1. María En La Formación De Eugenio De Mazenod Antes De Su Ingreso En El
  2. María En La Formación De Eugenio En El Seminario
  3. Los Primeros Años De Sacerdocio
  4. María En La Espiritualidad De La Congregación Según El Fundador
  5. Maria En La Vida Comunitaria Y En El Apostolado De La Congregación
  6. Mons. De Mazenod Y La Proclamación Del Dogma De La Inmaculada Concepción
  7. Los Superiores Generales Y La Virgen María

MARÍA EN LA FORMACIÓN DE EUGENIO DE MAZENOD ANTES DE SU INGRESO EN EL SEMINARIO

Hasta 1971 la formación de Eugenio proviene sobre todo de su familia. Durante los 11 años siguientes como emigrante, encuentra diversas personas y situaciones que le marcan; él ve en ellas “como una continuación de la creación” [1].

1. LA FAMILIA (1782-1791)

El P. Aquiles Rey, en su biografía de Mons. de Mazenod, habla de las lecciones que éste recibió “en su propia familia, en la escuela de su padre, de su madre y de sus dignos tíos”, gracias a las cuales, añade, “le hemos visto practicar ya las virtudes de la infancia en alto grado” [2].

Sin embargo, los documentos contemporáneos nos informan muy poco sobre la atmósfera religiosa de la familia. Se sabe que el rezo del oficio de la Virgen era la oración preferida de María Rosa Joannis, pero Eugenio nada nos dice sobre la influencia de su madre. Tampoco su padre le dio un ejemplo concreto de piedad mariana, aunque tuvo una devoción “particular” a María y “nunca pasó un día sin invocarla varias veces…incluso en medio de sus mayores extravíos” [3].

2. EN VENECIA (1794-1797)

En Venecia, Eugenio encuentra a don Bartolo Zinelli quien, para iniciarlo en la vida de fe compone para él un reglamento [4]. Por algunos extractos conservados, podemos descubrir el proyecto de un itinerario espiritual centrado en Cristo y en María [5]. Se trata, sí, de prácticas de piedad (oficio de la Virgen, rosario, etc.), pero también de una actitud interior por la que Eugenio debe unir sus “adoraciones con las de los Sagrados Corazones de Jesús y de María” [6]. El reglamento le recomienda pedir la asistencia de María en todas sus acciones. Jesús es presentado como quien ha puesto toda su confianza en María; Eugenio debe seguir su ejemplo “uniéndose a los sentimientos de su adorable corazón” [7].

Este reglamento no propone una piedad fría. En él leemos: “Este será mi ejercicio de la mañana. Antes de dejar mi cuarto, me volveré hacia una iglesia y pediré de rodillas a Jesús que me bendiga diciéndole: Iesu, fili David, non dimittam te nisi benedixeris mihi. Me volveré también hacia la imagen de María y le pediré humildemente su bendición maternal con estas palabras de san Estanislao: Mater vera Salvatoris, Mater adoptata [8]peccatoris, in gremio maternae tuae pietatis claude me. Tomaré luego agua bendita, besaré respetuosamente mi crucifijo en el lugar de las llagas y del corazón y la mano de mi Madre María” [9].

Estas expresiones, llenas de ternura, permiten a Eugenio implicar en su vida espiritual toda su personalidad, habida cuenta de su edad y de su temperamento. En efecto, invitan a amar a Jesús y a María con un amor verdadero, sensible y tierno, capaz de expresarse hasta con signos externos [10]. Este reglamento dejó huella en su vida y esto es un hecho capital.

No conocemos otros documentos escritos que pudieran modificar nuestro conocimiento de la devoción mariana de Eugenio en Venecia. En los archivos generales , con todo, hallamos la reproducción de una pintura que representa a un muchacho arrodillado ante una estatua de la Virgen con Jesús en brazos. El niño, con las manos juntas, fija su mirada en la de la Virgen con actitud de confianza y sencillez [11].

3. EN PALERMO (1799-1802)

Con 17 años Eugenio llega a Palermo donde permanece por cuatro años. Allí es donde adquiere convicciones acerca de la Inmaculada Concepción y el aspecto cristocéntrico del culto mariano. Cuando se trate de la Inmaculada en el seminario, se acordará de Palermo. En el margen de su cuaderno de notas acerca del dogma, en la página de los testimonios de la tradición enumerados por el profesor, el seminarista añade: “Los arzobispos de Palermo y todas las autoridades de esa gran ciudad renuevan cada año el juramento de derramar hasta la última gota de su sangre por mantener esta verdad” [12]. El otro recuerdo se refiere a la fiesta llamada “El triunfo de la Redención”. En su Diario de emigración llena dos páginas la descripción de la procesión en la que, entre los personajes del Nuevo Testamento, María está siempre presente al lado de Cristo o en relación con él [13]. Parece que Eugenio estaba acostumbrado a verla en la perspectiva de la Salvación.

4. EN AIX (1802- 1808)

Conservamos muy pocos documentos de este período para precisar el papel de María en la piedad de Eugenio. Hay que decir, sin embargo, que, incluso para un acontecimiento tan importante como el “encuentro” con Cristo crucificado un viernes santo, solo disponemos de unos veinte renglones escritos unos años más tarde. Se sabe que en 1805 Eugenio no solo considera el día de la Asunción como una “fiesta grande”, sino que la inicia con el rezo de las Laudes de la Virgen en Notre-Dame de París [14].

El P. Eugenio Baffie y el P. Augusto Estève, primer postulador da la causa del Fundador, afirman que, a su regreso del exilio, el altar milagroso de Nuestra Señora de las Gracias en la iglesia de la Magdalena, y la capilla de Nuestra Señora de Seeds eran lugares preferidos donde iba a rezar [15]. Es todo lo que podemos decir con certeza sobre la piedad mariana de Eugenio entre 1802 y 1808. No obstante, se cree percibir entonces una presencia viva de María, ya que desde el comienzo de su estancia en París brotan de su pluma textos marianos muy fuertes. Por ejemplo, seis días después de su ingreso en el seminario, en una carta a su abuela, le habla con admiración de una “fiesta encantadora y propia del seminario, la fiesta de la vida interior de la Santísima Virgen, es decir, la fiesta de todas las virtudes y de las mayores maravillas del Todopoderoso. ¡Qué deliciosa fiesta! y ¡cómo me voy a regocijar con la Santísima Virgen por todas las grandes cosas que Dios ha obrado en ella! ¡Oh, qué abogada ante Dios! Seámosle devotos, es la gloria del sexo femenino. Nosotros hacemos profesión de no querer ir hacia su Hijo más que por ella, y lo esperamos todo de su poderosa intercesión” [16].

MARÍA EN LA FORMACIÓN DE EUGENIO EN EL SEMINARIO

El 12 de octubre de 1808 Eugenio entra en el seminario de San Sulpicio en París. Tratemos de identificar los elementos marianos de la formación recibida y su comportamiento en presencia de los valores propuestos.

1. LA FORMACION ESPIRITUAL

Juan Santiago Olier, fundador del seminario, ha elaborado una espiritualidad en la que ponía de relieve que el sacerdote es alter Christus [17], y por tanto alguien que sigue a Cristo en todo, incluso en su relación con María. Uno de los principales motivos que llevó al Sr. Olier a la devoción mariana fue “el deseo de entrar en los sentimientos de Nuestro Señor para con su santa Madre” [18]. Por eso los sulpicianos procuraban que cada uno de los sacerdotes formados por ellos pudiera decir: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). María era presentada como el modelo de esa actitud, puesto que Cristo habitó en ella en el sentido más pleno de la palabra. En la espiritualidad del seminario, “honrar a María” significaba, pues, contemplar en ella la vida de Jesús y tratar de que Jesús habitara en nosotros como habitaba en María. La mejor expresión de esta espiritualidad mariana cristocéntrica parece darse en la oración O Jesu, vivens in Maria [19]que se rezaba después de la meditación. Se puede decir que las ideas que contiene constituyen la esencia de la espiritualidad mariana sulpiciana, en la cual fue formado Eugenio.

