1. El Pensamiento Del Fundador
  2. Quiénes Son Los Pobres Para Eugenio De Mazenod
  3. Los Pobres En Los Escritos Oblatos Más Recientes
  4. Conclusión

“Evangelizare pauperibus misit me…Pauperes evangelizantur”.Esta cita de Lc 4, 18 es la divisa de los oblatos. Resume en una frase el motivo que llevó a Eugenio de Mazenod a optar por el sacerdocio y a fundar en la Provenza de 1816 una sociedad de misioneros. La expresión que mejor traduce el carácter específico del oblato es la de misionero de los pobres. Estos constituyen el objeto privilegiado de la acción misionera y de la pastoral del oblato. Lo que le caracteriza en forma específica es la evangelización de los pobres, no porque son pobres, sino porque están abandonados. Tal es la convicción de San Eugenio, y tal es la que han conservado los oblatos hasta hoy.

EL PENSAMIENTO DEL FUNDADOR

En el origen mismo de su vocación sacerdotal, ya Eugenio tiene la certeza de ser enviado a los pobres. Cuando en 1808 manifiesta a su madre su decisión de entrar en el seminario, le escribe: “Pongo al Señor por testigo, lo que él quiere de mí […] es que me entregue más especialmente a su servicio para tratar de reavivar la fe que se extingue entre los pobres” [1].

Cuando era seminarista en San Sulpicio, se le encarga la enseñanza del catecismo a un grupo de niños de los más pobres de la parroquia, tarea que responde del todo a sus gustos. Encontramos su pensamiento sobre el tema en otra carta a su madre: “Son los más pobres de la parroquia […] pero no me preocupo de eso y estoy muy contento de hallarme entre estos pobres piojosos, a quienes intentaré atraer hacia nosotros” [2].

En el verano de 1810 no puede regresar a Provenza para las vacaciones estivales; siente perder la ocasión de instruir a los pobres de San Julián, donde vive su abuela: “Me había propuesto ir a ver a abuela en San Julián y proyectaba instruir un poco a esa pobre gente tan abandonada. Me complacía ya pensando en el fruto que iban a producir esas instrucciones. Pobres cristianos que no tienen la menor idea de su dignidad por no haber encontrado quien les partiera el pan de la palabra” [3].

QUIÉNES SON LOS POBRES PARA EUGENIO DE MAZENOD

En la última cita de la carta a su madre vemos juntas las expresiones “pobre gente” y “abandonada”. Ambas se repiten regularmente en sus escritos, pero menciona a “los abandonados” con más frecuencia que a “los pobres”. A veces las usa como casi equivalentes, aunque la segunda es más amplia que la primera. La idea subyacente en sus dichos parece ser el estado de abandono de la Iglesia que se manifiesta sobre todo en ciertas categorías de cristianos, es decir, en los pobres [4].

Al volver a Aix en 1812, recién ordenado sacerdote, se preocupa en sumo grado de esa situación deplorable. Pide a su obispo que no le asigne parroquia, sino que lo deje libre para entregarse “al servicio de los pobres y de los niños” [5]. Comienza su ministerio visitando las cárceles y a los enfermos y ocupándose de los jóvenes de Aix.

Durante la cuaresma de 1813 se le encuentra predicando por la mañana temprano en la iglesia de la Magdalena para los criados y los domésticos. La opción por ese auditorio es digna de nota; en los apuntes que escribe a la sazón da una lista de esos pobres: “Durante este santo tiempo, habrá numerosos sermones para los ricos, para quienes han recibido una educación ¿Y no los habrá para los pobres y los ignorantes? […] Los pobres, porción preciosa de la familia cristiana, no pueden quedar abandonados en su ignorancia” [6].

El texto de esa plática cuaresmal, que es uno de los primeros que tenemos de su predicación, se dirige a los “artesanos”, “domésticos”, “agricultores”, “campesinos”, “indigentes obligados a mendigar su subsistencia”.

En la cima de esta elevación, su voz sonora tuvo que resonar bajo la bóveda de la Magdalena y remover el corazón de sus oyentes: “Pobres de Jesucristo, afligidos, desgraciados, enfermos, ulcerosos, etc., vosotros todos los agobiados por la miseria, mis hermanos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos, escuchadme. Vosotros sois los hijos de Dios, los hermanos de Jesucristo, los coherederos de su Reino eterno […]” [7].

