1. Personal de la casa
  2. Los seminaristas y los escolásticos
  3. La formación intelectual y eclesiástica
  4. Apreciación. Salida de los oblatos

La diócesis de Marsella había tenido un seminario floreciente, dirigido por los Padres Lazaristas de 1648 a 1791. La Revolución suprimió la diócesis y cerró el seminario.

A su llegada a Marsella en 1823, monseñor Fortunato de Mazenod , primer obispo de la diócesis restablecida, fue saludado por 24 seminaristas marselleses que recibían su formación en Aix. Ya en el mes de diciembre los llevó a Marsella, donde se abrió un seminario provisional en la calle Roja, y luego a Saint-Just, bajo la dirección de tres sacerdotes diocesanos.

El P. Francisco de Paula Enrique Tempier, nombrado vicario general de la diócesis en 1823, se encargó de hacer construir en la calle Roja un edificio que recibió a los seminaristas de 1827 a 1862, y después fue demolido para liberar los accesos a la nueva catedral.

En los nuevos locales el obispo quería también instalar a un nuevo equipo de directores, preferentemente religiosos, para mayor unidad en la doctrina y en la formación. Recurrió a los sacerdotes del Sagrado Corazón, a los sulpicianos y a los lazaristas, pero sin éxito. Entonces confió la dirección del seminario a sus misioneros diocesanos, los Oblatos de María Inmaculada.

El P. Eugenio de Mazenod se preparaba desde hacía unos años a aceptar esa obra que la Regla de 1818 excluía para dejar a los misioneros ocuparse enteramente de la predicación de las misiones parroquiales. Ya el Capítulo de 1824 había decretado que en adelante “no estaría prohibido encargarse en caso de necesidad de la dirección de casas eclesiásticas”. En la nueva redacción de la Regla en 1825-1826, la reforma del clero sigue siendo uno de los fines de la Congregación, sin que se trate del seminario, pero la súplica del 8 de diciembre de 1825 y el breve Si tempus unquam con el que León XII aprueba la Regla el 21 de marzo de 1826, mencionaban la dirección de los seminarios como fin secundario del Instituto.

El Fundador no vio, pues, ningún impedimento jurídico para la aceptación del seminario de Marsella; el aumento del personal oblato en 1826-1827 le permitía también formar una nueva comunidad, la cuarta de la Congregación.

Personal de la casa
Una escuela vale lo que valen sus maestros. En 1827 la Congregación no contaba todavía más que con una quincena de Padres, y ninguno había hecho estudios que le prepararan para la enseñanza en el seminario mayor. Con todo, el P. de Mazenod podía contar con dos hombres de confianza, todavía jóvenes, pero religiosos entregados, con múltiples talentos: el P. Tempier, que sería el superior de la casa durante 27 años, y el P. Carlos Domingo Albini, profesor de moral de 1827 a 1835. Los otros dos o tres directores, escogidos entre los mejores oblatos, cambiaron con más frecuencia.

No es fácil saber exactamente cuáles fueron, durante mucho tiempo, los criterios que dirigieron al P. de Mazenod para escoger a los directores. En efecto, solo en 1850 se compuso la parte de la Regla relativa a los seminarios, donde se formulan las cualidades requeridas para esa función; pero se puede pensar que el texto no hace más que expresar lo que era dictado por la experiencia. El artículo 3 exigía cuatro aptitudes fundamentales de espíritu y de corazón, a saber: una inteligencia perspicaz, un espíritu maduro y reflexivo, una gran rectitud de juicio y sobre todo una piedad ilustrada. El artículo 4 mencionaba luego dos cualidades profesionales: la primera, de orden intelectual, consiste en poder exponer claramente los conocimientos adquiridos por el trabajo y el estudio; la segunda, de orden moral, es el hábito del buen ejemplo y de la regularidad.

De 1827 a 1862 solo tuvo dos superiores: los Padres Tempier y José Fabre; pero allí pasaron 43 directores, que en término medio quedaron solo dos o tres años.

Durante ese período ningún director hizo estudios superiores fuera de Marsella; algunos, con todo, se inscribieron en el “curso mayor”, programa de estudios de uno o dos años organizado desde 1846 para los Padres jóvenes con el fin de formar a algunos buenos sujetos “para la predicación verdaderamente apostólica y para la enseñanza de la teología, si hace falta” (Capítulo de 1850).