Las oraciones de cada día ayudaban también a progresar en el camino de la formación mediante una continua presencia de María. Casi todos los ejercicios empezaban por el Veni Sancte y el Ave Maria y concluían con el Sub tuum [20]. Se rezaba el rosario en común todos los días [21]. Para la preparación a la comunión y la acción de gracias figuraba, entre los siete métodos en uso, el de San Luis M. Grignion de Montfort, llamado “la preparación con María”. Consistía en unirse a María, invocar su ayuda y pedir que ella suscitara en uno sentimientos semejantes a los suyos [22]. Los seminaristas hacían una visita especial a María en el curso de la jornada. Eugenio continuó esta práctica piadosa después de terminar los estudios.

2. LA FORMACION INTELECTUAL

Conservamos 1373 páginas de notas de Eugenio relativas a los cursos de S. Escritura, de dogma, de moral y de derecho canónico. El nombre de María aparece en el tratado del Nuevo Testamento y en el de los pecados. De las 125 páginas que atañen al N. Testamento, unas 10 se consagran a ella. María es presentada como íntimamente unida a su Hijo. Las virtudes que la distinguen son la humildad, la fe sin sombra de duda y su actitud meditativa al conservar en su corazón todo lo que oía y veía de su Hijo [23]. A pesar de su admiración por la Virgen, el profesor llama a María y a José “personas oscuras” y “pobres” [24].

En el tratado de los pecados, el profesor se pregunta si María estuvo exenta de todo pecado. Aunque da a conocer la opinión de L. Bailly [25] según la cual “la santa Virgen pecó […] en Adán”, el profesor explica que María “nunca fue tocada por el pecado original” [26]. Cuando Eugenio oye decir que genios como San Bernardo o el abad Ruperto eran contrarios a la Inmaculada Concepción, comenta: “¿Qué hay que concluir? Que no han captado el sentido de la tradición y que se han engañado” [27].

3. LA VIDA INTERIOR DE EUGENIO

Para Eugenio, María está presente e íntimamente unida al misterio de Cristo. Es un tema que se repite a menudo en sus escritos. El día de Navidad de 1808, observa que María hacía suyas las contrariedades de su Hijo. Ella “tenía que sentir tan vivamente la pobreza, la debilidad y las miserias a las que veía reducido por amor de los hombres a su divino Maestro […]” [28]. La idea se reitera al año siguiente: “Entonamos las letanías de la Virgen para […] hacer así partícipe del triunfo del Hijo a aquella que tanto había participado en sus dolores y en los tormentos de su pasión” [29]. Así pues, desde su ingreso en el seminario, María está presente a Eugenio como una persona concreta, una compañera de vida a la cual él se declara “entregado de manera especial” [30].

En el reverso de la primera hoja de su cuaderno de notas, el seminarista escribió: Ad maiorem Dei laudem et gloriam necnon Beatae Virginis Immaculatae. Sub auspiciis eiusdem Virginis sine labe conceptae […] ut isti et prae istis Mater Immaculata praesto mihi sint in difficili studiorum curriculo” [ A mayor gloria de Dios y de la Virgen Inmaculada. Bajo los auspicios de esta Virgen concebida sin pecado…para que éstos y antes que éstos la Madre Inmaculada me asistan en el difícil curso de los estudios] [31]. El día de su ordenación al subdiaconado pide que “por intercesión de la Santísima Virgen” Dios reciba la “ofrenda de mi libertad y de mi vida” [32]. Cuando se prepara al diaconado, recomienda a su madre que rece por él al Señor “por intercesión de su santa Madre” [33]. Tras el diaconado invoca de nuevo el socorro de la Virgen [34]. Durante el retiro para el orden sacerdotal, ve en María un modelo que imitar para aprender a amar a Dios y un ejemplo de don total [35].

LOS PRIMEROS AÑOS DE SACERDOCIO

El 21 de diciembre de 1811 Eugenio es ordenado sacerdote y a principios de enero de 1812 comienza a ejercer el cargo de director en el seminario de San Sulpicio. En las conferencias y homilías que entonces pronuncia presenta a María como la Inmaculada, la Madre de Dios “obra maestra del Todopoderoso”. Hace algunas homilías sobre la Asunción [36].

En otoño de 1812 vuelve a Aix. Dos hechos nos muestran entonces cómo su vida sigue marcada por la presencia de María.

1. LA ASOCIACION DE LA JUVENTUD CRISTIANA

Dieciséis meses después de la ordenación, el 25 de abril de 1813, Eugenio funda la Asociación de la juventud. Los reglamentos y estatutos que compone están impregnados del pensamiento de María [37]. Ya en las primeras líneas se dice que se trata de una “sociedad establecida bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen”. Eugenio acostumbra a los jóvenes a ver en María a la Madre de Jesús y “también la nuestra”, una madre llena de ternura [38], que por ese título desea “cooperar a [nuestra] salvación” [39]. En la Asociación “se hace profesión de honrar y amar” a María [40] con “una ternura filial sin límite” [41]. Tiene una idea muy clara de lo que es el amor: la confianza que lleva a abandonarse del todo en manos de la persona amada. Por eso dice que los asociados “profesan abiertamente [ a María] la más entera dedicación” [42]. En la cumbre del culto mariano, propone “consagrarse […] a la Santísima Trinidad […] por manos de la Santísima e Inmaculada Virgen María” [43]. Para él, consagrarse “a la Santísima Trinidad” es la forma más radical de seguir a María, totalmente dedicada a la Trinidad y disponible para su proyecto de salvación. Por otro lado, consagrarse “por las manos ” de María es la más alta expresión de confianza en ella, porque esa actitud nace de la certeza de que la Virgen santa no nos retendrá para sí, sino que nos ofrecerá a Dios (1 Co 3, 21b-23).

El Reglamento propone un estilo de vida personal y actividades de grupo. Para la vida personal, invita a rezar cada día la oración de San Bernardo: “Acordaos, oh piadosísima Virgen María” [44], y propone: “varias veces además, en el curso de la jornada, lanzarán algunas flechas de amor hacia su corazón maternal, con breves pero fervientes aspiraciones” [45]. Al invitarles a la visita al Santísimo, les recuerda “que antes de salir de la iglesia […] no olvidarán dirigir algunas plegarias a la Santísima Virgen, pues nunca hay que separar a la Madre del Hijo” [46]. En 1813 Eugenio les propone que recen una decena del rosario [47] y que se duerman “tranquilamente teniendo en los labios y más todavía en el corazón el santo nombre de Jesús y de María [48].

La presencia de María impregnaba así las jornadas de la vida personal de los congregantes, pero también su vida común. La imagen de María figuraba en el blasón de la Asociación [49]. Todos los ejercicios terminaban con esta oración rezada en provenzal: “Alabado sea Jesucristo y que María, siempre inmaculada, sea también alabada con su divino Hijo” [50].

Las reuniones empezaban con el rezo del Ave Maria y terminaban con el Sub tuum. El Reglamento obligaba a los jóvenes a rezar el oficio divino en común los jueves y domingos: maitines y laudes de la Virgen [51]y canto de vísperas del mismo oficio. Parece, pues, que Eugenio olvida la máxima de su maestro de Venecia: “Nunca demasiado, siempre bien”. Queda, con todo, la evidencia de que quiso impregnar de la presencia de María las jornadas y las actividades de sus jóvenes [52].

