, cuando habría que volar por instinto sobrenatural” [17]. El desprendimiento permite a Jesucristo ocupar todo el espacio en la vida interior: “Hay que empezar por renunciarse a sí mismo; hay que dejar lugar para que el Señor construya […] La abnegación, la humildad y luego la santa indiferencia para todo lo que Dios puede querer de nosotros, cuyo conocimiento no nos transmite más que por la voz de los superiores[…]” [18].

El desasimiento de los parientes y del país natal vuelve a los oblatos libres para hacer el bien dondequiera que Dios los llama: “Va a insistir sobre la santa indiferencia para todo lo que la obediencia pueda pedir. Es el quicio de la vida religiosa. El desprendimiento de los parientes es una virtud muy meritoria que absolutamente es preciso poseer, si se quiere ser apto para algo, con mayor razón se precisa el desprendimiento del país. Toda la tierra es del Señor, y nosotros estamos llamados para prestar indistintamente el servicio según la necesidad, la elección y la voluntad de los superiores” [19].

c. Don de sí por los votos

En varias cartas el Fundador presenta los votos como el camino por el que uno se da del todo a Cristo para el servicio de la Iglesia. He aquí un ejemplo especialmente claro: “Repita bien a los novicios que por su consagración se dan a la Iglesia sin reserva, que mueren enteramente al mundo, a su familia y a sí mismos; que se comprometen a una obediencia perfecta sacrificando sin reserva su propia voluntad para no querer más que lo que la obediencia prescriba; no se trata solo de obedecer, sino también de asentir con la mente y el corazón a la obediencia, de ser indiferentes respecto a los lugares, las cosas y las personas mismas, a todas las cuales han de amar con la misma caridad. Que se comprometen también a una pobreza voluntaria que los obliga a no exigir nada, a contentarse con todo, a estimarse dichosos si pueden carecer de algo y sufrir, a causa de la santa pobreza, las privaciones y hasta la indigencia. Sin esta disposición la pobreza no es más que un nombre vacío de sentido. La castidad los obliga, no solo a evitar todo lo que está prohibido en esta materia, sino a preservarse de los más leves roces que pudieran dañar esta bella virtud. Por este principio vemos con tanto horror esas predilecciones sensuales que se llaman amista- des particulares, por darles un nombre honesto, cuando en realidad hieren esa virtud tan delicada que un soplo la empaña. Sea inexorable a este respecto” [20].

En su toque de atención sobre las amistades particulares, describe actitudes en las que hoy reconocemos tendencias a la homosexualidad: “Es una pasión muy peligrosa que se vuelve tan violenta como lo que se llama el amor, o mejor dicho es propiamente el amor que no es menos de temer cuando tiene por objeto una persona del mismo sexo” [21]. El fundador es, pues, categórico en sus posturas, pero es a la vez comprensivo para ayudar a dominar sus tendencias a quien se ve afectado por ellas: “Mi primera idea había sido expulsar inmediatamente a quien había llegado al punto de escandalizar al joven novicio que usted no me nombra. Con todo, me queda la esperanza de que ese pobre hijo se haya detenido al borde del abismo y que sea todavía accesible a los consejos que me reservo darle […] Me decidí a llamarlo acá para que acabe su noviciado, si me da la seguridad de un sincero retorno a la virtud, o bien para despedirlo si su mal me parece incurable” [22].

Concluyamos estas directrices sobre los votos con el elogio de la obediencia: “Quién puede decir la fuerza, la luz, el poder que da la obediencia. Dios mismo obra por este conducto, nosotros nos volvemos los instrumentos de su acción en el ejercicio de las funciones que nos impone” [23].

d. Don de sí para toda la vida

Para un hombre de fe como San Eugenio resulta inconcebible romper un compromiso con Dios asumido en presencia de Cristo, que se entrega a sí mismo en el momento de la oblación: “Insista mucho en la importancia de la obligación que se contrae por la oblación; es libre para ellos el no avanzar hasta ahí, pero esta consagración es irrevocable, es perpetua; por algo se contrae solemnemente en presencia de Jesucristo ese compromiso sagrado que el divino Maestro sanciona con su santísimo cuerpo y su preciosa sangre. Desdichado, mil veces desdichado quien rompa esos lazos que no deben ser disueltos por la voluntad de quien se los ha impuesto” [24]. “La apostasía me da tanto horror que no puedo recomendarle demasiado tomar sus precauciones con el hermano Pianelli” [25].

e. Don de sí seriamente preparado

La preparación inmediata implica necesariamente un retiro: “Si debe usted venir junto a mí, llegue ocho días antes de la fecha fijada para su profesión a fin de poder prepararse a ella, si la va a hacer, con un buen retiro” [26].

La preparación se hace también a través de todo el noviciado. El comienzo de la formación religiosa misionera tiene gran influencia sobre todo el resto de la vida. Sobre el noviciado descansa la esperanza de la Congregación: “La esperanza de la Sociedad descansa sobre el buen empleo del tiempo del noviciado, no puedo sacármelo de la cabeza” [27]. Es preciso, pues, que sea regular: “Entiendo que el noviciado sea de una regularidad extrema […] Cuando se haya tomado una buena costumbre en el noviciado, uno no estará expuesto a ser despedido durante el tiempo de profeso” [28]. Ya que el noviciado es corto, conviene emplearlo del mejor modo: “Muy lejos de encontrar largo el poco tiempo consagrado a prepararse, hay que reconocer que no es suficiente para despojarse de los restos del hombre viejo, adornar el alma con tantas virtudes que nos faltan, y disponerse así a hacerle a Dios una ofrenda lo menos indigna posible” [29]. “Un año es ya tan poca cosa para preparar un acto tan importante como la oblación, que si se emplea mal una parte uno debe encontrarse corto de virtudes y de preparación cuando llegue el día de la culminación. Ideo dormiunt multi. Eso es lo que hace que salgan tan pobres religiosos” [30]. El superior general no tiene derecho de acortarlo: “No está en mi poder abreviar ese tiempo canónico, no digo de prueba, sino de preparación” [31].

A pesar de su apariencia monacal, el noviciado es un período ideal para prepararse a la misión: “Este descanso momentáneo debería ser considerado como un gran favor de la misericordia de Dios. En este demasiado corto lapso de tiempo uno trabaja para sí, para su propia santificación […] Tenga en cuenta que no ha entrado en los cartujos […] Ha sido admitido, al contrario, entre quienes, a imitación de los Apóstoles, cuyas huellas están llamados a seguir, pasan unos meses en el retiro solo a fin de volverse más aptos para la vida tan activa del misionero, para el ministerio más variado y más fecundo en resultados de bendiciones realmente milagrosas. E incluso esos pocos meses consagrados al retiro y a los santos ejercicios del fervor, a menudo para el sacerdote quedan mitigados por la cooperación en algunas misiones que lo inician en las maravillas de ese gran ministerio” [32]. Esta reflexión va dirigida a un sacerdote que no comprendía por qué debía estar tanto tiempo sin darse al ministerio.

f. Don de sí vivido con generosidad

Para San Eugenio, la llamada a la generosidad debería encontrar eco espontáneamente en el corazón de los jóvenes: “Yo no comprendo que se regatee con Dios […]; que se pongan de veras a adquirir las virtudes propias al estado de perfección que han abrazado […] ¿Se puede llegar a esos resultados con hombres sin generosidad, sin valentía, desprovistos de amor, que se arrastran cobardemente por el camino trillado? ¿Cuándo se sentirán estas cosas si uno no las comprende en la edad del fervor?” [33].

La generosidad prepara al apostolado: “Se trata de formar hombres de Dios, y usted sabe si esos hombres tienen la tentación de reservarse […] Que los oblatos se persuadan bien de lo que la Iglesia espera de ellos; no son virtudes mediocres las que se precisan para responder a las exigencias de su santa vocación […] Deben saber que su ministerio es la continuación del ministerio apostólico y que se trata nada menos que de obrar milagros. Los relatos que nos llegan de las misiones extranjeras nos prueban que es así” [34]. Por su generosidad justamente la Congregación será capaz de realizar maravillas: “Este espíritu de dedicación total por la gloria de Dios, el servicio de la Iglesia y la salvación de las almas es el espíritu propio de nuestra Congregación, pequeña, es verdad, pero que será siempre poderosa en la medida en que sea santa. Es preciso que los novicios se empapen bien de estos pensamientos” [35].

Cuando el P. Vincens le pide sea indulgente con un joven cuya conducta dejaba que desear, reacciona vivamente y anota en su diario: “No quiero mechas que humean en la Sociedad; que ardan, que caldeen, que iluminen o que se vayan” [36]. Pues invita a los jóvenes oblatos a poner muy alto su ideal: “Tened siempre ante los ojos la cima de la montaña donde os espera la zarza ardiente y acelerad con vuestros santos deseos y con un fervor constante el momento de vuestra transformación” [37].