Hoy nosotros diríamos que optó por los marginados, por aquellos a los que menos alcanza la Iglesia en la sociedad, literalmente los abandonados. El los escogió como objetivo de su ministerio no por un motivo humanista ni en primer lugar porque eran materialmente pobres, sino sobre todo porque estaban abandonados. Siguiendo el ejemplo de Jesucristo y guiado por su espíritu, reconoció en los pobres y los abandonados el derecho a escuchar el Evangelio de la salvación. El joven predicador de la Magdalena, lo dice claramente al comienzo de su instrucción: “Los pobres, porción preciosa de la familia cristiana, no pueden ser abandonados en su ignorancia. Nuestro divino Salvador los estimaba tanto que se encargaba él mismo de instruirlos, y dio como prueba de que su misión era divina, que los pobres eran evangelizados: Pauperes evangelizantur[8].

Tal fue la opción personal que hizo al principio de su ministerio; y tal fue el objetivo que se trazó al fundar la congregación de los Misioneros de Provenza, como leemos en sus notas de retiro de 1831: “¿Tendremos algún día una idea exacta de esta sublime vocación? Para ello habría que comprender la excelencia del fin de nuestro Instituto, indiscutiblemente el más perfecto que pueda darse aquí abajo, ya que el fin de nuestro Instituto es el mismo que tuvo el Hijo de Dios al venir a la tierra: la gloria de su Padre y la salvación de las almas. […] El fue enviado especialmente para evangelizar a los pobres: evangelizare pauperibus misit me. Y nosotros hemos sido fundados precisamente para trabajar por la conversión de las almas y especialmente para evangelizar a los pobres […]” [9].

La evangelización de los pobres y de los abandonados es el móvil que llevará a Eugenio y a su equipo de predicadores a las zonas rurales y a las aldeas más pobres de Provenza y finalmente a los rincones más remotos de la tierra. En sus escritos hallamos diversas expresiones para describir los objetivos preferidos de su ministerio: “pobre”, “el pueblo humilde”, “el pueblo sin cultura”, “todos los campesinos”, “los que en las ciudades languidecen en la miseria espiritual”; en las misiones extranjeras, son los “infieles”, los “herejes”, los “prisioneros”, los “moribundos”, en otras palabras, “las almas más abandonadas”. La palabra abandonado se relaciona especialmente con la miseria espiritual. Con todo, esta pobreza espiritual se encarna “en una pobreza de orden natural” [10]. En el tiempo del Fundador, los más abandonados espiritualmente vivían, de hecho, en la miseria material. Las dos palabras se repiten a menudo indistintamente en sus escritos. Sin embargo, como observa Lamirande, la idea de fondo parece ser la noción de abandono: “Nos parece en primer lugar que la idea de abandono es la más fundamental. El Fundador ha quedado conmovido por la miseria de la Iglesia y de las almas. Los más desprovistos de socorros espirituales son los pobres, la gente humilde; por eso a ellos se dirigirá ante todo la Congregación. Ella estará principalmente atenta a la miseria espiritual, pero recordará siempre que los desheredados de todas las categorías tienen derecho preferencial a su solicitud” [11].

La inspiración primera del Fundador se halla codificada en los dos primeros artículos de las Constituciones de 1818: “ocupándose principal- mente en predicar a los pobres la palabra divina”. El art. 2 describe a quiénes tiene en vista esa predicación: “procurar los auxilios espirituales a la gente pobre esparcida en las zonas del campo y a los habitantes de las aldeas rurales más desprovistas de esos socorros espirituales”.

LOS POBRES EN LOS ESCRITOS OBLATOS MÁS RECIENTES

A medida que la Congregación ha ido creciendo y extendiéndose, sus miembros, fieles al espíritu de su Fundador, se han empeñado en “cuantas obras de celo puede inspirar la caridad sacerdotal” (Prefacio); han tenido siempre presente que eran ante todo “misioneros de los pobres” y de los más abandonados. Sin embargo, la historia de los oblatos no oculta que, según las épocas y los lugares, han tenido dificultad para definir los términos; se han enfrentado con la cuestión de saber quiénes entre los pobres, los materiales o los espirituales, tenían la prioridad. A menudo se manifestó la tendencia de unir ambos términos (pobres y abandonados) sin hacerse problema. El P. Fabre, sucesor inmediato del Fundador, parece tenerlos como sinónimos: “He aquí el fin que nos ha asignado nuestro venerado Padre. Debemos evangelizar a los pobres, a las almas más abandonadas […]” [12].

En 1926, en plena expansión de la Congregación en las misiones extranjeras, el P. Emilio Baijot, en un breve comentario de la divisa oblata, alaba a los oblatos misioneros en las regiones lejanas diciendo que son verdaderos “misioneros de los pobres” [13]

Unos veinte años después un artículo del P. Marcel Bélanger nos permite darnos cuenta de los problemas y discusiones que tenían los oblatos no empeñados directamente en atender a personas materialmente pobres, es decir, los que trabajaban en obras de educación, en diversas capellanías, en casas de formación oblata y en la administración.

