1. Jesus Christus Et Maria Immaculata


JESUS CHRISTUS ET MARIA IMMACULATA
<

¿Cuándo oyó usted por última vez en una comunidad oblata esta jaculatoria, este saludo de familia? ¿A dónde fue esa antigua tradición casi bicentenaria de utilizar el L.J.C. et M.I. al final de tantos ejercicios de piedad o de reuniones de comunidad? ¿Por qué hemos abandonado prácticamente el uso de esta oración cristológico-mariana que ha sido característica de la Congregación y que tantas veces volvía a los labios a lo largo de cada jornada de un Oblato de María Inmaculada?

En el primer tomo de su obra Méditations pour tous les jours de l’année, el P. Boisramé consagra la meditación 19ª al saludo del oblato. He aquí un pasaje: “Al principio, el Patriarca de los oblatos empezaba su correspondencia con las letras L.J.C. Más tarde, cuando el Instituto recibió el glorioso título que le confirió León XII, añadió: et M.I. Amen.Laudetur Jesus Christus et Maria Immaculata. Amen. Este es el saludo en uso en toda la familia. Meditadlo para que no sea una fórmula vana. Jesucristo y María Inmaculada son el tema inagotable de vuestras alabanzas, de vuestra admiración y de vuestro amor” [1]. Y el P. Boisramé sugiere estas resoluciones como fruto de esta meditación:

1. Continuar la santa costumbre de encabezar los escritos con L.J.C. et M.I. 2. Saludar así con piedad a aquellos con quienes convivís, donde existe el uso. 3. Comenzar y terminar hoy todos los ejercicios particulares con esas palabras que os servirán como ramillete espiritual: Laudetur Jesus Christus et Maria Immaculata. Amen [2].

Esta cita es de 1887. Pero hay que reconocer que el fundador había sido iniciado a la práctica del saludo Laudetur Jesus Christus en el seminario de San Sulpicio, donde era de uso común. Además, una expresión semejante: Laudetur Jesus et Maria era tradicional entre los redentoristas en tiempo de nuestro fundador.

En su circular del 19 de marzo de 1865 [3], el P. José Fabre cita:

—una carta del abate de Mazenod escrita en Aix el 9 de octubre de 1815;

—la respuesta del abate H. Tempier escrita en Arles el 27 de oct. de 1815;

—dos cartas del abate de Mazenod escritas en Aix, el 15 de noviembre y el 13 de diciembre de 1815;

—la respuesta del abate Tempier, escrita en Arles el 20 de dic. de 1815.

Todas estas cartas de los sacerdotes de Mazenod y Tempier van marcadas con la invocación L.J.C. en el ángulo superior izquierdo de la primera página.

La revista Missions de 1872 es reveladora sobre el tema, en las páginas dedicadas al Viaje a Roma del Reverendísimo Padre Carlos José Eugenio de Mazenod fundador y primer superior general de la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada (1825-1826) [4]. Este relato contiene una serie de 26 cartas escritas por el P. de Mazenod del 1 de noviembre de 1825 al 16 de marzo de 1826: una al P. Courtès, otra a Mons. Fortunato de Mazenod y 24 al P. Tempier. Todas ellas comienzan por la invocación L.J.C. La carta nº 27, dirigida al P. Tempier el 20 de marzo de 1826 lleva, por primera vez, la inscripción L.J.C. et M.I. Esta misma invocación llevan las otras cartas escritas durante el viaje, de la nº 27 a la nº 40.

Pero volvamos a la carta del 20 de marzo a Tempier y citemos algunas líneas de ella para gustar el ardor sentido por el Fundador ante la aprobación de nuestro nombre de Oblatos de María Inmaculada. Sin duda alguna por esa razón añadió inmediatamente et Maria Immaculata a la invocación L.J.C. que por tanto tiempo había encabezado toda su correspondencia.

“¡Ojalá comprendamos bien lo que somos! Espero que el Señor nos concederá esa gracia, con la asistencia y por la protección de nuestra santa Madre, María Inmaculada, a quien hemos de profesar una gran devoción en nuestra Congregación. ¿No le parece que es una señal de predestinación llevar el nombre de Oblatos de María, es decir, consagrados a Dios bajo los auspicios de María, de quien la Congregación lleva el nombre como apellido que le es común con la Santísima e Inmaculada Madre de Dios? Es como para que nos tengan envidia; pero es la Iglesia la que nos ha dado este hermoso título, y nosotros lo recibimos con respeto, amor y agradecimiento, orgullosos de nuestra dignidad y de los derechos que nos da a la protección de la Todopoderosa ante Dios” [5].