En todos estos reclamos se dirige a futuros apóstoles que deben estar equipados para la misión a la que están destinados: ” Todas sus acciones han de ser hechas en la disposición que tenían los apóstoles cuando estaban en el cenáculo esperando que el Espíritu Santo, abrasándolos en su amor, viniera a darles la señal para volar a la conquista del mundo. […] Los nuestros deben abastecerse doblemente: para sí y para aquellos a quienes han de llevar al conocimiento del Dios verdadero y a la práctica de la virtud” [38].

g. Don de sí vivido en la caridad

La caridad fraterna es una característica de la vida oblata, según el testamento que el Fundador dejó a sus hijos: “Amaos los unos a los otros; que todos cooperen al mantenimiento del orden […] La Iglesia espera de todos vosotros un poderoso auxilio en su angustia; pero persuadíos bien de que no seréis útiles para cosa alguna más que en la medida en que avancéis en la práctica de las virtudes religiosas” [39]. Hay que evitar, pues, a toda costa

las faltas de caridad: “Cuánto me afligen esos pequeños altercados entre hermanos. Sé que tratan de reparar en seguida esas heridas infligidas a la caridad, pero no se debería caer en esas faltas que hieren siempre una virtud que se debería poseer en grado sumo. Les recomiendo que se esfuercen por desarraigar esas pequeñas antipatías que dañan el corazón” [40]. “Que reine de tal forma la caridad entre nosotros que no parezca posible que nadie falte jamás a ella ni en las cosas más ínfimas” [41]. Dice al maestro de novicios: “Insista mucho en la caridad recíproca, en el soportar al prójimo y sobre todo a los hermanos” [42].

Amando a la Congregación es como los jóvenes oblatos progresarán en su vocación : “Se trata de formarlos, de comunicarles nuestro espíritu, de inspirarles el amor de la familia sin el cual uno no será apto para nada bueno” [43]. “Los que no se adhieran de corazón a la Congregación no sirven para ella. Hay que mostrársela tal cual es en la Iglesia. Es la menor de las familias religiosas; pero su dignidad es la misma que la de todas sus hermanas mayores […] Gracias a Dios, ella responde todavía a su vocación, y nadie negará que está realizando en el campo del padre de familia más trabajo que el que podría esperarse de ella” [44].

Para que ese amor sea concreto, los jóvenes profesos deben interesarse por mas misiones de los oblatos y hay que dárselas a conocer: “Sabe usted además que nuestros jóvenes oblatos se interesan mucho por vuestro ministerio. Ayer mismo me rogaron que les informara algo a ese respecto” [45]. Al P. Bellon, que descansa en N. D. de Lumières, le escribe: “Descanse, pues, unos días a los pies de María, nuestra buena Madre, y consuele a nuestros buenos jóvenes con su amable compañía. Quedarán muy edificados de todo lo que les cuente de los triunfos de la gracia en nuestras misiones de Inglaterra y sobre todo en Leeds, donde parece que estamos llamados a realizar mucho bien” [46].

Amando a la Congregación es como los candidatos profundizarán la estima de su vocación: “Es muy esencial, entre otras cosas afianzar bien a los novicios en la estima de su vocación y en el afecto a la Congregación” [47]. Él mismo da ejemplo de su fe en la gracia del sacerdocio. Va a celebrar la misa en la capilla de las capuchinas para festejar el aniversario de su ordenación sacerdotal y añade: “Quedaré en retiro el resto del día para prepararme a la ordenación que voy a hacer mañana” [48]. Más de 25 años después de su consagración episcopal, se impone un día de retiro para prepararse a ordenar a algunos oblatos. Esto muestra bien que la celebración de la ordenación no se había vuelto una costumbre, sino que él guarda viva la fe en el sacerdocio.

El Fundador engloba en un mismo amor filial el afecto de los oblatos a la Virgen María y su dedicación a la Iglesia: “Una devoción filial a la Santísima Madre de Dios que es también especialmente nuestra Madre, y una dedicación a toda prueba a la Iglesia” [49]. Hemos visto en otras citas cuántas veces invita a los jóvenes oblatos a ser fieles a las expectativas de la Iglesia.

Estas directrices, sugeridas por las circunstancias de la vida, forman un conjunto que merece ser presentado como un programa de formación. Ahora hace falta indagar el ejemplo que el Fundador da en sus relaciones con los formandos y lo que él espera de los educadores.

3. AFECTO DEL FUNDADOR A LOS OBLATOS EN FORMACION

Sus directivas son categóricas e interviene con autoridad contra los abusos. Pero si es exigente es porque ama a los jóvenes oblatos y quiere su bien. Así se dirige a los novicios y a los escolásticos: “¡Oh, cuánto os amo! Lo siento cuando estoy con vosotros, y lo siento cuando estoy lejos de vosotros, siempre estáis presentes en mi pensamiento y vivís realmente en mi corazón” [50]. Siempre se siente alegre entre los escolásticos: “Estoy tan contento cuando me veo en medio de ellos. Me regocijo de su propia dicha. Saboreo, por decirlo así, con los ojos las virtudes que encuentro en ellos. Doy gracias a Dios por ellas” [51]. Como en muchas otras cartas a los oblatos, reconoce un don de Dios en el cariño que siente por los oblatos en formación: “Siempre se lo he agradecido a Dios como un don peculiar que se ha dignado concederme; porque ese es el temple de corazón que me ha dado, esta expansión de amor que me es propia y que se extiende a cada uno de ellos sin detrimento para otros como sucede, si me atrevo a decirlo, con el amor de Dios a los hombres” [52].

Este afecto le llevaba a tener en cuenta la situación especial de algunos candidatos. Los novicios sacerdotes tienen derecho a atenciones, aunque haya que ser exigente con ellos. Este es el principio que pone para los sacerdotes en el noviciado: “En general, aunque ateniéndose estrictamente a la regla del noviciado, hay que tener muchos miramientos con los sacerdotes, pero procure que no se les mande hacer más de una misión durante el noviciado. Los sacerdotes tienen más necesidad todavía que los jóvenes de la estricta observancia y de la dirección que se da en el noviciado” [53]. Los enfermos tienen derecho a ciertos miramientos: “No vacilo en decir que si la salud de León de Saboulin le permite rezar el santo oficio, no hay que disuadirle de hacerse sacerdote, pero se le deberá dejar mucha amplitud para los estudios, para no agotarlo. Hará mucho bien incluso solo celebrando la misa y dando el ejemplo de una santa vida sacerdotal” [54]. También hay que tener en cuenta la edad, como era el caso del P. Tudès, novicio de 40 años [55]. Recomienda atenciones especiales para con Jorge Crawley, ministro protestante de Leeds, convertido e ingresado en los oblatos: “Pienso que habrás recomendado a l’Osier que se tenga mucha consideración con el Sr. Crawley. Al comienzo, habrá que usar muchos miramientos; es esencial sobre todo que se le dé té cuando le guste e incluso todos los días, y que se le muestre deferencia y bondad. ¡Ha realizado un paso tan grande viniendo con nosotros!” [56].

El afecto del Fundador a los jóvenes oblatos explica sin duda una indulgencia que a veces nos sorprende. A un grupo de escolásticos que había enviado una carta colectiva contra su superior, les responde: “Aun alabando vuestras buenas intenciones, no puedo menos, mis queridos hermanos, de censurar el paso que habéis dado manifestando colectivamente una voluntad, un deseo si queréis, que no tenéis atribuciones para expresar”. Les muestra que va contra la obediencia y concluye: “No digo más acerca de ese pequeño olvido de las conveniencias, solamente me extraña que entre vosotros no se haya encontrado siquiera uno que, con mejor consejo, haya apartado a los otros de ese paso en falso. Por lo demás, no os preocupéis, no quedo de ningún modo molesto con vosotros, porque hago justicia a vuestras buenas intenciones, sólo he tenido que recordaros los principios, y os abrazo y bendigo a todos muy cordialmente” [57].

Llega incluso hasta el límite de la indulgencia con algunos cuya conducta es reprensible. Para ayudar al H. Saluzzo a reflexionar sobre sus dificultades, le invita a ir a N. D. du Laus: “Para ponerle hasta nueva orden bajo el manto de nuestra buena Madre”. Al mismo tiempo le habla con firmeza: “Acuda con un corazón recto, invoque con fervor a esa poderosa protectora, pídale que otorgue al guía que yo le indico en ese santo lugar las luces de lo alto y a usted la sencillez y la docilidad que necesita en esta circunstancia decisiva de su vida” [58]. En carta al P. Tempier discute el caso de un escolástico que se había rebelado. A pesar de ello, lo llama al subdiaconado y añade: “¿Qué hay que hacer? confiarse a la misericordia de Dios que bendecirá, hay que esperarlo, nuestra resolución más caritativa que prudente […] Hágale entender bien la nueva obligación que va a contraer de llegar a ser un santo religioso” [59]. Parece que en estos dos casos el Fundador lo intenta todo para salvar a hombres que ya están comprometidos por la oblación perpetua. Está de tal forma convencido de la importancia de los votos hechos a Dios, que emplea todos los medios para que ese compromiso se mantenga y salga adelante.