El P. Bélanger insiste en el aspecto del estado de abandono. El pobre que es objeto de la atención del oblato no es únicamente, ni “primeramente el miserable, el indigente en extremo, el desamparado” [14]. Tal interpretación, sostiene, se alejaría del texto y de la conducta del Fundador. Es, insiste, “la miseria espiritual del pobre, el problema bien especial de nuestras masas obreras lo que nos parece deba ser la preocupación dominante en todo oblato, el espíritu definitivamente característico de la vocación oblata” [15].

Entendidos de esta forma, los pobres con sus problemas serán siempre cuestión de conciencia para el oblato. Cualquiera que sea su campo de apostolado, “el sentido del pobre” se adueñará de él y dará a su apostolado un carácter peculiar, como un polo magnético que atrae, como un fin superior que determina y crea un estado de espíritu y un comportamiento.

Semejante examen de conciencia o cuestionamiento no resuelve el dilema ni el debate acerca de la primacía de la pobreza material sobre la espiritual. Revela, con todo, el deseo sincero del oblato de seguir fiel al Fundador y al artículo 1 de las Constituciones: “dedicándose principalmente a predicar a los pobres la palabra divina”.

1. LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS DE 1966

En 1966, poco más de cien años después de la muerte del Fundador, estamos muy lejos del primer equipo de misioneros que predicaban misiones entre los campesinos pobres de Provenza. Más de siete mil oblatos están repartidos por todos los continentes y ejercen diversos ministerios. El interés por las misiones parroquiales decrece a causa de las nuevas realidades sociales. La Congregación reunida en Capítulo comparte las preocupaciones de la Iglesia que reflejan la Gaudium et Spes y los otros documentos del concilio Vaticano II.

El espíritu del Concilio y su preocupación por el fenómeno creciente de la pobreza a escala mundial no quedó sin efecto entre los oblatos. Se comprueba por las numerosas referencias marginales que acompañan el nuevo texto ad experimentum de las Constituciones y Reglas.

El texto revisado de 1966 conserva la fórmula de 1818 sobre el fin de la Congregación: “se consagran principalmente a la evangelización de los pobres” (C 1). Notemos que a través de las diversas revisiones del texto, la expresión inicial no ha cambiado. La revisión de 1928 había añadido los infieles y los herejes a la lista de los destinatarios de nuestra ayuda espiritual (art. 2). El Capítulo de 1966 recoge en lenguaje moderno el artículo 2 de 1818 y su versión corregida de 1926: “Su primer deber es acudir en ayuda de los más abandonados” (C 3) [16]. Agrupa a los “más abandonados” en dos categorías: “La Congregación lleva el Evangelio a los pueblos que todavía no lo han recibido y, donde la Iglesia ya está implantada, a los grupos humanos y a las regiones más alejados de ella” (C 3).

La constitución 3 termina afirmando que la Congregación está pronta “para responder a las urgencias del mundo y de la Iglesia”. La constitución 4 precisa, con todo, que “el mundo de los pobres, de quienes sufren del hambre o de la inseguridad” es objeto de una “predilección especial” de los oblatos; y anima a éstos a esforzarse por “estar presentes de múltiples formas dondequiera que de hecho se prepara, se elabora o se ventila el porvenir de ese mundo de los pobres”. Este elemento nuevo va más allá de la visión del Fundador pero responde muy bien a las inquietudes de la Iglesia posconciliar. Esta preocupación se hará todavía más explícita en los años siguientes y encontrará su lugar en la regla 9 del texto de 1982 que dice que “el ministerio por la justicia es parte integrante de la evangelización” [17].

2. EL CAPITULO DE 1972: LA PERSPECTIVA MISIONERA

Los seis años que siguieron al Capítulo de 1966 quedaron marcados por grandes cambios en la Iglesia. Pablo VI lanzó dos llamamientos poderosos a la acción: Populorum progressio (1967) y Octogesima adveniens (1971). El movimiento de base suscitado por la Conferencia de Medellín (1968) culminó en la declaración del tercer sínodo en noviembre de 1971: “La justicia en el mundo”. El 28º Capítulo general se abrió en la primavera de 1972, solo seis meses después de ese sínodo. El documento del Capítulo, La perspectiva misionera, muestra que las llamadas del Papa a la acción encontraban respuesta en todas partes y que los movimientos surgidos en la Iglesia hallaban eco en el corazón de los oblatos.

