1. Eugenio De Mazenod
  2. Los Oblatos
  3. Conclusión

La mención de la gloria de Dios evoca espontáneamente la trilogía clásica : “por la gloria de Dios, la utilidad de la Iglesia y la salvación de las almas”, que en términos renovados dirige a todos los religiosos el código de derecho canónico: “entregados…a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo” (can. 573, § 1). Aunque la búsqueda de la gloria de Dios concierne a todos los religiosos, reviste matices diferentes según el espíritu propio de cada Instituto. Vamos, pues, a estudiar lo que representa esa búsqueda para Eugenio de Mazenod y ver cómo los oblatos han vivido e intentan vivir en la misma perspectiva.

EUGENIO DE MAZENOD

1. EL HECHO

La búsqueda de la gloria de Dios es uno de los motivos fundamentales que determinan el comportamiento de Eugenio. Y eso, desde su adolescencia. Bajo la dirección de don Bartolo Zinelli en Venecia, se había establecido un reglamento de vida. Tras haber mencionado su oración de la mañana, anota: “Habiendo dispuesto todo así para mayor gloria de Dios, saldré de mi habitación para ir a mis asuntos” [1].

Encontramos la misma preocupación en Eugenio, seminarista en San Sulpicio. Recomienda a su madre que haga todas las acciones, hasta las más indiferentes, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, aludiendo sin duda a Col 3, 17, y concluye con la cita de 1 Co 10, 31:”Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” [2]. Si da consejos a su hermana, es, por supuesto, para ayudarla a vivir como cristiana, pero siempre con la misma preocupación: “Espero que Dios sea glorificado por nuestra correspondencia” [3].

Sus notas de retiro antes del sacerdocio manifiestan la misma búsqueda: “Vos me habíais dado la inteligencia, la voluntad, la memoria, corazón, ojos, manos, en una palabra, todos los sentidos del cuerpo y todas las facultades del alma , vos me habíais dado todas esas cosas para vos, para emplearlas por vuestra gloria, por vuestra única gloria, por vuestra mayor gloria […] Dios mío, esto está ya resuelto y para toda la vida. Vos, solo vos seréis el único objeto al que tiendan todos mis afectos y todas mis acciones. Agradaros, actuar por vuestra gloria será mi ocupación cotidiana, la ocupación de todos los instantes de mi vida. No quiero vivir más que por vos, no quiero amar más que a vos y todo lo demás en vos y por vos” [4].

Si se queda en el seminario tras la salida de los sulpicianos, es también por el mismo motivo: “Me quedaré, pues, porque todo me obliga a quedarme: la gloria de Dios, el bien de la Iglesia, la edificación del prójimo y mi propio provecho” [5].

Cuando se trata de reunir a un grupo de sacerdotes para predicar misiones al pueblo humilde, emprende esa obra justamente por la gloria de Dios y la salvación de las almas. En adelante dirá casi siempre: “la gloria de Dios y la salvación de las almas”, y a veces citará la trilogía completa como en el Prefacio: “La consideración de estos males ha conmovido el corazón de algunos sacerdotes celosos de la gloria de Dios, que aman entrañablemente a la Iglesia y están dispuestos a entregar su vida, si es preciso, por la salvación de las almas” [6].

Volveremos a tratar el tema, pero ya podemos citar algunos textos significativos. En su carta de invitación al abate Tempier: “Lea esta carta al pie del crucifijo, con la disposición de escuchar solo a Dios y lo que el interés por su gloria y la salvación de las almas exigen de un sacerdote como usted […] No es tan fácil encontrar a hombres que se dediquen y quieran consagrarse a la gloria de Dios y a la salvación de las almas” [7].

El mismo pensamiento vuelve en el momento de la aprobación romana: “Haga todo el bien que de usted dependa, pero no lo haga más que por Dios” [8]. En otra carta al mismo Padre hallamos un eco de las notas de retiro arriba citadas: “[…] he hecho todo lo que debo, Dios hará lo demás. No vivimos más que para él; no queremos más que la gloria de su santo nombre y la salvación de las almas que él ha rescatado” [9]. La aplicación que saca de la aprobación romana va en el mismo sentido: “La conclusión que debemos sacar […] es que tenemos que trabajar con nuevo ardor y con una dedicación todavía más absoluta por procurar a Dios toda la gloria que dependa de nosotros, y a las almas de nuestros prójimos la salvación por todos los medios que podamos” [10]. Y podrá afirmar al cardenal Fransoni que ese es el objetivo de la vida de todo oblato: “Nuestros oblatos de la Santísima Virgen Inmaculada son, por la gracia de Dios, todos buenos, todos dispuestos a sacrificar su vida para glorificar a Dios y trabajar por la conversión y la santificación de las almas” [11].