Persuadido de que la suavidad tiene mucho mayor eficacia que la severidad, no acepta los juicios demasiado duros acerca de los jóvenes: “Los visito [a los escolásticos] de tanto en tanto, y te aseguro que el juicio que formo sobre ellos no es tan severo como el tuyo ni sobre todo como el de Lagier. Sin duda esos jóvenes no son perfectos, pero son buenos, llenos de buena voluntad; escuchan de buena gana las pequeñas reprensiones que se les hacen; hablan razonablemente cuando se conversa con ellos” [60]. Hay que probarlos, por supuesto, pero sin mostrarse demasiado exigente: “Nunca será demasiado el empeño por probar a los sujetos […] Sin embargo, no hay que tentar a Dios exigiendo demasiado de la flaqueza humana; quiero decir que no todos son aptos para ser sometidos a pruebas extraordinarias; pero todos deben pasar por aquellas que tienden a establecerlos en las virtudes que están obligados a practicar” [61].

Los jóvenes son la esperanza de la Congregación. Él mira con confianza los esfuerzos que hacen para ser fieles: “Lo sabéis, vosotros sois la esperanza de nuestra Sociedad: imaginad, pues, mi contento, cuando os veo marchar por los caminos del Señor” [62]. Está seguro de que los jóvenes contribuirán por su parte al desarrollo de la obra oblata. “Puesto que es así, nuestra obra marchará, vosotros estáis destinados […] a perfeccionarla” [63]. A través de ellos entrevé las maravillas que van a realizar en su misión: “Disfruto de antemano de las bendiciones que el Señor va a derramar sobre ellos en recompensa de su fidelidad; Dios será glorificado por ellos y nuestra querida Congregación recibirá honor en la Iglesia a causa de ellos” [64].

4. RESPONSABILIDAD DE LOS EDUCADORES

Muchas cartas se enviaron a los responsables de la formación para dar ánimos a hombres que preferían darse al ministerio pastoral a permanecer a lo largo del año en la misma casa enseñando y dirigiendo a sus hermanos menores.

Su tarea es un verdadero ministerio que deben apreciar: “Yo quería, por otra parte, que usted se hubiera familiarizado de algún modo con su sublime dignidad y que hubiera recogido abundantes gracias de su sagrado ministerio” [65]. El objetivo de su misión es “no descuidar nada para formar religiosos capaces de servir a la Iglesia y a la Sociedad” [66]. En la misma carta el Fundador hace notar al P. Courtès que su entrega responde a la generosidad de Dios que envía muchas vocaciones. Repite en otros términos su fe en la grandeza de esa misión: “¡Qué ministerio más hermoso que el de formar en la virtud y sobre todo en las virtudes religiosas a esas almas escogidas llamadas por Dios a seguir las huellas de los Apóstoles y a propagar el amor y el conocimiento de Jesucristo!” [67].

El educador debe darse del todo a su obra y aceptar la renuncia que ella implica: “Así si usted renuncia por entero a sí mismo, a sus gustos, a los mismos razonamientos que su espíritu pudiera sugerirle, llegará a desempeñar como conviene el cargo que se le ha impuesto. No pretendo atenuar la idea que se ha hecho usted del peso que lleva encima. Al contrario reconozco que no podría ser más pesado para sus hombros, pero viviendo en una gran unión con Dios, reflexionando mucho sobre la importancia de sus funciones, estudiando la conducta de aquellos que han tenido éxito en esa carrera, usted llegará a los mismos resultados. Pero es preciso que se ocupe de su asunto y que a menudo se repita que Dios, la Iglesia y la familia van a pedirle cuenta villicationis tuae[68]. Consejos del mismo estilo da al P. Mouchette [69].

Muchas veces el Fundador protesta contra las frecuentes ausencias del superior del escolasticado o del maestro de novicios. Escribe al P. Mille, superior del escolasticado de Billens: “Dígase bien, de una vez, que no le he enviado a Suiza para ejercer el ministerio exterior, sino para dirigir, instruir y cuidar constantemente la comunidad que le fue confiada” [70]. Y al P. Bellon para el P. Richard, maestro de novicios: ” Solo tengo una cosa que decirte: es que especifiques bien, antes de partir, las atribuciones de cada uno, sobre todo para el noviciado que debe estar enteramente separado del resto de la comunidad y gobernado por el P. maestro, a quien no hay que dar ningún otro empleo o ministerio que cumplir. No tendrá nunca suficiente tiempo para prestar sus cuidados a una familia tan numerosa de la que depende la suerte de la Congregación” [71]. Esto no quita que el ministerio sea provechoso a los educadores, especialmente en tiempo de vacaciones: “En el caso en que yo hubiera reconocido que es oportuno que uno u otro tenga una corta ausencia, […] no habría permitido que se ausentaran más de dos a la vez, a no ser para cumplir algún deber del sagrado ministerio, como sería dar un retiro espiritual a comunidades religiosas o a parroquias, lo cual entraría en las atribuciones de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Yo querría incluso que se pudiera procurar ese tipo de trabajo, moderadamente sin duda, pero en forma útil para el predicador y para la gente a la que evangelizara” [72].

El educador hace aprovechar a los otros de los dones que ha recibido de Dios: “Sin embargo, como la aptitud que has recibido para las ciencias es un don de Dios, retengo que no debes descuidarlo. Ponerlo en segundo lugar, sí; enterrarlo para no hacer ningún uso de él, no […] Usa generosamente tus riquezas, compártelas con los otros” [73]. Hay que dedicarse a cada uno: “Ocúpese mucho, querido Padre, de su noviciado. Esa es su principal tarea […] No basta enseñar en general en las instrucciones comunes, sino que hay que trabajar con cada uno en particular como si solo tuviera que formarlo a él” [74]. Especialmente es necesaria la dirección espiritual: “Pon todo tu empeño en el noviciado. Sé que las instrucciones no les faltan, pero la dirección siempre ha sido defectuosa por una u otra razón, por eso los sujetos en general no cambian, no se refunden, lo cual es un grave inconveniente” [75].

Una preocupación especial del Fundador para con los jóvenes en formación, como para con todos los oblatos, es la salud: “Vele por los pulmones de nuestros jóvenes […] Que descansen bien; permítales con facilidad quedar una hora más en la cama” [76]. En varias cartas el Fundador muestra esa preocupación por la salud de los jóvenes oblatos. Esto no se opone al espíritu de mortificación: “Me interesa mucho que se cuide la salud de nuestros oblatos, pero también me interesa mucho que no se pierda entre nosotros el espíritu de mortificación. Hay que guardarse de hacer hombres blandos y sensuales de aquellos a los que Dios llamará acaso a todas las privaciones de la vida apostólica” [77].

El Fundador pide informes precisos sobre cada uno de los candidatos, informes que obligaban a los educadores a prestar atención a cada persona: “Hará también notar al moderador de los oblatos que debe, como hace el maestro de novicios, corresponder directamente, sin intermediario, con el superior general a quien está reservada la alta dirección de esa porción tan interesante de la gran familia” [78]. “Es preciso que tomen la costumbre de escribirme cada uno por separado [ superior y maestro de nov.] y sin influenciarse mutuamente. Solo así yo tendré la opinión concienzuda de las dos personas que deben proveer material para mi juicio y para el voto motivado del consejo” [79]. Con cierta frecuencia el Fundador agradece los informes enviados por el maestro de novicios o el moderador de escolásticos [80].

5. CUALIDADES DE LOS EDUCADORES

Para cumplir ese ministerio el Fundador indica con qué tipo de hombre quiere contar.

El educador es un modelo para quienes le están confiados: “Es preciso, pues, que para esa época nuestro noviciado interior esté bien montado, hace falta para eso un maestro de novicios. Ese maestro de novicios eres tú, querido Padre Honorat, que unes a tu inviolable adhesión a la Sociedad, el amor del orden y de la regularidad” [81]. El P. de Mazenod miraba al P. Tempier como el educador ideal. A él le confía N.D. du Laus, la segunda casa de la Congregación y a él le encarga la formación de los jóvenes oblatos en esa comunidad, y aduce el motivo: “Mi primer compañero, desde el primer día de nuestra asociación usted ha captado el espíritu que debía animarnos y que debíamos comunicar a los otros” Por eso, él debe quedar en N.D. du Laus como responsable de la formación: “En vista de esto ¿es extraño que teniendo una casa tan alejada, muy importante para nosotros por razón de las circunstancias y de la localidad, se encargue usted de regirla?” [82]. El verdadero educador es, pues, el que ha captado el espíritu de la Congregación y es capaz de comunicarlo a los otros. Justamente porque cree en la importancia de la misión de educador, el Fundador escoge a los mejores para ese cargo. Envía al P. Mounier al noviciado para ayudar al P. Vincens “a causa de su buena actitud y de sus buenas cualidades. Una comunidad como la vuestra es demasiado importante en nuestra Congregación para que yo no considere como mi principal deber el proveerla de todo lo que puede contribuir a mantener el buen espíritu que reina en ella. El mismo motivo que me llevó a encargarle a usted del noviciado me obliga a procurarle todas las ayudas que usted tiene derecho a reclamar para cumplir esa tarea” [83].

