El obispado o palacio episcopal de Marsella situado cerca de la catedral se construyó en la segunda mitad del siglo XVII. Durante la Revolución sirvió de depósito de equipamientos y objetos militares. Al restablecerse la diócesis en 1823, la restauración del palacio costó 66.000 francos, y los trabajos no terminaron hasta fines de 1825. Sin embargo, se hicieron mal y fueron incompletos. Luego, los Mazenod y el P. Tempier no cesaron de escribir al prefecto de Bouches-du-Rhône y al ministro de Cultos para pedir nuevas reparaciones y artículos de mobiliario. La techumbre dejaba pasar el agua en 1827, el fuego calcinó parte del armazón en 1838, y el viento y la sal marina destruían los muros exteriores, las puertas y las ventanas. El 25 de noviembre de 1841, Mons. de Mazenod escribía al ministro de Justicia: “La fachada exterior semeja una ruina, tan triste es su aspecto de deterioro. Con todo, si al exterior el obispado parece una casa habitada, no se podría ya creer eso al franquear la puerta de entrada. Se ofrece a la vista la imagen de una especie de devastación”.

Finalmente en 1856 el ministro de Cultos envía a Marsella a los arquitectos Vaudoyer y Viollet-le-duc, que someten al obispo un proyecto de restauración. Este escribe el 22 de octubre: “Será muy conveniente para quien disfrute de él. A mi edad, no cabe ocuparse de estas cosas más que por el interés del sucesor”. En mayo de 1858 es aprobado por el ministro el presupuesto de medio millón de francos para la restauración y ampliación del palacio. Se realizan los trabajos en 1859 y 1860. “Al querer entrar en las nuevas construcciones por un tablón apoyado en una ventana, el tablón se dio vuelta y Mons. de Mazenod cayó a una profundidad de más de un metro” (REY, II, p. 832). Esa caída pudo tal vez dar origen a su enfermedad y a su muerte.

El abate Timon-David, que con frecuencia iba a visitar a Mons. de Mazenod al obispado, escribe: “Había abandonado los hermosos apartamentos del primer piso para bajar a la planta baja, donde todo era de una pobreza extrema, muy por debajo, no solo de nuestros ricos salones aristocráticos, sino de la más sencilla casa burguesa. Nunca vi renovar los muebles o el empapelado. Hacíamos antesala en un estrecho saloncito. A la izquierda estaba su despacho, muy grande, pero modesto en sumo grado; también a la izquierda un salón bajo, mal tapizado, con viejos muebles en terciopelo rojo de Utrecht, y en los muros los retratos al óleo de los obispos oblatos, verdaderos mamarrachos. Seguía el refectorio, todavía más sencillo. No era el suntuoso palacio de hoy. Pero, seguramente, el apartamento más pobre era su dormitorio, a la derecha de la antesala; estaba tapizado con viejo papel azul, el lecho era sin colchón, dormía sobre paja y resultó difícil hacerle aceptar un colchón en su última enfermedad. Al final, había subido al primer piso, cuando se iniciaron las construcciones del obispado; allí fue donde murió…”

Desde la separación de la Iglesia y del Estado a principios del siglo XX, ese palacio está ocupado por la policía. El obispo habita en la casa construida por los oblatos en la colina de Notre-Dame de la Garde.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.