2. LA EXPERIENCIA DEL 15 DE AGOSTO DE 1822

Según la tradición oral, el 15 de agosto de 1822 la estatua de María, bendecida ese día en la capilla de Aix, habría abierto los ojos e inclinado ligeramente la cabeza hacia el Fundador mientras éste oraba a sus pies [53]. El único testimonio contemporáneo de ese hecho se halla en la carta del P. de Mazenod al P. Tempier, escrita el mismo día por la tarde. Del mismo texto es imposible concluir lo que hizo o no hizo la estatua, porque el fundador no describe el evento exterior sino sus propias disposiciones interiores. Se observan cuatro: logra penetrar o percibir la verdad esencial acerca de María, de la Congregación, de sí mismo y de las dificultades externas del Instituto. 1. Él, que desde el principio de su vida espiritual miraba a María como una madre, comprende mejor lo que es esa maternidad y lo que significa “poner en Ella todas sus esperanzas”. 2. Percibe en forma nueva a la Congregación tal como “es en realidad”. La encuentra hermosa y “útil a la Iglesia” [54]. 3. Ese día interioriza su llamada personal a la santidad. Comprende que hay que buscar la causa de las dificultades en la Congregación, no solo en los otros ni en las circunstancias históricas, sino también en sí mismo. 4. Finalmente, lanza con serenidad una mirada realista sobre las dificultades que encuentra su joven fundación. Ve incluso “los obstáculos […] como dispuestos en orden de batalla” y se da cuenta de que un enemigo intenta “neutralizar todos los esfuerzos”. Como puede verse, la ausencia de toda alusión directa a una aparición, y expresiones como “experimenté”, “encontré”, “me parecía ver y tocar con la mano”, unidas a la profunda alegría y a la fortaleza serena sentidas por el fundador, parecen indicar que en esa experiencia él tuvo una visión interior, interpretada como “una sonrisa” de la Virgen [55]. Sonrisa que, en un momento de cansancio moral, cuando el P. de Mazenod más sentía el peso de las pruebas que se abatían sobre la Congregación, hizo nacer en él nuevas fuerzas para soportar adversidades aún más duras en el futuro.

Expulsados de Francia, los oblatos llevaron a Roma la estatua de la “Virgen de la sonrisa”. Está colocada encima del altar mayor de la casa general.

MARÍA EN LA ESPIRITUALIDAD DE LA CONGREGACIÓN SEGÚN EL FUNDADOR

El nombre de una congregación religiosa corresponde al objetivo y a la naturaleza de su espiritualidad. Examinemos primero los problemas ligados al nombre de la Congregación y luego el aspecto mariano de la espiritualidad que distingue la vida comunitaria y el apostolado de los oblatos.

1. EL NOMBRE DE LA CONGREGACION

El primer nombre de la Congregación fue el de Misioneros de Provenza. Este nombre dejó de ser apropiado cuando los misioneros hicieron una fundación y ejercieron su ministerio fuera de Provenza. Se adoptó entonces el nombre de Oblatos de San Carlos. Este pudo ser propuesto por algunos miembros de la Sociedad, puesto que el P. de Mazenod escribe al respecto: “Tengo que confesarle aquí que yo estaba muy extrañado, cuando se tomó la decisión de tomar el nombre que he creído deber abandonar, de ser tan poco sensible, de experimentar tan poco gusto, diría casi que cierta repugnancia, por llevar el nombre de un santo que es mi protector especial y al que tengo tanta devoción” [56]. El primer documento que conocemos con el nombre de Misioneros Oblatos de San Carlos es la carta de aprobación de las Reglas firmada por Mons. Fortunato de Mazenod el 8 de mayo de 1825 [57].

Antes de la audiencia concedida por el Papa en 1825, el P. de Mazenod decide cambiar el nombre de su familia religiosa. Hace entonces una adición a la súplica preparada el 8 de diciembre [58], y el 20 habla de ella al Papa León XII. El cambio, introducido en el último momento, podría indicar cierta vacilación de su parte o la instabilidad de la obra, factores que vuelven difícil, si no imposible, la aprobación pontificia.

¿Cuál fue el verdadero motivo de esa decisión? Mons. J. Jeancard afirma que el fundador se habría enterado en Roma de que una asociación de sacerdotes diocesanos, fundada en Milán en 1578 por San Carlos Borromeo, llevaba ya ese nombre. Pero esto no responde a la verdad, pues el P. de Mazenod se inspiró, para componer las Reglas de su instituto, en las de los Oblatos de San Carlos [59]. Se ha escrito también que el deseo de unirse a los Oblatos de María Virgen del P. Bruno Lanteri pudo influir [60]. Se debe subrayar sobre todo el hecho de que preparó la súplica al Papa durante la novena de la Inmaculada Concepción, celebrada con esplendor en la iglesia de los Doce Apóstoles, cerca de la casa de los vicentinos donde él vivía [61].

Estos motivos no son los únicos. Como observa el P. Fernando Jetté, el nombre de una familia religiosa expresa de ordinario su naturaleza, su esencia, su función [62]. Parece seguro que la elección del nombre de “Misioneros Oblatos de la Santísima e Inmaculada Virgen María” haya sido en el P. de Mazenod la maduración de una nueva y más profunda visión de la misión de la Congregación. Descubre a María como el modelo más adecuado de la vida apostólica que quiere para su Congregación, como la persona más comprometida en el servicio de Cristo, de los pobres y de la Iglesia. En su carta al P. Tempier empezada el 22 de diciembre de 1825, dos de sus reflexiones llaman la atención: cierta fascinación por el nuevo nombre y la pena de no haber pensado antes en él. Parece darse cuenta de que, aunque siempre había amado a María, no había comprendido aún el papel esencial que ella ejerce en el proyecto de la Redención. Al buscar el patrono que mejor expresara el fin de su Congregación, es decir una persona seguidora de Cristo, comprometida en el apostolado al servicio e instrucción de los pobres, no había pensado en María. En Roma, comprende lo que es verdaderamente María. El nombre de la Congregación nace, pues, de un descubrimiento según el cual sus miembros, para responder realmente a las urgencias de la Iglesia, deben identificarse con María Inmaculada, “ofrecerse” como ella al servicio del proyecto salvífico de Dios.

2. EL CONTENIDO ESPIRITUAL DEL NOMBRE DE LA CONGREGACION

El P. de Mazenod no escogió el nombre de la Congregación por razón de culto, sino más bien movido por el deseo de que la identificación de los oblatos con María sea el programa de vida para ellos. Lo indica con dos expresiones equivalentes: “Será tan glorioso como consolador para nosotros estar consagrados a ella de forma especial” [63], y “consagrados a Dios bajo los auspicios de María” [64]. Aquí se trata, mucho más que de signos habituales y externos de devoción personal o que de la propagación de una práctica de culto mariano. A partir del día de su oblación, no basta ya a los oblatos ser “simples siervos de María” [65]; es preciso que le sean “consagrados de manera especial”.

Como observa el P. León Deschâtelets, “se trata de una suerte de identificación con María Inmaculada […], de una donación de nosotros mismos a Dios por Ella y como Ella, que llega hasta el fondo de toda nuestra vida cristiana, religiosa, misionera, sacerdotal [66][…], de una manera nuestra de comprometernos a fondo, con el pensamiento, el corazón y la acción, en el misterio de María, para vivir mejor nuestro compromiso total al servicio de Cristo y de las almas. Bajo este punto de vista Ella es para nosotros exemplar totius perfectionis [67]; entonces, “hacernos oblatos de María Inmaculada, es […] en cierto modo incorporarnos a María para engendrar con ella a Jesús en las almas, enseñando con la palabra y el ejemplo quién es Cristo” [68]. Se da, pues, ahí una identificación mística y real [69], por la que cada oblato se vuelve María misma que vive y sirve en el hoy de la Iglesia.