El educador es un hombre que vive de fe en la presencia de Dios, un hombre para quien la oración es indispensable: “La oración será su mina y los exámenes diarios le servirán de jalones, de espejo, de brújula y también de acicate si hace falta. Marche, pues, con confianza y dígase a sí mismo como San Ignacio: Vincens solo no puede nada, Vincens y Dios lo pueden todo” [84]. Por otra parte, el ministerio de la formación cumplido con fidelidad es fuente de santificación: ¡”Cuánto puede aprovechar uno mismo llevando a los otros a la perfección! Esa es la suerte que le ha tocado. Felicítese de ello […] y cuente con la asistencia de Dios en ese precioso ministerio” [85].

Para ser capaz de formar hombres de Dios, el director debe aplicarse a su propia formación espiritual: “Recomiendo al P. Vincens que ponga especial atención para formar en la vida religiosa al buen Hno. Nicolas. Cuando esté encargado de la clase de dogma, ya no será tiempo. Con todo, sería una lástima que un sujeto tan bueno no estuviera a la altura de sus deberes por no haberse esforzado bastante en trabajarse a sí mismo según el espíritu de nuestro Instituto” [86].

El educador es un hombre equilibrado, de juicio seguro: “El P. Dorey compensa la juventud de su sacerdocio con una gran madurez de espíritu, un juicio muy bueno y una piedad ejemplar” [87]. “Cuando se tiene el fondo de instrucción que usted posee, la prudencia, la reserva y la modestia que nadie le disputará, junto a la mansedumbre y a las otras cualidades que veo en usted, no hay que inquietarse por las decisiones que uno toma ni por la responsabilidad que uno asume” [88].

El educador es un hombre competente, que continúa estudiando: “Combínelo bien todo de antemano con él [el P. Courtès] y con el P. Guigues [nuevo maestro de nov.] a quien yo había recomendado alimentarse con lecturas apropiadas a su nuevo cargo, como Lallemant, Rigoleuc, Judde, etc.” [89]. El estudio va acompañado con la lectura espiritual, que mantiene en una actitud de fe: “La lectura espiritual es un alimento necesario a la piedad del hombre de estudio que así es llevado a la práctica de las virtudes que con excesiva facilidad uno está expuesto a descuidar cuando está absorbido por las investigaciones de la ciencia; […] nunca hay que olvidar este deber” [90] .

El educador es un hombre de comunidad. Varias veces repite el Fundador que los directores deben reunirse regularmente: “Le recomiendo mucho que sostenga a la comunidad al nivel de una de nuestras casas; no pierda de vista que no deben comportarse como sacerdotes aislados, unidos por el hecho de la dirección de un seminario. La Regla no puede dejarse de lado” [91]. Justamente les recuerda sobre todo a los que son directores en los seminarios diocesanos la necesidad de vivir en comunidad: “Somos hombres de comunidad y no corredores aislados. Una vez salidos los seminaristas, la comunidad religiosa no deja de existir” [92]. Los directores de seminarios deben orar juntos: “El P. Nicolas no me ha pedido la dispensa del rezo en común del oficio. Ha hecho bien porque yo nunca se la habría concedido, al menos semel pro semper. Se lo hubiera remitido para que usted juzgase cuándo era oportuno dispensarle provisionalmente” [93].

El educador gana la confianza de los jóvenes: “Creo en su piedad, en su regularidad y en su celo, pero temo su severidad, sus exigencias. […] En una palabra, usted tendría que estudiarse mucho, tal vez demasiado, para ganarse la confianza de los jóvenes, lo cual es, con todo, de absoluta necesidad en las funciones de maestro de novicios, que debe ser considerado como un santo en su noviciado, pero también como un padre bondadoso” [94]. Vuelve a tocar el mismo tema cuando nombra maestro de novicios al P. Dassy: “Hace falta que encuentren ahí una verdadera familia, unos hermanos y un padre; estamos encargados de representar para ellos la Providencia divina” [95]. A otro maestro de novicios le dice: “Ensanche, pues, la puertas y también las entrañas de su caridad” [96].

Tras haber citado muchos extractos de las cartas de San Eugenio, podemos afirmar que lo presentan a él como un modelo para los educadores de los jóvenes oblatos:

— convencido de los valores fundamentales, cree en ellos profundamente y lo dice con claridad;

— firme en sus principios;

— desbordante de afecto y comprensión para los jóvenes;

— manifiesta un sano equilibrio entre la claridad de los principios y la comprensión para con las personas.

6. LOS ESTUDIOS

En esto, como en las otras directivas, San Eugenio piensa en la misión a la que los candidatos deben prepararse haciendo fructificar todos los talentos que Dios les ha confiado: “No puedo recomendarle demasiado que no se descuide el estudio, no digo solo de la filosofía y la teología, sino también de la literatura. Hay que combatir los errores del siglo con las armas del tiempo. Cada vez me sorprende más ver a tantos jóvenes en las filas enemigas escribir tan bien, con tanto arte e ingenio, para sostener la mentira y las decepciones de toda especie. Hay que iniciarse en ese mismo género de combate. Que se posea bien el propio idioma; que se ejercite la gente en su manejo. Será un tiempo bien empleado. Haga salir fuego de la piedra; hay que golpear para ello, la chispa no brota sin el choque. Pero no pierda nunca de vista que trabaja por Dios, que la gloria de su santo nombre está interesada en ello, que la Iglesia reclama de usted ese servicio. Quiero decirle que sobrenaturalice sus estudios, que los santifique con una gran rectitud de intención, dejando de lado todo amor propio, no buscándose en nada; de este modo los autores profanos pueden elevarlo a Dios como los Padres de la Iglesia” [97].

Tres puntos merecen destacarse en este texto:

a. Hay que luchar con las armas del tiempo. Podríamos traducirlo así: hay que hablar el lenguaje de los hombres de hoy y servirse de los medios modernos de comunicación. En otra carta dice que no basta la santidad de vida: “Vivimos en un siglo en que es preciso absolutamente ponerse en condiciones de poder combatir las malas doctrinas con algo más que con los buenos ejemplos” [98].

b. Recomienda el estudio de los autores profanos, porque hacen conocer el mundo al que se dirigen los misioneros. En carta al P. Tempier dice por dos veces que es preciso estudiar la literatura, “si no queremos tener incultos incapaces de escribir dos líneas” [99].

c. Todo este esfuerzo está al servicio del apostolado. Los jóvenes oblatos no estudian para hacerse brillantes, sino para responder a la llamada de la Iglesia y para así dedicarse a la gloria de Dios.

Es, pues, importante hacer fructificar los talentos dados por Dios y tomar el tiempo para formarse bien: “Me preocupa poco que la educación se prolongue. Lo esencial es que nada quede perdido, que cada cual saque partido de la dosis de talentos que el Señor le ha repartido” [100].

El programa de los estudios incluye necesariamente el inglés, indispensable en los países donde los oblatos ejercen su misión: “Es indispensable que se sepa el inglés en la mayor parte de nuestras misiones extranjeras” [101].

Los libros son instrumentos de trabajo que se escogen con cuidado. Para los Padres jóvenes que siguen un curso especial :” Respecto a la Suma de Santo Tomás, el P. Vincens y los otros dos Padres están convencidos que hace falta una a cada estudiante” [102]. El P. Tempier constituyó la biblioteca del escolasticado de Montolivet. Sobre esto Mons. de Mazenod escribe al P. Rey: “Te mesarás la barba viendo todos los libros sobre los cuales tenías derecho de predación volar sin ti sobre la montaña santa [Montolivet, cuando el P. Rey estaba en el seminario mayor], donde otros los hojearán, los leerán o dormirán encima” [103]. A consecuencia de las peregrinaciones del primer escolasticado, la biblioteca de Montolivet terminó en Solignac, donde está aún en gran parte. Hay que reconocer que la elección de libros era de calidad.

7. FORMACION DE LOS HERMANOS

Lo que se ha dicho hasta aquí concierne a los Hermanos igual que a los futuros sacerdotes. Como la mayoría de los que se presentaban para ser Hermanos eran obreros manuales, necesitaban una atención especial al no haberse beneficiado de la educación que tenían los otros candidatos. Por otra parte el Fundador reacciona contra la tentación de mirar a los Hermanos como simples obreros y de cargarles de trabajos manuales. “Los novicios, de cualquier clase que sean, deben quedar bajo la dirección del maestro de novicios hasta su oblación. […] No se trata de saber si se les puede utilizar suficientemente en la casa del noviciado durante su año de prueba, es preciso que aprendan lo que es ser religioso, y no es demasiado un año para esto, pero hay que ocuparse mucho de ellos; cuanto más rústicos son, más necesitan cuidados asiduos” [104].

Es una injusticia hacerles trabajar todo el día: “Respondo que he mirado siempre como una injusticia ocupar en el trabajo de la mañana a la tarde a hombres que han venido a nosotros para ser religiosos. Sin duda, deben trabajar, pero deben también rezar y deben instruirse en los deberes de la vida religiosa. No son peones, no pueden ser tratados como domésticos a sueldo a quienes se paga para que trabajen todo el día. […] Harán cada día la lectura espiritual, y cuando un Padre sea designado para encargarse de ellos, les hará en común las instrucciones marcadas por la Regla. A falta de ese Padre, será menester que a lo menos una vez por semana se ocupe de instruirles el maestro de novicios, aunque haya de dejar por ese día lo que suele conceder a los otros” [105]. Durante el año de su noviciado, el trabajo debe ceder lugar a los cuidados espirituales que se les deben prodigar” [106].

