El hombre de las auroras boreales

Retrato del P. José BARIL, OMI

El padre José Baril llegó a las misiones del Norte canadiense en 1952. Da prueba hoy de la vida feliz y repleta que vivió con aborígenes.

Hay personas que conservan eternamente el aire de la juventud. Y con todo, sin haberse hecho la cirugía plástica. Es como si el tiempo no hubiera pasado por ellas, a pesar del hecho de que envejecen como todo el mundo. Esta juventud parece tener su fuente en un corazón simple y desbordante de amor. ¿Puede decirse que el amor es como una clase de fuente de la eterna juventud? Es lo que estaríamos llevados a pensar encontrándonos con el padre José Baril, o.m.i.

El padre Baril no es un gigante y lleva muy bien sus 83 años. Este hombre es aún ágil y lleno de espíritu. Atraviesa cuatro veces por año el Norte canadiense con el fin de sustituir a los misioneros o visitar los puestos que ya no tienen sacerdote. Además de hacer todo eso, acaba de escribir un librito que contiene una parte de sus memorias de misionero.

El deseo de vivir la vida de misionero se arraiga en él a partir de la infancia del joven José Baril, originario de Saint-Narciso-de-Champlain, en la Mauricie. Es después de haber leído el libro “Apóstoles desconocidos” que cuenta la vida de los hermanos oblatos en el Norte canadiense que al joven José, de sólo diez años, es aguijoneado por las misiones en medio de los indios. Hasta debió luchar contra la voluntad de su madre que deseaba que entrara al colegio de los Franciscanos, porque formaba parte de la tercera orden franciscana.

Hijo de un padre agricultor, el joven José Baril recuerda haber probado un verdadero malestar cuando dejó la tierra paterna, para proseguir sus estudios en el Seminario de Trois-Rivières. “Había crecido en esta tierra y puedo decir que me gustaba la tierra y el trabajo agrícola. La granja fue una bonita escuela. Los trabajos manuales no me cansaban. Estaba dispuesto a levantarme en el verano a las cuatro de la mañana para ir a segar. Pude desarrollar, en esta época, toda clase de capacidades no extrañas a la vida humana. Sería necesario decir que un poeta germinaba en mi. Me dejaba encantar por los amaneceres y los atardeceres. Los árboles del bosque parecían entregarme mensajes. Por otra parte, me siento siempre a gusto en el bosque.”

Un entusiasta joven misionero
Es en la misión de Central Patricia, en el Ojibway de la Bahía James, que José Baril recibió su bautismo de vida misionera. Fue en un verano, ni caliente ni frío, que el joven misionero fue a trabajar en la construcción de una inglecita y de una residencia en el lago San José. Los misioneros de este aquellos tiempos debían estar dispuestos a efectuar todas las tareas manuales vinculadas a la evangelización. José se acuerda que era infatigable. Se recuerda las largas distancias que recorría en bote, a pie y con raquetas en los pies, en el invierno.

Algunas de estas excursiones habrían podido costarle la vida. Un día, José Baril había prometido a un indio ir a celebrar la misa a su campamento situado a diez kilómetros del pueblo. “Estaba dispuesto a ir al comienzo de la tarde.” Los hermanos lo convencieron esperar que el tren de tractores estuviera listo. Los preparativos se prolongaron, de modo que el tren partió a las 16hrs.. Una hora más tarde, se apartaba de ellos para ir hasta el campo. Desgraciadamente, la oscuridad ya caía. Seguía las indicaciones, pero este gran río forma un delta a su desembocadura. Es muy difícil ubicarse en medio de todas estas islas. Ya no sabía demasiado dónde me encontraba. Era necesario hacerme un té. Me encontraba rodeado abedules. Esta madera no es buena para hacer fuego. Sabía que los hermanos habían encendido una hoguera no muy lejos de ahí. Encontré el lugar y pude hacer hervir agua. Hacía menos 35ºC grados. Decidí volver al pueblo y regresé al presbiterio a medianoche. El padre Alain me acogió, tras decirme que los hijos del indio le habían hablado que su sorpresa habría sido grande si hubiera encontrado el campamento de su padre, porque él mismo no siempre llegaba a encontrarlo. Me acordaré siempre de este viaje hacia en ninguna parte, en una noche estrellada.”