3. CONSECUENCIAS DEL CAMBIO DE NOMBRE

Puede decirse que en lo esencial no ha cambiado nada porque María ya ejercía en la Congregación el papel que le era debido. La primera consecuencia secundaria, en el orden cronológico -aunque sea la menos evaluable- es la preocupación de amar a María todavía más. El 22 de diciembre de 1825 el P. de Mazenod invita a sus hijos a renovarse “sobre todo en la devoción a la Santísima Virgen para hacer[se] dignos de ser los Oblatos de María Inmaculada”. En su carta del 20 de marzo de 1826 escribe por primera vez L.J.C. et M.I. en lugar del anteriormente acostumbrado L.J.C. El 13 de julio siguiente, al terminar el primer capítulo general después de la aprobación pontificia, los oblatos firmaron las Reglas, poniendo al lado de sus nombres “Oblato de María” [70].

MARIA EN LA VIDA COMUNITARIA Y EN EL APOSTOLADO DE LA CONGREGACIÓN

El fundador quiso que María estuviera siempre presente en la vida de la Congregación. Le asigna por eso un lugar apropiado en la oración individual y comunitaria. Pide a los oblatos que confíen a esa “Buena Madre” todos sus problemas. Despierta el culto mariano y quiere llevar a los fieles hacia Jesús y hacia María.

1. LA VIDA DE ORACION

Una de las prácticas introducidas por el fundador desde el principio del Instituto es el saludo: Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada. Pero este uso existía ya en la Asociación de la juventud cristiana de Aix. Eugenio terminaba los ejercicios y las reuniones haciendo cantar esas palabras; y lo mismo hacía al final de los ejercicios de las misiones parroquiales [71]. Otra práctica piadosa es la visita a la Santísima Virgen impuesta a los oblatos por el texto de la primera Regla [72]. Interesa notar que esta visita se realiza en una atmósfera muy familiar, puesto que leemos en el Directorio del noviciado: “¡Qué consuelo para el hijo de María Inmaculada poder así saludar a su buena Madre, declararle su dedicación y su ternura, descansar sobre su corazón maternal!” [73].

El fundador y los oblatos meditan también cada día 18 misterios del rosario [74]. Durante los primeros años de formación se recordaba que “el principal ejercicio en su honor es el rosario rezado en común. Debemos, pues, amar este ejercicio, darnos a él con tierna devoción, empeñarnos en cumplirlo con la mayor atención; por él satisfacemos a la deuda de amor que tenemos con María” [75].

Según la tradición oblata, todos los ejercicios y las principales reuniones comienzan con el Veni Sancte Spiritus y el Ave María y acaban con el Sub tuum para confiar a María los frutos espirituales y las resoluciones tomadas. El Sub tuum es una de las oraciones que los oblatos rezan más a menudo, en toda ocasión. Desde 1821 se reza el Tota pulchra es Maria después de completas, como última oración del día [76]. El 6 de agosto de 1856, durante el Capítulo general, el fundador decidió ordenar el rezo de esa antífona en honor del dogma de la Inmaculada Concepción [77].

El Capítulo de 1826 había decidido, a propuesta del P. de Mazenod, que “en todas nuestras casas se rezara cada día tras la oración de la noche una Salve por el papa León XII nuestro insigne protector; y después de su muerte, en el aniversario de la misma, en vez de esa oración se celebrara un oficio solemne a perpetuidad en la casa en que resida el superior general” [78]. Cuando murió León XII, el 10 de febrero de 1829, se dejó de rezar la Salve a sus intenciones. Se la volvió a rezar tras la muerte del fundador, que expiró mientras se terminaba el rezo de esa oración. El había pedido también que se cantara después de la cena el Maria Mater Gratiae. El P. Mario Suzanne había muerto el 31 de enero de 1829 durante ese canto. Luego, para conmemorarlo se conservó esa costumbre en el seminario de Marsella, y después en las casas de formación [79].

2. LOS PROBLEMAS DE LA COMUNIDAD

Grabado en el pedestal de la estatua erigida por el fundador en el jardín de la casa de N.D. de l’Osier, se lee este texto: Cui Nomen dederas, Cui cor, Sobolem aspice praesens [Mira desde aquí a la Familia de Aquél a quien diste el nombre y a quien diste el corazón] [80]. Estas palabras parecen describir perfectamente las relaciones que existen entre los Oblatos de María Inmaculada y su patrona. No son fruto de especulaciones intelectuales; emanan más bien de la vida de cada día. El P. de Mazenod anima a sus hijos a poner sus problemas en las manos de la Virgen, y es el primero en hacerlo. A la Inmaculada le confía no solo el cuidado de encontrar vocaciones [81],sino también la formación y la perseverancia de ellas. Envía a un santuario mariano a aquellos que vacilan en su vocación, diciendo: “Es el último recurso que empleo para salvarle. Viva ahí con un corazón recto. Invoque con fervor a esa poderosa protectora” [82].

A quienes emprendían nuevos ministerios, les presenta a María como patrona y como guía. En la carta de obediencia a los primeros oblatos para el Canadá, al introducir así la Congregación en el amplio campo de las misiones ad gentes, escribe: “Sea vuestra guía y patrona la bienaventurada Virgen María concebida sin pecado, cuyo culto recordáis que tenéis el deber especial de propagar en todo lugar” [83]. Al P. Mouchette, poco antes ordenado sacerdote y nombrado moderador de los escolásticos le dice: “Ponga toda su confianza en Dios y en nuestra buena Madre, invóquela a menudo en el santuario a cuya sombra vive; no me olvide en las oraciones que ahí haga por la prosperidad y la santificación de la familia entera” [84].

No solo confía a María las nuevas actividades, sino que también reconoce, cuando maduran los frutos, que éstos se deben a su protección maternal [85].

Al comienzo de la Congregación, la enfermedad y la muerte de los “mejores” oblatos fueron sentidas por el P. de Mazenod como un drama personal. Ordenaba entonces al enfermo que pidiera “el milagro de la curación” [86]. Quería también que sus hijos murieran en presencia de María [87]; pero a consecuencia de esas numerosas pruebas, aprendió poco a poco a repetir el fiat de María [88].

 

Eugenio ve a María como aquella que desea ante todo la gloria del Hijo y “la conversión de las almas que él rescató a costa de su preciosa sangre” [89]. Está, pues, persuadido de que nuestro primer deber consiste en ayudarla para que pueda realizar su deseo [90]. En las misiones parroquiales, aunque María está siempre presente, no ocupa el puesto principal. Es madre y compañera de los misioneros y se empeña con ellos en llevar las almas a Cristo. Ya en la primera Regla se dice que, antes de salir de casa, los misioneros deben reunirse en la capilla para cantar ante el Santísimo “el itinerario de los clérigos”, añadiendo el Sub tuum y la antífona Dignare me laudare te, Virgo sacrata. Da mihi virtutem contra hostes tuos [91]. Durante la misión, estaban previstas dos ceremonias especialmente marianas: la fiesta de los niños y la consagración solemne de la parroquia a María [92], que se debía hacer “indispensablemente” [93].