Los Hermanos son necesarios para la misión. “Hará falta un Hermano mañoso para acompañar a los Padres destinados a la conversión de los infieles en la isla de Ceilán. Me propongo llamarlo para esa misión. Aunque tenga muy poco tiempo por delante, ponedle en seguida a aprender el inglés, será siempre algo ganado. No se retrase un día y que lo estudie durante todo el día” [107].

Cuando han recibido la obediencia para una casa, no ha terminado su formación. Aunque no haya más que un Hermano en la comunidad, tiene derecho a ser ayudado y sostenido en la prosecución de su formación religiosa: “Me habló usted de pasada del buen Hermano Picard, le ruego que lo cuide bien. Converse con él al menos una vez por semana sobre los deberes y las ventajas de la vida religiosa. Que no se pierda de vista que nuestros Hermanos conversos no son domésticos, sino hermanos que necesitan ser mantenidos en el fervor de su santa vocación. Se lo encargo especialmente” [108]. La insistencia en la formación religiosa de los Hermanos reaparece en muchas cartas en términos casi idénticos: “Le recomiendo los Hermanos conversos. Enséñeles bien lo que es ser religiosos, pero no basta serlo de nombre” [109].

La formación debe adaptarse también a los Hermanos, teniendo en cuenta sus talentos: “No tengo tiempo más que para recomendarle el postulante novicio que le envío. Es un hombre de buena voluntad, capaz de los mayores sacrificios por Dios, por quien deja todas las ventajas que podía encontrar en el mundo. Le advierto que no está hecho para ser empleado en trabajos manuales demasiado rudos, […] tiene otra clase de talento que se tratará de utilizar en la Congregación, acaso en alguna casa donde damos educación […] Haga de él un buen religioso y no le pida más que aquello de que es capaz y para lo que es idóneo” [110].

En 1859, una edición de las “Reglas y Constituciones para uso de los Hermanos conversos” va precedida de una circular en la que el Fundador expresa su estima por los Hermanos.

8. PASTORAL DE LAS VOCACIONES

Un relevo constante es una necesidad para que la Congregación continúe cumpliendo su misión. “Tenemos una necesidad inmensa de acrecentar nuestras filas. La reserva se disuelve por decirlo así en nuestras manos. Cuarenta oblatos me parecían de sobra para hacer frente a todo. Falta mucho” [111]. El Fundador siente profundamente esa necesidad: “Bendeciría doblemente al buen Dios, si además de las conversiones operadas, hubieras logrado traer algunos sujetos a la casa. Me siento desolado al no poder responder más que con negativas a los pedidos que se me hacen de todas nuestras casas, es para consumirse de tristeza” [112].

El P. de Mazenod esperaba descubrir algunas vocaciones entre los jóvenes que reunía en Aix. De los seis que escogió al principio ninguno perseveró. De hecho, fue con el testimonio de su celo como atrajo a los primeros adherentes: Mario Suzanne en la misión de Fuveau, y en la de Mouriès, Hipólito Courtès, que había formado parte de la Asociación de jóvenes en Aix [113]. Los años siguientes, las vocaciones no acudieron más que lentamente.

Para responder a este problema, Mons. de Mazenod se decidirá, sin entusiasmo, a abrir un juniorado en 1840, en N.D. de Lumières: “Consiento en que se ensaye tomar algunos estudiantes, ya que el noviciado no se alimenta; pero no les disimulo mi poca confianza en un medio tan largo e incierto para el reclutamiento” [114]. Al cabo de unos años, ante los buenos resultados de la obra, Mons. de Mazenod se muestra más favorable a la fórmula del juniorado y la recomienda incluso en Canadá: “Me veo forzado a adoptar para el Canadá, donde la fuente de las vocaciones se secó tan pronto, nuestro sistema de Lumières. No tenemos otro medio para proveer a nuestro noviciado. Es un camino largo, pero acaba por dar resultado” [115]. Ya en 1848 se cerró el juniorado de Lumières [116], pues la Congregación se iba a beneficiar de otra fuente de vocaciones mucho más eficaz: la gira de reclutamiento del P. Leonardo.

Esta gira, inspirada por las misiones de los oblatos en Canadá, fue una gracia para la Congregación. El P. Leonardo Baveux, sulpiciano francés que se hizo oblato en Canadá en 1843, se ofreció para visitar los seminarios de Francia a fin de dar a conocer las misiones de los oblatos y reclutar así algunos jóvenes que reforzaran el grupo misionero y aseguraran el relevo. Al principio, Mons. de Mazenod no es entusiasta; escribe a Mons. Ignacio Bourget el 7 de noviembre de 1846: “Cuento poco con el éxito de su misión. Sin embargo, no olvidaremos nada para secundarle en la esperanza que Dios le ha inspirado” [117]. La gira duró desde el 29 de diciembre de 1846 al 8 de marzo de 1848 y fue un éxito. Los candidatos llegaron numerosos al noviciado de N.D. de l’Osier y fue preciso abrir el segundo noviciado en Nancy. Mons. de Mazenod acoge con gozo este don de la Providencia, aunque pide al P. Leonardo que suspenda momentáneamente su tarea, pues falta el dinero para sostener a los novicios [118]. El ejemplo del P. Leonardo animó al Fundador a renovar la experiencia con otros. Dos escolásticos se detienen en Viviers: “Consiento muy gustoso que nuestros dos futuros oblatos se detengan en Viviers, ya para presentar sus saludos respetuosos al santo obispo, ya para visitar el seminario y reavivar con su presencia las vocaciones que tienden a desarrollarse. Es que tenemos una necesidad inmensa de acrecentar nuestras filas” [119]. En mayo de 1855 pide al P. Vincens que haga una gira de reclutamiento: “Váyase, pues; por poco que tarde, va a encontrar cerrados todos los seminarios y no conseguiremos el objetivo. Con todo, comprende cuánto importa intentar este medio para abastecernos. No tiene tiempo que perder. Creo que le he enviado algunas noticias de la Congregación que será bueno que reparta de camino” [120]. Notemos, de paso, en esta carta otro medio de dar a conocer la Congregación y las misiones oblatas: “noticias sobre la Congregación”. Se trata tal vez de una nota redactada por el P. Leonardo [121].

Los oblatos no atraerán vocaciones si no dan testimonio con la generosidad de su vida: “Que nuestros Padres no teman ya parecer lo que son, es decir, hombres verdaderamente religiosos, separados del mundo por su profesión, hombres dedicados a la Iglesia, ocupados únicamente de procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas sin pretender aquí abajo otra recompensa que la prometida por nuestro divino Salvador a quienes lo dejan todo por seguirle […] Y no se tema que con esta severa regularidad alejemos de nuestro Instituto a quienes veríamos con mucho gusto agregarse a él. Tenemos confianza de que sucederá lo contrario. […] Seamos de verdad lo que debemos ser y veremos que vendrán a nosotros” [122].

Un medio eficaz para obtener vocaciones es el que en Señor mismo recomendó, la oración: “Recemos eficazmente para que el Padre de familia nos envíe obreros para cultivar la viña que nos confió. Competería a nuestra buena Madre obtenernos esta gracia para la gloria de su divino Hijo; pidámosela, pues, con fervor y perseverancia” [123]. Aunque las cargas sean pesadas, nuestro Fundador acoge las vocaciones porque son un don de Dios: “Hay motivos para asustarnos si consideramos las cargas enormes que pesan sobre nosotros. Pero ¿quién tendrá la osadía de fijar la medida de los designios misericordiosos de Dios? […] Justo en el momento en que él llama a nuestra Congregación a extender su celo por una inmensidad de países, inspira a la par a numerosos sujetos el deseo de ofrecerse para cumplir sus planes ¿y rehusaríamos nosotros aceptar esa entrega que nos pone en grado de obedecer a la voluntad de nuestro Dueño?” [124].

Antes de admitir a jóvenes en el noviciado, hay que discernir con cuidado si su vocación viene de Dios: “Empéñese en discernir bien los motivos que los atraen, en pesar sus virtudes y en juzgar de la suficiencia de sus talentos” [125]. “Durante el noviciado habría que examinar a los sujetos acerca de su talento. No pretendo que solo se admitan águilas, pero hay un grado de ignorancia y de incapacidad que no puede admitirse” [126]. No hay que dejarse impresionar por los talentos humanos: “El talento es algo bueno, pero hay que ponerlo después de las virtudes que son indispensables a un misionero oblato de María” [127]. Tampoco hay que dejarse impresionar por las relaciones de familia [128]. Las miserias del pasado no son forzosamente un obstáculo para la vocación. “No recuerdo haberle desaconsejado recibir a quienes habrían podido dejarse arrastrar a bajezas antes de presentarse al noviciado. Estoy lejos de quererlos excluir. Otra cosa sería si no se corrigieran durante el noviciado a pesar de los abundantes auxilios que la bondad de Dios les brinda en ese santo lugar” [129]. En su biografía de Mons. de Mazenod, el P. Rambert cita una larga carta del Fundador a un párroco de su diócesis que quería entrar con los oblatos. El obispo reconoce todas las cualidades de ese sacerdote; admite que tal vez se trate de una auténtica vocación, pero le pide que reflexione y ore antes de tomar una decisión. Esa carta muestra claramente que el Fundador no intentaba solo atraer del mundo a las filas de la Congregación, pero quería, por encima de todo, ser fiel a la voluntad del Señor acerca de cada uno [130].