El objeto específico de La perspectiva misionera era volver a definir en función de la realidad de un mundo nuevo la misión de Eugenio de Mazenod y de sus hijos entre “los más abandonados”: “Mirando al mundo de su tiempo, Eugenio de Mazenod veía a los hombres apenas rozados por el Mensaje de Cristo. Impulsado por su fe, con una confianza sin límites, se consagró al servicio de los más abandonados […]” (nº 1).

La primera parte “Nosotros miramos al mundo en que vivimos” describe la situación social que evoluciona en cada región (nº 2-8). La situación varía de un medio socio-cultural a otro. La imagen que se desprende, con todo, es la de una explotación política y socio-económica, de una situación pesada y crónica de pobreza y de subdesarrollo, del nacionalismo, del racismo, de la deshumanización, de las estructuras sociales secularizadas y de la violencia. Cada situación presenta nuevos desafíos y exige nuevas formas de evangelizar y de estar presente a los pobres y a los abandonados de nuestro tiempo.

La segunda parte señala algunas de las nuevas exigencias de la misión suscitadas por esos desafíos. En ciertos lugares, serán nuevas formas de apostolado, en otros, una presencia más atenta a las injusticias; y en otros, una solidaridad muy explícita con los pobres (nº 9). El Capítulo reafirma nuestro carisma fundamental de anunciar el Evangelio a los pobres. Prosigue diciendo que “cada provincia debe tener una orientación misionera definida, incluyendo una política precisa que favorezca la misión para con los pobres y el compartir la vida con ellos” (nº 13 b). La situación de conjunto del mundo ejerce una presión sobre las masas pobres y explotadas del hemisferio sur, sin olvidar las poblaciones nuevamente alienadas de las sociedades secularizadas del Norte.

La tercera parte del documento propone tres líneas de acción que deben orientar las tomas de decisión en toda la Congregación: la preferencia por los pobres, la solidaridad con los hombres de nuestro tiempo, y la voluntad de creatividad. Un aspecto original de La perspectiva misionera es la ampliación del concepto de pobreza hoy: “Los encontraremos con numerosos rostros”. Hay una referencia específica a la constitución 4 de 1966 y una enumeración explícita de quiénes son esos pobres: “el débil, el subempleado, el analfabeto, las víctimas del alcohol y las drogas, el enfermo, las masas marginadas de los países subdesarrollados, los grupos minoritarios en todos los países, los emigrantes, los excluidos de los beneficios del desarrollo” (nº 15 a). “La peor forma de pobreza es ignorar a Cristo” (nº 15 b).

La perspectiva misionera indica prudentemente que no debemos limitar nuestra misión a quienes son materialmente pobres, ejerciendo una especie de servicio de asistencia social. Invita nuevamente a estar presentes en los organismos internacionales vitales “donde se elabora y se decide la suerte de los pobres” (C 4) (nº 15 c).

La idea de “pobres con numerosos rostros” y la de la necesidad de ejercer una influencia evangélica en las estructuras de la sociedad seguirán siendo preocupaciones constantes que van a reaparecer en los documentos oblatos posteriores. Serán eventualmente incorporadas en las Constituciones y Reglas de 1982 [18].

La última parte de La perspectiva misionera apela a la creatividad, a una reevaluación de nuestros compromisos, y al “valor de tomar decisiones concretas exigidas por el Espíritu que nos habla a través de las necesidades más urgentes de los pobres” (nº 17 a). Se brinda agradecimiento, ánimo y sostén a quienes son llamados a ejercer una profesión secular o a participar en las luchas sociales y políticas que condicionan el porvenir del mundo obrero (nº 17 d). El mismo apoyo se promete a los “oblatos que se sientan obligados, en conciencia, a tomar posición, clara y definitivamente, en favor de los oprimidos, víctimas de la injusticia, de la guerra o de la violencia” (nº 17 e).

El Capítulo de 1972 no oculta el hecho de que hubiera “una gran diversidad” de percepción (nº 2), ni que la escucha recíproca se haya realizado “a veces muy difícilmente”(nº 13). Es consciente, no obstante, de que se está en “un momento importante de nuestra historia” (nº 14). Invita a la prudencia, pues lo que aparece como “tendencias minoritarias” pueden ser tendencias que indican un camino nuevo para la Congregación. El Capítulo no quiere imponer “demasiado pronto una unidad que corre el riesgo de ser superficial si obliga al silencio a un cierto número entre nosotros y, en consecuencia, elimina su contribución a nuestra común perspectiva misionera”(nº 11).

Se tuvo muy en cuenta la invitación lanzada por el Capítulo a reevaluar los compromisos actuales siguiendo la moción del Espíritu “que nos habla a través de las necesidades más urgentes de los pobres” (nº 17 a). Esa invitación marcó un punto de viraje en varias provincias para volver a definir sus compromisos y aceptar ministerios orientados hacia los “nuevos pobres de numerosos rostros”. Se dejaron entonces a otros ciertos ministerios bien establecidos que ya no respondían a una misión hacia los pobres y abandonados.

