1. Ojeada A Nuestra Historia
  2. La Emergencia Del Laicado
  3. Los Laicos En Las Constituciones Y Reglas Y En Los Capítulos Generales
  4. Tipología De Los Laicos Que Comparten El Carisma Oblato
  5. Criterios Para Promover La Asociación De Laicos
  6. Congreso Internacional De Los Laicos Asociados

OJEADA A NUESTRA HISTORIA

El Fundador no instituyó asociación, tercera orden o movimiento para sostener la misión o las vocaciones ni tampoco para difundir la espiritualidad que anima a los oblatos [1]. Sin embargo, antes de fundar a los oblatos, estableció en Aix la Congregación de la Juventud Cristiana [2]. Más tarde, durante las misiones populares, sintió la necesidad de organizar asociaciones, grupos y cofradías para asegurar la perseverancia de los convertidos y los frutos de la misión misma [3]. En 1825 y 1856 incluso dirigió a Roma solicitudes para obtener privilegios, gracias e indulgencias, a fin de atraer miembros, afianzar su pertenencia y expresar la comunión profunda que los unía entre sí y con los oblatos [4].

Aunque quienes han concebido y vivido el carisma oblato son religiosos misioneros, agrupados en la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, este carisma ha conocido una irradiación notable. Tuvo expresiones diversas, como la fundación de congregaciones e institutos numerosos y variados [5] y la formación de asociaciones locales que, a partir de 1905 se unieron para formar la Asociación de María Inmaculada [6].

El trabajo de los oblatos en la promoción del laicado ha sido más vasto. Apoyaron, por ejemplo, la organización de la Acción Católica [7] y la formación de catequistas en misión. No sólo han evangelizado, pero se han esforzado por extender la Iglesia y constituir comunidades cristianas vivas, según las circunstancias y las necesidades.

LA EMERGENCIA DEL LAICADO

La Iglesia de hoy se caracteriza por la emergencia del laicado a través de formas de asociación y de compromisos múltiples. Y se señala todavía más por una conciencia renovada de su naturaleza. El concilio Vaticano II ahondó en el misterio de la Iglesia. El sínodo de 1987 sobre la vocación y la misión de los laicos, sacó conclusiones de ello [8]. Los laicos se definen en función de su inserción en Cristo y por tanto en la Iglesia, y no por relación al clero o a los religiosos. Forman plenamente parte de la Iglesia; son llamados a la santidad de los discípulos de Cristo y son protagonistas de la misión confiada a todo el Pueblo de Dios.

Al lado de las muchas asociaciones creadas en estos últimos decenios, se han desarrollado múltiples formas de comunidades eclesiales y numerosos movimientos católicos, como los “carismáticos”, los “focolares”, “el Arca”, los movimientos familiares. Las terceras órdenes encontraron unas estructuras y un dinamismo nuevos. Los carismas actuales tienen tendencia a expresarse a través de los diversos estados de vida del Pueblo de Dios y a convertirse en movimientos. Por lo demás, la fuerte espiritualidad de algunos santos ha tendido siempre a ejercer influencia en diversos ambientes y a formar movimientos en la Iglesia. Esta influencia resulta más evidente y los movimientos son más estructurados.

LOS LAICOS EN LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS Y EN LOS CAPÍTULOS GENERALES

Las C y R de 1982 hablan del laicado en tres artículos, uno sobre el laicado en general (R 6) y los otros dos sobre el laicado en su relación con los oblatos. El primero de éstos dice: “Algunos laicos se sienten llamados a tomar parte activa en la misión, en los ministerios y en la vida comunitaria de los Oblatos” (R 27). El segundo se refiere a la Asociación misionera, a “grupos de laicos que deseen participar en la espiritualidad y en el apostolado de los oblatos” (R 28). Hay que admitir que no resulta demasiado clara la divisoria entre ambas reglas; lo mismo vale de las dos formas de cooperación. La regla 27 usa términos como “activa” y “comunitaria” que no aparecen en la regla siguiente. Esta, en cambio, habla de “espiritualidad” que es un elemento básico en todas las formas de asociación. La regla 28, que habla de la Asociación misionera, parece menos incitante.