9. FORMACION PERMANENTE

Responder con generosidad y competencia a la llamada de la Iglesia

fue el motivo que llevó al P. de Mazenod a empeñarse en la misión y a fundar la Congregación. Para que los oblatos se comprometan con él y estén a la altura de su tarea, les hace falta, entre otras cosas, mantener y renovar sus conocimientos intelectuales.

El primer reclamo que Eugenio de Mazenod dirige a los oblatos es el de continuar estudiando: “Debería usted, al contrario, dar gracias a Dios por habérsela procurado [la soledad] para reponerse en los caminos interiores y emplear su tiempo en el estudio. ¿Podría usted persuadirse de que a su edad pudiera estar dispensado del estudio? ¿Qué sabía usted al salir del seminario? Tiene que aprenderlo todo” [131]. El Fundador recuerda a los superiores que uno de sus deberes es el de hacer estudiar a los Padres jóvenes: “No se canse de trabajar para formar bien a los sujetos que le envío […] pero si usted anda de continuo en gestiones, quedaré frustrado en mi espera. Procúrese, pues, algunos momentos para dedicarse a ese deber que debe tener felices resultados para la Iglesia y para la Congregación” [132]. Lo mismo urge al P. Moreau para el P. Nicolas: “Prevéngale para que en el transcurso del año tenga siempre algo en el telar” [133].

Hay que trabajar con método, y ante todo imponerse una disciplina de silencio y de asiduidad en el estudio. En el acta de visita de 26 de junio de 1828 a N. D. du Laus, recomienda respetar el silencio y permanecer en la celda para estudiar. Y añade: “Hemos dicho que observando estas Reglas se podrá estudiar más […] Ahora bien ¿quién podrá jamás dispensar de este deber a sacerdotes, a religiosos que deben ser no solo la sal de la tierra sino también la luz del mundo? Llamamos no estudiar al contentarse con leer ora un libro, ora otro por pura curiosidad y sin ningún fruto durable. Para estudiar hay que tener un plan, hacer lecturas relacionadas con ese plan, tomar notas de lo que se lee, añadir las reflexiones propias y consultar diversas obras que confirmen, corroboren o esclarezcan la materia o el tema de que se trata. Se estudia cuando uno se instruye cada vez más en la teología, cuando se profundiza en las Escrituras, cuando se componen discursos, cuando se preparan instrucciones para las misiones y los retiros. Sería un error deplorable creerse dispensado de escribir por haber realizado ya varias misiones” [134].

La formación permanente incluye también sesiones prolongadas de estudios: “Se ha decidido en mi consejo que nuestros sacerdotes jóvenes se reúnan en N.D. de Lumières para prepararse con el estudio al santo ministerio que a diario queda comprometido por la inhabilidad de quienes lo ejercen sin experiencia, con poca doctrina y sin escritos” [135]. El Fundador mantiene esa decisión aun cuando la misión quede momentáneamente privada de obreros: “La medida muy necesaria que he tomado para este año me quita la facultad de disponer de los jóvenes. Ellos van a trabajar a fin de hacerse aptos para el santo ministerio” [136]. Tras la experiencia, el Fundador expresa su satisfacción: “Me da buen presagio, en todos los aspectos, la medida que me decidí a tomar. La regularidad se observa admirablemente entre nuestros jóvenes reunidos en el Calvario” [137]. Y recomienda al P. Tempier, de visita en Canadá, que organice un curso parecido: “Hace ya tiempo hemos tenido que lamentar la excesiva facilidad en emplear a nuestros sujetos antes de que estuvieran suficientemente formados. No hay que temer emplear algunos medios eficaces para remediar ese mal en Canadá. […] Yo he retirado de sus trabajos, ya coronados de abundantes bendiciones, a varios de nuestros misioneros a quienes esta medida habrá podido contrariar […] Si se pudiera establecer algo semejante en Canadá, yo no retrocedería ante la suspensión de toda misión por un año para cada oblato” [138].

10. CONCLUSION

No hemos citado todas las cartas mandadas a los educadores y a los candidatos oblatos. Las que hemos recogido son siempre de actualidad; nos dan a conocer las convicciones de nuestro Fundador. Pueden, por consiguiente, alimentar las reflexiones de los responsables de la formación y a veces interpelarlos.

LA FORMACIÓN EN LA HISTORIA DE LA CONGREGACIÓN

1. LAS DECISIONES DE LOS CAPITULOS GENERALES

Cuando se leen las circulares de los superiores generales, en especial las que presentan las deliberaciones de los Capítulos, se comprueba que casi cada vez se ha abordado el tema de la formación y que se recogen regularmente las mismas directrices sobre la necesidad de preparar bien a los oblatos para su misión futura, en todos los campos. Sería pesado alegar normas que se repiten casi literalmente; baste notar algunas decisiones particulares.

El Capítulo de 1906 decide que los escolasticados queden bajo la jurisdicción inmediata de los provinciales, y no ya la del Superior general, a fin de que sean seguidos más de cerca. La transmisión de esa decisión da al P. Lavillardière, superior general, la ocasión de recordar la importancia primordial de la formación en los escolasticados [139].

El Capítulo de 1920 presenta un plan complementario para la formación de los futuros misioneros:

— Historia de la Congregación, que se dará sobre todo en el juniorado y el noviciado;

— Estudio del inglés, en el juniorado y el escolasticado. Sobre esto dice el Superior general: “En las casas de formación que estén retrasadas en este punto, concederíamos con gusto que se mande a un profesor a pasar las vacaciones una o dos veces a la Provincia Británica”;

— Curso de elocuencia y también “consejos prácticos sobre el modo de dar el catecismo a los niños”.- Un curso de contabilidad, dado por un experto durante las vacaciones.- Un curso de ascética y mística.

Después Mons. Dontenwill redacta un largo párrafo sobre el espíritu apostólico en la formación de los sujetos [140].

El Capítulo de 1953 pasa en revista todas las etapas de la formación y da directivas sobre cada una de ellas así como para la preparación de los educadores [141].

Las numerosas repeticiones en los diversos capítulos son signo de vitalidad. Muestran que en cada encuentro importante, los oblatos dotados de autoridad han querido analizar la situación y tomar sus responsabilidades en un área vital para la fidelidad a la misión. Otras decisiones de los Capítulos y de los Superiores generales se expondrán en los párrafos siguientes.

2. DOCUMENTOS EMANADOS DE LA ADMINISTRACION GENERAL

El documento oficial más antiguo promulgado por el superior general es el Directorio de los noviciados y de los escolasticados cuya redacción había confiado el P. José Fabre al P. Toussaint Rambert. Este había utilizado manuscritos ya existentes a disposición de los maestros de novicios [142].

A continuación de varios Capítulos, los superiores generales deseaban la publicación de una Ratio Studiorum ac Vitae para uso de los escolasticados. El P. Luis Soullier escribía en la circular n. 57 del 26 de marzo de 1894: “Ese trabajo es de los que no se improvisan y, aunque se piensa en él desde hace mucho tiempo, creemos que nada se ha hecho aún”. De hecho, habrá que esperar a 1960 para que se publique, por mandato del P. Deschâtelets, la Ratio Studiorum que asegura la aplicación a la Congregación de las normas promulgadas en la Constitución Sedes Sapientiae de Pío XII en los Estatutos generales anexos a la misma. Al presentar este documento oblato, el P. Giorgio Cosentino recuerda todos los proyectos de esta clase desde el Capítulo de 1879 [143].

Para aplicar la Regla 33 de las Constituciones actuales: “El superior general en consejo determina las normas generales de la formación oblata”, se elaboró un documento, tras amplia consulta a través de la Congregación y gracias a la colaboración de muchos educadores. Se promulgó oficialmente el 24 de marzo de 1984 por el P. Fernando Jetté, con el título Normas generales de la formación oblata. Traducido en varias lenguas, presta grandes servicios a los educadores oblatos.

