1. Infancia y juventud
  2. Primeros ministerios (1824-1828); superior en N.-D. du Laus y en el seminario de Ajaccio (1829-1841)
  3. Obispo de Viviers (1842-1857)
  4. Arzobispo de Tours (1857-1871)
  5. Arzobispo de París (1871-1886) y cardenal (22 de noviembre de 1873).

Nació en Aix el 13 de diciembre de 1802
Tomó el hábito en Aix el 25 de enero de 1823
Profesó en Aix el 29 de diciembre de 1823 (nº 18)
Fue ordenado sacerdote en Marsella el 14 de agosto de 1825
Obispo de Viviers el 11 de marzo de 1842
Nombrado arzobispo de Tours el 4 de febrero de 1857
Arzobispo de París el 19 de julio de 1873
Creado cardenal el 22 de diciembre de 1873
Murió en París el 8 de julio de 1886.

José Hipólito Guibert nació en Aix el 13 de diciembre de 1802. Fue bautizado en la iglesia de San Juan de Malta el siguiente 19 de diciembre. Tuvo un hermano llamado Fortunato y dos hermanas: Paulina y Josefina.

Su padre, Pedro, era agricultor u hortelano y poseía un pequeño terreno cerca de la ciudad. En 1826 compró otra propiedad en el Tholonet, pero pronto tuvo que venderla para pagar deudas. Entró luego al servicio del conde de Félix como administrador de de la propiedad de la Reynarde, en las afueras de Marsella. La madre de José Hipólito se llamaba Rosa Francisca Pécout (1784-1858). Era querida de todos a causa de su bondad y de su dulzura inalterables.

Infancia y juventud

De carácter travieso y alegre, el niño acompañó frecuentemente a su padre que iba cada día a cultivar su pequeño dominio. Aprendió a leer y escribir en casa de un laico llamado Chabert. Fue entonces monaguillo en la parroquia de San Juan de Malta. El párroco, abate Esteban Christine, fue quien le preparó a la primera comunión. Durante seis años siguió, con algunos amigos, las lecciones de latín del abate Donneau. Más tarde Mons. Guibert resumió así ese período de su formación: “Me he educado yo mismo. El Sr. Donneau nos enseñaba solo la gramática, pero tenía una biblioteca muy hermosa que recorríamos con avidez mi primo Mitre y yo. Nos formamos por nuestra cuenta. Cuando yo tenía de catorce a quince años iba con mis autores clásicos al cementerio de San Juan o a la colina de los Pobres, junto a Aix, y estudiaba solo”.

En 1819 el joven entró en el seminario mayor de Aix, dirigido por los Sulpicianos, donde quedó hasta fines de 1822. El superior era entonces el Sr. Dalga; el abate Bony, director espiritual, enseñaba la moral y seguía la doctrina de san Alfonso de Ligorio. El seminarista recibió las órdenes menores de manos de Mons. de Bausset-Roquefort el 1 de junio de 1822. A principios de 1823 entró con los Misioneros de Provenza e inició el noviciado el 25 de enero. Conocía, al parecer, a Santiago Marcou (1799-1826) entonces novicio en Notre-Dame du Laus. En carta del 11 de mayo de 1822 éste le apremiaba a seguirle con estas palabras: “Oh, querido amigo, si no temiera ser sospechoso, le hablaría de la dicha que se experimenta en nuestra santa casa; le hablaría del espíritu de nuestro Instituto. Con todo, me basta decirle que tendemos todos a la perfección; perfección que no dejaremos de alcanzar siguiendo fielmente nuestra santa regla; que trabajamos por la mayor gloria de Dios en la salvación de las almas; que abrazamos todo el bien que es posible hacer; las almas más abandonadas no quedan exentas de nuestra ambición; en una palabra, que no tenemos más que un corazón y un alma, Cor unum et anima una. Ahí tiene bastante para darse una idea de nuestra casa…”