3. DESDE 1972 A 1980

La Congregación se enfrenta al desafío de integrar el ministerio por la justicia en su carisma de misioneros de los pobres.

a. Capítulo general de 1974

Menos de dos años después del Capítulo de 1972, hubo que convocar otro, debido a la dimisión del superior general, P. Ricardo Hanley. El choque de este acontecimiento se dejó sentir en toda la Congregación que seguía buscando definir su misión en un mundo secularizado en plena transformación. Esto planteaba cuestiones sobre nuestra identidad y nuestra habilidad para enfrentar los nuevos desafíos de nuestra misión. Con todo, este cuestionamiento no era exclusivo de los oblatos, aunque la dimisión y la salida del superior general lo hayan acentuado.

La Iglesia también conocía un período de transición y de revisión. Pablo VI había pedido al tercer sínodo de los obispos que clarificara la relación entre evangelización y ministerio por la justicia. El sínodo no hizo más que dos breves declaraciones, una sobre la evangelización y otra sobre los derechos de la persona. Incapaces de entenderse sobre una declaración global, los miembros del sínodo dejaron al Papa el cuidado de formular los resultados de sus intercambios. Solo unos días después de clausurado el sínodo se abrió el Capítulo general.

Los capitulares sintieron la necesidad de combatir el malestar difundido en la Congregación. Comunicaron sus reflexiones en forma de una carta [19], en la que reafirman nuestro compromiso como religiosos misioneros en un mundo que nos cuestiona y nos desafía como en 1972.

Los abundantes desafíos que enumeran atañen a todos los aspectos de nuestro ministerio. Dos de ellos conciernen a nuestro empeño social: “En un mundo que […] a causa de las estructuras económicas y políticas fabrica y secreta a los pobres, los marginados, los silenciosos, los rebeldes […] ¿cómo ser testigos de Cristo Salvador?” [20].

La respuesta del Capítulo se enraíza en el corazón de nuestro carisma: “Como oblatos, estamos llamados por Jesucristo para evangelizar a los pobres. Creemos que Él es el único Salvador, el que, hoy y mañana, libera a los hombres. La liberación que Él procura no es ni únicamente política ni únicamente espiritual: es total […]” [21]. La respuesta a las cuestiones del mundo se encuentra, pues, en la autenticidad y el radicalismo de nuestra vida religiosa consagrada, individual y comunitaria: “[…] debemos ir al encuentro del Señor, reconocerle ‘volviendo hoy en la carne’, y esa es la Buena Nueva encarnada en el mundo” [22]. El vigor profético de nuestra vocación está “en la valentía de la palabra, la valentía de la vida” [23].

Este Capítulo dio un paso importante en la integración de la misión y la vida religiosa. Dio también un nuevo impulso al reconocimiento del ministerio por la justicia como aspecto importante y válido de nuestra misión cerca de los pobres. Así el Capítulo de 1974 está en el origen de los documentos de los dos Capítulos siguientes: Misioneros en el hoy del mundo y Testigos en comunidad apostólica.

b. El congreso de 1976 sobre el carisma

Una de las prioridades confiadas a la Administración general por el Capítulo de 1974 había sido la evaluación y la renovación de la vida y de la misión de la Congregación. Lo manifiesta el llamamiento del Capítulo a proseguir la búsqueda de mayor autenticidad de vida y a mantener la fuerza profética de nuestra vocación [24].

Sintiendo la necesidad de tener puntos de referencia claros, el nuevo consejo general decidió organizar un congreso sobre el carisma. El objetivo principal de ese congreso sería identificar el carisma del Fundador y situarlo luego en la vida y la misión de los oblatos [25].

El congreso señaló varios elementos característicos del carisma oblato: apasionados por Cristo, viviendo en comunidad, como religiosos, para la evangelización, de los pobres, por amor a la Iglesia y “nihil linquendum inausum[26]. Sin excluir ni minimizar ninguna de las otras características, los congresistas retuvieron cuatro como más urgentes para la evaluación y la renovación de la vida y de la actividad de la Congregación: Cristo, la evangelización, los pobres y la comunidad [27].

El congreso da una definición mucho más amplia de los pobres que el Capítulo de 1972: “A los pobres es a quienes ante todo debemos llevar este mensaje de alegría liberadora: a los más desamparados humanamente, a aquellos cuya situación clama justicia ante Dios; esto no excluye que estemos también atentos a dar este mensaje a quienquiera que se encuentre en necesidad urgente de esa buena nueva, aunque no esté desprovisto materialmente” [28].