En sus circulares los superiores generales abordan con bastante frecuencia el tema de la formación. Entre ellas, merece mención especial la carta del P. L. Soullier sobre Los estudios del Misionero Oblato de María Inmaculada [144]. Es un documento amplio de 127 páginas, donde el superior general presenta, en la primera parte, la necesidad del estudio: para el religioso que debe “adquirir plenamente la ciencia de la vida sobrenatural; para el sacerdote que “evidentemente no puede presentar a Jesucristo a las almas bajo la forma sensible de la palabra humana, si no lo ha recibido previamente él mismo en una especie de comunión intelectual”; para el misionero, para el oblato que, siguiendo al Fundador, debe remediar la ignorancia de los pueblos; para el oblato de las misiones extranjeras. En la 2ª parte, el P. Soullier enumera los temas que los oblatos deben estudiar. Son ante todo las ciencias eclesiásticas y en primer lugar la Sagrada Escritura, que es a la vez la gran fuerza del apostolado y el instrumento más eficaz de santificación personal”. Recomienda también el estudio de las ciencias profanas y el de las lenguas extranjeras, necesarias para la misión y para los intercambios fraternos en la Congregación. La tercera parte habla del carácter sobrenatural que hay que dar al estudio. “No hay estudio ni ciencia que no se cambie en amor de Dios”. A parte del estilo, que no es ya el nuestro, las directrices de esta carta son siempre válidas.

Destinada a todos los oblatos, la carta del P. Deschâtelets Nuestra vocación y nuestra vida de unión íntima con María Inmaculada [145] no se dirige directamente a las casas de formación. La señalo aquí porque ha sido analizada con ocasión de encuentros de formadores y les ha ayudado en su tarea [146].

Durante su superiorado el P. Jetté ha manifestado una proecupación especial por la formación. Por eso ha aprovechado todas las ocasiones para expresar su pensamiento en sus cartas y en sus encuentros con los educadores y con los jóvenes oblatos [147]. Estos documentos, así como los extractos de cartas de los superiores generales citados en otros párrafos, manifiestan que, siguiendo a San Eugenio, los superiores generales son conscientes de su responsabilidad y quieren seguir de cerca la marcha de la formación.

3. RESPONSABILIDAD DEL CONSEJO GENERAL

Al dar cuenta de los trabajos del Capítulo de mayo de 1893, donde fue elegido superior general, el P. Soullier declara esto en la circular n. 57 del 26 de marzo de 1894: “Es de desear que uno de los asistentes del superior general se encargue especialmente de lo que concierne a los estudios en la Congregación, y más especialmente de la Universidad católica de Ottawa”. De hecho, el P. Soullier nombró a dos asistentes: “uno más especialmente encargado de estimular los estudios dentro de la Congregación; el otro, de seguir la marcha de la enseñanza de la Universidad de Ottawa” [148].

El deseo de ver a uno de los miembros de la Administración general como responsable de la formación para secundar al superior general en ese campo volvió a expresarse en el Capítulo de 1947 que recomendaba el nombramiento de un Director general de los estudios. El Capítulo de 1953 confirmó esa decisión y asignó al Director general de los estudios un puesto oficial en el seno de la administración general [149]. El Capítulo de 1966 reforzó aún más la institución estableciendo un Secretariado general de la formación, dirigido por un Secretario especializado, que funcionaba bajo el control de un asistente general [150]. Esta organización no fue mantenida por el Capítulo de 1972. Pero ya en el Capítulo de 1974 se decidió que el asistente general encargado de la formación fuera ayudado por un comité general, compuesto por al menos un oblato proveniente de cada Región. Esta institución fue confirmada por el Capítulo de 1980 ( R 34). Esto permite al asistente general tener un contacto seguido con las obras de formación en el conjunto de la Congregación.

Para asumir colegialmente su responsabilidad, los miembros del consejo general organizaron en 1978 una visita sistemática de las casas de formación, a fin de evaluar la situación y animar a todo los que se consagran a la formación [151].

Todo esto sitúa claramente la formación entre las principales preocupaciones de los superiores generales y de sus consejos.

4. PREPARACION DE LOS EDUCADORES

Muchas veces se han quejado los superiores generales y los capítulos del número demasiado restringido de educadores y de su falta de preparación adecuada. Para paliar esta carencia, el P. Deschâtelets decidió establecer una comunidad, llamada Studium generale superius, que tendría como primer objetivo la preparación para la tarea de educador. El Capítulo de 1953 proyecta de una manera muy amplia la función de esta institución nueva:

a. “que todas nuestras casas de formación oblata estén representadas un año u otro en el Studium por padres llamados “stagiaires” [cursillistas];

b. que se agrupen por turno padres que están destinados a cada una de las etapas de formación: juniorado, noviciado, escolasticado;

c. que, a más de los cursos, el programa de estudios en esa casa incluya trabajos personales, incluso exámenes […];

d. que, por un breve período, se acoja alguna vez en el Studium a padres destinados a ministerios distintos de la formación de oblatos, mientras el Instituto no disponga de otros medios para procurar a esos padres el complemento de formación requerido por sus respectivas tareas;

e. que el Studium reciba también a los padres que sean enviados a Roma para obtener los grados académicos en las universidades romanas” [152].

De hecho, el Studium recibió sobre todo a padres que seguían los cursos en las universidades romanas. A más de los cursos académicos, el programa incluyó, durante unos años, sesiones especiales sobre problemas de formación. No fue posible realizar desde el principio el ambicioso programa del Capítulo de 1953: “No omitimos decir, con todo, que, cualquiera que sea el éxito actual del Studium , no se ha encontrado todavía la fórmula definitiva. Puede designar dos organizaciones distintas: primero, un centro de reunión donde, en períodos determinados, pueden agruparse oblatos especializados en tal o cual fin del Instituto […] Puede también proyectarse un Studium permanente, donde misioneros, profesores y sociólogos se encontrarían para estudiar los problemas principales de nuestro apostolado, de nuestras obras, de nuestra enseñanza. Pero esto no puede realizarse actualmente porque, debido a las circunstancias, el Studium no es por el momento más que la residencia de nuestros estudiantes sacerdotes” [153]. Cuando la preparación para el Capítulo de 1966, es claro que el P. Deschâtelets no renunció a hacer del studium un centro de irradiación de diversas actividades [154]. Este proyecto no resultó. Tras el Capítulo de 1972 el Studium no existe ya como comunidad separada; los Padres estudiantes habitan en la casa general y se insertan lo mejor que pueden en la vida de la comunidad local.

Esto no quiere decir en absoluto que la preparación de los educadores no siga siendo una preocupación mayor. Durante el superiorado del P. Jetté, se organizaron seis congresos en favor de los educadores. Por espacio de un mes varios de entre ellos se reunieron en Roma (una vez en Washington) para compartir su experiencia y estudiar los mejores medios de ser fieles a su tarea. Congresos de ese tipo, aunque de menor duración, se organizaron también en varias Regiones. Estos encuentros internacionales son un proyecto más modesto que el Studium generale superius, pero son más fácilmente realizables. Responden a una necesidad real y son apreciados por los participantes.

5. FORMACION PERMANENTE

En las antiguas Constituciones había una estructura bastante rigurosa que mantenía la prosecución del estudio y un apoyo mutuo en comunidad para asegurarlo. Era la conferencia teológica que debía tenerse una vez al mes [155]. Y también estaban previstas otras conferencias para compartir sobre el método misionero [156]. Según la primera Regla la conferencia teológica debía tenerse una vez a la semana; el P. Fabre recuerda su necesidad [157]. Además había proyectado hacer redactar por un asistente general “un plan de conferencias adaptadas a nuestro ministerio que pudiera brindar a cada uno, mediante un trabajo serio, el medio de conservar o de adquirir los conocimientos indispensables para su perfecto ejercicio” [158]. De hecho ese plan nunca vio la luz.

Los primeros años de ministerio eran considerados como un tiempo privilegiado para asegurar a los Padres jóvenes el complemento de formación que necesitaban. En su circular sobre la predicación el P. Soullier dice: “Hacemos todos los sacrificios para procurar a nuestros escolásticos los estudios más sólidos y más completos […] Pero una vez que estos oblatos han quedado confiados a los superiores provinciales y locales, queremos que éstos observen estrictamente las prescripciones de nuestras santas Reglas y de nuestros Capítulos generales: los exámenes anuales, los tres años sin ministerio habitual especialmente empleados en la preparación inmediata de las misiones, las conferencias teológicas, etc. Una vez adquirido el fondo de ciencia necesario, es nuestro deber acrecentarlo con un trabajo constante y ponerlo en práctica en nuestros trabajos apostólicos con una preparación seria” [159]. Los principios en que se fundan estas determinaciones se mantienen en los nuevos textos de las Constituciones [160], pero no se ha conservado la estructura estricta que aseguraba la puesta en práctica de esos principios.

