Nació en Marsella el 2 de mayo de 1808
Tomó el hábito en Marsella el 25 de abril de 1828
Profesó en Friburgo, Suiza, el 25 de abril de 1829
Fue ordenado en Friburgo de Suiza el 2 de abril de 1831 ???
Murió en el seminario mayor de Marsella el 16 de setiembre de 1836.

Alejandro María Pons nació en Marsella el 2 de mayo de 1808. Empezó a estudiar latín con el abate Luis Armelin (1786-1856) y siguió en el seminario menor donde se distinguió por su amor a la lectura y sus éxitos escolares. El latín era su estudio preferido. Entró en el seminario mayor en el otoño de 1827, en el momento en que los Oblatos tomaban la dirección del mismo. Antes de terminar el año escolar decidió entrar en la Congregación y empezó el noviciado el 25 de abril de 1828, con el P. León Gustavo Reynier como maestro de novicios. Lo continuó en Saint-Just, cerca de Marsella, bajo la dirección del P. Bruno Guigues. Emitió la oblación el 25 de abril de 1829.

Prosigue entonces el estudio de la teología en el seminario de Marsella en 1829-1830 y en Billens, Suiza, en 1830-1831. Alejandro llamó la atención desde el noviciado por su pasión por el estudio. El 28 de enero de 1830, el P. de Mazenod le escribe así: “Me equivoqué, querido hermano Pons, tolerando que te alimentases de Concina, siendo como eres propenso a adoptar las opiniones excesivas en rigidez. Concina no será nunca el autor de la Congregación… Ligorio, el beato Ligorio que va a ser canonizado, es adoptado entre nosotros como el doctor al que hay que acercarse más…”

En Billens, aun continuando el estudio de la teología, enseña latín y colabora con los Padres Casimiro Aubert y Pedro Telmon en la enseñanza de la filosofía. Es ordenado sacerdote el sábado santo 2 de abril de 1831 por Mons. Yenni, obispo de Lausana y Ginebra. En diciembre de 1832, el P. Guibert hace la visita canónica en Billens y comprueba que los escolásticos “han hecho bajo el P. Pons progresos admirables, menos en los detalles de la ciencia que en el método, etc.” (Carta de Mazenod a Courtès, 8-1-1833).

A principios de 1833, el Fundador hace volver a Marsella a los novicios y escolásticos. Algunos padres, entre ellos el superior Mille y Pons se quedan en Billens. Poco ocupados como predicadores, pues aún son poco conocidos, pasan una parte del verano paseando. El P. Carlos Bellon escribe en una Nota sobre el P. Pons: “Así recorrió a pie toda la Suiza…” Mons. de Mazenod se entera y el 23 de junio de 1833 escribe a los Padres de Billens una dura carta de reproches. Entonces envía al P. Mille a Notre-Dame du Laus y al P. Pons al seminario de Marsella. El 1 de setiembre se lo anuncia al P. Tempier diciendo: “Usted le hará hacer un retiro durante el cual le prohíbo celebrar la misa y solo le apruebo a usted para confesarlo durante ese retiro”.

El Padre enseña el dogma en el seminario de 1833 a 1836 al mismo tiempo que da una clase de literatura a los escolásticos. Es también director de la Congregación de los jóvenes en el Calvario, y capellán de las Hermanas de San Carlos. El P. Bellon, autor de una nota sobre el P. Pons, es entonces su alumno en el seminario y lo describe así: “Dios, que siempre quiere mantener en sentimientos de humildad a su criatura el hombre, había prevenido al P. Pons contra el orgullo ocultando bajo un cuerpo pequeño, que no parecía estar aún formado, aunque tuviera entonces 25 años, las excepcionales cualidades que había depositado en su espíritu y en su corazón. Al verlo, se lo tomaría por un alumno menor. A esa talla se unía una fisonomía común y un porte generalmente más que descuidado; el debilitamiento gradual de la vista contribuía también a volverlo encogido y tímido. Su andar, ya fuera de paseo al frente de la comunidad, ya saliera solo a la ciudad, era siempre precipitado. Balanceaba los brazos y parecía excitar así todavía más su actividad natural. Pero, por muy vivo que fuera su temperamento, todo en él estaba impregnado de una dulzura admirable, virtud que lo llevaba a condescender en todo lo que se quería de él…”

El 16 de setiembre de 1836, el P. Pons muere tras unos días de enfermedad, arrebatado “por el tifus más maligno”. Al día siguiente Mons. de Mazenod anuncia esa noticia al P. Mille, en Notre-Dame du Laus: “El Señor acaba de llevarnos a nuestro excelente Padre Alejandro María Pons, a la edad de 28 años y a los 8 de profesión. Ha muerto como predestinado ayer a las 8 de la noche, asistido por todos sus hermanos que lo habían cuidado con una caridad heroica durante toda su enfermedad cuya malignidad y contagiosidad no espantaron a nadie. Mi presencia y mis palabras eran demasiado gratas a nuestro querido enfermo para que no asumiese como un deber el consolarlo personalmente hasta el final. Aunque desde hace cuatro días no pudiera ya articular, conservó el conocimiento y seguía con fervor todo lo que se le sugería de edificante. Según nuestra costumbre, su confesor, el P. Tempier, le reiteraba a menudo la absolución que él recibía extasiado. Pienso que había recibido una luz interior que le anunciaba su próximo fin, pues desde las vacaciones se había entregado a todas las prácticas de la perfección, viviendo en una regularidad tan exacta que constituía la edificación de toda la comunidad. Sus conversaciones eran solo de Dios y no actuaba más que por él”.

En su diario, el 18 de setiembre de 1838, Mons. de Mazenod escribe en unas páginas la primera noticia sobre el P. Pons, en la que dice, entre otras cosas: “Dotado de muy grandes talentos, los ejercitó para el provecho de sus hermanos y para la salvación de las almas, dando diversas clases antes de ser sacerdote, y evangelizando primero las diversas parroquias del cantón de Friburgo, predicando luego en Marsella según la coyuntura, y finalmente enseñando la teología en el seminario mayor. El P. Pons sabía el latín con perfección. Hasta conseguía componer en poesía en esa lengua. Su espíritu positivo le daba mucha facilidad para aprender y para perfeccionarse en las ciencias más abstractas. Aun componiendo sus sermones, lo que hacía sin esfuerzo, intercalaba a menudo en el dorso de las páginas problemas geométricos como para distraerse. Gozaba de una memoria prodigiosa; nunca olvidó nada de lo que había aprendido; así jugando fue como se hizo experto en la botánica, y nadie era más hábil que él para descubrir lo que se quería encontrar en los santos Padres o en otros autores. Es que recordaba en qué volumen y en qué página lo había leído. Su celo no iba en zaga a su capacidad. Se pudo juzgar de ello durante el cólera de 1835, donde él solo atendía admirablemente al servicio de dos ambulancias, sin detrimento de los socorros que prestaba de camino a todos los que lo necesitaban. Su salud no sufrió por todo ese trabajo excesivo, impuesto por la necesidad. ¿Quién habría pensado que íbamos a perder a un sujeto tan bueno en el descanso de las vacaciones? Siempre las empleaba útilmente, sin embargo. Su último trabajo fue la composición de los nuevos oficios que querríamos adoptar en la Congregación. En esta santa ocupación lo arrebató la muerte. Todavía no había hecho más que una buena parte del de la Inmaculada Concepción…”

YVON BEAUDOIN, O.M.I.