1. Los proyectos de 1826 a 1841
  2. Misiones aceptadas y rehusadas entre 1841 y 1861
  3. La legislación, el espíritu misionero

Al redactar las Reglas de los Misioneros de Provenza en 1818, el P. de Mazenod fijaba a su Instituto un objetivo bien preciso: predicar a los pobres de Provenza la palabra divina sobre todo por medio de misiones, retiros, catequesis y otros ejercicios espirituales. Otros fines no quedaban excluidos para el futuro. El Nota Bene del capítulo primero lo anunciaba literalmente: “Son llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano, y aunque, por razón de su escaso número actual y las necesidades de los pueblos que los rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos y demás, su ambición debe abarcar en sus santos deseos la inmensa extensión de la tierra entera”. Este párrafo que, sin decirlo expresamente, alude a las misiones extranjeras, desapareció en el Prefacio de las Reglas aprobadas por Roma en 1826, pero éstas conservaron en más de un lugar el carácter universal del apostolado de los Oblatos, especialmente en este párrafo: “Así los sacerdotes, al consagrarse a cuantas obras de celo puede inspirar la caridad sacerdotal…”

Aunque escogió con sus colaboradores comenzar a anunciar la palabra de Dios en Provenza, según el consejo que León XII había dado poco antes a Forbin-Janson de ir maxime autem ad domesticos fidei, el interés y aun la vocación del Padre Eugenio de Mazenod por las misiones extranjeras permanecían siempre. Había leído en Venecia las Lettres édifiantes sur les missions de la Chine et du Japon. Y el 20 de octubre de 1855 hizo al respecto esta confidencia al P. Tamburini: “No tenía más que doce años cuando Dios hizo nacer en mi corazón los primeros y muy eficaces deseos de consagrarme a las misiones”. En el seminario de San Sulpicio Eugenio fue miembro del círculo misionero de Forbin-Janson que deseaba ir a China.

Ese interés y esa vocación se daban también en algunos de los primeros colaboradores del Fundador que se habían propuesto “salir del Reino” antes de que Eugenio los hubiera llamado a su lado (Carta al ministro de cultos, de 31 de julio de 1817). Cuando en Roma le propusieron aprobar la Congregación sólo para Francia, escribió al cardenal Pedicini el 2 de enero de 1826 “que una de las principales razones que nos han llevado a solicitar la aprobación de la Santa Sede es justamente el deseo que tenemos de llevar a todas las partes del mundo el beneficio del ministerio al que se consagran los miembros de nuestro Instituto”. Añade que está en relación con el obispo de Niza para una fundación en su diócesis, que se propone ir a las diócesis de Saboya y que varios sacerdotes “irían con gusto a predicar el Evangelio a los infieles; cuando sean más numerosos, podría darse que el superior los enviase a América. De todo esto podrá concluir Vuestra Eminencia que la aprobación pedida deberá extenderse a toda la Iglesia”.

Los proyectos de 1826 a 1841
Si antes de 1817 algunos de los primeros Misioneros de Provenza deseaban “salir del Reino”, ese deseo se ve también en otros después de la aprobación de las Reglas. A fines de 1826, por ejemplo, tras haber dado con éxito la misión de Fuveau, el P. Domingo Albini escribe al Fundador: “Le agradezco su bondad al procurarme el medio de ganar algunas almas a Jesucristo. Le he manifestado la idea que me perseguía desde hace mucho de ir a los países extranjeros por la misma causa. Desde que usted me dijo que no era oportuno por el momento, la he dejado de lado, con la viva confianza de que, si Dios me llama a ello realmente, se lo inspirará a usted con el tiempo”.

En 1830 y durante los años siguientes los deseos de ir a misiones se hicieron más apremiantes. Desde la toma de Argel por la armada francesa el 9 de julio de 1830, Mons. Fortunato de Mazenod, en ausencia del Fundador, escribe al capellán mayor del rey para ofrecerle algunos Oblatos como misioneros en Argelia. Los Padres Tempier, Honorat y Touche, y el Hermano Pascual Ricard piden inmediatamente al Fundador formar parte “del primer grupo de ultramar”. A primeros de agosto el Padre de Mazenod se entera de que la revolución de los días 27-29 de julio ha expulsado al rey Carlos X. De momento, ya no se habla más de enviar Padres a Argelia.