Los siguientes Capítulos son reveladores sobre el tema. En su documento Misioneros en el hoy del mundo, el Capítulo de 1986 insistió en la promoción del laicado católico en todas sus formas. Situándolo en el contexto de la vida y de la teología de la Iglesia de hoy, lo conecta con diversos valores oblatos, como el servicio a la Iglesia local, la cercanía a la gente y la entrega al servicio de los pobres, con y por ellos mismos. [9]

El documento indica dos objetos importantes que merecen pleno respeto: “[…] el papel primordial e irremplazable de los bautizados en todas las realidades de su vida cotidiana […y] su papel específico en la comunidad eclesial, puesto que la evangelización incumbe a todo bautizado” [10]. Siguen algunas recomendaciones concretas: buscar con ellos nuevas formas de evangelización, integrarlas en las instancias de decisión de la Iglesia, promover el puesto y el papel de la mujer, apoyar la participación laical en los organismos activos para la transformación de la sociedad y su presencia en los medios de comunicación social. Se declara que estamos dispuestos a “poner nuestros recursos al servicio de los laicos cuya actividad misionera se ejerce en el corazón del mundo” y que el compartir con ellos será “un lugar privilegiado de formación y de evangelización mutuas” [11]. El Sínodo de 1987 sobre la vocación y misión del laicado y la exhortación apostólica que siguió, Christifideles Laici, confirmaron esa proyección y exploraron más a fondo las directivas dadas en el documento del Capítulo [12].

El Capítulo de 1986 recordó lo que es peculiar en la vocación y misión de los laicos cristianos. Pero subrayó ciertas características del carisma oblato, tales como el compromiso de servir a los pobres con y por los pobres mismos y la búsqueda de nuevas formas de evangelización adaptadas a las necesidades del mundo de hoy [13]. Es de esperar que los laicos que cooperan con los oblatos tomen por modelo nuestro carisma misionero, que tiene por objeto la evangelización de los pobres.

En Testigos en comunidad apostólica el Capítulo de 1992 volvió a tocar el tema del laicado y los nuevos modos de asociación de que hablan la regla 27 y el documento del Capítulo anterior (MHM, nº 76) [14]. El texto hace hincapié en el hecho de que el deseo de compartir el carisma proviene a menudo de los mismos laicos (nº 40 y 44, § 3). Por consiguiente, los oblatos deben estar más dispuestos a acogerlos y sostenerlos (nº 44, § 3) y a buscar estructuras de comunión (nº 41). Estas estructuras no deben ser institucionalizadas con demasiada rapidez (nº 43) y hay que asegurar a las personas una formación apropiada (nº 44, § 6). Hay que reconocer que “hay diferentes modos de participación en el carisma oblato” (nº 43). A diferencia de la regla 27, el texto no solo subraya el papel central del aspecto misionero, sino que acentúa el aspecto espiritual (nº 44, § 2). Este compartir tiene como objetivo no solo la misión y los ministerios, sino todo el carisma, que varias veces se menciona (nº 40 y 44, § 2, 3 y 4). En vez de hablar de una participación activa en la vida de comunidad como hace la regla 27, el documento usa términos de comunión y participación (nº 41, 42 y 44, § 7), de comunicación e información (nº 44, § 5) y de enriquecimiento mutuo (nº 41, 42 y 44, § 2). Estas formas de asociación son un signo de los tiempos (nº 40); representan una prioridad para el futuro de la Congregación (nº 39) y muestran ya ventajas para ambas partes, siendo fuente de vitalidad para todos y afectando a la calidad de nuestro testimonio (nº 41 y 42).