El noviciado fue una dura prueba para Hipólito Guibert: oposición a esa vocación de parte de su padre, ausencia del padre de Mazenod, entonces en París con ocasión del nombramiento de Fortunato de Mazenod para la sede de Marsella, dudas sobre la solidez del instituto todavía no aprobado por Roma, cambio de maestros de novicios (primero Deblieu, luego Courtès), etc. Logró poco a poco superar esas tentaciones gracias al padre de Mazenod que le escribió entonces varias cartas para animarle, especialmente la del 26 de junio en la que, con cierto sentido profético, se lee esto: “Ánimo, muy querido hijo, no se extrañe de que el demonio acumule sobre usted las nubes de su furor y que perturbe su alma como en una tempestad […] El enemigo no le daría tantos golpes, se encarnizaría menos en seducirle si no temiera nuestro ministerio. Aunque, hablando propiamente, él no conozca el porvenir con certeza, su perspicacia natural le descubre los acontecimientos que dependen de las causas segundas de forma que no se engañe. Él ha concluido del temple de alma que Dios le ha otorgado a usted, de las gracias particulares con que la bondad divina se ha dignado adornarle, y de la vocación a la que le ha llamado, la cual le coloca a usted, por decirlo así, bien armado en el campo enemigo con los guerreros de la fe que en nombre de Jesucristo ganan tantas victorias cuantos son los combates que entablan; ha concluido, digo, que también usted sería temible para su imperio…”

Durante el año 1823, a fin de ayudar a Mons. Fortunato, los padres de Mazenod y Tempier aceptaron ser vicarios generales de Marsella. Esto provocó el descontento en la Congregación y varios padres la dejaron. El Fundador llegó entonces a Aix el 7 de noviembre, primer viernes del mes, y prescribió a la comunidad un ayuno a pan y agua. Por la noche, hizo apagar las luces y se infligió una flagelación sangrienta, se postró luego en el umbral del refectorio y obligó a los padres y hermanos a pisarle. Esta escena extraordinaria produjo en Hipólito Guibert una impresión profunda y duradera. Todas sus vacilaciones cayeron para siempre. Fue ordenado subdiácono en las témporas de adviento y profesó el 29 de diciembre. Continuó entonces, sobre todo con lecturas, el estudio de la teología. Sin embargo, el padre Courtès daba lecciones de sagrada Escritura y, desde el verano de 1824, el padre Albini enseñó la moral y también el italiano. Guibert recibió el diaconado el 18 de diciembre de 1824 y el 14 de agosto de 1825 fue ordenado sacerdote en Marsella por Mons. Fortunato de Mazenod.

Primeros ministerios (1824-1828); superior en N.-D. du Laus y en el seminario de Ajaccio (1829-1841)

Antes de ser ordenado sacerdote, Hipólito Guibert fue a fundar la casa de Nîmes con los padres Honorat y Mie, superior. Tomó parte en varias misiones y retiros y fue también capellán de prisiones.

Cuando el Fundador viajó a Roma en 1825-1826 para la aprobación de las reglas, resolvió formar mejor a sus religiosos. A su regreso a Francia nombró al padre Guibert maestro de novicios. Este desempeñó el importante cargo desde julio de 1826 hasta la primavera de 1828, con breves ausencias por enfermedad en 1827 o por participar en algunas misiones. Su salud se alteró. Fue preciso hacerle cambiar de aire y volvió a Nîmes durante unos meses en 1828 antes de ser enviado a Notre-Dame du Laus.

El padre Guibert fue superior en Notre-Dame du Laus de mayo de 1929 a fines de 1834. Desplegó allí talentos variados como director de aquel santuario mariano, misionero, maestro de novicios, profesor, etc. También tuvo que enfrentar algunos problemas graves que supo resolver con inteligencia y valentía. Primero, la Revolución de julio de 1830 acabó con las misiones parroquiales por algunos años. El superior de Notre-Dame du Laus acogió entonces a sacerdotes en retiro, ayudó a los párrocos de las parroquias de alrededor y apremió al Fundador a que enviara Oblatos a América: “Hace falta un elemento al celo de una Congregación naciente, escribe en 1832, el reposo nos resultaría mortal”. Defendió la moral de san Alfonso contra Mons. Miollis, obispo de Digne, jansenista, y contra Mons. Arbaud, obispo de Gap, galicano. En 1832 los novicios regresaron de Suiza adonde habían sido enviados cuando la Revolución de julio. El padre volvió a ser maestro de novicios durante un año, ayudado por el padre Adriano Telmon que enseñó sagrada Escritura. Durante sus seis años de superiorato en Laus, el padre Guibert hizo restaurar el antiguo convento y comenzó la construcción de un campanario. Por dondequiera que pasó emprendió importantes construcciones. Decía: “Una obra no queda establecida sólidamente más que cuando está dentro de sus murallas”.