La Revolución de julio, al principio muy anticlerical, puso fin a la predicación de las misiones parroquiales en Francia. El deseo de las misiones extranjeras vuelve a manifestarse entre los Oblatos y el Capítulo de 1831 se compromete seriamente en esa línea. Leemos en las actas del Capítulo el 29 de septiembre: “Se ha examinado una propuesta de que el Capítulo exprese al M.R.P. general el deseo que forman los miembros de la sociedad de que algunos de los nuestros sean enviados a las misiones extranjeras en cuanto él juzgue que la ocasión es favorable. Conociendo las disposiciones de un gran número de miembros de la sociedad, que suspiran por el momento en que les sea dado ir a llevar a lo lejos el conocimiento y el amor de Nuestro Señor Jesucristo, el Capítulo creyó deber asociarse a su santa idea y hacerse portavoz de ella, tanto más cuanto que ve el objeto de esa propuesta como sumamente importante para la gloria de Dios y el bien de la sociedad. En consecuencia, la propuesta ha sido adoptada por unanimidad; y como el deseo que manifiesta ha sido en ella expresado al M.R.P. General, éste se dignó responder, en la misma sesión, que lo acogía y le daba su aprobación”.

Luego se ejercieron algunas presiones sobre el Fundador en ese sentido, sobre todo por parte del P. Hipólito Guibert, superior de Nuestra-Señora de Laus. Quiere enviar a América oblatos y sacerdotes de la diócesis de Gap. “Si nuestra misión de África no tiene éxito, escribe al Fundador en 1832, le conjuramos, muy reverendo Padre, que piense en las de Asia o de América. Es una verdadera necesidad de los tiempos: hace falta un elemento al celo de una congregación naciente; el reposo nos resultaría mortal”.

El P. de Mazenod intenta en vano hacer una fundación en Cerdeña y en el Valais en 1831. Con ocasión de sus viajes a Roma en 1832 y 1833, propone igualmente a la Congregación de Propaganda, también sin éxito, enviar Oblatos a Roma, a Argelia y a América (ver Ecrits Oblats, I, t. 8, passim). El P. de Mazenod acepta esas negativas con resignación. Escribe al P. Tempier el 21 de noviembre de 1833: “No nos apresuremos demasiado, aguardemos la Providencia… Es de verdad una manía el querer dar nacimiento a hijos antes de ser núbiles. Empiecen por proteger la colmena y luego enviarán enjambres…”

Misiones aceptadas y rehusadas entre 1841 y 1861
La hora de la Providencia llega en 1841 y después las peticiones afluyen. La Congregación acepta las misiones de Canadá y de Inglaterra en 1841, las de Ceilán y el Oregón en 1847, las de Texas y Argelia en 1849 y las de África del sur en 1850-1851. Rehúsa, por falta de sujetos, ir a Australia en 1845 y a varias diócesis de Estados Unidos, a Bengala en 1849, a Melanesia y Micronesia en 1850, a Malabar y a las islas Seycheles en 1851, a Senegambia en 1854, etc. El Padre Alberto Perbal, en un artículo sobre las misiones aceptadas y rehusadas por Mons. de Mazenod, concluye con este párrafo: A la muerte del Fundador “los Oblatos de María Inmaculada estaban ya diseminados en cuatro continentes: se los encontraba en todo el Canadá, de un océano al otro; preparaban en los Estados Unidos una irradiación de apostolado que se revelará cada vez más fructuosa; en Texas, habían tratado de penetrar en México y volverán obstinadamente tras cada expulsión; se implantarán en Ceilán para rejuvenecer una cristiandad anémica y crear iglesias vivas y un floreciente clero celanes; en el sur de África se les habían ofrecido más de los dos tercios del país y quedará como mérito suyo el haber preparado, ahondando los cimientos, una rica cosecha de diócesis…”

La expansión misionera de la Congregación continuó después de la muerte de Mons. de Mazenod. Según las estadísticas publicadas en la obra Le Missioni Cattoliche en 1950, los Oblatos ocupaban el quinto puesto entre los Institutos que trabajan en los territorios de la Congregación de Propaganda. En 1979 escribía el P. Jetté: “Consagramos a la misión ad gentes una cantidad considerable de nuestros miembros, alrededor de 2000, es decir la tercera parte; lo cual nos sitúa en el quinto o sexto lugar de las congregaciones masculinas que envían personal a la misiones”. Hoy la Congregación está presente en más de 70 países.

La legislación, el espíritu misionero
Los Capítulos generales de 1843 y 1850, los primeros después del envío de misioneros a Canadá y a Inglaterra, hablan de las misiones extranjeras, pero no proponen modificaciones en las Reglas sobre el tema. Con todo, en la segunda edición de las Reglas publicada en 1853, Mons. de Mazenod añadió un apéndice titulado Instructio de exteris missionibus. En la edición de las Reglas de 1910 se halla por primera vez un párrafo sobre las misiones extranjeras.

Es la misma vocación la que ha empujado a los Oblatos por las huellas de los Apóstoles a las viejas cristiandades “para despertar a los pecadores” y a los países infieles “para anunciar y dar a conocer a Jesucristo”. Pero desde 1841 el Fundador escribirá a menudo que, entre las otras formas de apostolado, las misiones extranjeras realizan en un sentido más pleno y más denso ese fin común de hacer conocer y amar a Jesucristo.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.