No cabe duda de que, tras la aprobación de la Congregación con el nombre de Oblatos de María Inmaculada en 1826, la voluntad expresa del Fundador fue que el saludo Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada formara parte del tesoro familiar. Insiste a menudo en el uso de la invocación advirtiendo que se la ha olvidado. Por ejemplo, en una carta al P. C. Bellon, añade esta postdata: “Olvidó usted comenzar su carta con L J C et M.I. [6] . Y poco después, el 15 de agosto de 1846, escribe al superior de Ajaccio: “Me intereso con razón por la uniformidad en nuestros usos: el de encabezar nuestras cartas con la invocación en honor de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre Inmaculada se adoptó desde el comienzo. Hace falta, pues, tomar esa costumbre y procurar que los otros obedezcan” [7].

En su obra sobre el espíritu y las virtudes del Fundador, el P. Eugenio Baffie nos confirma una vez más el uso de nuestro saludo de familia. Escribe: “Al comienzo de su obra, sin prever todavía el nombre que ella llevaría en la Iglesia, sin esperar siquiera que ella pudiera llevar alguno un día, el P. de Mazenod terminaba todos los ejercicios públicos, tanto en su capilla de Aix como durante las misiones, con esta piadosa exclamación, tres veces repetida por toda la asistencia: “Alabado sea eternamente Jesucristo, y que María siempre Inmaculada con su divino Hijo sea igualmente alabada”. Esta aclamación de la turba en honor de la Inmaculada Concepción era demasiado agradable al Corazón de Jesús para que no atrajera sus más amplias bendiciones sobre los misioneros que la provocaban […] Por lo demás, a estos humildes sacerdotes de los pobres les gustaba saludarse, en el curso de la jornada, con este grito salido del corazón, en honor de su Madre Inmaculada: Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada. Llegada la hora del recreo, les servía de señal para romper el silencio y abordar sus edificantes conversaciones” [8].

La devoción a María Inmaculada está muy fuertemente anclada en la Congregación, y nuestra invocación L.J.C. et M. I. es solo una de sus manifestaciones. Las cofradías se multiplicaron, se introdujo en forma solemne el escapulario de la Inmaculada Concepción, y fueron numerosas las predicaciones marianas.

En sus Mélanges historiques, Mons. Jacques Jeancard escribió un párrafo delicioso a propósito de la actitud de Mons. de Mazenod para con la Inmaculada Concepción: “Luego, cuando llegaron los tiempos señalados por Dios, este nombre de María Inmaculada escrito en la frente de los Oblatos, como está grabado en sus corazones,atrajo sobre el padre la atención de Pío IX, quien, por una distinción especial le invitó acudir a la glorificación de ese nombre, cuando el santo Pontífice se disponía a hacerlo brillar, a los ojos de toda la Iglesia, como un rayo de sol engarzado en la diadema de la Madre de Dios. Mons. de Mazenod sintió vivamente este favor, como obispo y como superior general de los Oblatos. Partió para Roma con el corazón henchido de santa alegría” [9].

El uso de nuestro saludo de familiaL.J.C. et M.I. ha sido, pues, un signo o una manifestación de nuestra vida con María. Sentire cum Maria. Como decía muy bien el P. Deschâtelets en su circular sobre “Nuestra vocación y nuestra vida de unión íntima con María Inmaculada”: “No se trata – si queremos comprender nuestra vocación – de tener una devoción ordinaria a María Inmaculada. Se trata de una especie de identificación con María Inmaculada. Se trata de una donación de nosotros mismos a Dios por Ella y como Ella, que alcanza hasta el fondo de toda nuestra vida cristiana, religiosa, misionera, sacerdotal” [10].

Sí, “somos los Oblatos de María Inmaculada en el sentido más estricto de la palabra. Por Ella seremos oblatos de las almas, oblatos de Jesucristo, oblatos de la caridad divina” [11]. Tomemos, pues, todos los medios necesarios para expresar a nuestra Madre Inmaculada, en quien tenemos la manifestación más exquisita del Amor divino, “una devoción singular”, un amor de verdaderos hijos y un abandono de niños dóciles a su madre.

Nuestro saludo de familia Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada puede en verdad ayudarnos a despertar o simplemente a caldear en cada uno de nosotros, esa devoción mariana a la Inm

aculada, la Virgen, que es el puente que lleva a Dios, porque es la criatura que nos traduce a Dios. ¿Podemos dejar perderse esta noble tradición de nuestra historia oblata? ¿No debemos reaccionar para hacerla revivir?

“Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94).

Gaston J. MONTMIGNY