Nació en Chimilin (Isère) el 28 de setiembre de 1824
Tomó el hábito en N.-D. de l’Osier el 7 de setiembre de 1848
Fue ordenado sacerdote en N.-D. de l’Osier el 19 de agosto de 1849
Profesó en N.-D. de l’Osier el 8 de setiembre de 1849 (nº 262)
Murió en N.-D. de Talence el 11 de mayo de 1863.

Francisco Javier Guinet nació en Chimilin, cantón de Pont-de-Beauvoisin en la diócesis de Grenoble, el 29 de setiembre de 1824. Estudió la teología en el seminario mayor de Grenoble y, luego de haber recibido el diaconado, entró en el noviciado de Notre-Dame de l’Osier el 7 de setiembre de 1848. Fue ordenado sacerdote por Mons. de Mazenod en visita a l’Osier el 19 de agosto de 1849 e hizo la oblación el 8 de setiembre siguiente.

Queda en Notre-Dame de l’Osier hasta 1856 y predica misiones con el padre Vincens. El Fundador se escribe con él en 1852 y 1853 y le dice que le deja en el noviciado porque le sabe capaz de dar buen ejemplo a la comunidad. Añade el 7 de setiembre de 1852: “La paz de que usted goza, mi querido hijo, es una recompensa de su fidelidad y de su buen espíritu. Esto mismo es un don de Dios que nunca podríamos agradecer bastante”.

En marzo de 1855 se entera de que el padre no se cuida bastante en misión y altera su salud. En mayo y junio le hace ir a descansar en Marsella. En setiembre de 1855 el padre Guinet es nombrado consultor extraordinario de la provincia del Norte, y en setiembre de 1856 maestro de novicios en Nancy. Pasado un año, a raíz de algunas predicaciones, escupe sangre y se le envía a descansar en Fréjus, desde finales de 1857 hasta los primeros meses de 1858. Vuelve a Nancy en agosto de 1858 como superior y maestro de novicios.

En 1860-1861 es superior y misionero en Vico (Córcega) y luego provincial del Mediodía desde diciembre de 1861 al 23 de febrero de 1863. Cae enfermo y tiene hemorragias. El padre Fabre le obliga a ir a descansar en Notre-Dame de Talence a primeros de abril de 1863. Muere allí el 11 de mayo de 1863 a la edad de 38 años y 7 meses. Uno de los padres de Burdeos escribe entonces al padre Fabre: “Esta cruel pérdida, aunque prevista, no ha dejado de ser vivamente sentida. Pero tenemos la convicción de que contamos con un santo más en el cielo… Aquel a quien lloramos nos ha edificado constantemente durante su vida por su celo del todo apostólico y por su angélica piedad. Su dedicación a la gloria de Dios y al bien de la Congregación ha sido llevada en estos últimos tiempos, podemos decirlo, hasta el heroísmo”.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.