Al parecer, en el congreso hubo consenso sobre que los pobres y los abandonados de los años 1970 son, aunque no exclusivamente, los “pequeños”, “los oprimidos de nuestras sociedades modernas”. Al querer precisar cuáles son “los elementos más importantes para la evaluación y la renovación de la vida y las obras de la Congregación hoy”, el congreso afirma acerca de los pobres: “Nuestra divisa tiene para nosotros dos palabras inseparables: evangelizar a los pobres […] Somos enviados a los más desamparados, a aquellos de quienes nadie se ocupa, a los más privados de la Buena Nueva. Y más especialmente a los pequeños, a los oprimidos de nuestras sociedades modernas. Sin olvidar que esta situación de desamparados no es privativa de una sola clase social y que puede variar según los lugares y las épocas” [29].

El objetivo principal del congreso era el estudio de las características de nuestra identidad y de nuestra misión, y la unidad de vida y misión. Para seguir fieles a nuestra divisa “Me ha enviado a evangelizar a los pobres” y para poderlo realizar, hace falta, subrayó el congreso, volvernos pobres nosotros mismos y “entrar más profundamente en los diversos sectores donde se prepara y se vive la existencia de los más humildes para escuchar sus clamores y discernir sus aspiraciones” [30].

4. LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS DE 1982

Como hemos visto, la concepción de la misión oblata ha evolucionado al mismo tiempo que la percepción que la Iglesia tenía de su misión en el mundo de hoy. Cuando se abrió el Capítulo, la declaración del sínodo de 1971 sobre “la justicia en el mundo” había recibido el refrendo del sínodo de 1974 y las explicaciones de la Evangelii Nuntiandi. La Conferencia de los obispos de América Latina en Puebla (1979) y la encíclica Redemptor Hominis de Juan Pablo II habían hecho a la Iglesia consciente de la necesidad de mayor solidaridad con los pobres y los oprimidos. La expresión “opción preferencial por los pobres” y sus implicaciones en la vida y en el ministerio fueron aceptándose gradualmente en toda la Iglesia. La Congregación había aceptado ya en 1972 una idea más amplia de “pobres”, “los más abandonados”, los pobres “con numerosos rostros” [31].

El texto aprobado por el Capítulo de 1980 no deja lugar a dudas sobre ello. Presenta la misión del Instituto de evangelizar a los pobres según una forma nueva de comprender “la opción por los pobres”. El primer artículo enuncia, usando la fórmula del Fundador, nuestra principal tarea en la Iglesia: “Se consagran principalmente a la evangelización de los pobres”. Recogiendo el artículo 3 de 1966, la constitución 5 describe nuestro primer servicio en la Iglesia: “anunciar a Cristo y su Reino a los más abandonados” [32]. Sitúa a los abandonados en tres categorías por orden ascendente: “los pueblos que no han recibido todavía la Buena Nueva”; “los grupos más alejados de ella”, y “aquellos cuya condición está pidiendo a gritos una esperanza y una salvación que solo Cristo puede ofrecer con plenitud”. “Son los pobres en sus múltiples aspectos: a ellos van nuestras preferencias” (C 5).

El fin del anuncio de la Buena Nueva es hacer que los pueblos conozcan a Cristo y, a la luz de ese conocimiento, ayudarles a descubrir su propia dignidad de personas creadas a imagen de Dios y rescatadas por Cristo (C 5). En este contexto y partiendo de esta visión cristiana de la persona, es como el oblato tendrá un papel activo en otro aspecto de la misión evangelizadora de la Iglesia, el ministerio por la justicia (R 9).

La Regla de 1982 insiste en la unidad entre vida y misión. El oblato no es solo un predicador, sino también un artesano de la Palabra. Por eso los artículos siguientes van a poner el acento en la solidaridad con los pobres y los oprimidos.

El voto de pobreza es un modo de ser solidario con los pobres y de impugnar las causas de la injusticia: “Esta opción nos induce a vivir en más íntima comunión con Cristo y con los pobres, impugnando así los abusos del poder y de la riqueza y proclamando la llegada de un mundo nuevo liberado del egoísmo y dispuesto a compartir” (C 20).

La regla 14 expresa con audacia esa búsqueda de solidaridad: “La comunidad […] no vacilará en emplear incluso lo que le es necesario para ayudar a los pobres”.

La constitución 122 va aún más lejos: “Siendo la Congregación misionera por naturaleza, los bienes temporales que le pertenecen están, ante todo, al servicio de la misión. Aun proveyendo a las necesidades de sus miembros, buscará los medios de compartir lo que tiene con los demás, especialmente con los pobres”.