Para dar curso a estas directivas de los Capítulos, la Administración general tomó cierto número de iniciativas [15]. Entre otras, en 1992 realizó una encuesta en las provincias y delegaciones de la Congregación. De ellas, 36 respondieron al cuestionario y 26 se abstuvieron. De las que respondieron, 8 afirmaron poseer una estructura para la asociación de los laicos, y 5 dijeron que estaban tratando de ponerla en pie. A estas últimas hay que añadir otras 4 provincias que tienen asociaciones de laicos. Sin embargo, está aumentando el interés por estas formas de participación. Se pide más información acerca de las formas de asociación que existen, sobre el modo de establecerlas y sobre el material de animación disponible.

Las respuestas dadas a la encuesta dirigida por la Administración general han sido resumidas por el P. Ernest Ruch [16]. Yo añado, entre paréntesis, algunas notas complementarias:

“A pesar de las diferentes situaciones y de la diversidad de sensibilidades, medios culturales y vocabularios que hay que respetar, las respuestas se asemejan:

1. Hay laicos que comparten una misión con los oblatos (un ministerio, un trabajo común, una experiencia de vida). De ello ha resultado un mutuo conocimiento y admiración. Lo cual ha dado a los laicos el deseo de compartir más la espiritualidad y el carisma que animan a los oblatos con quienes trabajan. Otros han visto a los oblatos en el trabajo y han deseado compartir su carisma, a fin de ser capaces de cooperar en su misión.

2. Se insiste con frecuencia en la necesidad de flexibilidad en las estructuras, para que los laicos puedan seguir ejerciendo su profesión si lo desean. De hecho, algunos sostienen que eso es necesario para mantener el carácter laical de su compromiso.

3. Varios mencionan que una expresión comunitaria de fe (oración, retiros, etc. ) es importante o esencial para poder compartir el carisma oblato. Otros hablan de la importancia de una estrategia común en la misión y el ministerio.

4. Todos presuponen la existencia de un período de formación y de discernimiento, y parecen tomar como adquirido un compromiso mutuo entre laicos asociados y oblatos. La forma concreta que toman estos aspectos es variada”.

TIPOLOGÍA DE LOS LAICOS QUE COMPARTEN EL CARISMA OBLATO

1. Los laicos se asocian con los oblatos de múltiples formas. Entre estas formas de colaboración hay que hacer una distinción importante.

a. La cooperación con los oblatos puede consistir en trabajar con ellos en un ministerio particular, como lo hace cualquier cooperador pastoral en la Iglesia, por ejemplo, en una parroquia, una escuela o una misión. En estos ministerios los oblatos tienen generalmente un estilo peculiar y ponen el acento en valores que reflejan su carisma. Así trasmiten algo a sus colaboradores. No obstante, los oblatos son ante todo una expresión de la Iglesia y los laicos que se entregan a trabajar con ellos lo hacen como miembros de la comunidad eclesial local.

b. Por otra parte, los laicos pueden sostener el trabajo y la vida de los oblatos y cooperar formando cuerpo con ellos y compartiendo su carisma peculiar. La amplitud de esta participación puede variar considerablemente y llegar tan lejos como un compromiso basado en la espiritualidad de los oblatos y en su misión en el mundo. En este contexto situamos las dos formas de asociación generalmente reconocidas, a saber: los miembros de la AMMI y los laicos asociados. La distinción entre las dos categorías no está claramente definida, pues en ciertos lugares no hay más que una organización con diferentes grados de pertenencia. Con todo, la distinción podría expresarse así: los miembros de la AMMI sostienen la obra de los oblatos desde fuera; los asociados comparten el carisma oblato, por decirlo así, desde el interior. Yo querría tratar un poco más en detalle de esta última forma de pertenencia.

2. Por naturaleza, un carisma es abierto y capaz de desarrollarse en armonía con la Iglesia. Puede ser vivido por un grupo de personas que eligen la consagración religiosa, como ha sido el caso de los oblatos desde su fundación. El grupo que forma la Congregación de los oblatos constituye el núcleo central y el medio principal por el que se ha trasmitido el carisma oblato.

En el decurso de la historia, este carisma ha dado origen a otras formas de vida consagrada en institutos religiosos y, más recientemente, en institutos seculares. En general estos institutos han sido fundados por oblatos o con ayuda de ellos. Más recientemente todavía, se ha reconocido la evidencia de que el carisma oblato puede ser vivido por laicos, tanto en grupo como individualmente.