Además del P. Albini, algunos otros directores fueron tenidos por Mons. de Mazenod y los contemporáneos como hombres de grandes virtudes, si no como santos; así los Padres Pedro Nolasco Mie, Alejandro Pons, Carlos Bellon, Bonifacio Gourdon, Antonio Mouchette, etc. Otros varios desempeñaron después cargos importantes, en particular Jacques Jeancard, auxiliar de Marsella, Eugenio Guigues, obispo de Ottawa, y Juan Francisco Allard, vicario apostólico de Natal, José Fabre, superior general, Casimiro Aubert, Amado Martinet y Juan José Lagier, asistentes generales, Carlos Bellon, Aquiles Rey y José Vicente Roullet, provinciales.

Al aceptar la dirección del seminario el Fundador tenía sin duda en cuenta el bien que podía también resultar para elevar el nivel intelectual de la Congregación. El artículo 7 del párrafo de la Regla sobre los seminarios expresa, por otra parte, esa esperanza con estas palabras: “No será pequeña ventaja para nuestra Congregación que algunos Padres que se han ocupado muchos años de la formación de los clérigos, se diseminaran en otras casas para mayor provecho de la doctrina y de la observancia regular”.

Hay que reconocer que la mayoría de los directores no aceptaron el cargo más que por obediencia. Casi todos deseaban más bien ser predicadores y misioneros. No sin motivo, el Fundador y los capitulares de 1850 encargados de redactar los artículos de la Regla sobre los seminarios trataron de demostrar la importancia de esa tarea y su estrecha ligazón con el fin principal del Instituto. El artículo 1 decía en efecto: “El fin más excelente de nuestra Congregación, después de las misiones, es la dirección de los seminarios donde los clérigos reciben la educación que les es propia; allí, en efecto, en lo escondido de la casa de Dios y bajo la protección de la Santísima e Inmaculada Virgen María, se forman aquellos que deberán enseñar a los pueblos la sana doctrina y conducirlos por el camino de la salvación. Los misioneros prodigarían inútilmente sus sudores por arrancar a los pecadores de la muerte, si no hubiera en las parroquias sacerdotes santos y animados del espíritu del divino Pastor, encargados de apacentar con cuidado vigilante y constante a las ovejas que se han devuelto a su redil […]”. Era un cálida invitación a comprender que los profesores son misioneros como sus hermanos predicadores, pues con su trabajo contribuyen al menos indirectamente al mantenimiento y a la propagación de la fe formando sacerdotes celosos.

Los seminaristas y los escolásticos
La diócesis de Marsella, entonces la más pequeña de las diócesis de Francia por su extensión, pasó de 150.000 a 300.000 habitantes de 1826 a 1861. Esta población, casi por entero católica, estaba atendida en 1826 por 171 sacerdotes, la mayoría ancianos, y por 378 en 1860. El número de seminaristas, que ascendía a 70 en 1827, bajó a una treintena tras la Revolución de julio en 1830, fue ascendiendo lentamente a unos 40 entre 1840 y 1854, y luego fue de 60 a 80. Los oblatos vieron pasar por sus manos a cerca de 330 seminaristas y los obispos de Mazenod efectuaron 300 ordenaciones sacerdotales.

El seminario de Marsella jugó un papel importante en la historia del Instituto, no solo porque se trataba del primer seminario dirigido por los oblatos, sino también porque acogió igualmente como externos a los escolásticos de 1827 a 1830 y de 1833 a 1835, y luego como pensionistas de 1835 a 1854. Poco numerosos al principio, luego pasan a ser entre 20 y 40 por año, de 1835 a 1854. Alrededor de 225 escolásticos recibieron al menos una parte de su formación en el seminario mayor de Marsella, y 209 fueron ordenados sacerdotes por Fortunato y Eugenio de Mazenod entre 1827 y 1854.

El reglamento, compuesto por el P. Tempier, reproducía los de San Sulpicio. Preveía todos los momentos de la jornada: oración, clases, estudio, dos recreos, un paseo semanal y cada verano tres meses de vacaciones, en sus familias los seminaristas, en el santuario de N.S. de l’Osier los escolásticos.