El 18 de octubre de 1834 escribe Mons. de Mazenod al padre Guibert: “Un amplio horizonte se abre ante nosotros: tal vez somos llamados a regenerar el clero y todo el pueblo de Córcega. El obispo nos llama para dirigir su seminario y está dispuesto a confiarnos las misiones de su diócesis; hay que tomar o dejar […] Pero ¿a quién enviar para fundar ese establecimiento importante? Hacen falta profesores, hace falta sobre todo un superior muy capaz. No tenemos más que a usted, querido padre, en la Sociedad que reúna las cualidades requeridas para hacer esa fundación …” Ya el 19 de setiembre anterior el Fundador había anunciado a Mons. Santos Casanelli d’Istria que los Oblatos aceptaban la dirección del seminario mayor y había añadido: “Le daré luego como superior al sacerdote más distinguido de nuestras comarcas, tanto por su profunda piedad, como por la amplitud de sus conocimientos y por la finura de su espíritu cultivado…”

Superior del seminario mayor de Ajaccio de 1835 a 1841, el padre Guibert se mostró digno de la confianza del superior general. En unos años logró entrar en posesión del antiguo seminario y añadirle tres pisos. Los alumnos pasaron pronto de una quincena a más de un centenar, con algunos profesores competentes, en particular los padres Albini en moral, Telmon en sagrada Escritura y Moreau en dogma. Para obtener subsidios el padre Guibert tuvo que ir con frecuencia a París, donde se relacionó y se hizo amigo de los ministros y del rey Luis Felipe. Entonces fue cuando desarrolló sus dotes de diplomático y logró reconciliar a Mons. de Mazenod con el rey que no quería saber en Francia del obispo de Icosia, nombrado obispo en 1832 por el papa Gregorio XVI sin autorización del gobierno.

En París el gobierno, que entonces designaba a los obispos, no tardó en pensar en el superior del seminario mayor de Ajaccio para una sede. Su nombre empezó a circular en los ministerios a partir de 1837, cuando se trataba del nombramiento de algunos obispos, especialmente del de Gap. El 10 de agosto de 1841 el diario L’Ami de la Religion anunciaba su nombramiento para Viviers. Salió en seguida para París, donde durante seis meses aguardó las bulas del nombramiento papal. El 11 de marzo de 1842 Mons. Eugenio de Mazenod le ordenó obispo en la iglesia de Saint Cannat en Marsella.

Obispo de Viviers (1842-1857)
Cuando el concordato de 1801, la diócesis de Viviers se había juntado a la de Mende. Restablecida en 1821, tuvo como pastores a los monseñores Andrés Moulin (1823-1825) y Pedro Francisco Bonnel (1826-1841).

Bien acogido por el clero y los fieles, Mons. Guibert empezó haciendo la visita pastoral a los centros más importantes. Ya el primer año confirmó a 18.000 personas. Tomó cinco años para visitar todas las parroquias de la diócesis. Escribió el 6 de diciembre de 1847: “Acabo de terminar la visita pastoral de mi diócesis: no hay parroquia por pequeña que sea, o porque se halle situada en las montañas más inaccesibles, donde yo no haya pasado veinticuatro horas y cumplido las funciones de mi ministerio. Esas correrías han sido acompañadas de muchas fatigas pero también de abundantes consolaciones. No sé si me será dado hacer por segunda vez ese trabajo, pero en todo caso, dejaré pasar unos cuantos años antes de reemprenderlo en el mismo plan y de manera general”.