Otro ministerio, privilegiado en cierto modo en la Congregación, es la pastoral en los santuarios marianos [94]. Un tercio de las obras oblatas aceptadas por el fundador eran santuarios: Nª Sª de Laus en 1818, Nª Sª de la Guardia poco después de 1830, Nª Sª de l’Osier en 1834, Nª Sª de Lumières en 1837, Nª Sª de la Cruz de Parmenie en 1842, Nª Sª del Buen Socorro en 1846, Nª Sª de Sion en 1850, Nª Sª de Talence en 1853 y Nª Sª de Cléry en 1854. Estos eran considerados por él como “una misión sobre el terreno” [95], y las peregrinaciones ofrecían la ocasión de pensar de nuevo algunas verdades, de convertirse y de vivir mejor la vida cristiana. Llama “degeneración” las visitas hechas a los santuarios como a lugares de paseo o de cita donde se va simplemente a divertirse. Acerca de la deplorable situación de N.D. de l’Osier antes de la llegada de los oblatos, escribe: “[…] se vio degenerar insensiblemente la devoción. Poco a poco se redujo a no ser más, por decirlo así, que una meta de paseo que se alcanzaba maquinalmente para poder decir que se había ido a l’Osier. Ciertos días, para la mayoría, ya no era más que un sitio de excursión adonde se iba solo para divertirse sin ninguna inspiración religiosa que pudiera, si no santificar, por lo menos justificar ese desplazamiento” [96]. Quiere, pues, que los oblatos se esfuercen por “enderezar la piedad todavía bastante mal entendida de muchos […]” [97].

En sus escritos, se advierte que él se preocupa de la conversión de los peregrinos [98]. Según él, los pecadores tienen en cierto sentido la prioridad en las actividades pastorales de los misioneros; pero éstos deben ocuparse con el mismo celo de las almas fervorosas [99]. A más de predicar la penitencia, deben suscitar en las almas el amor ilustrado a María [100]. El fundador desea también que los oblatos que trabajan en los diversos santuarios no olviden en sus oraciones la Congregación y los problemas del mundo [101].

MONS. DE MAZENOD Y LA PROCLAMACIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Expuesta la dimensión mariana de su vida personal y de su actividad de fundador, tenemos que hablar también de esa dimensión en su ministerio como obispo de Marsella. También ahí contribuyó a la formación de una mejor espiritualidad mariana. Fue un hombre abierto a lo sobrenatural, con mucha sencillez y con una confianza total en María; fue, a la vez, un hombre con buena formación bíblica y patrística que combatió enérgicamente las desviaciones del culto mariano.

Su ministerio episcopal quedó marcado sobre todo por la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de María [102]. Cuando, en la encíclica Ubi primum del 2 de febrero de 1849, Pío IX pidió a los obispos que le dieran a conocer cuáles eran, respecto a la Inmaculada Concepción “la devoción y los deseos de su clero y de sus fieles y sus sentimientos personales”, Mons. de Mazenod se apresuró a enviar la respuesta entusiasta que figura en las primeras páginas del primer volumen de los Pareri [Opiniones]. Mandó una como obispo de Marsella y otra en nombre de los Oblatos de María Inmaculada, alegando el nombre de la Congregación como testimonio de la creencia tradicional de la Iglesia. Ese memorial se asemeja al Exultet y muestra claramente “lo que ha pensado y hecho [nuestro] padre en una circunstancia tan gloriosa para nuestra Madre Inmaculada” [103]. “¡Dichoso, sí, dichoso el día en que Dios, por el Espíritu de su divino Hijo inspiró al corazón de su vicario en la tierra rendir este supremo honor a la Santísima Virgen María! ¡Dichoso y santo el día en que el supremo Pastor y Doctor de las ovejas y de los corderos, en medio de las amargas angustias de su corazón y de las dolorosas pruebas de la santa Iglesia, ha elevado su pensamiento hacia la Madre Inmaculada del Cordero sin mancha y ha alzado sus miradas hacia el astro esplendente puesto por Dios en el cielo como el arco iris de la alianza y la prenda de la victoria! ¡Llegue, llegue ya esa hora tan deseada en que todo el universo podrá proclamar con certeza que la Santísima Madre de Dios ha aplastado la cabeza de la serpiente venenosa, y sostener como revelado que la bienaventurada Virgen María, por un privilegio estupendo y singular debido a la sobreabundancia de la gracia de su Hijo, ha sido verdaderamente preservada de toda mancha de pecado original!” [104].

Durante la reunión extraordinaria de los obispos del mundo en 1854, Mons. de Mazenod hizo todo lo posible para que el dogma fuera proclamado en la forma más solemne. Viendo que “en cierto círculo de teólogos se sentía extrañeza y casi espanto”, se apresuró a escribir tres cartas al Papa (21 de noviembre y 2 y 5 de diciembre) para animarlo y apoyarlo. “Por cierto, no me interesa ponerme en evidencia, confiesa, pero miro como un deber hacer todo lo que puedo para contribuir en algo a la gloria que va a resultar para la Virgen de esta definición” [105].

El día de la definición del dogma estaba, emocionado, al lado del Papa. Acompañó la promulgación de la bula Ineffabilis con la importante carta pastoral del 3 de febrero de 1855, rebosante de admiración y de amor a María. Con ocasión del primer aniversario de la definición dogmática, Mons. de Mazenod organizó en Marsella celebraciones paralelas a las de Roma y erigió un monumento a la Inmaculada, semejante al de la plaza de España en Roma. En el siglo XIX fue uno de los grandes apóstoles de María Inmaculada.

Kazimierz LUBOWICKI

LOS SUPERIORES GENERALES Y LA VIRGEN MARÍA

Fieles al fundador, los oblatos han tenido siempre gran devoción a María y han propagado su culto. La tradición de la Congregación se ha manifestado de muchas formas; entre otras, puede percibirse en las circulares de los superiores generales. Estas, a menudo breves, son generalmente escritos de circunstancia para poner a la Congregación al corriente de eventos que la tocan de cerca, anunciar un Capítulo general, describir los trabajos del mismo, etc. Raramente se encuentran en ellas exposiciones doctrinales sólidamente estructuradas como las circulares del P. Soullier sobre la predicación (nº 59, en 1895) y los estudios (nº 61, en 1896). Acerca de María, solo el P. Deschâtelets escribió a la Congregación una carta exclusivamente dedicada a ese tema [106]. A pesar del carácter ocasional de estas circulares, el nombre de María aparece en ellas con frecuencia, a veces en forma inesperada, con una exclamación afectuosa, unas palabras de alabanza o también con llamamientos apremiantes a la protección de María, patrona y madre de los oblatos. A menudo se trata de María en relación con la misión apostólica de la Congregación.

1. PRINCIPALES CIRCULARES DE LOS SUPERIORES GENERALES SOBRE MARIA

No es fácil decir qué superior general ha amado más a María y ha hablado más de ella. El P. José Fabre la nombra al menos en 12 de sus 36 circulares, escritas entre 1861 y 1890. Tras la muerte del fundador y padre, siente la necesidad de pedir la protección de María, madre de los oblatos. En este sentido escribe el 19 de marzo de 1865: “Que la Virgen Inmaculada, que veló sobre nuestra cuna con ternura maternal, le comunique una divina fecundidad para excitar en vosotros los sentimientos que animaron a nuestro Padre y a sus primeros compañeros” [107].

En 6 de las 11 circulares del P. Soullier ( de 1892 a 1897) hay un párrafo sobre María. Recordó sobre todo con fuerza la vocación primera de los oblatos: la evangelización de los pobres. Subraya entonces que evangelizan con la ayuda y el apoyo de María [108].

El P. Casiano Augier, general desde 1898 hasta 1905, habla de María en 3 de sus 20 cartas. Dos eventos le dan la ocasión. Con un decreto del 4 de abril de 1900, el papa León XIII aprobó el escapulario del S. Corazón de Jesús, destinado al mismo tiempo a honrar a la Virgen con el título de Madre de misericordia. Otro decreto, dado el 19 de mayo siguiente, confiere al superior general de los oblatos la facultad de bendecir e imponer ese escapulario y de dar la misma facultad a los oblatos y a “cualquier sacerdote, del clero secular o del regular”. El P. Augier consagra la circular del 27 de agosto de 1900 [109] a este acontecimiento. Explica el porqué de ese favor y su significado. Invita a los oblatos a ser más conscientes de la relación que une su existencia a la Virgen Inmaculada, Madre de misericordia, y al Sagrado Corazón.

