Nació en Valréas (Vaucluse) el 30 de mayo de 1807
Se ordenó en Nîmes el 16 de junio de 1832
Tomó el hábito en Marsella el 28 de junio de 1839
Profesó en Marsella el 29 de junio de 1840 (nº 84)
Murió en N.-D. de Bon Secours el 9 de setiembre de 1888.

Juan José Françon nació en Valréas, diócesis de Aviñón el 30 de mayo de 1807; fue el cuarto de los siete hijos de María Úrsula Françon y de Miguel Sebastian Françon, agricultor. Fue bautizado al día siguiente. Hizo los estudios secundarios en el colegio de Valréas y en el seminario menor de Aviñón. Entró en el seminario mayor de Aviñón en 1827 y fue ordenado sacerdote en Nîmes por Mons. de Chaffoy el 16 de junio de 1832.

El abate Françon fue vicario en Visan de 1832 a 1836, y luego párroco en Gigondas de 1836 a 1839, pueblos de la diócesis de Aviñón no lejos de Valréas. De joven sacerdote ya había manifestado su atractivo por la vida religiosa y por la predicación. Conoció a los Oblatos, establecidos en la diócesis desde 1834, en Notre-Dame de Lumières. Obtuvo de Mons. Celestino Dupont permiso para dejar su parroquia e inició el noviciado en Marsella el 28 de junio de 1839. Durante su noviciado tomó parte en algunas misiones con el padre Hipólito Courtès. Éste le apreció y lo comunicó a Mons. de Mazenod que respondió: “Me encanta lo que me dices del padre Françon”. Hizo la oblación en Aix el 29 de juniode 1840.

El padre Françon estuvo casi siempre adscrito a la casa de Notre-Dame de Lumières (1840-1847; 1849-1858; 1860-1879). Con tolo, lo encontramos en Aix en 1847-1848 y en Notre-Dame de Bon Secours en 1859 y luego de 1884 a 1888. Después de una enfermedad en 1879 y cuando las expulsiones de los religiosos en 1880, aceptó se párroco de Beaumettes en 1879-1880 y de San Pantaleón de 1881 a 1884.

Pocos oblatos han predicado tanto como él. Por los detalles que da en su correspondencia con el abate Vève, predicó al menos 350 misiones y retiros en 181 ciudades y pueblos de 9 diócesis. El padre Pedro Nicolas escribe al respecto: “Por encima de todo el padre Françon era misionero; se le llamó el Brydaine de las zonas rurales; es un gran elogio y era merecido. Como el padre Brydaine, el padre Françon era terrible cuando tronaba contra los vicios, cuando predicaba las grandes verdades; pero también como Brydaine era encantador por su piedad y suavidad cuando celebraba los misterios de amor.

“Hay que reconocerlo, se complacía más en los temas que inspiraban temor. Predicaba de mejor gana sobre el infierno, el juicio, la muerte, la impenitencia final. Su voz fuerte, enérgica, un poco ruda, se prestaba para ese género de predicación. Había que oírlo cuando tronaba contra la blasfemia y los blasfemos: <¿Quién os dio derecho a lanzar venenos al aire, quién os permitió infectar las casas, las calles, los campos, con vuestros alientos emponzoñados, miserables que en el infierno tomáis prestada la lengua de los demonios y atraéis el rayo sobre la tierra? Vuestras bocas, esos cráteres de infierno, haríais mejor trancándolas… Pobres niños que vivís y que crecéis en medio de esos gritos, esas cóleras, esas blasfemias,esas maldiciones ¿qué va a ser de vosotros…?> Cuando el padre Françon hablaba así, su voz temblaba, sus dientes castañeteaban, se estremecía y hacía estremecerse a los oyentes […]

“Lo he dicho, el padre Françon, como Brydaine sabía tratar los temas más conmovedores, más dulces y más delicados. Tomaba entonces tonos suaves y melodiosos. Enternecía su voz con los pecadores cuando les anunciaba la misericordia, el perdón, la absolución. Y cuando los llamaba al banquete celestial, multiplicaba las invitaciones tiernas y apremiantes…”

Predicador popular, pero, según el Fundador, poco apto para predicar retiros eclesiásticos. El padre Tempier quería invitarlo a Marsella en 1852; Mons. de Mazenod respondió el 5 de agosto: “Oí a ese padre aquí en el seminario, en un retiro de comienzo de curso que dio hace unos años a nuestros eclesiásticos. Se observaron cosas buenas en algunas instrucciones que fueron sólidas, pero al lado de lo que era bueno a veces había trivialidades, incorrecciones de estilo, singularidades de muy mal gusto, y luego una pesadez en la exposición que se volvía fatigante, un porte poco conveniente y un tono de voz sepulcral. En suma, se veía en él un hombre de virtud y de una virtud austera, pero no cultivada para ese género y para todo el conjunto. Teníamos a un hombre acostumbrado a predicar en los pueblos y que no sabe respetar a su auditorio ni estar a la altura de su misión cuando tiene que dirigir la palabra a hombres cultos que han recibido una educación esmerada…” Sin embargo, tras la muerte del Fundador, el padre Françon predicó a religiosas, a los juniores de Notre-Dame de Lumières, a los padres y novicios de Notre-Dame de l’Osier en 1874-1875, y a los oblatos de Notre-Dame de la Garde en 1876-1877.

“El padre Françon era sobre todo un santo misionero, sigue diciendo el padre Nicolas; hombre de oración y de plegaria, vivía de Dios, en Dios y para Dios. Jamás perdía su presencia . Estaba penetrado hasta el fondo del alma por las verdades que anunciaba. No predicaba sus lecturas, sus discursos eran fruto menos de sus estudios que de sus meditaciones diarias y de sus retiros”.

En 1884 se retiró a Notre-Dame de Bon Secours, pero siguió predicando. El 4 de setiembre de 1888, al final de la misa, le aquejó un ataque de parálisis. Recibió el sacramento de los enfermos y murió el 9 de setiembre.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.