Ante los trastornos de pensamiento de la posguerra, se sentía la necesidad de ofrecer a los oblatos un tiempo de reflexión para que pudieran hacer el balance de su vida y renovarse. También se debe a la iniciativa del P. Deschâtelets la institución del “Retiro de Mazenod”. Hablando de las propuestas hechas en el Capítulo de 1953, presenta el proyecto de esta forma:

“[estas propuestas] expresan las grandes ventajas que habría dando a nuestros padres la ocasión de reflexionar durante cierto tiempo, después de unos años de vida activa, sobre su vida espiritual y apostólica” [161]. El Padre Deschâtelets envía una circular especial para anunciar que la S. C. de Religiosos aprueba la institución del Retiro de Mazenod [162]. La primera parte de la circular describe la historia anterior a esta institución desde el Capítulo de 1837 que ya proponía: “un retiro de seis meses en el noviciado después de diez años de oblación”. Luego, el P. Deschâtelets recuerda la propuesta del Capítulo de 1953 e indica el sentido de esta nueva institución: “un período esencialmente destinado a volver a tomar desde la base toda la vida religiosa oblata, con una conciencia adulta y con la experiencia de varios años de vida religiosa y de ministerio oblato, que permita a cada uno ya una profundización ya tal vez una verdadera recuperación” [163]. Unos años después muestra cómo ha funcionado esa institución [164]. Tras el Capítulo de 1972, ésta fue confiada a las Regiones y tuvo diversas fortunas. Para su eventual recuperación, sería deseable atenerse a las sugerencias del P. Amand Reuter, director general de los estudios, en el Capítulo de 1966: “Parecería ventajoso ensayar efectuar una combinación de renovación espiritual y pastoral, lo cual nos parece psicológicamente requerido para una experiencia fructuosa en este nivel” [165].

Para asegurar que la acción del superior general y de su consejo sea efectiva en este campo, el vicario general fue nombrado responsable de la formación permanente desde la primera sesión que siguió al Capítulo de 1974 [166]. Y éste estableció “una red de personas capaces de ayudar a las Provincias para la formación permanente de los oblatos. Esta red trata de responder a las necesidades de intercambio y de ayuda mutua en el conjunto de la Congregación, sin que sea necesario constituir una nueva estructura oficial. Es también una invitación a apelar a todas las competencias para colaborar en la formación permanente [167]. Un boletín ha servido de enlace entre los miembros de esa red.

Además de este trabajo que implica a todas las provincias, el P. Jetté ha hecho organizar diversos encuentros internacionales. Partiendo del principio enunciado en la R 70: “A un oblato a quien se asignan nuevas funciones, se le dará, si es preciso, una preparación adecuada”, ha ofrecido varias sesiones a los educadores, como ya se ha mencionado. Igualmente ha ofrecido sesiones a los provinciales recién nombrados, para ayudarles a asumir su cargo en las mejores condiciones [168]. También bajo el impulso del P. Jetté se han organizado dos congresos importantes: uno sobre el carisma del Fundador [169] y otro sobre los oblatos y la evangelización [170]. Otro congreso patrocinado por la administración general se tuvo en Ottawa, en agosto de 1982, para estudiar la evangelización en las sociedades secularizadas.

6. FORMACION DE LOS HERMANOS

La preocupación por la formación religiosa y profesional de los Hermanos se ha presentado reiteradamente a lo largo de la historia de la Congregación. En su informe al Capítulo de 1904, el P. Augier nota muy atinadamente: “Si el saber profesional produce poco cuando no va unido a la buena voluntad, ésta, sin la instrucción profesional queda casi estéril” [171]. Poco después declara: “Los Hermanos conversos cumplirán su tarea solo muy imperfectamente, si no están ilustrados desde el punto de vista sobrenatural” [172]. Esta preocupación se concretaba en las antiguas Constituciones [173], confiando la formación continua de los Hermanos a un prefecto espiritual que debía reunirlos una vez a la semana y seguir a cada uno personalmente. Las provincias ricas en vocaciones de Hermanos organizaban con especial cuidado la formación espiritual y técnica de los suyos. El P. Deschâtelets, al informar acerca del segundo Consejo general extraordinario, podía decir: “Hay actualmente escuelas o casas especializadas para la formación permanente de los Hermanos en doce Provincias” [174].

Con la evolución de las mentalidades, se experimentaba la necesidad de atenuar lo más posible las diferencias entre padres y hermanos. Por eso el P. Deschâtelets empieza así el párrafo sobre los Hermanos en el informe al Capítulo de 1959: “Hemos hablado poco hasta ahora de nuestros queridos Hermanos coadjutores. Adrede hemos omitido el hacerlo: están de tal modo identificados, incorporados a nuestra vida oblata, que no debemos hacer distinción cuando tratamos de la Congregación en general como es aquí nuestra intención” [175]. Pero sigue siendo verdad que los Hermanos tienen derecho, como todo oblato, a una formación sólida en todos los campos. Es lo que el P. Deschâtelets desarrolla al continuar su informe. Insiste sobre el mismo concepto en su discurso de apertura en el Capítulo de 1966 [176]. Incluso redactó una circular especial sobre el tema, en la que comenta los artículos de las Constituciones que conciernen a los Hermanos [177].

Justamente porque quería reconocer y respetar el cambio de mentalidad y porque tenía interés en mantener una formación sólida para los Hermanos, el P. Jetté convocó un congreso especial para ellos. Se tuvo en Roma en agosto-setiembre de 1985 y fue organizado por los mismos Hermanos [178].

Como conclusión, podemos retener las directrices del P. Jetté en el Capítulo de 1986: “Respetar y promover la vocación del hermano oblato en su especifidad propia — abolir todas las distinciones no necesarias entre padres y hermanos en la vida común, a nivel religioso y humano — asegurar una formación doctrinal y espiritual, lo mismo que una formación profesional adecuada” [179].

7. INSTRUMENTOS DE TRABAJO AL SERVICIO DE LA FORMACION

Ya hablamos de los documentos publicados por los superiores generales en consejo. Otras iniciativas merecen mención.

Los oblatos escriben sobre el Fundador y su espiritualidad o sobre la Congregación a veces con más buena voluntad que competencia. Ante la abundancia de esa literatura, el Capítulo de 1947 sintió la necesidad de asegurar la solidez de los estudios de historia y de espiritualidad y formuló el voto de crear un “Instituto histórico” establecido en Roma y formado por oblatos que se prepararían científicamente en diversas universidades [180]. Este Instituto no ha salido a luz, pero el voto del Capítulo no quedó en letra muerta. Cierto número de oblatos se han especializado en teología espiritual y en historia de la Iglesia. Gracias a sus trabajos, tenemos un número apreciable de tesis y de estudios de valor que son una mina para la formación específicamente oblata. Podemos citar, entre otros, los Archives d’histoire oblate bajo la dirección de los PP. Maurice Gilbert y Gaston Carrière (edic. de Etudes Oblates, Ottawa), la revista Etudes Oblates que desde 1974 se llama Vie Oblate Life, y los Quaderni di Vermicino publicados por el escolasticado de la Provincia de Italia.

Ante las controversias teológicas y las fluctuaciones que se multiplicaban después del concilio, el superior general sentía la necesidad de rodearse de teólogos que le asesoraran acerca de los problemas que tocaban a la vida oblata [181]. Llamó a dos Padres a la casa general y se establecieron centros de investigación en seis Regiones. Este organismo tuvo dificultad para encontrar su método de trabajo y no continuó después del Capítulo de 1972.

En la misma línea surgió otra iniciativa en la reunión intercapitular de 1978. “El P. Gilles Cazabon, provincial de la Provincia de San José de Canadá, sugirió la constitución de un grupo libre de oblatos que desearan compartir sus investigaciones y reflexiones sobre la historia, la espiritualidad y la vida actual de la Congregación” [182]. Esta sugerencia, vivamente alentada por todos los participantes, se puso en pie cuando el congreso sobre los oblatos y la evangelización, el 14 de setiembre de 1982 [183], con el nombre de “Asociación de estudios y de investigaciones oblatas”. La carta se aprobó oficialmente en la sesión plenaria del consejo general de noviembre- diciembre de 1982 [184]. Sus trabajos serán una ayuda para las casas de formación.

El Capítulo de 1947confiaba también al superior general el cuidado de publicar los escritos que ilustran nuestra historia: “Ha llegado el tiempo sobre todo de confrontar científicamente las fuentes de esa historia y de publicarlas para ponerlas al alcance de todos los investigadores” [185]. Un primer conjunto de textos se publicó en Missions y en extractos, gracias a los cuidados del P. Paul-Emil Duval. Al dar cuenta de este trabajo en el Capítulo de 1953, el P. Deschâtelets observa: “¿No sería mejor reservar Missions para los acontecimientos más recientes y organizar una publicación en serie de género especial?” [186].

Tocará al P. Jetté dar respuesta a ese voto. Bajo su impulso, el P. Yvon Beaudoin ha publicado ya , en una primera serie de 16 volúmenes de Écrits Oblats, las cartas de nuestro Fundador a los oblatos, a la Sagrada Congregación y a la Obra de la Propagación de la Fe, sus escritos espirituales y el principio del Diario. La publicación de otros textos continúa. Esta colección es un instrumento de gran valor en manos de los educadores oblatos.

8. CONCLUSION

Al pasar revista a la historia de la formación entre los oblatos, hemos visto surgir y desarrollarse muchas clases de iniciativas suscitadas por las necesidades de una educación sólida. Algunas perduran; otras se han abandonado. El espíritu que ha alentado esos proyectos es el de San Eugenio cuando fundó el Instituto: responder a la llamada de la Iglesia y para esto “formar hombres apostólicos […] que, convencidos de la necesidad de su propia reforma, trabajasen con todas sus fuerzas por la conversión de los demás” (Prefacio). El método, como en tiempos del Fundador, es siempre el mismo: imitar a Cristo en la formación de los Apóstoles (cf. C 45).

René MOTTE