Uniendo las expresiones “buscará los medios de compartir” (C 122) y “emplear incluso lo que le es necesario” (R 14), obtenemos un verdadero mandato de solidaridad activa con los pobres.

Enumerando las actitudes requeridas para ingresar en el noviciado, la Regla dice:”[…]los candidatos han de […]dar prueba […] de amor a los pobres” (R 40). Además, “los novicios se ejercitarán en un estilo de vida sencillo que los haga sensibles a las necesidades de la gente, particularmente de los pobres” (R 42). A fin de completar la formación para la misión después del noviciado, a los nuevos oblatos “se les dará la ocasión de trabajar con los pobres” (R 54).

El uso reiterado de las expresiones “pobres”, “especialmente a los pobres”, “particularmente de los pobres” no deja duda alguna sobre la percepción que el Capítulo de 1980, al revisar las Constituciones y Reglas, tenía del carisma y de la misión de hoy. Se indica una preferencia por los pobres con todo lo que esta opción implica.

El Capítulo no ha vacilado en incluir un artículo como la regla 9 sobre el ministerio por la justicia. No ha vacilado tampoco en indicar las exigencias para la admisión y la formación de los candidatos, ni en dar, para el uso de los bienes de la comunidad, directivas que hacen de lazo entre la misión, la vida y la solidaridad con los pobres y los oprimidos. El Capítulo de 1986 precisará en el mismo sentido las exigencias de la misión de los oblatos hoy; manifestará una preocupación acentuada por la acción evangélica en favor de la justicia.

5. CAPITULO DE 1986: MISIONEROS EN EL HOY DEL MUNDO

El tema principal del Capítulo de 1986 fue la misión de la Congregación en el mundo de hoy. Los miembros del Capítulo escogieron seis desafíos particulares que nos interpelan con apremio. El primero que presenta el documento Misioneros en el hoy del mundo [MHM] es la misión entre los pobres: “[…]creemos que nuestra misión debe ser cada vez más: misión con los pobres, integrando el ministerio por la justicia” (nº 5). Esta preocupación constituye la trama de todo el documento. Para el Capítulo cada uno de esos seis desafíos forma parte da la misma misión de evangelizar a los pobres y a los más abandonados.

El título de la primera parte asocia misión, pobreza y justicia. Empieza con un enunciado sombrío: “El foso siempre mayor entre ricos y pobres en el mundo de hoy es un escándalo ante el que no podemos quedar indiferentes” (nº 10). Describe luego la situación deprimente del mundo que engendra “un sinnúmero de nuevos pobres y a menudo sin voz: parados, refugiados políticos, minorías despreciadas” (ib.). Indica algunas de las numerosas causas de estructuras económicas y políticas injustas. Mirando el mundo a la luz del Evangelio, vemos que “Jesús se identifica con los hambrientos, los enfermos, los encarcelados. Quiere que se le vea en los que sufren, en los abandonados o perseguidos por la justicia” (nº 13).

¿Dónde se sitúa el oblato en este contexto? El Capítulo responde con una afirmación concisa en que describe los diversos aspectos de la misión evangelizadora de la Iglesia tal como se enuncia en los últimos documentos pontificios: “Nosotros los oblatos somos enviados a evangelizar a los pobres y más abandonados, es decir, a anunciar a Jesucristo y su Reino (C 5), a ser testigos de la Buena Noticia en el mundo, a suscitar acciones que sean capaces de transformar personas y sociedades, a denunciar todo lo que obstaculiza la llegada del Reino” (nº 14).

Refiriéndose al voto de pobreza, el Capítulo añade: “Escogemos ser pobres para entrar más perfectamente en comunión con Jesús y con los pobres” (nº 16). Solo de esta forma podremos “aprender a mirar la Iglesia y el mundo desde su punto de vista […] Somos así evangelizados por ellos y llegamos a ser, entre ellos, mejores testigos de la presencia de Jesús que se hizo pobre para liberar a la persona humana y a la creación entera” (ib.).

El testimonio de desprendimiento evangélico no es posible más que “si sabemos animarnos sin cesar e interpelarnos mutuamente a una conversión en este campo” (nº 17). Debe ser visible en nuestra vida personal y comunitaria. Nuestras comunidades deben mostrarse como lugares en que se vive esa liberación que anunciamos, si queremos que nuestro anuncio del Dios liberador tenga credibilidad (nº 18). Sostendremos a los pobres allí donde ellos “tratan de tomar las riendas de su futuro” (nº 19). Además, “estamos dispuestos a aceptar las consecuencias de nuestras posturas en favor de la justicia” (nº 20).