El P. Tempier velaba por la aplicación rigurosa de ese reglamento. Sin embargo, escribe el P. Fabre, “su austeridad exterior, necesaria para el mantenimiento de la disciplina, no impedía, tanto para con los profesores como con los alumnos, las dulces comunicaciones de la paternidad. Inexorable frente a las infracciones de la Regla, las negligencias voluntarias y las perezas calculadas, se volvía compasivo y tierno frente a las imperfecciones y debilidades de la juventud, frente a los sufrimientos de la enfermedad y frente a las pruebas de la vocación” (Notice nécrologique du P. Tempier, II, p. 94).

A pesar de los cuidados del superior y las largas vacaciones, se cuentan varias muertes, frecuentes entonces entre los jóvenes: 3 directores, 13 seminaristas y 8 escolásticos fallecieron, los más de ellos de tuberculosis.

Las relaciones entre seminaristas y escolásticos fueron habitualmente buenas; algunos sacerdotes marselleses encontraban, no obstante, que el seminario se parecía demasiado a un noviciado, y algunos oblatos habrían preferido ver a los escolásticos más agrupados, de modo que se favoreciera la vida comunitaria y la caridad fraterna. La apertura del escolasticado de Montolivet en 1854 fue saludada con alegría por todos.

La formación intelectual y eclesiástica
J.H. Icard, en su obra sobre las Traditions de Saint Sulpice, escribe que, según el Concilio de Trento y los fundadores de los seminarios franceses, el objetivo propio de los seminarios mayores no es formar doctores, sino pastores sólidamente instruidos.

Los oblatos no asignaron otro fin al seminario de Marsella. En un informe del escolasticado en 1834, el P. Casimiro Aubert decía que él miraba a una formación muy apostólica, pero intelectualmente limitada. Este ideal no parece haber cambiado cuando aumentaron las posibilidades en personal y en recursos; en efecto, en 1851 Mons. de Mazenod recomendaba todavía a los directores que trataran las cuestiones del modo más elemental posible e invitaba al P. Aquiles Rey a enseñar, no como universitario, sino como buen religioso que mira a Dios en todo lo que hace.

La estadía en el seminario duraba normalmente 4 años: uno de filosofía y tres de teología. Cada día se consagraban seis horas al estudio personal. En las dos únicas horas diarias de clase, los directores de ordinario no hacían más que comentar los manuales escolares que entonces se seguían en Francia, como Bouvier, pero también se comentaba a Santo Tomás en dogma, y a Bailly, y sobre todo a Alfonso de Ligorio, en moral.

Con todo, desde 1827, impulsados por el Fundador y los Padres Tempier, Albini y Guibert, tomaron cierta distancia de los manuales sobre tres puntos. Enseñaron la infalibilidad pontificia y la Inmaculada Concepción y siguieron la moral de San Alfonso. Combatieron también todo resabio de jansenismo y de galicanismo.

Los cursos de Sagrada Escritura, de una hora semanal durante 4 años, consistían en una buena introducción a cada uno de los libros, y luego en una exégesis sumaria de los principales pasajes.

A las materias principales se añadió la historia de la Iglesia en 1844, la liturgia en 1848, el derecho canónico, la patrología, la elocuencia y el canto en 1853.

Los oblatos acentuaron la formación en el espíritu eclesiástico y en el ministerio parroquial. Si de 1827 a 1861 hubo progresos en cuanto a las materias enseñadas y en el valor de los manuales, en cambio el espíritu y los métodos de formación espiritual y apostólica apenas cambiaron. Los directores siguieron los métodos sulpicianos y las obras de espiritualidad de los siglos XVII y XVIII.

La mayor parte de los artículos del reglamento enumeran y explican los ejercicios de piedad que tienden a iniciar a los alumnos en la piedad y a suministrarles los medios indispensables para adquirir y afianzar las virtudes cristianas y sacerdotales. Para los clérigos in sacris y los escolásticos obligados al breviario, estos ejercicios ocupaban casi seis horas al día.

Como en San Sulpicio, se privilegiaban dos devociones: a Jesús Sumo Sacerdote, considerado en su infancia y en su pasión, pero sobre todo viviente en el Sacramento de la Eucaristía, y a la Santísima Virgen.

Algunas asociaciones piadosas permitían a los más fervorosos satisfacer su celo. La colocada bajo el patrocinio de San Luís Gonzaga tenía como objetivo alimentar la piedad y promover un impulso generoso en la observancia de todos los deberes. En otra los miembros se imponían ciertas horas de oración nocturna. Y en otra, puesta bajo el patrocinio de San Pablo, a la que pertenecían los escolásticos y algunos seminaristas, se rezaba por la conversión de los pecadores y de los infieles.

