ESTADOS UNIDOS

El Rev. P. Carl Kabat, OMI, un incansable opositor a las armas nucleares falleció el 4 de Agosto en San Antonio, Texas, a los 88 años de edad. Buena parte de su influencia se debe a su inquebrantable compromiso con las protestas públicas, y a su espíritu desafiante, no falto de ingenio. Incluso llegó a introducirse en bases militares vestido de payaso, un homenaje a la amonestación de San Pablo a los Corintios de ser valientes a la vez que humildes: “Nosotros los locos por Cristo”. Fue encarcelado en repetidas ocasiones -pasando un total de casi 20 años en prisión desde la década de 1970-, pero se mantuvo firme en su convicción en la desobediencia civil para llamar la atención sobre las amenazas de los arsenales nucleares. En tiempos difíciles, el carisma Oblato – “predicar el evangelio a los pobres” – ofreció orientación a este incansable manifestante contra las armas nucleares en su camino de protesta. He aquí un extracto de la homilía que predicó el P. Jim Allen, OMI, en su misa funeral.


A menudo, en los obituarios, vemos un servicio funeral descrito como una “celebración de la vida”. Sin duda, es esto lo que sucede aquí. Pero es la celebración de la vida de Jesucristo tal y como se manifestó en la vida de Carl Kabat. Porque es esto exactamente en lo que consiste la vida cristiana: una manifestación de la continua presencia de Jesús, el Resucitado, en nuestro mundo. Por supuesto, voy a hablar de Carl, pero al hacerlo, trataré de mostrar de qué manera, como cada uno de nosotros, fue un instrumento de Dios, en la difusión del Reino de Dios en el mundo.

Cuando una persona es bautizada, en la tradición católica, el sacerdote o el diácono unge al nuevo cristiano con un óleo llamado Santo Crisma, una palabra que tiene la misma raíz de “Cristo”. Estas palabras acompañan la unción: “…los unge ahora con el crisma de la salvación, para que incorporados a su pueblo y permaneciendo unidos a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, vivan eternamente.”

Estoy seguro que, como buenos católicos, Nick y Anna Kabat, bautizaron a su bebé Carl poco después de nacer en Scheller, IL. Es lo que hacen unos buenos padres católicos. Y con este rito, Jesús pasó a ser el protagonista principal en la que sería la película de la vida de Carl Kabot. Ungido primero en lo que llamamos el sacerdocio común a todos los bautizados, Carl aprendería pronto lo que es rezar y bendecir a Dios. Años después, también responderá a la llamada de Jesús a compartir su ministerio presbiteral, a bendecir, a predicar, a perdonar los pecados, a ofrecer el Sacrificio de la Misa con el pueblo de Dios como miembro de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

En su bautismo, Carl también ingresó como miembro de la realeza de Cristo Rey y, a lo largo de los años, aprendería a través de las difíciles experiencias de la vida lo desafiante que es ser colaborador de Cristo Rey, ayudando a concienciar al mundo de que éste es un Reino de Paz y Justicia, no de guerra y bombas y egoísmos. A veces, Carl sabía que estaba predicando el Reino de Cristo a oídos sordos. Pero le gustaba decir que “era un loco” por Cristo. Al igual que Jesús arriesgó su vida para extender su reino, Carl hizo lo propio, pero a su manera.

Sacerdote, Profeta y Rey. Es lo que estamos llamados a ser como bautizados en la vida de Jesús. Pero, ¡Profeta! Es un ministerio que Carl se tomó muy en serio. Como saben, los profetas no son sin más personas que predicen el futuro. Más bien, si se observa la vida de los grandes profetas de la Biblia e incluso de la historia del mundo hasta nuestros días, fueron hombres y mujeres, llamados de una manera especial por Dios, que supieron leer los signos de su tiempo y desafiar a la gente a dar un giro a sus vidas; de lo contrario, el futuro sería muy sombrío para ellos. Y para esto no necesitaron una bola de cristal.

Y los profetas, no siempre eran personas fáciles de comprender. Con frecuencia, no era fácil vivir con ellos. Este mismo domingo, oímos en las lecturas de la Misa sobre el profeta Jeremías: A algunas personas no les gustaba lo que decía Jeremías, “Ellos se apoderaron de Jeremías, y lo echaron a la cisterna de Malkiyías, hijo del rey, que había en el patio de la guardia, descolgando a Jeremías con sogas. En el pozo no había agua, sino fango, y Jeremías se hundió en el fango”. (Jer 38, 4-6.8-10) ¿No encaja esa imagen con Carl y sus experiencias con el sistema penitenciario?

Hace poco tiempo, oímos a otro profeta de Dios, Isaías, pronunciando aquellas mismas palabras que inspiraron toda la vida y misión de Carl: Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.

“No levantará espada nación contra nación…” La profecía de Isaías nunca se ha cumplido, ni de lejos, aunque siempre hay motivos para la esperanza. Todos los Papas católicos romanos, desde los días de la primera bomba nuclear en 1945, además del Concilio Vaticano II, han hablado alto y claro sobre los peligros y el absurdo de la carrera armamentística; de hecho, la enseñanza católica ha evolucionado hasta el punto de que el papa Francisco dijo en Hiroshima, Japón, en 2019, lo que Carl estaba diciendo todo el tiempo: “Con convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas, como ya lo dije hace dos años.”

Nuestra Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo que Jesús envió a Sus seguidores ofrece carismas o dones que asisten en la construcción del Reino de Dios en esta tierra. Y desde el mismo principio, el don profecía fue considerado como un don especial. Aquellos a los que Dios ha dado este don de profecía han sido a veces reacios como Jeremías que gritó: “¡Ah, Señor Dios!” … “No sé hablar. Soy demasiado joven”. Algunos, como Jonás, intentaron huir para terminar en el vientre de un pez. No todos los profetas fueron piadosos hijos e hijas de Israel. Y no todos los profetas más recientes han sido católicos romanos o incluso cristianos. Piensen en algunos de los profetas de nuestros días. Mahatma Gandhi; Dorothy Day; Rosa Parks; Mons. Oscar Romero; Mons. Desmond Tutu; el arzobispo oblato Denis Hurley; el P. Larry Rosebaugh; el Dr. Martin Luther King; la Hna. Helen Prejean; la Hna. Thea Bowman; el P. Carl Kabat. Y sin duda pueden añadir muchos más a la lista.

No todos han predicado el mismo mensaje. Hay suficiente maldad, comportamiento destructivo, y opresión en el mundo, y de variedades diversas: así que nunca se acabará la necesidad de profetas con igual variedad de mensajes.

Pero esta mañana podemos encontrar consuelo en aquellas palabras de Jesús en el Evangelio: “Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá.”

¿Y cuál es la recompensa de un profeta? ¿Qué esperamos y qué pedimos hoy para Carl Kabat? El mismo evangelio de Mateo nos responde a esto también: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” … “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”

Ojalá todos tengamos la suerte de escuchar algún día esas mismas palabras.