En 1904 se celebró el 50º aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. El Capítulo, reunido ese año, recordó que los oblatos eran religiosos, sacerdotes y misioneros de los pobres en una familia consagrada a la Inmaculada Concepción. En el acta del Capítulo, el P. Augier anunció que, por decreto capitular, el día 8 de cada mes, el superior general “ofrecería el santo sacrificio de la misa para dar gracias a Dios por haber preservado a María de la mancha original y haberla hecho inmaculada”. Invitaba por tanto a la Congregación a unirse “a ese homenaje que el superior general en nombre de la familia va a rendir a la Virgen sin mancha, su patrona y su Madre” [110].

Superior general en 1906 y 1907, tras la dimisión del P. Augier, el P. Augusto Lavillardière menciona a María en 6 de sus 7 circulares. Inmediatamente después de su elección, escribe: “Tengo en el corazón la íntima persuasión de que, con la bendición de Dios, invocada sobre nosotros por la intercesión de nuestro venerado fundador, unidos más que nunca bajo la bandera de la Inmaculada, volveremos a ver, tras estos días de desolación y ruina, una nueva era de prosperidad y alegría” [111].

En la carta sobre las deliberaciones del Capítulo de 1906, recuerda que, entre las obras de apostolado, los oblatos deben difundir el escapulario del S. Corazón y el de la Inmaculada. Hace una alusión discreta a la crisis del modernismo y precisa al respecto: “Nuestra Congregación se ha distinguido hasta ahora por la ortodoxia de su doctrina. No seríamos verdaderos hijos de la Virgen Inmaculada si no preserváramos nuestro espíritu de las manchas del error con la misma solicitud con que guardamos nuestro corazón de las manchas de la corrupción” [112].

El P. Roger Gauthier llama a Mons. Dontenwill “la voz mariana más vigorosa”, después del fundador, entre los primeros superiores generales [113]. Con todo, solo en 7 de sus 41 circulares, escritas desde 1908 a 1930, se encuentran algunas páginas sobre María. Pero su piedad aparece ahí muy viva. En 1908 pide a los oblatos que celebren con solemnidad la fiesta de la Inmaculada Concepción con ocasión del cincuentenario de las apariciones de Lourdes [114]. Escoge la fiesta de la Inmaculada en 1910 para promulgar las modificaciones hechas en las Constituciones en 1906 [115]. Al anunciar las fiestas del centenario de la Congregación invita a los oblatos a acudir al Sagrado Corazón de Nuestro Señor “bajo la égida de su santa Madre que se dignó adoptarnos por hijos y a la que glorifica nuestro nombre pues proclama perpetuamente el primero de sus privilegios” [116].

Al final del Capítulo general de 1920 publica los decretos del mismo. El primero pide a los oblatos que se consagren a María Inmaculada el 17 de febrero y el 8 de diciembre de cada año [117]. En el informe que presenta al Capítulo menciona varias veces el nombre de María y exclama, al hablar del acto de consagración: “¡Oh, si amáramos a María Inmaculada como ella nos ama! ¡Si la predicáramos, si diéramos a conocer su bondad, sus atenciones para con los pecadores, su hermosura, sus perfecciones, sus glorias! ¡Si imprimiéramos a todo nuestro ministerio este espíritu mariano que quiso poseer el Capítulo, tratando de comunicarlo a todos los nuestros!” [118].

La devoción mariana de Mons. Dontenwill aparece también en el informe sobre el Capítulo de 1926 [119] y en la carta de publicación de la nueva edición de las Constituciones en 1928. Escribe ahí: “Nuestras Reglas hablan con frecuencia de la tierna devoción que los oblatos deben profesar a su Madre Inmaculada. No tenían, sin embargo, ningún artículo especial que se refiriera a la Santísima Virgen como titular de la Congregación […]”. Los capitulares votaron por unanimidad el artículo 10 “que proclama a la Inmaculada Virgen María, Madre y patrona de la Congregación” [120].

Hay algunos párrafos sobre María en 4 de las 19 circulares del P. Teodoro Labouré, superior general de 1932 a 1942. Como ya antes el P. Soullier, él quiere que los oblatos evangelicen a los pobres con la ayuda de María Inmaculada. Pide que no se olvide, en nuestras obras, que somos oblatos: “Cuando ello es posible, escribe, que tengan nuestra preferencia las asociaciones establecidas bajo el estandarte de la Virgen y que la Inmaculada sea siempre el modelo y la fuente de la acción católica” [121]. Invita a los educadores a contar con nuestra Madre Inmaculada para preparar “a nuestros colaboradores y a nuestros sucesores en el sublime trabajo de la evangelización de los pobres” [122].

La mayor parte de las cartas circulares del P. Deschâtelets, superior general de 1947 a 1972, llevan el sello de su devoción a María, como los escritos del fundador a quien conocía bien y a quien se parecía por su temperamento de animador entusiasta. Habla extensamente de la Virgen al menos en 19 de sus 72 circulares. Las circunstancias le ofrecen a menudo la ocasión, en particular, el momento de su nombramiento, cuando pide a los oblatos que vuelvan a pensar las Reglas [123]; la muerte del P. Balmès, vicario general y gran devoto de la “buena Madre” [124]; la mención, en el Capítulo de 1953, del P. Demoutiez oblato belga “que pasea a través de los hemisferios y los continentes una estatua de Nuestra Señora de Fátima con un éxito prodigioso. En mi opinión, añade, es acaso la mayor epopeya mariana de los tiempos modernos” [125]. También habla ampliamente de ella con motivo del centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción [126], con ocasión de los Capítulos y en relación con el concilio Vaticano II.

En la larga circular nº 191, titulada Notre vocation et notre vie d’union intime à Marie Immaculée, el P. Deschâtelets hace una amplia exposición de la espiritualidad mariana oblata [127]. Mucho antes de la crisis que iba a estallar después del concilio, parece que veía ya surgir interrogantes sobre la identidad de la vida religiosa y sacerdotal y sobre el carácter propio de la vocación oblata.

En la primera parte de la circular trata de precisar cuáles son los elementos característicos, cuál es la originalidad de nuestra vida oblata. En la segunda responde a estas preguntas: “¿Por qué y cómo vivir marianamente esta vida de oblatos?”. Comienza con esta afirmación categórica: “No se trata, si queremos entender nuestra vocación, de tener a María Inmaculada una devoción ordinaria. Se trata de una especie de identificación con María Inmaculada, se trata de una donación de nosotros mismos a Dios por ella y como ella, que llega hasta el fondo de toda nuestra vida cristiana, religiosa, misionera y sacerdotal” [128]. Demuestra luego que esto no va más allá del pensamiento del fundador y de la tradición oblata, cuyas ideas maestras resume a grandes rasgos. Tras una exposición de algunos principios de teología mariana, explica lo que María es para los oblatos y lo que los oblatos son para María. María es “Madre inmaculada”, “la toda pura, la privilegiada, la agraciada […] Madre perfecta”, “obra maestra de la misericordia divina”, “Madre de Dios y de los hombres” etc. “Consagrados especialmente a esta Inmaculada, los oblatos deben incluso ser la vanguardia de esas almas escogidas que han sido elegidas para establecer el reino de Dios”, “apóstoles especiales y especializados de la misericordia divina”, etc. [129]. Entra luego en el detalle del “programa de vida mariana a lo oblato”, hecho de devociones marianas (rosario, visitas, uso y difusión de los escapularios de María, letanías de la Inmaculada Concepción, invocación Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada, etc. ) y hecho igualmente de apostolado mariano (estudios y escritos sobre María, ejemplo de vida, predicación, apostolado en los santuarios marianos, asociaciones marianas, etc.) [130]. Nadie desde el fundador había invitado a los oblatos a vivir tan intensamente su vida mariana, con tantos ejercicios de piedad en lo interior y con tanto celo en lo exterior.