Siguiendo a Mons. de Mazenod, los directores mostraron siempre interés por la liturgia y el canto y por la iniciación para la catequesis y la predicación; cuidaron sobre todo de desarrollar el espíritu apostólico y misionero, entre otras cosas, invitando al seminario a los misioneros de paso, que abundaban en Marsella.

Mons. de Mazenod iba con frecuencia al seminario y le gustaba conversar llanamente con los alumnos; seguía de cerca las admisiones a las órdenes. Al respecto, escribía al P. Bellon el 30 de agosto de 1844: “Manifiésteles [a los oblatos] de mi parte que no admitiré a las sagradas órdenes a quienes no me hayan dado garantías de sólida piedad y de una regularidad a toda prueba. No comprendo que se regatee con el buen Dios”

Apreciación. Salida de los oblatos
A excepción de algunos antiguos alumnos que consagraron su vida a la ciencia, la mayoría de los eclesiásticos formados en la calle Roja pasaron a ser humildes y entregados pastores de almas, que fueron apreciados por los sucesores de Mons. de Mazenod. El P. Toussaint Rambert podía escribir en 1883: “Durante 30 años los oblatos de María Inmaculada han formado en la ciencia eclesiástica y en las virtudes sacerdotales al clero joven de la diócesis; y los resultados muestran su dedicación y su piedad, tanto como sus aptitudes” (RAMBERT, I, p. 479).

Entre los oblatos formados en Marsella muchos fueron figuras legendarias de apóstoles y de misioneros, como el Beato José Gérard, el venerable Vital Grandin, los monseñores Eugenio Guigues, Esteban Semeria, Mateo Balaïn, Luís d’Herbomez, Pablo Durieu, Enrique Faraud, Carlos Jolivet, y los Padres Carlos Arnaud, Luís Babel, Enrique Grollier, Nicolás Laverlochere, etc.

A la muerte del Fundador, Mons. Patricio Francisco Cruice, su sucesor, escritor e intelectual, director de la Escuela normal eclesiástica en París, quiso devolver el seminario a sus antiguos directores los lazaristas, a los que juzgaba sin duda mejor preparados que los oblatos para esa clase de trabajo. Le ofreció ocasión para ello una seria desavenencia entre él y los Padres Tempier y Fabre acerca del testamento de Mons. de Mazenod. Él habría pretendido que todo lo que pertenecía a su predecesor fuera legado a la diócesis, sin querer reconocer que Mons. de Mazenod había administrado también los bienes de su familia y de la Congregación de los oblatos.

El clero de Marsella, por un momento arrastrado por el nuevo obispo en su reacción contra los oblatos, no tardó en manifestar su apego y su agradecimiento a la Congregación. Ya el 12 de julio de 1861, en el momento del despido de los oblatos del seminario, algunos miembros del Cabildo se apresuraron a protestar ante el obispo con estas palabras: “Los Padres de esta Congregación han formado, con pocas excepciones, a todos los miembros de su clero. Lo han hecho siempre con una sabiduría, una piedad y una dedicación solo igualada por su profunda modestia. Y si, como V., Monseñor, nos ha asegurado varias veces, su clero no es inferior a ningún otro en ciencia y en piedad, es a nuestros Padres Oblatos a quienes corresponde en gran parte esa gloria, y a ellos hacemos remontar el honor que se nos atribuye”.

En una carta al P. Fabre el 7 de noviembre de 1874, el P. Celestino Augier escribe que todos los párrocos de la ciudad han solicitado padres para retiros o sermones de circunstancia.

Varios antiguos alumnos se mostraron, en la oportunidad, fieles defensores de la Congregación, en particular los abates Gondrand y Antonio Ricard. Este reitera su gratitud en sus numerosas obras; por ejemplo, en su biografía de Mons. de Mazenod escribe entre otras cosas: “Los buenos misioneros, instruidos por la experiencia de la guía de almas, formaban con una sabia y tierna paternidad a este clero de Marsella que pronto se mencionó en la iglesia de Francia como un clero modelo”(p. 171).

YVON BEAUDOIN, O.M.I.