2. EL SENTIDO

Para comprender lo que significa para Eugenio de Mazenod la búsqueda de la gloria de Dios no hay medio mejor que contemplar a Jesucristo trabajando por la gloria de su Padre. La espiritualidad del Fundador es, en efecto, cristocéntrica ; Pablo VI lo llamó “un apasionado por Jesucristo”. Y Eugenio dice de sí mismo: “Al no haber imitado a mi modelo en su inocencia ¿me será rehusado imitarlo en su entrega por la gloria de su Padre y la salvación de los hombres?” [12]. Comprometerse en el seguimiento de Jesucristo es el elemento central de la espiritualidad de Eugenio de Mazenod. Y partiendo de ahí es como se comprenderá la riqueza de los demás elementos como éste que ahora estamos estudiando.

a. Buscando la gloria de su Padre es como Jesús se comporta como auténtico Hijo de Dios: “El que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz”. Es la misma verdad de vida que realiza Eugenio; los textos citados en este artículo lo demuestran suficientemente.

b. Buscar la gloria de Dios es fuente de libertad.

Jesús es libre para dirigirse a todas las clases de la sociedad, reprocharles su pecado y llamarlas a una auténtica fidelidad a Dios. No teme proclamar las Bienaventuranzas, a pesar del mentís del mundo.

Eugenio de Mazenod se sentía bastante libre para hablar con franqueza. Por ejemplo, para predicar en provenzal a pesar de las burlas de la alta sociedad de Aix, para defender los derechos de la Iglesia, como la libertad de enseñanza [13], para manifestar su independencia frente a todos los gobiernos, y también para reprender a ciertos oblatos como a Mons. Allard [14] o al P. Calixto Kotterer [15], o cuando dice al P. Courtès: “Pon empeño en que cada cual cumpla puntualmente su deber […] lo esencial es agradar a Dios” [16].

c. La búsqueda de la gloria de Dios es fuente de paz.

Jesús experimentó en su corazón de hombre el horror de la muerte: “Mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12, 27-28). Tras haber dicho “glorifica tu nombre”, Jesús, con el corazón en paz, proclama la certeza de la victoria: “Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”(Jn 12, 32).

Entre las múltiples pruebas sufridas por Eugenio de Mazenod, podemos evocar el largo calvario de 1832 a 1837. Tras su consagración como obispo de Icosia, es proscrito por el gobierno francés y reducido al silencio por la autoridad de Roma. A pesar del profundo sufrimiento que esto le causa, escribe a Mons. Frezza: “Es una hermosa compensación a mis penas el ver así a Dios glorificado, y a tantas almas convertidas; […] con tal que Dios sea ensalzado ¿qué me importa permanecer humillado, despreciado, abandonado casi por todos? […] Desde que estoy en el mundo, Dios me ha llevado de la mano; él me ha movido a hacer tantas cosas por su gloria, que tendría que temer el orgullo si los hombres se hubieran dado cuenta y me hubieran mostrado agradecimiento; más vale para mí que ellos sean injustos e ingratos; así Dios será mi sola recompensa, como es mi sola fuerza, mi única esperanza” [17]. Y cuando la cuestión quede arreglada por su nombramiento para el obispado de Marsella, aunque él no deseaba la responsabilidad de una diócesis, escribirá en su Diario: “¡Sea! Si Dios va a ser glorificado con ello. Pero yo no dejaré de perder así mi independencia y mi libertad humanamente hablando, y eso me aflige; pero las cosas deben ser miradas bajo otro aspecto” [18].

d. Buscar la gloria de Dios es renunciarse a sí mismo.

“El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo” (Jn 5, 19). Jesús vive personalmente la bienaventuranza de la pobreza que él proclama.

Esa misma actitud de renunciamiento la recomienda Eugenio a sus oblatos: “Dios quiera que en Aix se sepan aprovechar de los dones de Dios. Para ello hace falta que los misioneros se olviden de sí mismos y que no tengan otras miras que la mayor gloria de Dios y la salvación de esas pobres almas que no han recibido más ayuda desde la misión” [19]. A los primeros misioneros del Canadá les recomienda la misma actitud: “[…] no buscándoos nunca a vosotros mismos y no deseando más que lo que atañe a la gloria de Dios y al servicio de la Iglesia” [20] .

e. La búsqueda de la gloria de Dios es fuente de celo apostólico.

“Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día” (Jn 6, 38 s.). El que no obra más que por la gloria de Dios, descubre cada vez más el amor infinito de Dios a los hombres y comparte su deseo de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2, 4).

Comprometido en el seguimiento de Jesucristo, Eugenio conectó, desde los primeros años de su ministerio, la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Ya hemos citado bastantes textos que lo prueban. En una carta al P. Cristóbal Bonjean explicita además el lazo entre gloria de Dios y salvación de los hombres: “Ojalá os conservéis sanos también todos vosotros para seguir procurando la gloria de Dios al trabajar por la conversión de esas pobres almas que sin vosotros no alcanzarían su salvación” [21]. Dios es glorificado cuando los hombres se salvan. Eugenio de Mazenod busca la gloria de Dios justamente como misionero, en seguimiento de Jesucristo. Como anota el P. J. Pielorz en su tesis: “Esta mentalidad apostólica nos explica también el verdadero sentido de la frase, tan frecuente en los escritos de Mons. de Mazenod: ‘trabajar por la mayor gloria de Dios’. Este trabajo no debe efectuarse principalmente por los diversos actos de religión: adoración, sacrificio, oración, etc., como generalmente lo entendía la escuela francesa, sino más bien por el apostolado; menos, por tanto, por la multiplicación de los actos de adoración que por el aumento del número de los adoradores” [22].

f. El amor es lo que anima la búsqueda de la gloria de Dios.

“El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). Es digno de nota que, de vez en cuando, el Fundador cambia la trilogía clásica en esta otra fórmula: “el amor de Cristo, el amor de la Iglesia y la salvación de las almas”. Por ejemplo, en el famoso texto: “El que quiera ser de los nuestros, deberá arder en deseos de la propia perfección, estar inflamado en amor a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia y en celo ardiente por la salvación de las almas” [23]. Así, para el fundador como para los oblatos, buscar la gloria de Dios significa responder al amor de Cristo, amar a la Iglesia con él y compartir su amor a todos los hombres. La búsqueda de la gloria de Dios es comprendida y vivida como un compromiso en el seguimiento de Cristo Salvador.

LOS OBLATOS

¿Cómo son fieles los oblatos a la consigna de su fundador de buscar ante todo la gloria de Dios?

1. MENCION EXPLICITA

Los oblatos, que han oído al Fundador hablar de “la gloria de Dios y la salvación de las almas”, se inspiran en él de buena gana. Así Mons. Vidal Grandin escribe a Mons. de Mazenod: “Todos nuestros Padres marchan bien; procuran la gloria de Dios y todo lleva a creer que el Señor coronará cada vez más nuestros esfuerzos” [24]. En carta al Fundador, el P. Juan Séguin aduce el testimonio del P. Julián Moulin que cuenta las dificultades de una gira misionera: “Ahora, todo ha pasado. Ojalá que estas pocas fatigas sean útiles para la gloria de Dios y la salvación de las almas; con ello me sentiría bien compensado” [25]. Es inútil multiplicar las citas, ya que siempre se repite la misma expresión.

En sus cartas circulares, los Superiores generales expresan la misma consigna refiriéndose explícitamente al Fundador. Así el P. José Fabre: “Sí, para glorificar a Dios y para salvar las almas, no omitamos nada y hagámonos así dignos hijos de nuestro Padre tan lleno de amor a Dios y a las almas” [26]. Concluyendo la circular sobre los estudios, el P. Soullier dice: “Se trata de los intereses de la gloria de Dios en nosotros y en las almas” [27]. En la circular nº 133 Mons. Agustín Dontenwill presenta la carta de felicitación de Pío XI por el centenario de la aprobación: “Tras un siglo de sufrimientos, de luchas y de trabajos por la gloria de Dios, los Oblatos de María Inmaculada […] se sienten felices al escuchar que el Padre común de todos los fieles les dice que está contento del celo, de la entrega y de la piedad que han reinado y que reinan siempre en su Congregación” [28]. Fiel a la mentalidad del Fundador, su 5º sucesor une espontáneamente la gloria de Dios y el celo misionero.