Ciertas afirmaciones del documento capitular de 1992, Testigos en comunidad apostólica, se basan en esa realidad histórica. “Hay diferentes modos de participación en el carisma oblato” (nº 43). Precisamente porque “no somos propietarios de nuestro carisma; pertenece a la Iglesia” (nº 40), las diferentes formas de “encarnar” el carisma han ido de acuerdo con el desarrollo de la vida de la Iglesia. En esto Eugenio de Mazenod no fue un precursor, como lo fue el sacerdote Pedro Bienvenido Noailles, fundador del movimiento de la Sagrada Familia.

3. Los diferentes grupos comparten el carisma según su estado religioso o laico. Hay una diferencia complementaria entre la vida religiosa y la vida laical. La primera refleja en forma especial la trascendencia y la segunda la inmanencia del Reino, aunque ambas son una búsqueda de la perfección evangélica y dan testimonio de un mismo Dios. Con todo, su modo de existencia y de acción es diferente. Tanto los religiosos como los laicos pueden ser llamados a vivir en comunión el mismo carisma, aunque conservando su independencia por razón de sus vocaciones diferentes. Así pues, hay que ver la diversidad en la forma de vivir el carisma como una realidad a la vez dialéctica y complementaria, y por tanto mutuamente enriquecedora sin ser unívoca [17].

4. Hay diferentes facetas o dimensiones en un carisma. El Congreso de 1975 enumeró nueve, siguiendo en esto una larga tradición [18] . Se pueden clasificar en tres grupos según que conciernan a la misión, a la espiritualidad o a la comunión.

Se acepta comúnmente que los religiosos y los laicos comparten los valores espirituales y la perspectiva misionera. No obstante, el aspecto de “vida de comunidad” puede vivirse como una comunión que implica ciertas manifestaciones externas, más que como una participación en el sentido canónico del término. He aquí lo que escribe el P. García Paredes acerca de esto: “Hablamos de asociar el laicado a nuestro espíritu y a nuestro ministerio. Esta asociación se realiza generalmente en dos niveles: en el nivel de la espiritualidad y en el del compromiso apostólico. No vemos cómo pueda efectuarse en el nivel de la vida de comunidad, salvo si se trata de las actividades comunitarias usuales. De todos modos, una asociación quedaría marcada, no por una simple ‘asistencia’ o subordinación de los laicos a los religiosos, sino por cierta analogía. En esta perspectiva los institutos religiosos tienden a considerarse como los herederos y los principales guardianes del carisma […] Para que no se reduzca a una simple cooperación en los trabajos apostólicos, la asociación debe incluir una comunión permanente en la espiritualidad del carisma, como inspiración y fundamento de todo. Sin embargo, la espiritualidad del carisma necesita ser traducida en una espiritualidad de personas laicas. Por cierto, una asociación misionera pide que los laicos guarden un amplio campo de iniciativa y de independencia en todo lo que hacen […] La asociación resulta más compleja en el nivel de la comunidad y de la institución […] Parece fundamental intensificar la capacidad de ‘contagio espiritual’ en los institutos religiosos: tener laicos que participan en el espíritu del Instituto […] La cooperación no debe ser solo funcional sino espiritual” [19].

CRITERIOS PARA PROMOVER LA ASOCIACIÓN DE LAICOS

En su documento TCA el Capítulo de 1992 afirma que “nuestras relaciones con los laicos son una prioridad para el futuro de la Congregación y de la vida religiosa” (nº 39). La “participación en nuestra vida y en nuestra misión es fuente de vitalidad, de dinamismo y de fecundidad para todos, laicos y oblatos” (nº 41). “Estas formas de asociación tienen un influjo positivo en la fidelidad de las personas y de las comunidades al Evangelio. Afectan, pues, a la calidad de nuestro testimonio y revelan un nuevo rostro de Iglesia” (nº 42). Pero ¿cómo promover concretamente y de manera vivificante estas formas de asociación?