Después de haber adquirido un conocimiento general de su diócesis, el obispo trabajó por restablecer el espíritu de obediencia, de respeto y de caridad en el clero turbado y dividido por los abates Carlos Regis y Agustín Vidal Allignol. Estos dos hermanos, párrocos de la diócesis, habían publicado en 1839 la obra De l’état actuel du clergé de France en la que los autores protestaban contra la excesiva dependencia del clero inferior respecto de los superiores eclesiásticos, y pedían la inamovilidad de los párrocos. Ese libro, bien acogido por una parte del clero, fue censurado por los obispos. Surgió una polémica entre el clero y en los periódicos. Mons. Guibert había tomado como divisa episcopal Suaviter et fortiter. Utilizó primero el suaviter pero en 1844, preocupado por la dañina influencia ejercida sobre el clero por los hermanos Allignol, les retiró las facultades de predicar y confesar y les prohibió el uso del oratorio privado. En 1845 escribió dos cartas pastorales sobre la amovilidad de los ministros y sobre las tendencias peligrosas de un partido contra la autoridad episcopal. El uso del fortiter logró someter a los rebeldes que volvieron a la obediencia y fueron nombrados párrocos de Mélas.

Mons. Guibert se interesó por los problemas de la Iglesia de Francia. Se mostró poco favorable a los concilios provinciales. Escribió varias cartas al ministro de educación a favor de la libertad de enseñanza, pero no se comprometió en la lucha surgida entre los diarios L’Univers y L’Ami de la Religion cuando se planteó la polémica sobre la cuestión de los clásicos cristianos y de los clásicos paganos.

Fundó varias instituciones diocesanas. A raíz de las leyes sobre la libertad de enseñanza en 1850, hizo construir un seminario menor sn Aubenas en el centro de la diócesis; fundó una caja de jubilación para los sacerdotes ancianos, instituyó exámenes anuales para los sacerdotes jóvenes, conferencias eclesiásticas y la vida común de los párrocos y de los vicarios. Alentó a las Congregaciones religiosas, defendió a los Jesuitas y en 1846 confió a los Oblatos de María Inmaculada la dirección del santuario de Notre-Dame de Bon Secours en Lablachère. Situada en el confín de las diócesis de Viviers, de Nîmes y de Mende, esa casa permitió a los Oblatos extender su campo de apostolado misionero.

Mons. Guibert permaneció íntimamente ligado a Mons. de Mazenod. Tuvo correspondencia regular con él e hicieron juntos una visita a Córcega en 1851. Tomó parte en los Capítulos generales de 1826, 1831, 1837, 1843 y 1850. Asistente general desde 1831, en 1850 pidió no ser reelegido.

Arzobispo de Tours (1857-1871)

Siempre en buenas relaciones con las autoridades públicas, Mons. Guibert renunció al arzobispado de Aviñón en 1848, al de Grenoble en 1852 y al de Aix en 1857. Pero ese año fue trasladado al arzobispado de Tours por decreto imperial del 4 de febrero.

En Tours sucedía a Mons. Francisco Nicolás Morlot, recién nombrado arzobispo de París. Éste, al dejar la sede de Tours, dejaba pesadas deudas. Mons. Guibert escribe al respecto: “Ya he experimentado la gran llaga que encuentro aquí, el mal estado de las finanzas. Es algo increíble: más de trescientos mil francos de deuda, todos los recursos agotados, imposible sacar nada del clero ni de los fieles, que han sido ya sangrados en las cuatro venas”. Cerró en seguida, por un año, el seminario menor y luego la casa de educación de San Luis Gonzaga y el colegio eclesiástico de Loches. Obtuvo después importantes subsidios del gobierno y en unos años logró pagar las deudas.

Como en Viviers, empleó luego algunos años para hacer la visita pastoral de todas las parroquias. En 1859 impuso la liturgia romana, pero conservando algo del rito exterior antiguo de su diócesis. Escribió varias cartas pastorales sobre la necesidad del retiro anual del clero, los exámenes anuales de los sacerdotes jóvenes, el éxodo a las ciudades, el culto de los santos, etc. En 1865 reunió al clero en sínodo.

Entre las obras de su estadía en Tours hay que poner en primer plano la iniciativa tomada, con el Sr. Dupont, para reconstruir la célebre basílica nacional de San Martín, casi enteramente destruida durante la Revolución. En 1860, se volvió a hallar el sepulcro bajo los escombros. Se levantó una capilla provisoria y se confió a los Oblatos en 1867. En 1870 el obispo había recogido ya más de un millón de francos y pudo comenzar la construcción de la basílica.