Esta primera parte concluye con seis recomendaciones: 1. dejarse cuestionar, en la oración, por la llamada a servir a los pobres y a los más abandonados (nº 23). 2. Reevaluar nuestro estilo de vida y los bienes para nuestro uso (nº 24). 3. Establecer nuestras comunidades en los barrios pobres (nº 25) 4. Compartir con los pobres nuestros recursos en dinero, en personal y en competencias diversas (nº 26). 5. Actuar en favor de los pobres y darnos cuenta de que podemos ser causa de pobreza por nuestras actitudes, por los valores que defendemos, por nuestro estilo de vida y por nuestras opciones sociales y políticas (nº 27). 6. Estudiar las causas de la pobreza (nº 28).

6. CAPITULO DE 1992: TESTIGOS EN COMUNIDAD APOSTOLICA

Al describir las necesidades actuales de salvación, el documento del Capítulo de 1992, Testigos en comunidad apostólica [TCA] presenta un mundo asaltado por varios males, caracterizado por la fragmentación, la violencia, la opresión y la injusticia (nº 2). La respuesta de los oblatos a “las necesidades de salvación de los hombres” (C 1), es reunirnos “en torno a la persona de Jesucristo, tratando de crear una solidaridad de compasión” (nº 6). Por eso, “escogemos la comunidad como un medio para dejarnos evangelizar continuamente y ser testigos de la Buena Noticia”(nº 7). “Perseguir activamente la calidad de nuestra comunidad, de nuestro ser […] esa es nuestra primera tarea de evangelización” (ib.). “La comunidad que formamos […] impugna de forma profética el individualismo del mundo y lo arbitrario del poder, fuente de desdicha para tantos pobres” (nº 8).

Nuestro “papel no es ante todo transmitir una doctrina sino realizar una tarea concreta de paz, en la verdad y la justicia” (nº 17). Para que nuestro estilo de vida corresponda a los valores profesados en los votos de religión, “una conversión reiniciada cada día es indispensable a quien quiere ser testigo creíble” (nº 18).

El Capítulo pide una revisión y evaluación regulares de la calidad de nuestro testimonio en todos sus componentes, entre ellos la justicia y la paz (nº 19). “Como la credibilidad de nuestro testimonio depende en parte de nuestro compromiso por la justicia, el Capítulo invita a la administración general, durante los próximos seis años, a estimular a los oblatos en su compromiso hacia los más débiles” (nº 21).

La decisión de profundizar la calidad de nuestra vida y de nuestro ser, como individuos y como comunidades, tiene consecuencias. El Capítulo expresa, al respecto, “la firme voluntad de poner eficazmente en práctica Misioneros en el hoy del mundo, de ser coherentes con nuestras Constituciones y Reglas y nuestros votos […] que nos hacen testigos, signos creíbles en comunidades apostólicas” (nº 24). El resto de este párrafo resume bien el espíritu del Capítulo de 1992 y merece ser meditado: “Lo que anima, sostiene y justifica toda esta empresa es la preocupación misionera por el hombre de hoy. ‘Como misioneros, es preciso oír el grito de las personas y grupos que ansían salvación, dejarse interpelar por él, responder a él con la oración y la disponibilidad y hacer que resuene en el propio ambiente […]’ Este texto del informe del Padre general (nº 12) ha tenido mucho eco entre nosotros. Por eso, estamos decididos a estar cerca de los pobres, nuestros preferidos (cf. C 5), sin desatender a los ricos, que a menudo toman decisiones que influyen en el destino del mundo. Estamos decididos a dialogar con la sociedad, en solidaridad con las personas de buena voluntad, especialmente con los que están comprometidos […] en la prosecución de la justicia y la paz. Asumimos a la vez el riesgo de ser garantes de nuestro mundo y de interpelarlo, de reconocer lo que es bueno en él, aunque desafiándolo proféticamente. Así acompañaremos la dolorosa realización de un mundo en busca de reconciliación” (nº 24).

CONCLUSIÓN

Impresionado por el estado de abandono espiritual de los poblados pobres de su tiempo, San Eugenio de Mazenod fundó un equipo de misioneros para evangelizarlos. Luego, generaciones de oblatos, queriendo seguir fieles a su inspiración, han tratado de descubrir quiénes eran las personas abandonadas de cada época. Su discernimiento los ha llevado a preferir los pobres y los marginados. En estos últimos años sobre todo, han mostrado un interés destacado por un compromiso real con esa gente, por una solidaridad que se manifieste en su estilo de vida y en las opciones de ministerio. Como en 1816, en su colaboración a la misión evangelizadora de la Iglesia, sus preferencias van hacia “los pobres de múltiples rostros”.

Ronald LAFRAMBOISE