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En el tiempo de Cuaresma, el recuerdo del dolor nos envuelve. Cristo, en su sufrimiento, buscó nuestra redención y sanación. En este año de 2024, la carga de dolor innecesario pesa sobre el mundo. Como peregrinos de esperanza, no podemos ignorar el sufrimiento de tantos que están inmersos en él: víctimas de conflictos hechos por la mano del hombre en Gaza, la República Democrática del Congo, Ucrania, Haití, Myanmar, Nigeria y más. ¡El mundo clama por sanación! Las guerras siembran dolor profundo. Permitámonos llevar el sufrimiento de los redimidos hacia el ‘sanador herido’.

Además, hace poco, el mundo tembló ante el COVID-19. En cada rincón, esta enfermedad no discriminó: ricos o pobres, todos fueron afectados; miles cayeron enfermos y miles perdieron la vida. Se buscó la cura: los creyentes elevaron sus plegarias al cielo, buscando intervención divina. Curanderos tradicionales buscaron en la naturaleza hierbas o animales que pudieran vencer la amenaza. Científicos se sumergieron en laboratorios en busca del secreto del COVID-19, anhelando una cura. Al final, se hallaron las vacunas. La esperanza de sanar debe prevalecer, incluso en lo que parece incurable.

En esta tercera semana de Cuaresma, es momento de orar por los enfermos. En todo el mundo, muchos enfrentan enfermedades consideradas incurables, como el cáncer. Seguramente, conocemos a alguien que lucha contra esta batalla o que recientemente la ha perdido. Mi mente está con Emerentiana, una joven que sirvió a los Oblatos en Doebra, Windhoek. El mes pasado, perdió su batalla contra el cáncer, dejando atrás a un bebé. ¡El mundo quiere ser sanado! Como peregrinos que comparten el mismo sendero con los que sufren, es nuestra misión llevar las penas del mundo hasta los pies de la cruz.

Kapena SHIMBOME, OMI
Consejero General para África-Madagascar