1. Hay que proponer una perspectiva misionera común que esté en armonía con el carisma oblato y que, por tanto, tenga por objeto evangelizar a los más abandonados. El Prefacio y las CC 5, 7, 8 y 9 son fuentes de inspiración. La idea de una nueva evangelización promovida por el Papa Juan Pablo II refleja la tradición oblata [20]. La “perspectiva misionera común” [21] puede, en ciertos casos, conducir a formas comunes de misión, pero se reduce las más de las veces a un testimonio común, que tiene su origen incluso en diferentes actividades [22].

2. Hay que favorecer una espiritualidad común que anime el empeño misionero oblato y que brote del mismo carisma [23]. Los elementos centrales de esta espiritualidad son estar centrado en Cristo Salvador (cf. C 2 y 4), ejercitar la caridad fraterna y el celo (cf. C 37) a ejemplo de María (cf. C 10). Otros aspectos son complementarios [24]. Pienso que ése es el aspecto que debe ser más subrayado y que puede unificar el movimiento de los asociados a la Congregación en las diferentes circunstancias. Según las provincias, el ministerio y la participación podrán tomar formas diversas, como sucede entre los mismos oblatos.

Es preciso que se respete el estado de vida laical tanto en la misión como en la espiritualidad. La directriz del Capítulo nos dice que debemos “fomentar y desarrollar las formas de asociación ya existentes y la creación de nuevas formas adaptadas a los diferentes lugares, salvaguardando los elementos esenciales del carisma oblato y respetando la vocación propia de los laicos en la Iglesia y en el mundo” [25]. El doble principio de salvaguardar lo esencial del carisma oblato y de respetar la vocación peculiar de los laicos constituye la regla de oro que debe guiarnos. Incluso si los laicos pueden ser asociados a formas de ministerio oblato, su función principal es promover el Reino de Dios en la sociedad [26]. Las posibilidades y los campos de servicio son enormes [27]. Ellos podrían, por ejemplo, ejercer un papel determinante y complementario del de los oblatos en el área de la promoción de la justicia [28].

4. Aun respetando la autonomía de unos y de otros, hay que promover la comunión entre los oblatos y los laicos asociados. No se trata de aspirar a la vida de comunidad, sino de “buscar estructuras de comunión al servicio de la misión, en un espíritu de creatividad y de concertación” (TCA, nº 41), de permitir “el intercambio de información y de experiencias” (nº 44, § 5), precisamente porque “somos conscientes […] de que es la hora de la comunión y de la solidaridad” (nº 44, § 7). El documento capitular de 1992, al no hablar, para los laicos, de tomar parte activa en la vida comunitaria de los oblatos, difiere con razón de la regla 27.

Hay dos formas de comunión que promover: encuentros regulares entre oblatos y laicos asociados y encuentros entre los asociados mismos para que formen grupos vivos, semejantes a las comunidades de base. Estas formas de comunión llevarán un testimonio evangelizador.

5. Las estructuras deben ser flexibles. Un movimiento basado en el carisma precisa estructuras y reglas, aunque éstas deben ser flexibles y adaptables. La preocupación del Capítulo se refiere a un solo conjunto de estructuras centralizadas, más bien que a estructuras provinciales (nº 43 y 44). Los laicos piden algo visible, organizado, que pueda brindarles apoyo y animación. Es necesario proveer a su formación para que puedan entrar en el carisma en todos sus aspectos (nº 44, § 6).

6. La Congregación, a nivel provincial, regional y general, debe avanzar con valentía, hacer lo que es preciso para responder a las aspiraciones de los laicos y tomar la iniciativa. Debemos “estar atentos a las aspiraciones de los laicos que son a menudo más amplias que nuestra respuesta. Llamar, invitar y estimular a los laicos a compartir el carisma oblato, y acoger a las personas que expresan el deseo de hacerlo” (nº 44, § 3). Aunque ciertas experiencias nos recuerdan que hace falta prudencia y discernimiento, ha llegado el momento de pasar a la acción. El Capítulo trazó ciertas directrices para las administraciones provinciales y general (nº 44).