Durante la guerra por la unidad de Italia, defendió, como la mayoría de sus colegas, con firmeza y moderación los derechos de la Santa Sede y el poder temporal del Papa. Participó en el primer Concilio Vaticano. Ya en 1865 había escrito a Pío IX declarándose favorable a la celebración de un concilio no doctrinal, únicamente para afirmar el poder temporal, confirmar el Syllabus de 1864 para las cuestiones disciplinares, la inamovilidad de los párrocos, la libre comunicación de los obispos con Roma, la unidad litúrgica, etc., pero la definición de la infalibilidad pontificia le parecía inútil e inoportuna. Por razones de salud salió de Roma antes de que se votara sobre ese tema, pero envió en seguida su adhesión al Papa.

En el transcurso de la guerra franco-alemana de 1870, Mons. Guibert mostró la amplitud de su caridad instalando dispensarios en su residencia, en sus seminarios y en su casa de campo. Acogió también en el obispado a miembros del gobierno provisional, trasladado a Tours durante tres meses. Cuando la capital quedó privada de su arzobispo, Mons. Jorge Darboy, fusilado el 24 de marzo de 1871, el gobierno de la Defensa nacional, que había podido apreciar los talentos y las virtudes del prelado, lo propuso para el arzobispado de París.

Arzobispo de París (1871-1886) y cardenal (22 de noviembre de 1873).

Pío IX preconizó a Mons. Guibert como arzobispo de París el 27 de octubre de 1871; el siguiente 27 de noviembre éste tomaba posesión de su sede y quedaba instalado en Notre-Dame. Tenía entonces 69 años. Asumió primero a Mons. Santiago Jeancard como auxiliar y luego, en 1875, obtuvo como coadjutor a Mons. Richard, obispo de Belley. Consagró sus primeras solicitudes a la obra de los huérfanos de la guerra, y luego trabajó en forma metódica para hacer construir iglesias y formar parroquias en los suburbios de París.

Caracterizó su episcopado por dos iniciativas capitales: la creación en 1875 de la Universidad católica (llamada Instituto Católico en 1880) cuya dirección confió a Mons. d’Hulst, y la construcción de la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, a la que llamó a los Oblatos que crearon un movimiento de oración y de devoción al Sagrado Corazón que ha tenido muy grande influencia en Francia y en el mundo. La primera piedra del edificio se colocó el 16 de junio de 1875.

Mons. Guibert fue elevado al cardenalato el 22 de diciembre de 1873. Como tal tomó parte en el cónclave en el que fue elegido papa León XIII en 1878.

Su edad, su experiencia y su sabiduría, y la austera sencillez de su vida lo convirtieron en el consejero de sus hermanos en el episcopado. Él fue quien consagró la basílca de Lourdes en 1876 y la iglesia de Louvesc en la diócesis de Viviers en 1877. Él coronó a Nuestra Señora de La Salette en 1879 y a Nuestra Señora del Buen Socorro en Ardèche en 1880.

Diplomático por naturaleza, siguió interviniendo ante el gobierno y ante la opinión pública cuando hubo que formular reivindicaciones, señalar algún peligro social y defender libertades. No faltaron las ocasiones y siempre lo hizo con un tono moderado y prudente, pero con fuerza y dignidad. Su biógrafo, Paguelle de Follenay, escribe: Estas tres fueron las cualidades dominantes del cardenal Guibert: “Una energía indomable, una bondad que el público no supo siempre descubrir bajo el velo austero de sus rasgos, y una prudencia llena de tacto en el manejo de los hombres así como en la conducción de los asuntos”.

A pesar de sus numerosas actividades, el cardenal siguió muy apegado a la Congregación. Fue siempre el consejero de Mons. de Mazenod y del padre José Fabre. Participó en los Capítulos de 1856, 1861, 1867 y 1873, e hizo una visita a los capitulares en Autun en 1879. Fue conconsagrante de Mons. Alejandro Taché en 1851 y el consagrante de Mons. Enrique Faraud en 1863, de Mons. Cristóbal Bonjean en 1868 y de Mons. Mateo Balaïn en 1878. Siendo arzobispo de París, pasaba habitualmente con los Oblatos de la casa general de la calle San Petersburgo la fiesta de la Inmaculada Concepción.

El cardenal Guibert murió el 8 de julio de 1886. Su cuerpo descansa en la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.