Después del concilio, el P. Deschâtelets pone como un bemol a esa orientación, aunque sigue invitando a los oblatos a amar y venerar a María, a “apiñarse en torno a esta Madre tan buena, purificando nuestra devoción mariana de acuerdo a las enseñanzas de la constitución sobre la Iglesia, alineando siempre nuestra piedad a la piedad eclesial, sobre todo cuando Su Santidad el papa Pablo VI acaba de sancionar el título de María, Madre de la Iglesia” [131]. Propone, entre los temas de estudio para el Capítulo de 1966, el de “nuestra devoción mariana, sobre todo en relación con el misterio total de María y especialmente con su función de Madre de la Iglesia” [132].

Los PP. Fernando Jetté ( superior general de 1974 a 1986) y Marcello Zago (de 1986 a 1998) dicen algo sobre María en cerca de la mitad de sus circulares [133]. Pero la enseñanza de ambos, también sobre el tema mariano, ya no se encierra solo, como era habitual antes, en las cartas circulares. Los principales discursos y alocuciones del P. Jetté han sido publicados [134]. En la obra El misionero Oblato de María Inmaculada hay frecuentes alusiones a María y sobre todo una conferencia dada en Cap-de-la-Madeleine el 23 de marzo de 1979 sobre “El Oblato y la Virgen María” [135]. El P. Jetté habla ahí primero del lugar de María en nuestra historia pasada, en el fundador y en la tradición, y luego en nuestra vida presente. A este respecto, observa que en la Congregación como en la Iglesia, la devoción mariana está en crisis, y con todo añade: “tengo la impresión de que entre la mayoría de nosotros, no obstante todos esos trastornos y esas actitudes críticas, el amor a María y la confianza en ella siguen bien vivos en el fondo de nuestros corazones”. Termina proponiendo tres actitudes que desarrollar en el futuro, en correspondencia a nuestro espíritu y a nuestra historia: 1. María debe ser ante todo el modelo de nuestra fe y de nuestro compromiso en el servicio de Dios. 2. Debe ser el camino que nos permite adentrarnos progresivamente en el misterio de Jesús. 3. Debe ser para nosotros una amiga, una verdadera compañera en nuestra vida misionera. La idea de la presencia de María en la vida del oblato se repite a menudo en los escritos del P. Jetté, lo mismo que en los del P. Zago.

El P. Zago ha escrito cada año, con ocasión de la fiesta del 17 de febrero, una carta a los oblatos en formación primera. La de 1988 trata de “María en la vida de la Congregación y en especial en la vida del oblato en formación primera, para estar en sintonía con la Iglesia que celebra el año mariano” [136]. Trata de María en la experiencia del Fundador, del nombre Oblato de María que significa: consagrado a Dios bajo los auspicios de la Virgen, de María modelo y formadora, y termina diciendo lo que espera de los oblatos: que vivan la realidad de estas palabras sencillas y profundas de San Eugenio: “La tendrán siempre por Madre”.

2. PRINCIPALES TEMAS DESARROLLADOS EN LAS CARTAS CIRCULARES

Las referencias a María en las circulares pueden agruparse en cuatro temas ligados al pensamiento del fundador: los dos primeros conciernen a la piedad personal o comunitaria, y los otros dos a la misión.

Ante todo, los superiores generales hablan de María para pedir su intercesión. Es el pensamiento que más se repite. El recurso a la protección y a la ayuda de la Madre y Patrona de la Congregación se hace más apremiante con ocasión del propio nombramiento [137], de la convocación y realización de los Capítulos generales [138], o de otros sucesos graves. Estos abundan en la historia de la Congregación.

En su informe al Capítulo de 1873 teme la falta de unidad entre los capitulares que vienen de todas partes y ya no se conocen como en el tiempo del fundador. Escribe: “Que nuestra buena Madre del cielo se digne también manifestar, una vez más, su ternura para con nosotros, manteniendo entre nosotros el espíritu de unión y de caridad, y alejando todo sentimiento de personalismo y de tensión” [139]. En el momento de la dispersión de las comunidades de Francia en 1880, pide que se recurra “al corazón inmaculado de nuestra Madre” [140].

Tras la dimisión del P. Augier, los asistentes generales “fielmente arrodillados ante el altar de la Virgen Inmaculada”, suplican a “nuestra Madre y Patrona” que proteja a la Congregación [141]. Cuando enfermó el P. Lavillardière poco después de su elección, el P. Baffie, vicario general, pide un milagro a la Virgen : “Sigamos rezando, escribe, con esta fe viva y veremos brillar la bondad y el poder de María en favor de nuestra familia religiosa” [142].

Mons. Dontenwill invoca la ayuda de María cuando promulga las modificaciones de la Regla en 1910 [143]. El P. Eulogio Blanc, vicario general, lo hace en 1932 al anunciar la enfermedad y la muerte de Mons. Dontenwill y de los asistentes generales Isidoro Belle, Sérvulo Dozois y Augusto Estève [144]. Después de haber reprochado a los Padres jóvenes no haber acudido al lugar de su obediencia “recto tramite et more oblatorum”, el P. Labouré ruega a María que ayude a los educadores en su trabajo de formación [145].

La muerte del P. Thiry en Durban en 1945 y la del P. Pietsch en 1946, el centenario de los oblatos en Ceilán en 1947 y la dimisión del P. Hanley en 1974 ofrecen ocasión a los PP. Balmès, Deschâtelets y Jetté de invocar a María con confianza [146]. El P. Jetté reza a María con ocasión de la beatificación del fundador en 1975 [147] y el P. Zago hace lo mismo cuando la beatificación del P. Gérard en 1988 y cuando la canonización de Mons. de Mazenod [148]. Los PP. Jetté y Zago terminan muchas de sus circulares con una invocación a María.

El segundo tema evocado con frecuencia es el de la devoción personal y comunitaria de los oblatos a María Inmaculada. Se expresa de muchas formas: alabanzas, gratitud, títulos dados a María y sobre todo mención de los diversos ejercicios de piedad en su honor y de su presencia en medio de los oblatos.

El P. Fabre que, como el fundador, se interesa por la “regularidad”, insiste especialmente en las visitas a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento y a “nuestra buena Madre”, ante los cuales “el corazón del sacerdote y del oblato de María puede mostrarse en todo su ardor e intensidad” [149]. Bajo el P. Soullier, el Capítulo de 1893 votó “la introducción del oficio de Nª Sª del Buen Consejo entre nuestros oficios propios” [150]. Cuando en 1900 anuncia que el Papa León XIII aprobó el escapulario del S. Corazón, el P. Augier afirma que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen concebida sin pecado y Madre de Misericordia deben considerarse “como los tesoros más preciosos de nuestra familia” [151].

Hemos visto que Mons. Dontenwil tenía y proponía a los oblatos una devoción especial a la Virgen Inmaculada. Falleció invocándola [152]. En el Capítulo de 1938, una moción pedía que se introdujeran en el propio de los oblatos unas quince fiestas de la Santísima Virgen. Los capitulares no asintieron, pero se decidió añadir en las letanías de la Virgen la invocación “Regina Congregationis nostrae, ora pro nobis”. Como la Santa Sede lo rehusó, se insertó la invocación en las letanías del examen particular [153].