CONGRESO INTERNACIONAL DE LOS LAICOS ASOCIADOS

El primer congreso internacional de los laicos asociados se tuvo en Aix, del 18 al 21 de mayo de 1996. Los participantes eran 43: 32 laicos y 11 oblatos. Los laicos provenían de 13 países, de las 6 regiones oblatas: 11 de Europa, 8 de Canadá, 5 de Estados Unidos, 4 de América Latina, 2 de Asia- Oceanía y 2 de Africa-Madagascar.

El congreso se propuso como objetivos: compartir experiencias entre asociados, clarificar lo que significa ser asociado oblato y dar orientaciones para el futuro. En el curso del congreso, las conferencias del P. René Motte: “Eugenio de Mazenod un santo para nuestro tiempo” y del P. Marcello Zago: “Los laicos asociados en el contexto eclesial” constituyeron los puntos de referencia. El documento final: “Apasionados por Jesucristo, la Iglesia y la Misión” fue elaborado y votado al fin de la tercera jornada.

La primera parte del documento concierne a la identidad de los laicos asociados. He aquí el texto:

“Respondiendo a una llamada de Cristo, los Laicos asociados viven su bautismo iluminados por el carisma de Eugenio de Mazenod. Con espíritu de familia, comparten entre sí y con los oblatos la misma espiritualidad y la misma perspectiva misionera.

“Los laicos asociados son apasionados por Jesucristo. Son sus discípulos siguiendo a los Apóstoles. Son testigos de la presencia viva de Cristo Salvador en medio del mundo. Profundizan en su relación con Cristo acudiendo asiduamente a la Palabra de Dios, a la meditación, la oración y la liturgia. La Eucaristía y el Evangelio son la fuente y el centro de toda su vida. María, que da Cristo al mundo, es su modelo.

“Los laicos asociados son apasionados por la Misión. Apasionados por la humanidad, tienen fe en la dignidad de cada uno ante Dios. Ven la realidad del mundo con la mirada de Cristo Salvador y Evangelizador. Metidos de lleno en las realidades seculares, hacen de la familia una de las prioridades de su misión, que viven con audacia, iniciativa, creatividad y perseverancia. Tienen preocupación de cercanía, de atención y de escucha de las personas. Van hacia ellas. Optan preferentemente por los pobres en sus múltiples aspectos. Nombran, denuncian y combaten las injusticias, a la vez que se preocupan de tomar parte activa en la historia de su pueblo.

“Como el Fundador, aman a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, signo e instrumento de Jesucristo en el mundo de hoy. Desean construir la Iglesia para responder a los retos del mundo de hoy y a las llamadas nuevas.

“Los laicos asociados mantienen un lazo de comunión con los oblatos, normalmente con una comunidad. Esta vinculación puede vivirse diversamente según las situaciones, pero es esencial.

“Los oblatos y los laicos asociados reconocen que se necesitan mutuamente; viven una relación de reciprocidad con apertura, confianza y respeto a la vocación de cada uno. Cada uno profundiza en el carisma de Eugenio de Mazenod según su vocación específica y enriquece al otro con sus descubrimientos y experiencias. Oblatos y laicos asociados viven la complementariedad en el crecimiento mutuo.

“Laicos asociados y oblatos se encuentran para releer su vida y sus compromisos en el mundo a la luz de la Palabra de Dios y del carisma del fundador. Pero la identidad del laico asociado se realiza igualmente en una asociación entre los mismos laicos asociados.

“Ser asociado supone un estilo de vida sencillo caracterizado por una manera de estar juntos impregnada de caridad, de fraternidad y de apertura a los demás. Son personas de oración. Conscientes de su pobreza ante Dios y ante los otros, viven en solidaridad con la gente de su ambiente.

“Diversas modalidades de compromiso formal o informal son posibles, según las Regiones y según la voluntad de los asociados laicos” [29].

Marcello ZAGO