2. EXPRESIONES EQUIVALENTES

De hecho, cuando se busca en las Tables analytiques générales de la revista Missions, o en el índice analítico de las Constituciones de 1982, no aparece con frecuencia la expresión ‘gloria de Dios’. Prescindiendo de algunas citas de las expresiones del Fundador, no se saca casi nada más al recorrer las Circulares administrativas de los Superiores generales. Lo cual no tiene nada de extraño, ya que, apartándose de otros fundadores de órdenes, el P. de Mazenod no dio como primera directiva a los oblatos la búsqueda de la gloria de Dios por ella misma. En cambio, lo que encontramos con frecuencia es la primacía de la consagración a Dios y la primacía del compromiso en el seguimiento de Cristo para ser cooperadores del Salvador en la obra misionera.

Por no multiplicar las citas, recojamos simplemente algunas expresiones típicas en las circulares del P. Léo Deschâtelets. “Nuestro ideal es un compromiso absoluto y entusiasta, una disponibilidad total a Dios y a las almas por Dios, brotada de la contemplación, de la unión íntima con Dios” [29]. En la misma circular leemos que nuestra vocación es una “donación apasionada al servicio de Dios, de su gloria, de su amor, de su misericordia infinita; es un impulso, una intensidad especial de caridad sacerdotal, de celo por las obras más difíciles” [30].

Insistiendo en la primacía del amor de Dios, el P. Deschâtelets presenta el Capítulo general como una gestión de caridad para con Dios y con los hombres: “Si nos hemos reunido aquí, es para practicar la caridad. Este es, en cierto modo, el acto solemne por el que la Congregación manifiesta, en forma oficial y colectiva, su caridad para con Dios y para con las almas. Es para amar más a Dios en las almas de nuestros hermanos y de los pecadores” [31].Repite el mismo pensamiento , con otras palabras, en el Capítulo de 1959: “Nos debemos a Jesús, a la Iglesia, a las almas” [32]. Y pocas líneas después: “Para fortalecer este triple amor, mejor dicho, a este único amor de Dios del que los otros se derivan, nos hace falta una ascesis especial que consiste para nosotros en imitar las virtudes y los ejemplos de Nuestro Señor en nuestra vida personal como en nuestra vida apostólica” [33].

Se podrían pasar en revista los informes presentados a otros Capítulos y las Circulares de los superiores generales: siempre hallaríamos la misma idea: la realidad fundamental para el oblato es su consagración a Dios, con y por Jesucristo, para cooperar a la salvación de las almas.

Consagrado a Dios, el oblato es “testigo de la justicia y de la santidad de Dios” (C 9). Hablando de la participación en el profetismo de la Iglesia, las Constituciones de 1982 emplean una expresión que no era familiar al Fundador [34]. ¿Le son fieles? La respuesta nos la da la cita delMagnificat que conecta la glorificación de Dios con el ministerio por la justicia. María da gloria a Dios: “glorifica mi alma al Señor”. En su contemplación, descubre el designio de Dios, restaurar la justicia entre los hombres y reconocer a los pobres su dignidad: “exaltó a los humildes y a los hambrientos colmó de bienes”. El mismo paso debe seguir el oblato para estar al servicio de los pobres. El final de la Regla 9 hace pensar en el salmo 8, que comienza dando gloria a Dios: “Señor, Dios nuestro, qué glorioso es tu nombre”, para luego descubrir la eminente dignidad del hombre: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. Así es como, glorificando a Dios justo y santo, el misionero será un auténtico obrero del evangelio, evitando con ello volverse sectario en la defensa de los pobres.

Aunque los textos más recientes empleen un vocabulario diferente, remiten a la misma realidad: la primacía de lo absoluto de Dios. Dios es lo primero para Eugenio que quiere hacerlo todo “por la mayor gloria de Dios”. Dios es lo primero para los oblatos que quieren ser testigos de Dios justo y santo; Dios debe ser lo primero para todos los religiosos, llamados, según Pablo VI, a “manifestar ante los hombres la primacía del amor de Dios” [35].

CONCLUSIÓN

El ‘buscar la gloria de Dios’ ha sido vivido en modos diferentes por los santos fundadores y por los religiosos que intentan seguirlos. Para los oblatos, Eugenio de Mazenod dio a esa búsqueda una orientación netamente apostólica, en el seguimiento de Cristo Salvador, de quien quieren ser cooperadores para la salvación de los hombres.

René MOTTE