José Baril no se había asustado. “Fui a veces intrépido. Soy optimista por naturaleza y rasgo de carácter me ayudó seguramente en sucesivas ocasiones durante mi vida.” La vida con los indios era buena. “Nos aceptaban en este aspecto. Hacía ya casi cien años que estábamos ante ellos. Estos hombres no tenían los mismos hábitos que nosotros. Eso podía representar un choque cultural que debía superarse. Conservo, sin embargo, el recuerdo de hombres y mujeres que vivían una vida cristiana muy convincente. No era raro pasar varias horas en el confesonario en un pequeño pueblo. Eran fieles para distinguir muy bien los pecados. Creo que habían recibido una educación cristiana caracterizada por el jansenismo.”

El frío nunca ha afectado a la vida de José Baril. Se describe como un hombre bien ajustado al invierno y al frío. Las largas noches de invierno en las regiones nórdicas no le desagradaban. Hallaba incluso una ventaja porque el ritmo de las actividades era menos intenso.

Muchísima agua ha pasado bajo los puentes desde este tiempo y se modificaron las relaciones con los aborígenes. La cuestión de las agresiones físicas y sexuales en las escuelas residenciales a los indios son hoy objeto de titulares en los diarios. José Baril vivió en dos de estas escuelas y refiere con firmeza y convicción que nunca ha sido testigo de tales acciones por parte de sus colegas. Dice que se levantó literalmente de su silla cuando un día escuchó las noticias que sus colegas oblatos en el Oeste habían pedido perdón por las agresiones cometidas hacia los Amerindios. “Discutimos mucho entre nosotros en una reunión.” Otros colegas compartían mi opinión. Tenía el sentimiento de formar parte de un grupo de descreídos. Es una cuestión que es realmente difícil. No sé dónde se encuentran las verdaderas respuestas. Aún me entrevisto con indios y soy muy bien acogido. Los indios tienen la reputación de ser fieles cuando uno está en su contacto. Vienen a verme el 15 de agosto al Cap-de-la-Madeleine. En un momento dado, creo que es necesario aceptar hacer las paces.”

Un misionero de un nuevo tipo
José Baril recorre ahora millares de kilómetros por año para sustituir a algunos misioneros y para visitar pueblos donde ya no hay sacerdotes. “Me convertí en un misionero itinerante,” un sacerdote que es Pastor de una Iglesia sin iglesia. “Cosa bastante curiosa,” el padre Baril es partidario del ecumenismo. Hasta se sirve de templos anglicanos para reunir a los católicos de los pueblos visitados. No duda en decir que le gusta rogar con ellos cuando la ocasión se presenta.

Ahora entrando en la última etapa de su vida, la que espera ver que se prolongue, el padre Baril reconoce que más avanza en edad, más su fe se hace humilde. “Mis contactos con miembros de otras Iglesias cristianas me hicieron descubrir que Dios está a favor de todo el mundo.” La fe es un regalo que se debe desarrollar. Las relaciones que mantuve con otros que creían consolidaron mi fe.”

¿Por qué José Baril dio a su libro el título de Mis auroras boreales ? “¡Era mi secreto!” Puedo ahora revelarlo. No se ven a menudo auroras boreales. Pero, es un espectáculo grandioso cuando aparecen en el cielo nórdico. Uno no se cansa de observarlas y querría que siempre estuviesen allí. Pasaron a ser para mí la imagen de mi encuentro con Dios. No se manifiesta a menudo y cuando eso ocurre, a menudo es de improviso, uno quisiera que esto durara. Comprendí que el Dios que me gustaba era el Dios de Jesucristo. Puedo rezarle fácilmente. Puedo también olvidarlo y volverme hacia él, porque me espera. Un día, Dios se me apareció como estando muy cerca mi. Y su presencia no dejó de manifestarse. Lo agradezco. “Con estas palabras,” se le llenan los ojos de algunas lágrimas.

Jérôme Martineau
Notre-Dame du Cap,noviembre de 2004, p. 14-15