La devoción mariana del P. Labouré se muestra en la larga carta que escribió con ocasión del centenario de la llegada de los oblatos al Canadá. La termina mencionando a los que él llama nuestros mártires y añade: “Invitémoslos también a presentar por nosotros a nuestra Madre Inmaculada, Reina de todas nuestras misiones y patrona particular de nuestras misiones polares, nuestros homenajes filiales de gratitud y de amor, rogándole que bendiga los esfuerzos de nuestros misioneros, llamados por la Iglesia a propagar la fe católica a través del mundo. Ella domina en el centro mismo de la Provincia de Canadá, en ese santuario nacional de Cap-de-la-Madeleine, que nuestro venerado fundador con mucho gozo hubiera visto confiado a sus hijos; ella es protectora, bajo diversas advocaciones, de muchas de nuestras casas y puestos de misión, hasta junto al océano glacial y la fría Bahía de Hudson; por todas partes nuestros predicadores y misioneros hacen que sea conocida, amada e invocada; por todas partes, ella preside nuestras misiones, bendice nuestros esfuerzos y recibe el homenaje de nuestros éxitos. En este centenario, al final de un siglo lleno de tantas conquistas, pero también de tantos sufrimientos y de virtudes, el balance que intentamos trazar no estaría completo si faltara el nombre de nuestra dulce Madre” [154]. Con la misma vena, el P. Hilario Balmès alaba y agradece a María al llegar el “centenario de nuestras misiones de Ceilán” en 1946 [155].

El P. Deschâtelets habla muy a menudo de la piedad personal y comunitaria de los oblatos para con María [156]y también de los ejercicios de piedad mariana [157]. El P. Jetté invita a la auténtica devoción a María y explica su sentido [158]. Presenta como segundo motivo de la peregrinación de la AMMI a Lourdes en 1985 “el rendir homenaje a María Inmaculada” [159]. El P. Zago menciona pocas veces los ejercicios de piedad mariana, pero señala “la presencia delicada de María Inmaculada” [160] e invita a los oblatos a amar a María y a tener confianza en ella [161].

Los temas tercero y cuarto se refieren a la misión y al apostolado de los oblatos. El tercero proviene de la misión confiada a los oblatos por el Papa León XII en la carta de aprobación del Instituto: “Finalmente, esperamos -decía- que los miembros de esta santa familia que […] reconocen como patrona a la Madre de Dios, la Virgen Inmaculada, se empeñen, según la medida de sus fuerzas, por conducir al seno de la misericordia de María a los hombres que Jesucristo, desde la cruz, quiso darle como hijos” [162].

El fin primero de la Congregación no es propagar el culto de María; es en primer lugar la evangelización de los pobres. Pero “debemos anunciar el Evangelio a los pobres bajo el patrocinio de María, escribe el P. Jetté, con la ayuda y apoyo de María y teniendo en nuestros corazones los sentimientos de María” [163]. El P. Soullier fue el primero que aludió al texto de León XII sin citarlo. En la circular sobre la predicación dice que ha visitado “con admiración creciente” los países en que trabajan los oblatos, y luego añade: “Sí, nuestros misioneros han seguido las huellas de los apóstoles: con la cruz y la Palabra divina han convertido naciones enteras y las han llevado, por la Madre de misericordia, a Jesucristo, el Hijo de Dios” [164].

En las circulares donde hablan del escapulario del Sagrado Corazón, los PP. Augier y Lavillardière citan textualmente la expresión de León XII. El último añade: “Oblatos de María Inmaculada, hagamos irradiar el glorioso privilegio de nuestra Madre y la veremos volverse nuestra colaboradora para la conversión de los infieles y de los pecadores” [165].

En el informe del Capítulo de 1926, Mons. Dontenwill cita y comenta el texto de León XII: “¡Qué palabras más hermosas y consoladoras! […]Reconociendo como Patrona y Madre a María concebida sin pecado, tenemos una cualidad especial, estamos investidos como de una misión peculiar, para arrancar las almas al demonio y al infierno y llevarlas al seno de la Madre de misericordia. María, por su inmaculada concepción, triunfó del demonio y confiere, a quienes se enrolan bajo su bandera, el mismo poder” [166].

Los últimos superiores generales casi no desarrollan esta idea, aunque aluden a ella, especialmente el P. Deschâtelets en su carta sobre nuestra vocación. “En cuanto misioneros, escribe, somos los apóstoles especiales y especializados de la misericordia divina. Esta especialización, no la comprenderemos verdaderamente más que en el contexto de nuestra pertenencia a María Inmaculada. Solo ahí llegaremos gradualmente a experimentar esa conmiseración total por las pobres almas, las más miserables, que constituye uno de nuestros rasgos más característicos” [167].

En los artículos de la Regla de 1818 relativos a “los ejercicios públicos en la iglesia”, se pedía a los oblatos que hicieran cada día “la oración pública, que, por la tarde, será seguida de una instrucción o meditación, en la que se irán insinuando insensiblemente todos los principios de la vida cristiana y de la más exacta piedad, para llevar a las almas al conocimiento y al amor de Dios y de su Hijo Jesucristo […] y a la devoción a la Santísima Virgen, cuyas octavas se celebrarán fielmente” [168]. Propagar el culto de María es uno de los fines de la Congregación [169], y éste es el cuarto tema desarrollado por los superiores generales.

El P. Fabre no insiste en ese deber de los oblatos, excepto en el momento de su elección, cuando escribe: Debemos hacernos dignos de procurar la gloria “de nuestra Madre Inmaculada; tenemos que hacer que se la respete, ame y honre en todas partes” [170]. Hablando del acto de consagración al Sagrado Corazón, en 1898, el P. Augier recuerda la doble misión de la Congregación: “glorificar a la inmaculada Virgen María cuyo título llevamos, y hacer que se ame el Sagrado Corazón de Jesús” [171]. En el informe del Capítulo de 1904, con motivo del cincuentenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, dice que “el Capítulo quiso honrar de manera especial el privilegio de María que nuestra familia religiosa debe especialmente predicar y dar a conocer al mundo” [172]. La misma idea expresa Mons. Dontenwill en 1908, con ocasión del 50º aniversario de las apariciones de María en Lourdes [173].

En su carta sobre las deliberaciones del Capítulo de 1932, el P. Labouré dice que el Capítulo “recomendó al conjunto de los Padres de la Congregación enseñar y predicar con más frecuencia y con mayor insistencia […] el culto y la devoción a la Inmaculada Concepción de María” [174].

Esta misión “de ser los heraldos de nuestra Madre Inmaculada, predicando en todas partes la gloria del privilegio que es para nosotros un título de honor” [175] es uno de los temas preferidos del P. Deschâtelets en todas las cartas en que, antes del Concilio, habla de María [176]. Este tema aparece poco en las cartas de los PP. Jetté y Zago [177]. En su conferencia sobre los oblatos y la Virgen María, el P.Jetté escribe, al respecto: Importa que, hoy como ayer, “los oblatos sigan hablando de la Santísima Virgen, dándola a conocer y procurando que se la ame”, aunque esto no pueda hacerse ya como en el pasado [178].

El 15 de agosto de 1822, al pie de una nueva estatua de María en la iglesia de la Misión de Aix, el P. de Mazenod había tenido el presentimiento de que bajo el cuidado de la buena Madre, la Congregación “encerraba el germen de muy grandes virtudes y que podría realizar un bien inmenso” [179]. Este mismo pensamiento se halla en la despedida del P. Deschâtelets, como superior general, en el Capítulo de 1972. Expresa su confianza en el porvenir de la Congregación, “justamente por razón de su adhesión a la Virgen María […] No es posible que degeneremos, que nos debilitemos” [180]. Igualmente el P. Jetté en su última circular escribe: “Mi confianza en Dios, mi fe en la Congregación y en los hombres que la componen, siguen inquebrantables” a causa de la adhesión de los oblatos a Jesucristo, de la caridad que los une, del celo por los pobres y “de la devoción a María. Llevamos su nombre como apellido de familia. Ella veló por nosotros desde el inicio de nuestra historia. Ella no puede dejar de ayudarnos también hoy, si le somos fieles” [181].

Yvon BEAUDOIN